Filosofía en español 
Filosofía en español


El Campo

Benito Pérez Galdós

El campo

El estado actual de la cultura en España y el innegable desarrollo del bienestar general, realizado paulatinamente a pesar de las discordias, guerras y calamidades de diverso género, han de llevar el pensamiento y las aficiones de los españoles por corrientes muy distintas de las que han traído hasta ahora. Es necesario reconocerlo así, cerrando los oídos a las declamaciones del criterio pesimista, que diariamente pregona la incapacidad absoluta de los españoles para otra cosa que para una infecunda agitación política que consume la vida sin fruto, y convierte en instrumentos de ruina cualidades preciosísimas del espíritu, como son la agudeza de ingenio, la elocuencia y la fantasía.

Maldita raza la nuestra si fuera verdad que no servimos más que para hacer bellos discursos y soñar imposibles aventuras; para imaginar ingeniosos medios que imposibiliten la acción de los Gobiernos y atacar con chistes las reputaciones; para cantar en prosa y verso las perfecciones del ideal pasado, y fomentar, con el desprecio a las artes útiles, la pobreza y la holgazanería. No: el observador imparcial no puede admitir en absoluto esta opinión. Hasta se puede asegurar que los españoles no son ni han sido nunca tan haraganes, tan soñadores, tan petulantes como han querido ellos mismos pintarse; hasta se podría admitir la idea de que el afán de los empleos no es tan general ni tan desaforado como decimos a todas horas para desacreditarnos a nosotros mismos. Y si la observación histórica nos muestra en cuadro alarmante nuestros tradicionales hábitos de mendigos, pretendientes, pedigüeños, aventureros en la guerra y en la paz, por el anhelo de conquistar países para dejarlos perder, y de hacer grandes fortunas brevemente y con poco trabajo; si esto resulta cierto como un axioma y claro como la luz del día, consiste, al decir de muchos, más que en una predestinación castiza, en la falta de fuentes de riqueza, en inconvenientes del suelo y del cielo, en mil obstáculos que no es de esta ocasión examinar, porque todo el mundo los sabe.

Puede afirmarse también que esos obstáculos son hijos del carácter: es verdad; pero también es evidente que el carácter se modifica y que las trasmigraciones de las ideas llevan a un país las que le hacen falta, llenando antiguos vacíos, arrancando preocupaciones, mudando costumbres, despertando aptitudes nuevas, todo por obra del prodigioso saber moderno, de ese gran conquistador, que en las partes más escondidas penetra y hasta las regiones más oscuras se abre paso con su luminosa espada.

Ahora bien: ¿se modifica el carácter, se aceptan aquí nuevas ideas, se despiertan disposiciones nuevas, se reconocen y abominan vicios antiguos? Indudablemente sí, aunque la obra va despacio, tan despacio que algunos no la ven. Es preciso estar ciego de espíritu para no ver en la sociedad española una aspiración ardiente a ensanchar la esfera de su actividad. Esto lo dicen los libros, la prensa, las costumbres, lo dice la misma política que en medio de sus agitaciones deja entrever el afán de llegar a la estabilidad, y en el fondo de las diversas aspiraciones que se disputan una fórmula, aparece claro y patente el gran programa de nuestros días, que es el programa del reposo.

Con un solo dato se comprueban estas aseveraciones, y es que durante un período de discordias y guerras haya prosperado, aunque en grado pequeño, la Agricultura, adoptando procedimientos nuevos; que hayan logrado aclimatarse y aún florecer pequeñas y grandes industrias, y finalmente, que sin paz y con bancarrota, con el hundimiento de muchos peculios particulares y el constante engrosar de los impuestos, haya aumentado la general riqueza.

