Revista Ibérica
Madrid, 31 de octubre de 1861
Tomo I, número II
páginas 81-94

Miguel Morayta

Las nacionalidades de la Europa central

I

Los problemas políticos que se agitan en la Europa meridional y los planes que procuran realizar por medios más o menos francos los gabinetes de Turín, París y Londres, permiten, considerando atentamente los últimos sucesos, prever el resultado de estas conturbaciones políticas que hoy animan o desalientan a los partidarios o enemigos de la unidad italiana, o a los afectos a la política francesa o inglesa. Por más que justamente se desconfíe de la mano que hoy rige los destinos de la Europa meridional, por más que sea muy fundada la sospecha respecto al que ciñe corona cesárea forjada en comicios populares, y así alienta tendencias reaccionarias como embravece instintos liberales, y según aconseja el propio interés, acaricia o hiere, a pueblos, reyes y antiquísimas instituciones, no es menos cierto que al través de lo imprevisto y accidental de estos acontecimientos, se [82] trasluce algo que se asemeja a un genio tutelar inspirador, que encamina a un ideal, a un fin digno de la civilización, los esfuerzos y las luchas de los pueblos. De sentir es y debe lamentarse, que haya desaparecido en la política europea el pensamiento común y la ley general, que presidía a las relaciones de las naciones, y con motivo sobrado se afligen los diplomáticos del hondo olvido en que han quedado sepultadas las máximas del antiguo derecho europeo; pero cuando haciendo abstracción del pesar que causa esta continua incertidumbre y este temor de lo porvenir en que vivimos, se detiene la atención y considera, lo que era el antiguo derecho de Europa, el espíritu siente algún solaz y hasta muy singular contentamiento, en que haya desaparecido un derecho, que no era otra cosa que la expresión de la ley la fuerza. El historiador que advierte, que es tanto más rico y variado el movimiento de la humanidad, cuanto más numerosos son los elementos que concurren a extenderlo y a expresarlo, no se asombra, sino que admira esta eterna juventud de la política y por lo tanto de la humanidad, que saca siempre de su seno nuevas fuerzas y procrea nuevos seres e ideas que llegan a la vida, conturbándola por el momento, pero que andando las horas, encuentran su natural asiento, reivindican su parentesco y entran en familia bajo espíritu de conciliación y de progreso.

Así, cuando a la política de las grandes potencias que ha dominado en Europa desde la paz de Westfalia, ha sucedido esta conturbación originada por potencias de segundo orden que se colocan en rango soberano, y por pueblos, que rompiendo lazos forjados al estampido del cañón buscan sus afines y abrazan a los que viven más allá de las fronteras y que antes consideraron como enemigos, por más que [83] artes y religión, lenguas e historia, hablaran de hermandad, el ánimo se alivia de su congoja, el sobresalto se calma y se bendicen esos nuevos elementos que harán menos exclusiva, más extensa y de más elevados fines, la futura política de los pueblos europeos. Que es de sentir que nos haya cabido en suerte, presenciar el primer momento, el de oposición de estas nuevas ideas, es cierto; pero tal es la ley del tiempo, y a nosotros sólo nos toca fomentar su crecimiento y desarrollo para que lleguen pronto a madurez y depongan su natural inquieto y bullicioso, propio de la juventud, y además excitado por contradicciones infundadas y por artificiales obstáculos.

Buena prueba de este mayor horizonte en que hoy se mueve la política son las teorías de raza y de federaciones que se sostienen con singular empeño en academias y liceos y que han pasado ya a ser datos, que tiene en cuenta la prensa diaria para juzgar la eficacia de las medidas políticas que adoptan los gobiernos. La idea de raza, considerándola políticamente, no es otra cosa que un desarrollo, un crecimiento de la idea de nacionalidad, como la de nación lo fue de la de municipio y provincia al inaugurarse la edad moderna en el siglo XVI; pero en esta idea de raza están comprendidos fines políticos más altos y más dignos, que los que podía realizar la política dinástica, que ha preponderado en los siglos que median desde el XVI al actual. Así oímos de continuo hablar del latinismo y del germanismo, del eslavismo y del escandinavismo, y estas denominaciones no tienen ya valor puramente científico, sino que tienen precio y valor político, no expresan una mera relación etnológica, sino que expresan una idea política, que tiende a realizarse.

