La Ilustración Cantábrica Madrid, 28 de mayo de 1882 |
tomo IV, número 15 página 176 |
José de Caso |
Institución Libre de Enseñanza |
III En materias de' enseñanza no debe perderse de vista este principio: que la diferencia entre el hombre culto y el inculto no estriba precisamente en las cosas que ambos hacen, sino en el modo de hacerlas; y que la educación, que eleva al individuo a la primera de dichas categorías, no tiene por objeto conducirle a fines diferentes de los que a todos son comunes, sino tan sólo disponerle para cumplirlos mejor y obtener de su cultivo lo que éste no puede dar abandonado a la ventura. Quiere esto decir que la escuela debe emplear nuestra actividad durante la infancia en las mismas cosas, en los mismos objetos que han de solicitarla en adelante; que debe ser una imagen anticipada a la vida donde el niño encuentra todo, o casi todo, lo que ha de ocupar la suya cuando hombre; que es su misión, en suma, ejercitarnos y ensayarnos en el cumplimiento de aquellos mismos fines a cuyo progreso debemos más tarde cooperar; porque sin esa trascendencia para la vida, su obra es estéril y ociosa. Atenta a este principio, la Institución libre de enseñanza sustituye la educación puramente teórica por una educación predominantemente práctica, donde el alumno no se limita a instruirse sobre lo que otros han pensado y hecho hasta el fin en las diversas esferas de la actividad, sino que se habitúa a hacerlo él mismo, a fin de ser, en su día, en vez de ciego instrumento un artista inteligente de sus obras. Sin desdeñar, pues, la instrucción, que sin duda ayuda y dirige el trabajo propio con los frutos del ajeno, la subordina, no obstante, a la educación propiamente dicha, que desenvuelve en el individuo las fuentes primordiales de ese trabajo, sus facultades y fuerzas interiores, porque ni esa instrucción puede adquirirse, ni tampoco utilizarse para el arte de vivir, sino mediante el ejercicio de unos factores internos, a cuyo cargo corre el recogerla y aplicarla. Por esto, pues, mira como la base y medio principal de la educación el trabajo del niño, el ejercicio de su actividad, que la instrucción, repetimos, ayuda y dirige, pero no suple. Y así, en lo que concierne a la esfera de la inteligencia, no se preocupa, ante todo, de trasmitirle doctrinas ya formadas, que sería darle el trabajo hecho, y no educarle, sobre que es además un imposible pretender que el niño empiece por donde el hombre acaba; es decir, por las conclusiones en que los hombres han condensado y formulado la ciencia atesorada hasta él. En vez de esto, repetimos, procura que ejercite sus propias facultades en adquirir y elaborar los conocimientos que han de constituir la base de su cultura; cuyo ejercicio, sobre proporcionarle este resultado positivo, adiestra su inteligencia y la habitúa a cumplir sus funciones con la penetración y prontitud que ha menester para servir a sus fines útilmente. Y a este propósito, dicho se está que no recurre primeramente al libro de texto, que, como órgano de transmisión y doctrinas ya formadas, sirve para el que tiene algunas ideas del objeto sobre que versan las doctrinas, y sabe a qué referir las fórmulas en que éstas se resumen, pero no para el que empieza a orientarse en cada orden de cuestiones y a ensayar sus fuerzas en tal obra. Para ese, lo urgente é indispensable es recoger las impresiones de las cosas sobre que ha de levantar su primer conocimiento de las mismas, base a su vez de las más altas concepciones ideales a que en su día pueda llegar; ése, lo que ante todo necesita, es la primera materia, de cuya elaboración resulta el conocimiento, la percepción directa de las cosas. He aquí la razón de ser del método intuitivo que la Institución aplica por igual a los dos grados en que ordinariamente se divide el de la educación general del hombre, y que con razón idéntica deben extenderse a todos los restantes; que no hay motivo alguno para circunscribir su adopción a la primera enseñanza, siendo así que el método expresado no responde a ningún límite de edad o de cultura, sino a exigencias tan universales é ineludibles como el valor real del conocimiento y la intervención que es preciso conceder en su obra a la propia experiencia. Adoptar, pues, los procedimientos intuitivos, significa sustituir la educación abstracta, por una educación real, objetiva; y esto, bien se comprende que no ha de ser menos exigido para el hombre en la plenitud de la vida que para el que se halla en sus comienzos. Despertar, pues, la atención del niño hacia las cosas, para fomentar en él ese espíritu de observación, tan raro en quien se educa sin atender en primer término a las impresiones de la realidad, y sin el cual pasamos como