Filosofía en español 
Filosofía en español


Rodolfo Gil

La Enseñanza
I


Ha tiempo que esta palabra no se aparta de los labios de muchos hombres que, amantes de la prosperidad de nuestra patria, aúnan todos sus esfuerzos para elevarla a la altura que al lado de las demás naciones le corresponde.

En la prensa, en folletos y libros, en oraciones parlamentarias, en todas partes que la voz de la verdad se deja oír, esforzados campeones de la cultura, sin miras de ningún género y con ese valor que inspira al bien en perspectiva, han probado hasta la saciedad con la palabra y con la pluma, cuán necesario es a los pueblos conocer los senderos por los cuales han de caminar al templo del progreso, y a los individuos los medios con que han de cooperar a este trabajo tan digno de loa.

No es preciso, no, que nos esforcemos en patentizar una vez más lo importante que es la enseñanza, cuando a todas luces se evidencia. Su objeto no es otro que libertar al hombre de las cadenas de la ignorancia en que nació, y ponerle en vía de conseguir el fin a que se halla predestinado, mediante la noción cierta y clara de las cosas por sus causas.

Si, pues, tanto abarca el objeto referido y tan notorios son los beneficios que la sociedad que a estos principios se ajusta reporta, todos, lo mismo las tribus nómadas del desierto y los feroces salvajes da las más apartadas regiones, que los hijos de Europa, conociéndolo y comprendiéndolo, debemos tender al perfeccionamiento de las ciencias y de las artes con las fuerzas de que podamos disponer, puesto que los hechos así lo piden, y los hechos son el lenguaje más elocuente de que se vale la especie humana para la demostración de una verdad.

¿Queremos el desorden y la intranquilidad en el hogar doméstico? ¿Queremos la irresponsabilidad a las leyes que la recta razón nos impuso y que se hallan grabadas con caracteres indelebles en nuestra propia conciencia? ¿Queremos el rompimiento de los estrechos e indisolubles lazos que unen a los padres con los hijos y a los hijos con los padres? ¿Queremos la rebelión contra los poderes constituidos y por ende la anarquía, el desquiciamiento social, el caos? ¿Queremos, en fin, la representación de aquellas palabras de Hobbes, “el hombre es un lobo para el hombre?” Prescindamos de la enseñanza. Sin ella no se nos reconocerán, ni reconoceremos, derechos ni deberes, y el salvajismo regirá nuestras acciones, si regencia puede haber allí donde la razón está como adormecida, bajo la atmósfera de la más crasa ignorancia. En este caso, ¿quién tendría la audacia de llamarse racional? ¡Ah! ¡Que descender a la condición de máquinas automáticas fuera cosa harto degradante para nosotros!

Es extraño que apenas se atienda a la instrucción en algunos países, entre los que tiene la desgracia de contarse el español, cuando su estudio debiera ser el tema constante de los Gobiernos y la aspiración eterna de las naciones, toda vez que con él se resolverían problemas, cuya trascendencia es de todos conocida.

Mucho se ha escrito acerca de las huelgas obreras y del caciquismo imperante en el campo de la política, e innumerables son también los medios propuestos para concluir con las unas, y arrancar de raíz el otro; pero aún no se ha encontrado remedio para ninguno de los dos males, y seguramente habría de dar más felices resultados la instrucción de la clase trabajadora. Sólo así terminarían de una vez el despotismo de los de arriba y los motines de los de abajo, al verse oprimidos por fuerzas superiores, difíciles de contrarrestar, y alentados a la subversión por los que se complacen en el mal ajeno y que únicamente con el afán de figurar se arrogaron la jefatura de ese puñado de hombres que apenas tienen conocimiento de los primeros principios.

En la cultura de un pueblo muere la coacción que se intentara ejercer sobre sus habitantes. Luchamos, pues, por la verdad y el bien, que si entrambos son el lema de nuestra bandera, nuestro será el triunfo y no habremos hecho otra cosa que cumplir con uno de los deberes más sagrados del hombre.