En la Europa latina, las condiciones y el porvenir de esta idea de raza, son harto conocidas para que nos detengamos en [84] su examen: es posible una política de raza, entre los pueblos que pertenecieron al antiguo imperio romano: entre italianos, españoles y franceses, comprendiendo en estas denominaciones generales los diferentes grupos que las constituyen, existen lazos de ideas, de aspiraciones y de intereses que hacen posible una política común; pero el problema es arduo y dificilísimo, por lo que toca a la Europa central, y de aquí, que cuando se estudian atentamente las gravísimas cuestiones de aquella región se acongoje el ánimo mal resuelto y esperanzado.

II

Desde el Pruth al Elba, de Constantinopla al Báltico, se extiende una vasta región, en la cual si por acaso se pudiera señalar alguna unidad geográfica como es la península Grego-Trácica que terminan los Balcanes o el valle del Danubio, la confusa mezcla que encontramos en su suelo de razas, de religión, de tradiciones y de lenguas, y aún de intereses, hace imposible que se tomen como pauta para delimitar los agrupamientos políticos, las disposiciones de la naturaleza.

En esta región no ha acontecido como en otras meridionales, que bajo la influencia de una cultura, se fundieron en uno diferentes pueblos, y hoy advierten los políticos que en ese vasto campo que hemos señalado, se agitan ganosos de independencia y libertad, cincuenta y dos millones de habitantes, cuyos deseos son una amenaza y quizá ya un peligro para el Austria, la Turquía, la Prusia y aun para el mismo imperio Ruso, porque limitan su influencia en Europa. En vano María Teresa, el gran Federico de Prusia y Catalina pugnaron para confundir estas razas, que con una tenacidad primitiva [85] mantienen vivo el sagrado fuego de sus tradiciones; en vano intentaron germanizar a los polacos occidentales y a los magyares, o tornar en rusos a los polacos orientales; en vano el Austria en el censo de 1855, inscribió sólo cinco millones de magyares, cuando protestan en nuestros tiempos ocho millones y medio: todo ha sido inútil y la fisonomía particular y propia de aquellos pueblos ha resistido a la política y a la fuerza de los más poderosos de los monarcas europeos.

La estadística moderna ha revelado la verdad; nos da hoy 11.000.400 polacos y 5 millones de valacos, moldavos y rumelios, reliquias de razas itálicas que ocupan los principados Danubianos y en partes del Austria, de las otras razas eslavas, cuenta el Czorning 15 millones en slavos entre servios, croatas, moravos, eslovacos, czechios, eslovenios y rutenios, a los cuales debemos añadir 170.000 zíngaros, un millón y medio de albaneses, 2 millones de griegos, 500.000 tártaros, millón y medio de judíos, y millón y medio de osmanlíes. Y aún todos estos grupos se subdividen en materias religiosas porque 6 millones son mahometanos, 4 protestantes de tres sectas diversas, 11 millones griegos cismáticos, y los demás católicos exceptuando los zíngaros, los judíos y los armenios. Y no hay que olvidar que entre los pueblos orientales y en los pueblos sencillos, la religión influye poderosísimamente en la vida pública y privada, y por lo tanto no es hacedero allí esquivar las dificultades que suscite este punto, con las soluciones arbitradas en la Europa meridional.

