Filosofía en español 
Filosofía en español


Cuba española

Cuatro años y medio van a cumplirse desde el funesto día en que la ingratitud, la ambición y el odio, unidos en nefando consorcio, levantaron en Yara el grito parricida de la separación de Cuba, atacando el secular edificio de la independencia española, y convirtiendo en un campo de discordia y de muerte las feracísimas comarcas de la perla de las Antillas.

Desde entonces, ¡cuánta sangre se ha vertido, qué cúmulo tan inmenso de riquezas se ha malgastado para sostener aquella inicua idea! ¡Qué de medios criminales, qué de recursos maquiavélicos se han puesto en juego para conseguir su triunfo!

Los continuos y duros descalabros experimentados en los campos de batalla por las bandas insurrectas, convencieron muy pronto a los fautores del movimiento separatista que no bastaban sus hordas de bandidos y aventureros, reclutadas entre las clases más despreciables de la sociedad y dirigidas por jefes sin fe ni conciencia, para disputar la victoria a los aguerridos soldados de España: les hicieron comprender que si las condiciones del terreno y del clima les permitían eternizar una lucha sangrienta y estéril, burlando la persecución de nuestras tropas al abrigo de los bosques y pantanos, no por eso debían esperar arrancarnos por la fuerza de las armas aquel hermoso resto de nuestra antigua grandeza; pero tan tenaces en sus culpables propósitos, como poco escrupulosos en la elección de los medios convenientes para rechazarlos, buscaron otros caminos más seguros y desde luego menos peligrosos de estorbar o inutilizar los generosos esfuerzos hechos por la Metrópoli en defensa de sus provincias ultramarinas.

¿Quién no recuerda con indignación los trabajos realizados por el laborantismo para utilizar en provecho de su vergonzosa causa nuestras discordias políticas, y las preocupaciones o la enemistad interesada y mal encubierta de algunos países extranjeros? ¿Quién no ha visto en muchos de los sucesos ocurridos desde la revolución de Setiembre acá, los hilos de la red que los filibusteros tendían cautelosamente y en silencio?

Ora el resultado de esos ocultos manejos se hacía visible bajo la forma de un conato de separación en las siempre sumisas provincias oceánicas, que distrajese la atención del Gobierno y le obligase a dividir sus cuidados: ora tomaba el aspecto de una insurrección armada en la Península, que estorbase el envío de los refuerzos preparados para marchar a Cuba: ora el de reformas políticas y sociales, inoportunamente reclamadas bajo el hipócrita aspecto de la consecuencia revolucionaria por hombres de antecedentes separatistas, y ciegamente defendidas por otros a quienes extraviaba la pasión de partido y el desconocimiento de la localidad y de las personas: ora, en fin, revestía el carácter de reclamaciones diplomáticas y complicaciones internacionales humillantes para la dignidad de España, que la colocaban en el compromiso de sacrificar sus derechos o arrostrar las consecuencias de una guerra extranjera.

Ninguna nación se ha visto más combatida, más acosada por influencias exteriores y elementos interiores conjurados contra la dignidad de su territorio, que lo ha sido la nuestra en estos últimos años para obligarla a desprenderse de la codiciada Antilla en provecho de intereses bastardos e ilegítimos; pero tampoco --digámoslo para consuelo de nuestras desdichas y en vindicación de los cargos que constantemente se nos dirigen-- ninguna acaso hubiera logrado salvar con tanta ventura ese cúmulo de dificultades sin más defensa que el entusiasmo patriótico de sus hijos, ante el cual se han estrellado todo género de maquinaciones y de iniquidades.

Porque después de cuatro años y medio de una actividad febril para el mal y de una inventiva diabólica, ¿qué han conseguido los apóstoles del separatismo, los eternos enemigos del nombre español en América, con sus Juntas cubanas en los Estados-Unidos, con sus expediciones filibusteras, con sus periódicos subvencionados en todos los países de Europa, con sus defensores en las Cámaras de Washington y de Madrid y con sus esfuerzos para introducir la división y la desconfianza entre los mantenedores de la integridad de Cuba y los gobiernos de la Península? Nada, absolutamente nada que favorezca sus proyectos, ni los permita abrigar esperanzas fundadas de que lleguen a realizarse. Es verdad que la sangre sigue corriendo a torrentes en los campos de la infortuna isla, y que no se ve próximo el día de concluir con los restos de bandolerismo que profanan en la manigua el santo nombre de independencia; es verdad que el humo del incendio y los escombros de la destrucción señalan hoy los lugares que antes ocupaban poblaciones florecientes y riquísimas fincas: es verdad que la industria cubana se halla casi agonizante, el comercio paralizado, y el crédito público gime bajo el peso de una deuda cuantiosa que hace más dura de sobrellevar la depreciación de todos los valores; pero también lo es que en cambio de esos daños materiales, baldón eterno de sus autores y prueba clara de lo que significan en su boca libertad y patriotismo, se ha realizado un hecho de tan altísima importancia para el porvenir de las Antillas como lo es el de haberse estrechado los lazos que les unen a la Metrópoli, despertando en los españoles de ambos lados del Océano un espíritu de fraternidad y una comunidad de ideas, que bastan por sí solos para compensar aquellos males y alejar la inminencia del peligro.