No olvidemos nunca que el poderío y la supremacía de los pueblos están basados en su ilustración y que, mientras en España no se perfeccionen las ciencias y se engrandezcan las artes, viviremos en absoluta conformidad con aquel escritor que dijo que el África comenzaba en los Pirineos.

Rodolfo Gil.



Diario de Córdoba
Córdoba, sábado 31 de octubre de 1891
año XLII, número 11.848
primera página

Rodolfo Gil

La Enseñanza
II


Ahora bien: en el gran libro de la historia se nos ofrece una página llena de valiosas firmas, un mar inmenso cuajado de perlas, a las que con su pluma dieron forma real concienzudos escritores. Yo podría dar mi ejemplo sobre este punto o dejar, como una gota de agua, allí donde tantos otros, ocupándose de los defectos de que adolece la enseñanza en nuestra querida patria, derramaron los torrentes nunca agotados de su fecunda inteligencia.

Es verdaderamente triste que los poderes públicos no hagan desaparecer esos puntos negros que tanto afean y empañan en el otra época diáfano y hermoso horizonte de nuestra cultura.

Dícese que marchamos con paso firme por la senda del progreso. Y ahora se me ocurre preguntar: ¿en todo, absolutamente en todo progresamos? ¡Ah! ¡Bien se conoce que estas frases se profirieron (porque no pudo menos de ser así) en aquella dichosa edad, y siglos dichosos aquellos en que el turno de los partidos en el gobierno de la península no desvelaba a los hombres, los cuales, pensando con rectitud y aplomo, anteponían el bien de las muchedumbres al suyo propio, y echaban los cimientos primero que levantar el edificio!

Países hay en que el Ministerio de Instrucción pública está separado del de Fomento, y lo creemos razonable, porque si a los muchos asuntos que bajo la dirección de este se hallan, unimos la desgracia de dar con poco menos que una nulidad en cuestiones administrativas, resaltará, como consecuencia lógica, que lo útil, lo beneficioso, lo importante para la nación española, duerme tranquilamente el sueño de los justos en el rincón del olvido; que todo se pospone a la política de parentela, aun aquellas cosas de que más necesidad habemos; que en nuestros días el refrán “muchos amenes llegan al cielo” es falso, y que las manchas continúan harto visibles, sin que se encuentre al paso un alma caritativa que, desconfiando de los propósitos de la enmienda, se decida en el acto a borrarlas por completo.

Ya vendrá, ya vendrá, ya vendrá, decimos con los niños de la Nochebuena, y entretanto semejante estado de cosas y personas no varía. ¡Se está muy cómodamente en una poltrona ministerial para acordarse de las miserias humanas!