Los problemas que se refieren a la Europa central interesan a toda Europa bajo el punto de vista económico, como lo declara el que la Grecia, con un millón y cien mil habitantes, posea 30.000 marineros y 4.400 naves mercantes, [86] y sólo en dos años salieran de sus astilleros (1846-1848) 212 embarcaciones. Recuérdese que allí se extienden dos llanuras, las mayores de Europa, la de Hungría, que compite con la tierra negra en la Ucrania, y la de Polonia, ambas feracísimas en granos y en linos, con una población bastante a cultivarlas, y con tal suma de animales auxiliares, que Hungría cuenta 11 millones de bueyes, lo que da una proporción de uno para cada habitante, en tanto que en Francia y en Inglaterra la proporción es de uno por cada cinco habitantes: que Grecia cuenta con dos millones y medio de cabezas de ganado lanar y dos millones de cabras; Hungría con tres millones en caballos; y en cuanto a maderas, se extiende en la Hungría la selva Bakony con 48 millas geográficas de largo y 20 de ancho, la famosa selva Bohema, la selva de la Illiria y otras no menos importantes. Su riqueza mineral es tal que en 1842, de los Krapals sólo se extrajeron 6.785 marcos de oro y 101.275 de plata.

Tal es la importancia de los países cuyo destino preocupa hoy a la Europa, y basta lo dicho para que se comprendan las dificultades que nacen de su condición y estado presente. Si Pesth o Belgrado fuesen ciudades de gran fuerza civilizadora o de renombrada y famosa historia, podríase pensar en ellas, como en un centro político que pudiera regir aquel vasto conjunto de pueblos desemejantes; pero ni la cultura magyar, ni la serva, ni la polaca, ni la misma griega, es bastante potente para hacer lo que los latinos hicieren en Italia o los francos en las Galias. Si el repartimiento de la Polonia hubiera sido menos inicuo o hubiera acontecido en tiempos más lejanos, o hubiera herido pueblos menos heroicos, la nacionalidad polaca hubiera desaparecido, y los polacos, hermanos por su lengua de los rusos, hubieran sido [87] la piedra angular del inmenso Panslawismo imperial que soñaron algunos Czares; pero hoy que la sangre y las cenizas de la Polonia, fecundan una nueva inspiración nacional, política, religiosa y literaria, es inútil pensar en el Panslawismo, y lo que aparece más próximo es un renacimiento de aquella heroica nacionalidad. Cuéntase hoy con una probabilidad para este glorioso suceso indicado ya, y es que si la Prusia quiere tremolar la bandera de la unidad germánica, y los germanos quieren ser libres y fuertes, deben respetar la nacionalidad vecina, y así como sus más ilustres representantes admiten ya como justa la causa italiana, deben admitir como uno de los deberes de su política el respetar la causa de la independencia polaca, en lo que ganará su seguridad interna; como ya han sostenido sus más entendidos estadistas.

El Austria, desenvolviendo su antigua tradición federal y fecundándola con el aura nueva de libertad y de ciencia, hubiera podido fundir en una robusta federación la parte discorde de su imperio; pero entregándose al suspicaz régimen de Metternich ahondó el abismo y envenenó las diferencias. El Austria bajo la inspiración de Metternich faltó a tres grandes deberes: a mantener con ayuda de Inglaterra y de los Estados menores el equilibrio en la Europa, contra los dos imperios militares; a dar fuerza al desarrollo de las potencias de la Europa central, y a poblar con colonias mercantiles e industriales todo el curso del Danubio para asegurar su predominio en aquella arteria principal de la Europa. Hoy la reconciliación del Austria con la Europa central sólo es posible abdicando Viena en Pesth y aliándose sincera y lealmente con el reino de Italia; pero conocido el carácter de la casa de Habsburgo, es de creer que se obstine, y su obstinación haga más difíciles los problemas pendientes. [88]

