Filosofía en español 
Filosofía en español


Rodolfo Gil

Discurso necrológico en la velada que en honor del inmortal poeta don José Zorrilla celebró el Ateneo de esta capital el día 8 de febrero de 1893


¿Qué sucede, señores? El sentimiento embarga los corazones todos; la más sincera admiración y el más profundo respeto dejan suspenso el ánimo y fija la mirada en la capital de la nación.

¿Qué hay allí? ¿El cadáver de un octogenario? ¿Y por qué esa extrañeza? ¿Por qué la prensa, fiel instrumento de que se vale la fama para llevar del uno al otro confín de la tierra los hechos y las personas, dedica sus columnas a la memoria y alabanza de un anciano, y el pueblo llora y se descubre al paso del fúnebre cortejo, y la infeliz España rasga sus vestiduras, cubre de ceniza su cabeza y viste rigoroso luto? De admirar es, señores, que esto acaezca en la última década de nuestro siglo, «el siglo de la duda, el siglo de la demolición, el de los ideales no satisfechos, el de la transición hacia épocas de nuevas y positivas afirmaciones, el de las vagas e indefinidas promesas de una España que será,» mucho mas tratándose de un poeta, palabra que en el sentir de la presente generación es sinónima de holgazán vagabundo, o mejor, de tonto, que no ha sabido aprender la para nuestros coetáneos verdadera ciencia de hacer dinero.

¡Murió el hombre: el genio vive! Sí, vive entre nosotros y nos ilustra y deleita con sus hermosas cantigas, y eleva nuestras almas a Dios, del que procedemos y al que hemos de ir, y enardece y despierta nuestros corazones con su vibrante voz de patriota. ¿Quién no conoce a Zorrilla? A su amada España y a nosotros los españoles, sus hermanos, ha consagrado la vida entera, cantando y sufriendo, y la madre tierra le ofrece un lecho, en el cual descansará hasta el último día de los tiempos el cuerpo venerable que encerró una imaginación siempre viva y espléndida y un alma de niño, pensadora y grandilocuente.

Perdona, rey de los poetas, si mi voz desautorizada y juvenil hace tu justo encomio. ¡Te veneramos tanto los cordobeses, que no podemos sustraernos a rendir pleito homenaje a tu memoria! Pero no menos que el ilustre poeta que venimos a llorar, ha de prestarme su benevolencia, para mí tan necesaria cuanto que soy el más ignorante de todos y esta es la vez primera que hago uso de la palabra hablada, el ilustrado auditorio que me escucha. Cuelgo en los sauces de la ribera mi lira malsonante y rehúso, copiando la frase de un inspirado poeta sevillano, a cantar o apedrear una tumba que debe ser respetada y bendecida.

He puesto sobre mis débiles hombros esta pesada carga, tal vez desconfiando en mis propias fuerzas, para desvanecer el error y desmenuzar la especie propalada en el comienzo de esta sociedad por amigos (al menos yo siempre los he considerado tales) por amigos –repito– que tienen la suerte o la desgracia de juzgar por espejismo, nunca por lo que la realidad de las cosas les ofrece.

Congratúleme sobremanera de hallar ocasión en que probar con mis actos cómo no soy enemigo de los Ateneos ni de sociedades análogas. No es la primera vez que manifiesto mis ideas en este sentido, ideas que, encarnadas en la naturaleza y modo de ser de estas instituciones, llevan, mirándose en el espejo fiel de la experiencia, el convencimiento al ánimo, y el amargo pesar, cuando se tuercen los derroteros.

Laudable es por demás honrar la memoria de los muertos, y nobilísimo y aún más digno de loa perpetuar un nombre y una reputación legítimamente adquiridos, y hundir la frente en el polvo, en testimonio de admiración profunda al genio. Sí, señores: Zorrilla fue el genio de la poesía en nuestro siglo y el Ateneo, reconociéndolo así al iniciar y llevar a cabo esta velada necrológica, merece plácemes entusiastas del ilustrado y sensato público de Córdoba, ciudad para la que tuvo Zorrilla frases de cariño, y que en años anteriores admiró y aclamó al poeta coronado en la ciudad del Generalife, y hoy recuerda con dolor y siente al cantor de España difunto.

