La Concordia
Madrid, domingo 24 de mayo de 1863
Año I, número 3
páginas 37-40

Miguel Sánchez

Filosofía kraussista

Su carácter

Artículo primero

Entre todas las modernas teorías filosóficas, el informe, oscuro, nebuloso, verdaderamente caótico sistema de Krausse, es el que, con predominio casi exclusivo, turba hoy la fantasía de los racionalistas en España. Nos importa darlo a conocer tal cual es, por lo mismo que hay empeño en divulgarlo presentándolo como no es, con caracteres que no son suyos, ni podrán nunca [38] pertenecerle. Su fuerza estriba únicamente en el misterioso prestigio de la oscuridad. Convirtamos su base en polvo, con solo derramar sobre ella los brillantes fulgores de la verdad. «El mal, decía Balmes, no se extingue con la represión; es mucho más útil y provechoso, es enteramente indispensable ponerle enfrente, ahogarlo con la abundancia del bien.»

¿Qué es la filosofía de Krausse? ¿Cuál es su índole, su forma especial? ¿En qué consiste la esencia de su doctrina? ¿Cuál es su verdadera síntesis?

Responder a estas preguntas es el objeto único de este y los demás artículos que acerca del kraussismo nos proponermos escribir.

Describiremos este ruidoso sistema, sin pasión, con verdad, con sus propios y naturales coloridos. Tan grande es nuestro empeño, tan firme es nuestro propósito de no alterar ni en un solo ápice la forma, la esencia, el conjunto de esta filosofía, que ni aun al sol de la fantasía confiaremos la fácil tarea de reproducir su exacta imagen en las planchas fotográficas. No queremos que nuestros lectores examinen el retrato; contemplarán la realidad misma, que, tal cual es, descubriendo su esencia, hablando en su propio idioma, desfilará por delante de sus ojos.

Muchas son las personas que hablan hoy del kraussismo; pocas, por fortuna para ellas, son sin embargo las que hasta ahora han empleado, han perdido, en estudiarlo el tiempo y la paciencia, que para conocerlo con profundidad son indispensables.

Su valor consiste en la entonación dogmática con que se propone, las sombras misteriosas desde las cuales se anuncia, y las densas tinieblas que forman la atmósfera de error en que vive. El filósofo kraussista se expresa con la misma ambigüedad, con la propia enigmática concisión, con las extravagantes fórmulas que en sus respuestas empleaban los oráculos de la antigüedad gentílica.

El kraussismo impugna todas las antiguas y modernas teorías filosóficas; apaga todas las luces divinas y humanas que, desde Adán hasta Descartes, y aun hasta el mismo Kant, han esclarecido la razón del hombre; niega todos los sistemas, se aparta de todos los conocidos principios, destruye la antigua armonía, crea el caos; y sobre el caos y la oscuridad, sobre las informes ruinas de su insensata crítica, alzando la voz, con acento jactancioso, exclama: –«El viejo mundo intelectual ha muerto. Solo hay vida en mi inteligencia. Mi razón es el espíritu de Dios, que se cierne sobre los torbellinos del caos. Mis principios son el puro sol de Dios, creado en el cuarto día para derramar torrentes de luz sobre la embrollada naturaleza. Mi filosofía contiene las leyes inmutables que han de restablecer la armonía de la creación, turbada por los errores y confusas ruinas de la ciencia que dominara en los pasados tiempos. Yo muestro a Dios, comprendo al hombre, explico el universo, y enlazando el espíritu con la naturaleza, formando con la unión de estos dos elementos respectivamente infinitos la persona universal, la humanidad, estrecho en el hombre los lazos del alma y el cuerpo, en la humanidad los del espíritu y la naturaleza; y esta unión, este pensamiento, que elaboro en mi conciencia, me eleva sobre el mundo para buscar la razón, la esencia una y entera del espíritu y la naturaleza. Yo llego así a la nueva noción del Ser Supremo, del SER DE TODA REALIDAD, del SER UNO Y ENTERO, causa y razón de la variedad de las cosas que contiene en sí, bajo sí y por sí todos los géneros, todos los órdenes particulares de la realidad. Oponiendo la realidad una y entera, considerada como tal, a los diversos órdenes de la realidad que ella envuelve, que ella encierra en su seno, que posee en sí, concibo a Dios como Ser Supremo, flotando, agitando sus alas sobre el espíritu y la naturaleza, sobre la humanidad y el universo, siendo espíritu y naturaleza, mundo y humanidad al mismo tiempo.»