Dos sucesos bastante recientes y significativos demuestran la exactitud de este aserto.

Cuando a fines del año de 1872 un gobierno mal aconsejado se propuso plantear en Puerto-Rico varias reformas que por su índole podían comprometer la tranquilidad de esta isla y la conservación de ambas Antillas, la opinión pública se declaró unánime en la Península contra ellas, y personas de todas las clases de la sociedad, de todos partidos políticos que nos dividen, incluso alguno perteneciente al que entonces ocupaba el poder, se adhirieron a la Liga nacional formada para defender la integridad del territorio de los riesgos con que la amenazaban aquellas inconvenientes medidas. En todas las provincias se formaron comités para propagar la idea, y se nombraron comisiones que viniesen a Madrid a trabajar en su apoyo; llovieron reclamaciones y protestas sobre las Cortes y el gobierno pidiendo la suspensión de las proyectadas reformas; y aunque la proclamación de la República, sobrevenida antes de que se aprobasen, parecía favorecerlas hasta cierto punto, la influencia de la opinión pública fue tal, que se acudió por fin a una fórmula conciliatoria y de transacción que dejan a cubierto los intereses amenazados a costa de la integridad de los principios reformistas. De un modo tan patente demostró España en cuanto tiene la salvación de sus provincias de Ultramar, y cómo es capaz de quebrantar por ella esa especie de atonía, esa indiferencia política de que no consiguen sacarla ninguna clase de consideraciones y que es acaso el origen de sus mayores desgracias.

Pues bien: antes de cumplir un año de ese notable acontecimiento, la captura del vapor Virginius, que desde el principio de la guerra se dedicaba a conducir a Cuba expediciones filibusteras organizadas en los Estados-Unidos, dio lugar a una grave cuestión con el Gobierno de este país. La actitud adoptada por la República cerca del Poder ejecutivo de la República española, y las exageradas reclamaciones formuladas en su nombre, hicieron considerar inminente un rompimiento de hostilidades, precisamente en ocasión en que España poco o nada podía hacer para defender a las Antillas de los ataques Norte-americanos, puesto que ocupadas gran parte de las provincias del Norte y Levante de la Península por las partidas carlistas, enseñoreada la insurrección cantonal de Cartagena y los mejores buques de la escuadra, inseguro el orden y sin acabar de reorganizar el ejército, apenas contaba el ministerio presidido por el Sr. Castelar con elementos bastantes para impedir la desmembración que nos amenazaba. Y sin embargo, nada bastó para entibiar el ardiente españolismo de nuestros hermanos de Cuba, ni para hacerlos vacilar ante las sugestiones del egoísmo; y aquellos hombres que después de cuatro años de sacrificios y penalidades se veían expuestos a tener que arrostrar solos todo el poder del coloso del continente, se apercibieron con valor a la lucha, facilitando recursos para formar ejércitos, armar escuadras y apercibir medios de defensa capaces de resucitar en el seno del Atlántico los recuerdos de Numancia y Zaragoza.

¿Qué significan esos dos hechos, verdaderamente extraordinarios en la historia de los pueblos, y que tal vez no hubieran tenido lugar antes de la insurrección de Yara? Significan que las consecuencias de esta han sido contraproducentes: que el separatismo, lejos de haber adelantado ha perdido mucho terreno en los cuatro años que lleva de hacernos una guerra incansable; y que hoy, como antes de 1868, y más si cabe que entonces, Cuba es y seguirá siendo española, porque no puede suceder otra cosa sin faltar a todas las leyes históricas, a todas las leyes filosóficas, a todas las leyes morales, y al instinto de conservación que tan poderosamente influye en el destino de los pueblos.

He aquí lo que han echado en olvido y no han querido tener en cuenta los separatistas al procurar la segregación de Cuba del imperio español, sin poder sustituir ese estado de cosas más que con la constitución autonómica de la grande Antilla como república independiente, o con su anexión a los Estados-Unidos, soluciones ambas que o son imposibles materialmente, o no responden a los deseos legítimos y a las justas aspiraciones de cuantos cubanos examinen el asunto con entera imparcialidad y completa buena fe.