Antes, empero, de pasar al estadio del poeta, conviene hacer ligeras consideraciones acerca de la poesía. A nadie, ciertamente, se oculta que la poesía tiene por objeto la expresión de la belleza mediante la palabra rítmica; y como la belleza sea objeto propio y adecuado de la sensibilidad, esta potencia anímica influye más directa y poderosamente que las otras dos que conocemos en la manifestación de la belleza. De aquí que si en ella ha de haber mezcla de idealismo y realismo, necesario es que predomine el primer elemento citado, ya que viendo las cosas del lado material, escuetas, desnudas, tales como son en sí, el ánimo decae y las ilusiones que forjóse en el principio se desvanecen como sombras que temerosas huyen al despertar del día.

Ved, pues, cómo Zorrilla, sosteniendo la preponderancia del elemento idealista y la tendencia de instruir deleitando con suavidad, es un verdadero poeta, es más que esto: el poeta nacional.

Y me diréis ahora: ¿Poeta nacional? ¿Puede haber poesía nacional? ¿Qué caracteres indelebles hemos de requerir para que esta clase de poesía tenga existencia real? Del estudio de nuestra historia, de nuestras costumbres y sentimientos se desprenden. No de ahora se distinguieron los españoles por su patriotismo y su amor a la religión de sus antepasados, y por la patria pelearon y vencieron en cien campañas, y al fuego de la fe que ardía en sus corazones, y a la vista de la enseña del Crucificado en sus estandartes y banderas, llevaron a feliz término gloriosas empresas.  ¿Ha cantado Zorrilla las creencias de su pueblo y las virtudes de sus héroes?

«He tenido presente –nos ha dicho– dos cosas: la Patria en que nací y la Religión en que vivo. Español, he buscado en nuestro suelo mis inspiraciones. Cristiano, he creído que mi religión encierra más poesía que el paganismo. Español, tengo a mengua cantar himnos a Hércules, a Leónidas, a Horacio Cocles y a Julio César, y abandonar en el polvo del olvido al Cid, a don Pedro de Ansurez, a Hernán Cortés y a García de Paredes. Cristiano, creo que vale más nuestra María llorando, nuestra severa Semana Santa y las suntuosas ceremonias de nuestros templos que la impúdica Venus, las nauseabundas fiestas Lupercales y los vergonzosos sacrificios de Baco y Plutón.»

Y basta, para comprender que la aseveración es certísima, tender una rápida ojeada sobre sus escritos, especialmente sobre sus Cantos del Trovador, Recuerdos y fantasías, Vigilias del estío, Margarita la Tornera y tantas otras, en las cuales se advierte fecunda verbosidad, fácil, espontánea y rica versificación, sentida ternura, descripciones brillantes y ante y sobre todo maravilloso dominio de nuestro idioma.

Bien quisiera expresar, señores, «todos aquellos pensamientos que bullen en el cerebro al fuego del entusiasmo, ni más ni menos que en la férrea caldera bulle el agua al calor de los sarmientos encendidos en la hornilla, y todas las simpatías que el alma henchida de amoroso respeto experimenta dentro de su ser.»

Pero ante las manifestaciones supremas del espíritu; en presencia del hombre al que solo faltaba morir para que la inmortalidad escribiese en áureas páginas su nombre; ante la figura rígida y venerable del anciano que en nuestro siglo llegó a ser en popularidad e inspiración lo que Víctor Hugo en la nación vecina, se paraliza mi lengua y no queda otro recurso que levantar los ojos al cielo y exclamar: ¡Dios existe, porque vemos los destellos de su eterna inteligencia!