Cuantos han estudiado profundamente y sin prevención el Oriente, y baste citar a Ubicini y Redcliffe, convienen en que el gobierno del Sultán es preferible al de los poderosos vecinos que expían su agonía; bien sea, por efecto de su mismo espíritu y hábitos despóticos y por su tradicional inercia, si no tiene la energía del bien, no mantiene pactos de complicidad con los vecinos; y sea por debilidad, sea por cálculo, permite el desarrollo de las nacionalidades que alientan en su seno. Si los turcos son dignos de reproche cuando se les compara con los europeos occidentales, varía el juicio cuando se les pone al lado del sórdido y avaro clero griego, del servilismo ruso, de la torpeza austriaca, de los piratas de las islas y de los salteadores montenegrinos; y aún en los días de la conquista, a pesar de la cimitarra agarena, eran más dignos los conquistadores que aquellos tiranuelos que oprimían el Oriente y la Grecia, que aquellos Paleólogos que daban sus hijas al Sultán, y que aquella turba cristiana que al saber que Mahomet sitiaba la ciudad de Constantinopla, ávida de pillaje, corrió a alistarse en su ejercito, y el día del asalto, más de la tercera parte de los enemigos de Constantino eran griegos, servios y albaneses.

Pero aún cuando la Turquía sea la potencia menos antipática de las que rodean a la Europa central, la falta de gobierno representativo, la debilidad de su poder ejecutivo y el triste estado de su vida económica, le impiden el que pueda tomar la iniciativa en su noble empresa de regenerar y dar energía política a servios, griegos, albaneses, válacos, búlgaros, armenios, y osmanlíes.

Esta reseña pone de manifiesto, que no existe en la Europa central una fuerza civilizadora dotada de bastante energía para reunir bajo una bandera a los pueblos citados. [89] Los pueblos que se agitan hoy del Báltico al Mar Egeo y del Elba al Pruth, se encuentran en una situación política parecida a la en que se encontraron los occidentales al romperse el imperio de Carlomagno, y como no es posible que sean presa de las potencias vecinas, porque se opone a ello su indomable fiereza, como no es posible que sean miembros armónicos de un gran imperio turco o austriaco, porque se opone a ello la política que siguen ambos imperios; como ninguna de estas pequeñas nacionalidades tiene energía ni idea bastante para agrupar en su torno a las demás, fundando una unidad nacional, es preciso, examinando su estado actual y sus aspiraciones, buscar por otro camino la solución del problema.

III

Es síntoma clarísimo y anuncio de próxima vida política, el cultivo de las letras y de las artes, y así cuando se inició en Italia el movimiento que hoy la agita, reanimóse en ella el culto de las letras; el Dante tornó a reaparecer y como preludio de sus revoluciones políticas, realizaron Manzoni y Niccolini revoluciones literarias. Es natural que así suceda; porque el poeta personifica al pueblo y expresa sus aspiraciones, y se adelanta al porvenir con esa poderosa intuición que jamás falta al verdadero vate. La Germania inauguró su movimiento político con la fiesta secular de Schiller, y la Hungría en 1859 reanimó su esfuerzo nacional con el centenario del poeta Kazinsky, y como escribe un escritor magyar, fue aquella, fiesta de alianza, de concordia entre todos los húngaros, fue un pacto nacional y una peregrinación política.

Lo mismo que en Hungría, un nuevo y entusiasta [90] movimiento literario se advierte entre los polacos, los bohemios, los servios y los griegos. Al nuevo Tirteo, Riga, que expresó el entusiasmo de la guerra de la independencia, han sucedido el poeta popular Sutzo, Solomos, Zalocosta y Nikopulo, que han encendido el espíritu de la juventud hasta el punto que la antigua influencia rusa y aún la bávara, son rechazadas y han sido estériles los esfuerzos de Kalegis y sus medidas represivas, porque el partido liberal, guiado por Canaris y Colocotroni, gana terreno y domina ya en la opinión pública.