La idea de que la atención nacional se fije en los trabajos del campo y en la Agricultura, madre de todas las riquezas y de todos los progresos, se ha generalizado de tal modo inspirando tantas argumentaciones y planes tan varios, que no ha podido menos de traducirse en hechos, en ensayos que un día serán fecundos, y en prolijas disposiciones oficiales, algunas de las cuales, si no todas, pueden ser provechosas. Para que nada falte, esta idea ha creado órganos exclusivos, y hoy son muchas las publicaciones que luchan por difundir el amor al trabajo agrícola, a las labores del campo, y a las ocupaciones más útiles y placenteras de la vida, enseñándolas científica y prácticamente. En nuestro sentir esto es mucho, es la parte principal en la grande obra de una regeneración completa; pero no basta.

Saliendo de nuestra rutinaria existencia urbana, llena de agitaciones estériles, hallamos una esfera de acción que se relaciona más con las costumbres que con la ciencia; que reúne todos los encantos de la vida de la naturaleza, sin exigir un molesto alejamiento de la sociedad y de sus agradables pasatiempos; que proporciona al hombre faenas deliciosas, sin las zozobras del trabajo obligatorio e inunda el ánimo de placentera dicha. Diríjese más al recreo que a la utilidad, sin renunciar a ésta, porque útil es el ejercicio corporal respirando los puros y libres aires del campo, y utilísima la expansión del espíritu que en presencia de la naturaleza, y midiendo con la de ésta su poderosa fuerza, se halla más dispuesto a los buenos pensamientos y aún a las buenas acciones. Esta esfera de acción, que no tiene en nuestro idioma voz peculiar que la caracterice, es lo que los ingleses llaman sport, un conjunto de nobles ejercicios y de ocupaciones entretenidas fuera de las ciudades, cuyo tumulto y agitación destruirían los organismos más robustos, si un instinto poderoso no impulsara al hombre a buscar en la naturaleza reparación cumplida a las fatigas que el comercio social ocasiona.

En España los placeres del campo y las excursiones venatorias han sido exclusivamente ocupación predilecta de los grandes señores y poseedores de cotos, fincas, granjas y casas de recreo; la clase media ha mostrado siempre poca afición a apartarse del laberinto de las ciudades, y el pueblo, ávido de descanso, incapaz de comprender que éste consiste principalmente en la variación de la actividad, ha buscado un solaz pasajero en las soeces merendonas y borracheras de los domingos, tan deplorables para el alma como para el cuerpo.

Para justificar tales costumbres, se dice que el campo en la mayor parte de las localidades de nuestro país es triste por su aridez, inseguro por la falta de policía rural, poco accesible a causa de las distancias, y antipático a causa de la silvestre rudeza de nuestros campesinos. Algo de esto pasa; pero aparte de que existen regiones deliciosas aún en el centro de una y otra Castilla, el campo no adquirirá los atractivos que se echan de menos en él mientras no parta de las egoístas ciudades el movimiento que ha de regenerarlo. Es necedad creer que de las vastas llanuras secas van a brotar espontáneamente oasis, vergeles, deliciosos huertos, fuentes cristalinas, granjas, sotos y praderas, mientras la gente que se llama superior y que posee entendimiento y riquezas charla en los cafés, febrilmente ocupada de un suceso trivial, de una personalidad insignificante, o del escándalo que está en moda.

Por fortuna, los progresos de la cultura, como indicamos al principio, han empezado a modificar las ideas en este punto, y con las ideas las costumbres. Madrid mismo, esta cabeza de la monarquía, que con serlo, más bien parece, por la soledad de su yermo campo, el último término de ella, ofrece un fenómeno singular: el vecindario, aburrido y sofocado dentro de su antiguo caserío insalubre, se echa fuera de él por diversos puntos, rompe las tapias que separaban la villa del desierto, y en su actividad febril, crea preciosos arrabales suburbanos, dotándolos de jardines, poblándolos de preciosas casas inundadas de luz. No sólo alza grandes palacios, sino también humildes moradas, a cuyo aumento y a la frondosidad de los improvisados huertos, deberá Madrid dentro de poco el tener casi en sus mismas calles barriadas que, como la de Monasterio, son una preciosa aldea.