Respecto de la primera; que es la que ostensiblemente se busca por medio de la guerra actual, sin embargo del absurdo y del contrasentido histórico que envuelve el que españoles por su raza, por su origen inmediato, por sus creencias, por su idioma y por sus costumbres se consideren extraños a la nacionalidad española, y califiquen los lazos que les unen a la madre patria de cadenas del servilismo y de conquista está demostrado con inflexibilidad matemática que se oponen a ella dificultades insuperables, cuya certeza no se puede negar y cuyas consecuencias es forzoso reconocer. La población criolla de la isla de Cuba representa próximamente una cuarta parte escasa de la totalidad de sus habitantes, algo más de otra cuarta parte la forman los peninsulares y sus familias; y el resto le componen los hombres de color, libres y esclavos, precedentes de las razas asiáticas o africanas. Suponiendo, y es mucho suponer, porque los hechos acreditan lo contrario, que todos los primeros sean partidarios de la separación, ¿bastan para hacer preponderar su idea y constituir una república respetable y ordenada? ¿No sucedería naturalmente que eliminado el elemento peninsular, la preponderancia recaería por medio del sufragio y hasta de la fuerza bruta en las razas de color, y que la grande Antilla se convertiría en una cosa análoga a las repúblicas de Haití y Santo Domingo, incapaz de labrar su felicidad y de resistir a las codiciosas miras de sus vecinos del Norte? Pues véase como la independencia cubana es una utopía irrealizable que no marca progreso alguno positivo, ni puede satisfacer como fin de separación a los hombres pensadores que quieran sinceramente el bienestar y el adelantamiento de su país.

En cuanto a la anexión a los Estados-Unidos, que es la verdadera tendencia de la insurrección que aún se agita en la manigua, según lo declaró el manifiesto publicado en El Emigrado de Nueva-Orleans de 19 de Agosto de 1872, y lo corroboran las simpatías encubiertas que ha encontrado siempre en el gabinete de Washington, lejos de producir los mismos efectos, es creíble que convirtiera a la grande Antilla en la isla más fértil y rica del mundo, como aseguró Mr. Buchanan haciendo el panegírico de aquella idea; pero no serían ciertamente sus habitantes los que aprovechasen esos beneficios, entonces que verdaderamente se hallarían sometidos y subyugados por una potencia extranjera.

La raza anglo-sajona es de carácter absorbente y reúne condiciones de energía y vitalidad muy apropiadas para arraigar la dominación allí donde llega a sentar la planta. Inundada Cuba desde el momento que se verificase la anexión por un número considerable de extranjeros, que atendida la diferencia de su religión, lengua y costumbres, no llegarían a fundirse jamás con los antiguos habitantes de origen latino, y que representarían la parte más industrial y productora de la nueva población, ¿no es evidente que se perdería muy pronto para los cubanos, alejados del gobierno y de los puestos oficiales por la ley de las mayorías? Pues este peligro, señalado ya por distinguidos escritores americanos de muy distintas opiniones, y que hace patente el ejemplo de lo sucedido en los Estados de procedencia española que forman parte de la Unión obliga a rechazar como perjudicial a los intereses de los mismos separatistas un camino que ha de producirlos tan funestos resultados.

Sí, pues, no hay salvación posible, ni ventaja positiva, los que quieren separar de España a sus provincias de Ultramar, en ninguna de las dos soluciones que necesariamente seguirían al triunfo de su causa, ¿cómo pretenden representar el espíritu del país, ni contar con el incontrastable apoyo moral de la razón y la justicia? Más previsora y más prudente la generalidad de sus conciudadanos rechaza sus absurdas excitaciones, y volviendo la vista a la madre patria, busca en la unión íntima de sus comunes intereses y en la realización de anotadas reformas, que ya hubieran tenido lugar sin la punible conducta de los insurrectos, el medio de vencer las dificultades presentes y de llegar en el porvenir a la realización de sus brillantes destinos como parte integrante de España.

Convénzanse de ello los ilusos y mal intencionados, y plieguen para siempre una bandera que solo les ha servido de elemento de destrucción y de muerte, porque Cuba es y no puede dejar de ser española sin apartarse de la senda de la civilización, o renunciar a su verdadera autonomía para someterse al dominio de una raza extranjera, y renunciar a la misión histórica que como centinela avanzado de los pueblos latinos la comprende en el hemisferio americano.