Cuando los cismáticos del Austria y de la Turquía, confiaron en la Rusia para obtener su libertad, se sometieron al Sínodo de la iglesia rusa; pero la experiencia les demostró que la autoridad rusa es harto más despótica que la turca y austriaca, y la reacción no se hizo esperar. El Sínodo de Atenas cortó relaciones con el ruso, y las estrechó con el patriarca de Constantinopla, aunque el clero de la iglesia griega libre, difiere mucho del ávido, simoniaco e ignorante de la Grecia turca. El príncipe Couza consiguió que en los Principados danubianos la autoridad del patriarca de Bucharest se sobrepusiera a le influencia rusa, y Razacick, el patriarca servio, establece hoy su autoridad de una manera independiente en la Servia, e igual ejemplo han seguido los búlgaros, que en el principio del corriente año han conseguido desatar los lazos que los unían a la iglesia rusa.

En Polonia y en Hungría el movimiento es más vivo, y a la lengua latina ha sucedido el uso de la materna, como si sus acentos fueran más eficaces para mover su espíritu. En menos de un siglo la lengua magyar se ha rejuvenecido, enriqueciéndose con poesías populares que excitan poderosamente la energía nacional. El Himno de Rakoczy ha llegado [91] a ser el himno nacional, y hoy corren de boca en boca la epopeya de Adam Howath que celebró a Hunniades, y la de Andrés Howath, que en el Aspad cantó los orígenes de su pueblo. Los poetas contemporáneos de la Hungría Petöfy, Vörósmarty, Garay, Berecz, cantan hechos de independencia y libertad, como hacen los escritores polacos e hizo el melancólico Mickiewitz, que narrando los dolores de los suyos llegó a sus más espléndidas creaciones, como hicieron Zalesky, Krasinstzy, Gozinsky, los cantores del destierro y de la Siberia.

Los esfuerzos de la Rusia para ahogar la lengua y la literatura polaca han sido infructuosos, como lo han sido los del Austria respecto de los moravos y los bohemios. En Praga el venerado Schaffarik levantó a los eslavos el mayor monumento de su origen, mientras que la misma empresa se acometía en Belgrado respecto a los servios, y dado este impulso, Dobrowsky hizo el mismo estudio respecto a las lenguas eslavas y Palacky contó la historia de los bohemios, y en la Moravia Dadick y Boezeck y otros, encendieron en el pueblo con sus estudios el amor a lo pasado y a su independencia, y tocáronse los efectos de esta predicación literaria, cuando al comenzar este año, los próceres de la literatura se atrajeron a los más ilustres de la aristocracia, y unidos pidieron a Viena una Constitución nacional, y notáronse los efectos en este renacimiento, y pudo verse la nueva vida en las últimas solemnidades literarias de Resztereze, y en la peregrinación a Velebrao, sede de los Santos Cirilo y Metodio, en la que fraternizaron 40.000 húngaros, servios, rumenios y croatas.

Pero estas manifestaciones, hijas de un sentimiento irreflexivo, no han establecido aún verdaderos vínculos entre aquellas nacionalidades, porque los odios que separan a unas [92] de otras, subsisten aún, y produjeron como es sabido la crisis de 1849. Un abismo separa al industrioso bohemio del semisalvaje montenegrino, y no es menos hondo el que existe entre el bosnio musulmán y el ferviente católico de Cracovia, entre el ignorante y belicoso croata y el traficante de la Dalmacia. Grecia, al calor de las tradiciones del antiguo imperio, tiene por mengua el pensar en unirse a los bosnios o a los servios y montenegrinos, y los rumelios ensalzan en alta voz y con gran entusiasmo su parentesco con las naciones occidentales, para que quieran abdicar en favor de búlgaros y moldavos; y el noble orgullo, y el indómito valor de los magyares, es harto conocido para que pueda creerse que consentirán en seguir las banderas de un Ban.

Esta rivalidad constituye hoy la única fuerza de los grandes imperios que oprimen aquella parte de Europa, y Austria y Rusia procuran estimularla, así como arbitran de continuo medios para que no fraternicen la aristocracia y el pueblo en Hungría y en Polonia, aunque los últimos sucesos demuestran que la tarea que se han impuesto los desterrados de 1849 para hacer real y viva esa alianza entre el pueblo y los magnates, adelanta camino, en tanto que lo pierden los agentes de Austria y Rusia.