Las aulas de las Universidades carecen de suficiente capacidad para contener el número considerable de alumnos matriculados, que a pesar de llamarse a boca llena Bachilleres en artes, salieron de los Institutos sin saber declinar musa musae, siquiera en compensación de esto (que lo ignoran, porque –según, ellos– el latín para nada sirve) se encuentran con ánimo y fuerzas para decir a todas las horas del día que la campana de los buzos es la mayor que existe en el mundo y que, juzgar por lo que refieren los toledanos, se oye a dos leguas de distancia. ¡Lástima que a tales físicos no se les concediera alguna gran cruz! Y no es extraño tampoco oír a cualquier chico con pretensiones de historiador que el emperador romano Calígula se llamó así porque padecía de callos y le dominaba el quinto pecado capital. ¡Qué porvenir más risueño para las ciencias y para las letras! ¿Y creerán ustedes, como es natural, que a tales premisas tales consecuencias: esto es, que el que piedras sembró piedras recoge? Equivocación completa. El físico y el historiador y otros que se les parecen mucho son hijos, parientes o recomendados del Ministro X o del Conde Z, y al terminar el curso salen de los centros con sus calificaciones de sobresaliente en todas las asignaturas. Alumnos oficiales hay que ni siquiera han saludado las portadas de los libros, y a pesar de todos los pesares, únicamente por su asistencia diaria a las aulas obtienen lo que ni en sueños pudieron ver, mientras para otros se despliega en los exámenes un rigor que debiera ser general, y no efecto de antiguos odios, de ocultas venganzas en que la mayor parte de las veces paga el inocente lo que otro rompiera, o de exagerados egoísmos que nacieron al calor de un sentimiento pueril. De clases se sabe en las que el profesor no ha señalado libro de texto alguno, o lo ha rechazado, porque sola y exclusivamente campeen sus explicaciones, que si las da por escrito en forma de apuntes, a la cuarta copia no las conoce ni su autor; y si de viva voz es consiguiente que los alumnos, por los dotados de memoria […] ocasiones confusos […] o ninguna claridad de los conceptos que el catedrático emite, conceptos tan embrollados que ni el mismo que los conciba los entiende, abandonen a diario la Universidad con el mismo caudal de conocimientos que entraron en ella. Y esto cuando entran; que los más viven paseando y divirtiéndose todo el curso para, al fin y a la postre, obtener un triunfo sin preceder batalla, una corona sin haber hecho méritos; mas ¿cómo obrar? Estaban a favor de la parte don Fulano y don Mengano, personas que gozan de gran influencia y que los habían elevado a los puestos que ocupaban, y la gratitud obliga. ¡Miserable humanidad! Aprovecho esta ocasión para tributar el más justo elogio a una de las figuras más salientes del partido liberal, al Ministro de Fomento, que fue Excmo. Sr. Conde de Xiquena, que llevado de su celo por la prosperidad de la enseñanza, dictó enérgicas disposiciones contra los abusos denunciados, que hubieran acabado de una vez si el profesorado en masa hubiese cooperado a esta gran obra y sacudido el favoritismo que todo lo invade y del que no puede sustraerse, por imponérselo personas a quienes son deudores de la posición que disfrutan.

Si a lo dicho se añade la poca edad que los directores de los centros de segunda enseñanza requieren para el ingreso de los jóvenes en ellos, la excesiva extensión de los libros de texto y otras muchas cosas que, a enumerarlas una por una, no acabaríamos nunca, es indudable que la enseñanza tiene graves defectos que corregir y reformas radicales se hacen necesarias. Y esto es lo que atañe a la enseñanza oficial, que en la libre, resaltan algunos errores que precisa subsanar, dicho sea de paso; tales son entre otros, la desproporción que existe entre las dos convocatorias, legalmente establecidas por el Gobierno y a título de limosna, en lo que debiera ser más pródigo, porque nada hay que atente más a la libertad de la inteligencia que privar al alumno de dar validez académica a sus estudios, cuando a bien lo tenga. Y falta la dicha proporción porque, mientras para unas se dan nueve o diez meses de anticipación, en cambio para otras no se concede tiempo para calcular lo que podrá aprender en dos meses que median entre Julio y Septiembre.

Seguro estoy de que nuestro gobernantes solícitos únicamente en los asuntos que a ellos particularmente interesan, no se han de ocupar poco ni mucho de cuestión tan importante como la de que trato. Pero ¿hemos de ver sin protesta los abusos que se cometen por los que debieran tender con todas sus fuerzas a la prosperidad de nuestro país? No y mil veces no. Grandes son los perjuicios que, de no obrar conforme la razón y la recta justicia exigen, se irrogan al individuo, a la familia y a la sociedad. Por esto, antes de que cunda el desaliento entre los pocos buenos estudiantes que quedan; antes que los defectos se aumenten y las consecuencias se deploren, alcemos nuestras voces todos, que nuestra petición es la petición del derecho y de la ley, es la petición justa y digna de un pueblo que por las tolerancias y las indiferencias, ve morir a sus maestros de hambre; ve perdido aquel prestigio que sus hijos alcanzaran en mejores tiempos; verá, si el mal no se remedia, agostarse en flor la actividad de esos jóvenes de hoy, dados al estudio y entusiastas por la verdad, llamados a ser el consuelo de sus familias, la esperanza de la patria y la gloria de las Universidades, de que fueron sus más preclaros alumnos.

Rodolfo Gil.