He aquí cómo habla, en qué forma expone sus principios la filosofía kraussista, cuya especial índole examinamos. Meditando, fijando nuestra atención en la curiosidad que en nosotros inspira todo lo que es oscuro y se multiplica en la oscuridad, todo lo que se nos presenta como bañado por pálida luz en la superficie, aunque escondida su cabeza, su corazón y sus pies en abismos de tinieblas; recordando el poderoso atractivo que halla siempre en nuestro espíritu todo lo misterioso, no podremos extrañar nunca el éxito del kraussismo, el grande influjo que en los espíritus apocados ha ejercido este sistema tan inconsecuente y jactancioso, que tanto ofrece sin cumplir nada; que tanto habla de verdad, –siendo su antítesis,– como de la luz, aunque de su seno broten únicamente las tinieblas.

Las teorías kraussistas, como los fuegos fatuos, fantasmas de los sepulcros, solo espantan a los hombres de estrecha frente y corazón tímido, que desconocen cuán inofensivas son sus llamas, tan deslumbradoras como variables.

El kraussismo es un cadáver cubierto de oro y púrpura; se agita, pero no es movido por fuerza propia; le dan vida fantástica las corrientes galvánicas que sin cesar le envían el miedo y la pereza. Acercaos a él. Carece completamente de vigor. No puede ni aún moverse. Científicamente hablando, es un verdadero cadáver. Su principio fundamental es falso, y nunca lo aplica. La inconsecuencia es su vida. No puede dar un paso en el mundo intelectual. No puede hacer ninguna afirmación sin ponerse en contradicción manifiesta con el fundamento esencial de su escuela. Pretende ser dogmático, y la duda es la atmósfera única en que respira; la confusión, la ley inmutable de su existencia: la negación, en fin, de toda verdad, la consecuencia lógica, necesaria de todas sus premisas.

Lo repetimos. La filosofía de Krausse no tiene ni jamás podrá tener vida intrínseca. Le falta el aliento, que es la lógica, y nunca ha experimentado en sus miembros, en sus principios fundamentales, la savia vivificadora que en todo lo verdadero derrama la eterna verdad. Acercaos al kraussismo. Arrancadle la púrpura, las ideas antiguas que niega para copiarlas, y que no son suyas; despojadle de la fraseología cristiana con que cubre la fría estatua del paganismo, del oro que no le pertenece; dejad de comunicarle con vuestro respeto a su mentida profundidad científica, con vuestra veneración a su exagerada originalidad vuestra propia vida; y cuando lo hayáis dejado tal cual es, con lo que únicamente es suyo, os quedaréis con lo que únicamente tiene, con lo que únicamente puede dar: con el caos nebuloso de la inteligencia humana.

El kraussismo pudiera compararse a una vieja matrona que, protegida por la débil luz de una lámpara lejana, realzada por los deslumbrantes atavíos de la moda, afectando el vigor de una juventud llena de esperanza y lozanía, intentara ocultar el hielo que llena su pecho, las arrugas que surcan su frente y el convulsivo temblor que los años han infundido en todos sus miembros.

La luz en estos casos es el antídoto único contra el error. Llevemos, pues, la luz a éste sistema. Conozcámoslo para estimarlo en su justo valor. Pero ante todo conviene hacer una declaración importante. Hablamos contra la filosofía, y sólo para honrarlo recordamos el nombre de los filósofos kraussistas.