Ha muerto el último representante de la escuela romántica en el siglo XIX, pero no el romanticismo. El carácter español está en perfecta consonancia con la escuela supradicha, pese a bastardas influencias que han transformado nuestras costumbres y modo de ser, embotado el sentimiento, borrado del alma toda idea de religión y arrojado el cerebro en un caos de sombras y duda.

De la horrible convulsión social conocida en la historia con el nombre de Revolución francesa, vino el afán de innovación a nuestra patria, y sus ideas en literatura, ciencias, artes e idioma fueron invadiendo y talándolo todo, cual si en ellas alentase el espíritu de los bárbaros del Norte.

España, abandonada a la molicie y a la inercia, y víctima de una corrupción general, parecía dormir el sueño de la muerte. Perdido el valor, en confusa y efervescente amalgama las ideas, no existiendo el patriotismo sino en el nombre y desconocido el lenguaje, la Providencia nos presentó a Zorrilla en aquellas épocas de constante agitación como el astro de mayor potencia que al mundo traía la excelente misión de calmar la tempestad y disipar las tinieblas de aquella noche interminable.

¿Su vida? Fuera pecar de indiscreto y poco prudente citar hechos y fechas de todos conocidas, mucho más cuando sus afectos y sus acciones pueden compendiarse en estas dos palabras: Cantar y sufrir.

Todos a una somos sabedores de su nacimiento en 1817; de su marcha a Madrid el 27; de su tenaz oposición a los estudios; de su presentación el 37 en el cementerio madrileño ante el cadáver de Larra, y de sus privaciones, y de sus dudas hasta acertar la cuerda que había de pulsar en su lira juvenil y entusiasta, y últimamente, como fecha memorable, de su coronación en Granada por el rey y por el pueblo. La prensa nos lo ha dicho, la prensa ha llenado sus columnas con curiosidades acerca de su vida privada y pública y ha rendido pleito homenaje a la memoria del poeta leyendario, y la prensa en vida abogó porque se le concediese una pensión vitalicia, que, gracias a la iniciativa, generosidad y protección de ilustres damas, fue un hecho en el último periodo de su vida.

Poeta el más popular de España, ¿quién no le conoce? ¿Quién no le ha admirado en Don Juan Tenorio? ¿Quién no se ha descubierto con respetuosa veneración ante los personajes fantásticos o reales a quienes encomendaba la ejecución de sus obras? ¿Quién no ha lanzado gritos de entusiasmo y se ha solazado con sus Recuerdos del tiempo viejo, con su Leyenda del Cid, con su Álbum de un loco, y sus Ecos de las Montañas? ¿Quién no ha sentido hervir la sangre árabe en las venas leyendo sus ardientes Orientales, dotadas de la dulzura, cadencia y música de las kábsidas y gacelas de los hijos del desierto, saturadas de amor y poesía y animadas por el espíritu caballeresco ingénito en los españoles?

Zorrilla no ha muerto. Vive en el corazón y la memoria de los españoles; vive en la generación presente como ha vivido en las anteriores y vivirá en las futuras, mientras quede un solo hombre que hable el castellano.

«Zorrilla –concluyo con un escritor– es una figura que no cabe en los moldes de imaginación alguna, por genial que sea. Solo él ha llenado el mundo de literatura nacional durante larguísimo periodo, y al desaparecer de entre los vivos deja un rastro de luz que iluminará eternamente la poesía castellana.»

He dicho

Córdoba 9 de Febrero de 1893.




Diario de Córdoba
Córdoba, lunes 12 de febrero de 1893
año XLIV, número 12.282
primera página

En un lugar preferente del número de ayer, dimos cabida a algunos conceptos coordinados del discurso necrológico que en la velada del Ateneo en honor de Zorrilla pronunció en la noche del miércoles último nuestro joven e ilustrado amigo señor don Rodolfo Gil, en la imposibilidad de trascribirlo íntegro por falta de medios taquigráficos.