Valentín Gómez
Dos palabras sobre la Unión liberal
Algunos de nuestros lectores habrán extrañado nuestro silencio acerca de la situación en que queda uno de los partidos constitucionales más importnates, la Unión liberal, después del [739] fallecimiento del general O'Donnell, alma de aquel partido. ¡No debe causar extrañeza nuestro silencio. Cuestiones de interés general y sobre todo, de interés gravísimo para la Iglesia se han agitado estos días, que necesariamente debían llamar nuestra atención más que la orfandad de la Unión liberal. Por otra parte esta orfandad era muy grave para los unionitas, pero a la mayoría de los espanoles, ¿qué les importa de los unionistas ni de su orfandad? El amargo llanto vertido por estos sobre la tumba de su primer jefe no podía conmover a nadie: el llanto era muy natural, porque aparte de las simpatías personales que indudablemente ha dejado el duque de Tetuán, había un gran número de estómagos agradecidos, más llorosos y angustiados por la oscuridad de su porvenir que por la suerte de su antiguo general. Estos llantos se comprenden, se explican, pero no conmueven; en casos semejantes, sólo un llanto excita todas las fibras del corazón, el llanto de la patria.
Esta vez la patria ha tenido sus ojos secos, al ver el cadáver de uno de los que la han gobernado, de uno en cuyas manos ha estado la felicidad o la desdicha de la patria. ¿Por qué sus lágrimas no han calentado los fríos restos del antiguo presidente del Consejo de ministros? Pues no es cierto que la pátria olvide a los que han hecho algo por ella; acaso desconozca a los genios cuya mala fortuna los ha envuelto siempre en la oscuridad de la miseria, pero a los que se han encumbrado a los más altos puestos, a los que han tenido la mejor de las ocasiones para dejar tras sí un rastro brillante de gloria y un honroso séquito de beneficios y virtudes públicas, la patria no los olvida nunca si han sabido cumplir con el cargo a que Dios los había llamado. No hablamos nosotros, habla la historia; no juzgamos al hombre, juzgamos al gobernante, y en este sentido nadie puede disputarnos el derecho de decir que la patria ha hecho bien en no llorar sobre el sepulcro del creador de la Unión liberal.
La Unión liberal es una de las banderías políticas más funestas para el país, si es que puede haber alguna bandería política que sea más funesta que las otras. A esa bandería pertenece de derecho la gloria haber corrompido la administracion y el ejército. Por ella se ha elevado casi a la categoría de ley consuetudinaria la rebelión contra el poder establecido, sin más causa, ni más principio político, ni más razón fundamental que el deseo insaciable de mando.
A ella principalmente se debe la formación casi legal de las agrupaciones para llenar los ministerios de amnigos, parientes y paniaguados que sin duda alguna hubieran sido provechosos miembros de la administración pública si la aptitud, y no el parentesco ni la amistad, no hubiera sido lo más necesario para desempeñar un destino. A ella principalmente se debe la precaria situación de nuestra Hacienda: los españoles tienen siempre sobre el corazón los diez y siete mil millones que se gastaron en el quinquenio de triste memoria. A ella se debe la propagación de las ideas disolventes que concluyeron por ser predicadas con la boca del cañón el 22 de Junio en las calles de Madrid. La Unión liberal ha dado vida a la democracia en España, para tener luego el gusto de ametrallarla en las calles, como si el veneno que se filtra en los entendimientos pudiera neutralizarse con el humo de la pólvora. Sólo una gloria ha habido en esas épocas de dominación vicalvarista; la guerra de África; pero esa gloria, que no tratarémos de discutir, era sola, y se la guardó el general O'Donnell. Después de todo, hizo bien; porque harto necesitaba compensar con alguna gloria verdadera las amarguras que había hecho sufrir a la patria con las hazañas de Vicálvaro, con el reconocimiento de Italia y con una administración manirota y descabellada.
No eran pues, estos antecedentes, que todo el mundo conoce, y que no alcanzan a justificar los esfuerzos de todos los que han tomado parte en semejantes hechos, muy a propósito para que la patria se vistiera de luto por la pérdida del primero y único jefe de la Unión liberal. Esto, no obstante, se ha ocurrido la peregrina idea de levantarle una estátua, ¡cuando Cisneros no la tiene todavía! Mucho extravía la pasión, pero no creímos que la pasión pudiera llevar sus estravios hasta la ridiculez, hasta la caricatura. Levántese una estátua al general O'Donnell en Vicálvaro, otra en el Campo de Guardias y póngase un busto conmemorativo sobre alguno de los portales de la calle de Cedaceros. Pero para lograrlo ábrase una suscripción nacional; llámese a las puertas del sentimiento público, ya que siempre se apela al sentimiento público, y óbrese según este responda a la excitación. ¡Bah! La unión liberal no ignora, en medio de todo, que sus doctrinas, si las tiene, y su antiguo jefe eran hoy mas impopulares que nunca, y eso que no estaban en el poder. No levantarán la estátua al general O'Donnell, estamos seguros de ello, pero basta que a los unionistas les haya ocurrido semejante idea para que la den bien triste de sí.
A bien que no han menester de esto para dar muestras de lo poco que ya valen; muestra de ello es más que suficiente, el hecho de elegir un segundo jefe que los guíe y les reparta el rancho.
Una bandería que nombra su jefe y que da cuenta de ello en los papeles públicos, es lo más ridículo que darse puede. ¿Acaso se trata del nombramiento de un cargo legal? ¿Acaso los jefes de partido se nombran? Ese puesto no se da, se toma, y el que es incapaz de tomarlo es incapaz de tenerlo, y aun muchos de los que son capaces de tomarlo por su osadía o por aprovecharse de las circunstancias, son incapaces de retenerlo.
Sin embargo, consuélese la unión con que tiene jefe; así no le faltará quien la ayude a bien morir, si ya en realidad no está muerta del todo.
Parece que el señor duque de la Torre, es el [740] sustituto del general O'Donnell. La unión liberal no ha comprendido sus intereses al hacer una elección semejante. Hay un general que está esperando quién lo tome para lo que se ofrezca; este general le venía pintado a la unión, como si estuviera hecho para ella. ¿No sabe quién es? Pregúnteselo a D. Juan Prim.
Valentín Gómez