Filosofía en español 
Filosofía en español


Una interview con la Sra. Pardo Bazán

Una gran escritora española en París.
Sus ideas sobre nuestros novelistas, nuestros poetas y nuestros autores dramáticos.

Un reporter del periódico parisiense Le Soir, que firma sus trabajos con el nombre de Lorenzi de Bradi, ha celebrado una interview con la eminente autora de La Tribuna a su llegada a París. Juzgando de interés los juicios emitidos por la Sra. Pardo Bazán, los traducimos con gusto.

He aquí el trabajo del reporter de Le Soir:

«He tenido el honor esta mañana de visitar a la señora Pardo Bazán, que desde ayer se encuentra entre nosotros. Largo rato tuve el placer de hablar con la célebre escritora española, y de sus palabras conservo un grato recuerdo.

Siendo aún muy joven escribió una obra admirable, fruto de una labor penosa realizada en las soledades de la Coruña, que tuvo un éxito universal; me refiero a la admirable Vida de San Francisco de Asís.

Es un monumento perdurable, erigido por un alma poderosa. Al concluir estos austeros estudios en que su pensamiento parecía adormecerse, penetrado por los delicados perfumes de una vida ideal, D.ª Emilia Pardo Bazán, arrastrada por la fiebre del naturalismo, que entonces nacía impetuoso, aportó a las nuevas ideas la fuerza de su talento y de su influencia en el mundo académico y religioso.

Combatió heroicamente por la nueva escuela, nacida entre clamores y duros ataques. La Sra. Pardo Bazán, a quien se daba el nombre de «Santa Teresa,» por habar escrito su Vida de San Francisco, despertó con sus trabajos gran indignación en España, país fanáticamente sujeto a los horrores de una fe tenebrosa. No desmayó un momento. Sus artículos fueron después coleccionados en un interesante volumen, La cuestión palpitante, que ofrece notables cualidades críticas.

Pasada la tormenta de las polémicas, serena, ya doña Emilia Pardo Bazán publicó La Tribuna, novela ajustada al procedimiento naturalista.

Es un hermoso libro, en el cual no puede reprocharse nada al gusto de las descripciones que lo adornan. A ésta han seguido otras novelas. Hoy puede decirse que la Pardo Bazán es quizá el escritor más célebre de España.

Hice a mi ilustre interlocutora breves preguntas sobre cosas del pasado. Después hablamos del presente, refiriéndonos en particular a la literatura.

La Sra. Pardo Bazán, que tiene un pronunciado espíritu ecléctico, comenzó afirmando que nuestra literatura ejerce una grande y dichosa influencia en la literatura española. Por modestia, sin duda, guardóse la Sra. Pardo Bazán de agregar que nuestros escritores deben mucho a su actividad y a la pasión que tiene por sus obras.

—¿Y las novelas?

—Vuestras novelas –contestó– están en baja, porque son demasiado perfectas y demasiado abundantes. Me gustan mucho los libros de Daudet y Guy de Maupassant. No me canso nunca de leer a Flaubert. El naturalismo en la actualidad está casi caído. Anatole France, escritor exquisito, mordaz y violento, a pesar de su serenidad aparente, no simpatiza en nada con mis ideas religiosas.

Temo por el porvenir.

Me atreví a nombrar a M. Joris Karl Huyssmans, y la ilustre escritora dijo:

—Su misticismo erótico me ha llamado la atención y me ha dado miedo. ¡Qué bajezas en La bas! Me gustan más sus últimos libros. En route y La Cathedrale. Este prodigioso artista, que es vuestro más consumado estilista, no podía dejar de venir al catolicismo.

Los más grandes poetas de nuestra época están, a mi juicio, en Francia. Censuró a algunos su sequedad. Soy entusiasta de Verlaine; es sublime. Sus rimas están impregnadas de tal gracia ideal, que se pregunta si realmente ha conocido la vida este poeta. Me seduce, sobre todo, por sus sentimientos religiosos, embalsamados con aquella pureza sagrada que baña a los grandes espíritus caídos en el campo de la fe. Entre Verlaine y San Francisco de Asís, hay afinidades misteriosas. Este santo nos ha dejado tres poesías; semejantes son los poemas de Sagesse y de Liturgias íntimas; el poeta las evoca con las dulzuras de un corazón sostenido sin flaqueza, en que jamás mordieron los rencores de nuestra humanidad.

Verlaine atravesará los siglos; no puede perecer. Su verbo tiene demasiada elevación para que pudiera caer un día en el olvido. Le considero como uno de vuestros más grandes poetas, y le coloco al lado de Víctor Hugo, de Lamartine, de Musset, de Vigny.

Me deleitan los Trofeos sonoros de José María de Heredia, cuya forma impecable no flaquea nunca. Hay en ellos más vida, más fibra que en los poemas de Leconte de Lisle. Este poeta no me ha satisfecho nunca. Es demasiado retórico, demasiado grosero y no tiene verdadera grandeza. Su pretendida serenidad es soberanamente fastidiosa.

Jean Richepin es admirable por su rico vocabulario.

Me agrada bastante la sutileza de Sully Prudhomme:

Hay muchos otros que tienen cualidades, arranques que yo aprecio en todo su valor.

Hablamos de Mallarmé y la Sra. Pardo Bazán me replicó:

—He intentado leerle, pero es impenetrable. En su género es sin duda un gran poeta.

Desde el principio de este siglo no ha habido en Francia grandes autores dramáticos. Me agrada un poco el teatro de Víctor Hugo.

No rechazo el vigor dramático de Alejandro Dumas (padre), cuyos dramas son hasta hoy los mejores. Sardou interesa; pero ¿dónde está su inspiración? A mi juicio, en el teatro la inspiración es lo principal. La maestría es poca cosa. Con vuestra ciencia dramática llegáis a agradar momentáneamente, y eso es todo. El olvido viene inmediatamente. En el extranjero gusta vuestro teatro porque está bien hecho, y sobre todo, porque su alegría, su aspecto cómico excita la curiosidad, sin interesar vivamente.

En la actualidad el más grave defecto del teatro francés es su pobreza de ideas.

Vuestro país ha aclimatado a Ibsen, y ha hecho bien. Así se podrán excitar las ideas. Sus obras son siempre, a pesar de algunas oscuridades, robustas y sorprendentes. El espectador concienzudo no puede tener repugnancia a este teatro en que se advierten muchas veces las vibraciones del genio.»

Lorenzi de Bradi termina su artículo con algunas breves noticias de la conferencia dada en la «Sala Charras» por la Sra. Pardo Bazán.