extraños en la vida, no por falta de luz que nos alumbre, sino por falta de ojos con que verla: tal debe ser el capital resultado de la educación intuitiva. Por semejante camino, el niño puede recoger un gran número de percepciones propias sobre todos los objetos de primordial interés para el hombre culto. Y esas percepciones serán sin duda de más alto valor que las definiciones teóricas aprendidas en los textos; porque aquéllas le orientan por el pronto en el mundo en que ha de vivir, y le disponen para saber dirigirse en ese mundo mañana, mientras que éstos le apartan de él y pretenden reemplazarlo en su inteligencia con representaciones y fórmulas abstractas. Por el primer camino va de la realidad al pensamiento; por el segundo, presume venir del pensamiento a la realidad, el uno le lleva a formarse sus ideas con arreglo a las cosas; el otro a ver las cosas conforme a sus ideas. En cuanto al tránsito de esas primeras percepciones inmediatas a los más altos conceptos, excusado es decir que, dentro del plan pedagógico de la Institución, forman su parte más vasta y más compleja; porque aquellas percepciones sólo piden la aplicación espontánea de nuestras facultades receptivas, y esa espontaneidad es felizmente tan característica del niño que, aun sin la ayuda de la educación, puede dar frutos preciosos; con no cohibirla indirectamente, basta en la mayoría de los casos. Pero la conversión de las primeras intuiciones en conceptos racionales, requiere algo más que ese respeto y atención a las inspiraciones de la naturaleza: requiere una intervención más activa del arte pedagógico, para hacer que el niño someta a reflexión, siquiera elemental, sus primeras impresiones, y vaya educiendo de su fondo los elementos ideales que encierran, y que deben servir para interpretarlas y explicarlas. La reflexión, o si se quiere la observación reflexiva; he aquí el instrumento que ha de completar la obra de la observación directa; porque si esta última da el material del conocimiento, aquélla lo elabora; si la primera nos muestra la realidad, la segunda nos la razona y nos la explica. Los resultados de la una se sujetan con el concurso de la otra a una gradual evolución que los desenvuelve, perfecciona y precisa. Y entonces es cuando cabe organizarlos y formularlos en conclusiones doctrinales, y cuando tendrán valor estas conclusiones, porque servirán para presentar en cifra y compendio a la inteligencia los más complejos frutos de sus trabajos; pero si no se han hecho los trabajos, ¿de qué sirven ni qué sentido tienen su clasificación y su resumen? He aquí, pues, otro de los caracteres esenciales del procedimiento pedagógico de la Institución; es procedimiento esencialmente reflexivo, y en esto estriba que sea verdaderamente pedagógico, siendo, como es, innegable que la educación entera tiende a convertir el ejercicio espontáneo de nuestra actividad en obra reflexiva y disciplinada, hasta elevarle a la categoría de un arte. Por eso, ni tiene otro punto de partida que dicho ejercicio, ni hace otra cosa, por su parte, que promoverlo y dirigir su desarrollo. Estos principios, de donde arrancan todas las bases especiales en que se apoya el sistema pedagógico de la Institución, tienen, como bien se deja comprender, un valor general, y se aplican, por consiguiente, a la educación entera, no sólo a la esfera aquí notada. Baste observar, por vía de ejemplo, ya que otra cosa no consienten las dimensiones de un artículo, que las mismas impresiones de la realidad, que son los datos primordiales para conocerla, son asimismo la fuente ordinaria de nuestros sentimientos; que los más complejos de estos últimos son fruto del desarrollo y de la combinación de otros más rudimentarios, ligados en un principio a aquellas impresiones y hechos ulteriormente más libres, merced a su asociación con múltiples elementos ideales: y por fin, que en este tránsito, como en la esfera de la inteligencia, juega el principal papel la reflexión. Aquí, pues, como allí, la educación aprovecha el influjo de la realidad para despertar nuestros sentimientos, y promueve su desarrollo mediante su cultivo reflexivo, auxiliada naturalmente de los factores que de una manera más directa alcanzan a estimularlo, a saber: el lado estético de las cosas y las llamadas bellas artes, que le dan cuerpo y relieve. Y he aquí cómo la educación, apoderándose de todas las fuerzas del niño y ejercitándolas según las leyes naturales, puede ponerle en posesión de todos los medios interiores, y convertirle, de mero obrero mecánico, en artista de su vida, conforme al ideal que le tenemos asignado. José de Caso
I / Institución Libre de Enseñanza / Alejandro Chao
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