En estos momentos los despachos telegráficos de Varsovia y de Pesth son gravísimos: Hungría se arma y Polonia toca ya en los últimos límites de su heroico sufrimiento. Si Austria y Rusia triunfan en la sangrienta lucha que se prepara, los estados de sitio y la ocupación militar conseguirán sólo prolongar la duda, debilitando más y más la fuerza moral y la influencia de ambos imperios. La paz de Europa tendrá en la Europa central otra cuestión italiana, y la política de Rusia y Austria, en vez de seguir por su cauce natural, [93] necesitada siempre de fuerza y de represión para ahogar los impulsos de esas nacientes nacionalidades, se separará cada vez más de las vías de progreso y verdadera libertad, entorpeciendo el progreso general humano, por aquella sabida ley de la vida, que lo que no vivifica mata. Entonces podrán sostener políticos entendidos que el imperio de Austria es una rémora para la cultura europea, y que el imperio moscovita falta a su misión, que es estrechar los vínculos que deben unir el Asia a la Europa, llevando al seno de aquellas vastas regiones semillas civilizadoras, abriendo así anchos horizontes al vigoroso y civilizador carácter del espíritu ruso.

Pero si como está en lo posible Austria es vencida, y el ejemplo de húngaros y magyares llama al combate a croatas, bohemios y dálmatas, si las nacionalidades eslavas consiguen reconstituirse, si esta revolución separa al príncipe Coutza, a Obrenowich, al príncipe del Montenegro de su obediencia a los mandatos de las potencias occidentales, y se unen a los otros eslavos los 30.000 servios con sus 130 cañones, en tal caso el aspecto de la Europa entera cambiará, porque como se ha dicho últimamente, una batalla en el Danubio, dará la solución de la cuestión italiana, y los nuevos pueblos que se constituyan se verán obligados a formar los Estados-Unidos Slavos, cuyo sólo nombre indica las graves alteraciones que ha de sufrir la política europea.

Que la federación es la única forma constitutiva a que pueden acogerse las nacionalidades eslavas, es un hecho que resulta de los datos apuntados sobre el vigor de raza y tradiciones con que se presentan hoy aquellos pueblos: donde la supremacía es imposible, porque la historia pasada la contradice, y la lengua, y las costumbres y hasta las religiones son distintas, no hay otro medio, no existe otro arbitrio para [94] sacar a salvo la existencia, que la forma federativa, es decir, buscar en la unidad de raza, y en el interés y peligros comunes, un vínculo que permita crear una unidad política. Que esta federación mata al Austria, hiere moralmente a la Turquía y anula la influencia de la Rusia en Europa, son hechos harto claros, para que sea preciso detenerse en demostrarlas, y que la política de la Europa occidental variaría de aspecto con estas alteraciones, es punto que no necesita mayor dilucidación, que el recordar, que el equilibrio europeo, ha descansado siempre en el interés de las grandes potencias y este interés cambiará en el momento en que se anulen en Europa las influencias rusa, y austriaca.

Al llegar a este punto involuntariamente, traemos a la memoria los nuevos principios admitidos por el derecho internacional: comparando el Congreso de Viena de 1815, con el de París de 1856, se advierte desde luego consagrado el principio de nacionalidad y se aplaude la condena del de intervención armada, sustituido por el consejo y la advertencia. Si todo Estado por pequeño que sea por débiles e informes que sean sus defensas tiene el derecho de vivir y ser respetado, la antigua base del equilibrio europeo, ha desaparecido y es preciso buscar nuevos fundamentos. Esta es hoy la tarea de los publicistas; pero el problema que aún está en estudio, se está planteando en Europa a marchas forzadas y es preciso que un nuevo Congreso europeo, aceptando las premisas sentadas por el de París, extienda y aplique sus consecuencias.

M. Morayta

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