La filosofía de Krausse se ha introducido en España, gracias a la protección del gobierno; vive y prospera entre nosotros porque el Estado la compró en Alemania, la trajo pagando el porte correspondiente a la península, y la ha conservado siempre a costa del erario público, sin miedo a los azares de la libre concurrencia. Se ha verificado en España la importación de esta doctrina con certeza absoluta de no perder, porque la nación sufragaba los gastos, y con esperanza casi segura de ganar, porque la protección era eficaz y poderosa; y la competencia, por lo extraordinario de las circunstancias, podía con razón apellidarse nula. Todas las grandes ideas se propalan merced a la abnegación de sus apóstoles o a la esperanza de lucro en los mercaderes que las trasportan. En el primer caso, el riesgo personal indica seguridad, convencimiento profundo de la verdad de la doctrina. En el segundo, el peligro que arrostra el capital es signo infalible de la confianza que abriga el comerciante en la bondad de su mercancía.

El kraussismo no ha tenido apóstoles que con riesgo de su vida lo anuncien en todo el mundo, ni mercaderes que, transportándolo, crean hallar en su tráfico segura ni aún probable ganancia. Esto demuestra que el glacial sistema de Krausse, hablando en lenguaje economista, no tiene demanda, no es muy buscado en los grandes centros consumidores, en los mercados de la civilización.

El kraussismo vive y crece entre nosotros, como viven y crecen las plantas de extraños climas, que a fuerza de inmensos sacrificios, se conservan en los invernáculos. Como planta del Norte, moriría sofocado por el ardiente y esplendoroso sol del Mediodía, en el instante mismo que se viera alejado de la atmósfera artificial y costosísima en la cual se conserva.

El kraussismo, por otra parte, es necesariamente estéril e intrínsecamente infecundo. Le falta fijeza en la doctrina, verdad en las afirmaciones, claridad en los juicios, esperanza en lo religioso y abnegación en su moral, esencialmente materialista. No es ni puede ser nunca civilizador. El kraussismo no ha derramado ni derramará nunca un solo átomo de luz en los países agobiados por las tinieblas de la barbarie. El kraussismo, en fin, no ilumina, no inspira, no civiliza; no es filosofía. Por esto es planta exótica en todos los climas. Por esto no ha podido nutrirse ni aún en los pechos de su propia madre. Por esto muere helado por los fríos del Polo; es sofocado por los ardores tropicales, y sólo puede arrastrar una vida breve y miserable alentado por clima artificial en algunos puntos, no en todos, de las templadas zonas. No sirve, y por esta razón no es buscado.

Debemos ahora considerar la filosofía de Krausse bajo otro punto de vista. Después de haber indicado el atrevimiento de sus promesas, la nebulosa oscuridad de las formas que en su exposición emplea, la esterilidad, la necesaria impotencia que lleva en su mismo corazón, cúmplenos ahora exponer otros dos rasgos bastante marcados, quizá los más sobresalientes en su carácter.

Los extremos se tocan siempre. La filosofía de la absoluta independencia, se abraza estrechamente con la filosofía del más degradante servilismo. Krausse, proclamando la independencia absoluta de la razón ante Dios, lleva a sus discípulos al servilismo absoluto de la razón ante el hombre. Esta acusación es fuerte: necesitamos probarla.

En pleno siglo XIX, el día 25 de Diciembre de 1853, en su obra titulada Esquisse de philosophie morale, prefacio, pág. VI, decía Tiberghien, profesor, hoy rector, de la universidad LIBRE en Bruselas, lo que, traducido con entera fidelidad, copiamos en seguida: «Debo, dice, a Krausse todo lo que hay de verdadero en este libro. En las obras de este genio simpático y luminoso es donde yo he buscado y encontrado la ciencia.»

¡Cuánta y cuán repugnante humillación! ¡Quién creyera que el más respetado entre todos los discípulos de Krausse había de inclinar su frente hasta el punto de confesar que nada verdadero dice que no sea de otro hombre; que su razón lo debe todo a la razón de otro hombre; que, en fin, no busca la ciencia en Dios, sabiduría infinita, ni aun en la naturaleza, piélago inmenso de ocultas verdades, sino que sólo la busca y únicamente la halla en los libros, en las limitadísimas observaciones de un solo hombre!...

Sucumbirá cubierto de oprobio el sistema kraussista, si en masa no se levantara a protestar contra este repugnante servilismo. En tal caso, la dignidad humana y la teoría de Krausse bramarían de verse juntas.