El excesivo apego a la vida de las ciudades no existe ya: la afición a la vida campestre y a los nobles ejercicios y distracciones que proporciona el contacto inmediato de la naturaleza, aumenta de día en día. Para fomentarla, para dirigirla se ha creado este periódico.

Su esfera de acción será extensa; no se circunscribirá a los ejercicios puramente recreativos de la caza y la pesca, sino que abrazará todo lo relativo a aquella parte de la agricultura e industria agrícola que se relaciona con la actividad individual, y que, no siendo explotación en grande escala, ofrece encantos inefables al hombre estudioso y amante de la naturaleza. Se ocupará de la cría de animales útiles, desde los más poderosos, como el caballo, hasta los más delicados, como el pájaro, cuya presencia en muchos domicilios no es menos interesante que la de un individuo de la familia. No olvidará la maravillosa industria de la abeja que libremente vive en los campos, ni al laborioso gusano de seda que trabaja en las ciudades junto a los mismos talleres del hombre. Pondrá especial atención en el cultivo de toda clase de plantas de utilidad y recreo, comprendiendo las indígenas y las exóticas, todo cuanto florece, desde las hierbas más comunes hasta los delicados ejemplares de salón, que para vivir necesitan además del encierro, el cuidado de cariñosas manos. Asimismo se ocupará de esas preciosísimas aves cuya existencia está tan íntimamente asociada a la salud y a la existencia misma del hombre. Tampoco pondrá en olvido las armas, herramientas y utensilios de todas clases, cuyo manejo hacen necesario las diversas ocupaciones comprendidas en esfera tan amplia.

Las construcciones rurales, en especialidad las de fincas de recreo y aclimatación, con parques y jardines, serán objeto en EL CAMPO de preferente estudio. No hay palabras con que encarecer bastante las ventajas que logra un país como el nuestro con esta clase de adelantos, y qué conquista tan preciosa realiza cuando es creada y esmeradamente sostenida, lo que entre nosotros se llama una Posesión. Cada una de estas posesiones es en realidad para España un aumento de territorio. Se publicarán en estas columnas las descripciones de algunas que existen en Castilla y Andalucía, y que son dignas de especial examen por su belleza y los mil atractivos que ofrecen la variada flora en unas, en otras la caza abundante, los ricos productos y esmerado cultivo en casi todas.

No se consagra exclusivamente EL CAMPO a las cosas de España, porque su tarea no será fecunda sin un trabajo comparativo que ponga constantemente de manifiesto para su propio bien la inferioridad de nuestro país en ciertas materias, y que al mismo tiempo haga resaltar aquellas en que es o puede ser fácilmente superior. Ancho campo ofrece la Península toda con su variedad de comarcas, climas y costumbres; más ancho aún, extendiendo la esfera de estudio, como lo hará este periódico, a nuestras posesiones ultramarinas, allí donde la naturaleza es tan espléndida, y donde hay innumerables y preciosísimos asuntos, comprendidos dentro del programa que hemos expuesto.

Para que todo no sea disertar más o menos juiciosamente, y aspirando a que tengan todo el fruto posible sus trabajos, EL CAMPO procurará contestar a cuantas preguntas y consultas se le dirijan sobre asuntos referentes a las materias de que se ocupa.

Noble y fecunda puede ser la empresa que esta publicación acomete, incitándole a ello el estado de nuestro país, y la esperanza de que éste no ha de ser indiferente a la propaganda de un género de conocimientos, experiencias y hechos que reclamaban ha tiempo órgano apropiado a su importancia social. Creerá haber realizado gran parte de su destino si logra interesar a muchos esclarecidos ingenios que apartan con hastío los ojos de estériles contiendas y de las interminables disputas de la ambición.

B. Pérez Galdós.