Nos falta presentar una muestra. «Este libro, continúa Tiberghien, consta de tres partes. La primera casi en su totalidad la he tomado de una obra publicada por Krausse en 1828. La segunda es también casi una copia de un libro póstumo de Krausse, impreso en 1843. La tercera es una mera consecuencia, copia también, de las dos copias anteriores.»

Esto es lo que, casi con las mismas palabras, sin variar en nada su significación ni valor, confiesa Tiberghien en la obra y lugar citados, pág. VI. Este escritor kraussista vive aún. Su Bosquejo de la moral fue publicado en 1854. Por su estilo, por su humillante docilidad, por su jurare in verba magistri, parece escrito en 1254 cuando menos. ¡Tan grande es el progreso de la filosofía kraussista!

En los pasados tiempos (adoptamos, para retorcerlo, el lenguaje declamatorio de los kraussistas), cuando la razón era esclava de la autoridad; cuando el despotismo, agitando su negro manto, como una nube de terror, se cernía sobre el corazón del genio; cuando el filósofo de Estagira era venerado como el dios infalible de los sabios; en los siglos de ignorancia y tinieblas, de crueldad y fuerza bruta, se comprendía, podía explicarse que los filósofos encerraran su razón en los roídos pergaminos de Aristóteles; que aceptasen, gloriándose de ello, las teorías del fundador del escolasticismo, y con voz muy alta proclamasen en todas partes que su maestro era el fénix de los ingenios, el primero entre todos los sabios, el más brillante sol de la filosofía, el hombre de la ciencia, ante el cual, con la frente inclinada, debían prosternarse todos los hombres. Entonces se escribían libros según los principios de Aristóteles. Entonces se enseñaba filosofía fielmente extractada de las obras del gran estagirita. Entonces, merced a la rudeza de los tiempos, los filósofos podían sin mengua admitir cual dogmas inconcusos las definiciones del maestro de Alejandro el Grande. Pero que en nuestros días, que en plena civilización, que cuando a tanta altura se halla elevada la dignidad humana, cabalmente los mismos que más exageran la independencia de la razón, degraden la razón poniéndola a los pies de un mero hombre, diciendo en 1854 lo que apenas podía decirse en 1254; que se humille el hombre en lo humano ignominiosamente ante la escasísima inteligencia de otro hombre, es cosa insoportable, es un anacronismo horrible, es un crimen de lesa humanidad, es romper los torrentes de luz del gas y de la electricidad y apagar el sol, si se pudiera, para darse el gusto de atravesar las calles de una populosa ciudad en altas horas de la noche con un farolito en la mano; sin considerar, y aun negando que la ciencia moderna (no la ciencia kraussista), la ciencia humana, suprimiendo la oscuridad, con el auxilio de la química, ha logrado unir la noche con el día, haciendo que vivamos en perpetuo día, reproduciendo, en cuanto es dado al hombre, el gran prodigio de Josué.

Los kraussistas abdican su razón ante la razón de Krausse. Pronto veremos cómo quieren que toda razón, que toda filosofía sea también eclipsada por la razón limitadísima, por la nebulosa filosofía de su oráculo.

Sabemos ya cómo el kraussismo se arrastra como ciencia ante los libros de Krausse; importándonos ahora examinar cómo desprecia en su calidad de ciencia a todos los filósofos que no han tenido la fortuna de ser kraussistas.

Empecemos copiando al citado Tiberghien:

«Descartes, dice, fijó el punto de partida científico en la conciencia, pero no analizó bien este punto. Dígase lo que se quiera, es reprensible, por haber hecho consistir la primera verdad científica en la intuición de una propiedad del yo, y haberla anunciado en forma de raciocinio.» (Ciencia del alma, pág. 223.)

«El pensamiento de la existencia del yo es estéril. Descartes tuvo un punto de partida incompleto. Por esto quedaron para él... (¡para Descartes!...) cerradas las puertas de la metafísica.» (página 224.)

«Espinosa da una definición mala (trop étroite) de lo finito, cuando afirma que el cuerpo no es limitado por el pensamiento, ni el pensamiento por el cuerpo.» (pág. 262.)

«Espinosa lo confunde todo con todo, porque desprecia el análisis, y sólo emplea el método sintético.» (pág. 246.)

«Locke y Leibnitz, el uno con su sensualismo, con sus principios racionales el otro, llenaron los grandes vacíos que dejó en la ciencia la filosofía cartesiana; pero les faltó el método, sin el cual sólo es dado forjar hipótesis. Kant destruyó con su crítica este cúmulo (el de Leibnitz y Locke) de proposiciones temerarias que embrollaban la ciencia.» (pág. 244.)

«Kant sostiene que todos los conocimientos comienzan por la experiencia. Su teoría es falsa.» (pág. 204.) [40]

«El escepticismo metafísico de Kant no tiene otro objeto que poner en duda el valor objetivo del pensamiento fuera de los límites de la experiencia.» (pág. 200.)

«Kant debe ser censurado por las concesiones que hizo al escepticismo negando al hombre las intuiciones intelectuales.» (pág. 219.)

«Kant afirma con arbitrariedad soberana que en la esencia de las cosas hay algo misterioso e inaccesible a la inteligencia humana.» (pág. 233.)

«El escepticismo de Kant descansaba en suposiciones gratuitas. Abría un abismo entre el sujeto y el objeto, entre la inteligencia y la realidad.» (pág. 224.)

«El conocimiento primitivo es una de las intuiciones intelectuales que se habían escapado a la sagacidad de Kant, y le tenían cerrado el camino de la metafísica.» (pág. 205.)

«Después de Fichte, son frecuentes los errores en la psicología alemana y francesa.» (pág. 208.)

«Fichte se apoderó de la dirección de la filosofía en Alemania y quiso dar unidad a la ciencia, pero desenvolviendo la tendencia subjetiva de Kant logró únicamente establecer el idealismo escéptico más absoluto.» (pág. 224.)

«El sistema de Fichte tiene vicios considerables. Si efectuó la unidad de la ciencia, fue con menoscabo de la realidad; si intentó construir la conciencia humana, fue de una manera algebraica, considerándola como un A en vez de estudiarla en sí misma; si por último quiso hallar un punto de partida cierto, lo confundió bien pronto con el principio absoluto, encerrándose en el más exagerado subjetivismo.» (pág. 226.)

«Si los filósofos que se inspiran en las teorías de Fichte, en vez de tomar el yo humano por el yo absoluto, hubieran distinguido el punto de partida del principio de la ciencia, su doctrina hubiera sido más afortunada, porque esta confusión es el origen de sus más notables aberraciones. Resulta, en efecto, que el yo como principio lo es todo, lo contiene y crea todo en sí mismo, por su actividad absoluta; cada yo individual es Dios para sí mismo, y nada más que ilusión para todos los demás hombres; la naturaleza y el Ser Supremo, solo tienen una existencia subjetiva en nosotros. El yo es la única realidad. Por esto se ha dicho que la doctrina de Fichte es un pan-egoísmo.» (pág. 227.)

«Digno es de reprensión Hegel por haber considerado la exterioridad como el atributo fundamental de la naturaleza.» (pág. 265.)

«Como los sofistas de Grecia provocaron la reforma de Sócrates, la nueva filosofía de Schelling y Hegel ha dado origen al método severo de Krausse.» (pág. 196.)

Está visto: antes de Krausse nadie vale nada. Todos los filósofos vivieron completamente equivocados; ni Descartes ni Kant pudieron entrar en el templo de la metafísica. Las puertas de la psicología estuvieron siempre herméticamente cerradas para ellos.

Y como todo el saber y toda la verdad se niegan a todos los filósofos, es necesario que, elevando la exageración a su última potencia, todo el saber y toda la verdad se concedan al afortunadísimo Krausse. Los kraussistas son lógicos en este punto. Han sentado un principio absurdo, y abrazan con pasmosa franqueza hasta sus últimas y más repugnantes consecuencias. «La doctrina de Krausse es la ÚNICA que responde completamente a la necesidad y tendencias de la época.» (Esquisse, prefacio, pág. VI.)

Lo dicho: Krausse lo sabe todo; los demás filósofos del mundo ni han sabido ni saben nada. –Hé aquí el carácter propio, la índole especial del sistema kraussista.

Miguel Sánchez

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