Revista Cubana
La Habana, marzo de 1892
Director: Enrique José Varona
tomo XV, páginas 233-247

José Miguel Guardia

Filósofos españoles de Cuba

Félix Varela, José de la Luz

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Con el título que precede ha publicado un interesante y extenso estudio la acreditada Revue Philosophique, que en París dirige Mr. Th. Ribot. Dicho estudio ocupa 36 páginas de mucha lectura, en los números correspondientes a los meses de Enero y Febrero del presente año, y lleva al pié el nombre del bien conceptuado escritor y critico J. M. Guardia. A nosotros que, por cartas particulares, conocíamos las impresiones experimentadas por Mr. Guardia, cada vez más favorables al valer de nuestros filósofos a medida que iba conociendo sus vidas y sus obras, no nos sorprende que en el juicio que de ellos formula domine la nota encomiástica, siempre fundada y razonada. A fuer de cubanos, llénanos de satisfacción este justo reconocimiento del mérito de nuestros compatriotas, alcanzado en la capital de la ilustrada nación francesa, por medio de juez tan competente y autorizado cual Mr. Guardia. Nos proponemos dar a conocer dicho trabajo, vertiéndolo a nuestro idioma, sin omitir la introducción que le precede, aun cuando en ella observemos alguna inexactitud de detalles de poca importancia. – A. Z. [Alfredo Zayas] [234]

En menos de un trienio ha producido España tres obras notables por el valor de que dan prueba sus autores, al decir amarguísimas verdades a su patria. La primera por su fecha es España tal cual es, publicada en francés (París 1887); la segunda se titula Los males de la patria y la futura revolución española, y la tercera y más reciente Plus Ultra. Estas se editaron en Madrid durante el año pasado. El autor de la primera lo es un publicista catalán, Valentín Almirall; el de la segunda un ingeniero, L. Mallada, y el de la tercera un médico, J. M. Escuder. Sea cual fuere la divergencia de miras y de principios, los tres escritores tienen comunes tendencias, y sus conclusiones son con poca diferencia las mismas; que un pueblo que ha vivido mal en el pasado, no debe, si quiere subsistir, inspirarse en una tradición detestable. Este acuerdo impremeditado es de buen augurio: se le puede considerar como un síntoma favorable en un estado patológico de los más graves.

El publicista catalán ha buscado las causas del mal, y sin remontarse hasta el diluvio, ha visto con claridad en el descubrimiento de América la fuente principal de esas inmensas calamidades que han empobrecido, aniquilado y arruinado a la nación más favorecida por la suerte. Nada es más cierto, si se reconoce además que España ha hecho extensivo a sus posesiones ultramarinas, y agravándolo, el régimen conque había de destruirse a sí propia, y que ha tratado a sus colonias como lo hiciera la Inquisición con sus herejes. La mayoría de las repúblicas de la América española revelan por su existencia precaria, sus lentos progresos y su fratricida anarquía, la perniciosa influencia de la antigua metrópoli. Pudiérase compararlas a esclavos emancipados que no saben ser libres. España, que no las preparó para la libertad, ha tenido que resignarse a vivir sin los recursos de esas regiones del nuevo mundo, perdidas para siempre; pero también se han perdido las duras lecciones de la experiencia. Las colonias que aún le quedan se explotan por el régimen tradicional de sistemática corrupción y de autoridad sin límites. En las Antillas, en las Filipinas, y en otras partes, los gobernadores militares gobiernan cual sátrapas; secundados por los frailes. La situación es peor que bajo el absolutismo monárquico representado por Fernando VII. Consideradas [235] entonces como provincias del reino, las Antillas españolas miraban a España como a la Madre-Patria, y no como a una madrastra. La tiranía que las oprime, a partir de la Constitución de 1837, fomentó el espíritu de rebeldía y mantuvo el fermento revolucionario, que pudiera producir tarde o temprano la independencia, si es que no produce la anexión a los Estallos Unidos del Norte. No cabe dudar del resultado, quizás más próximo de lo aparente.

La definitiva abolición de la esclavitud en los Estados Unidos después de la guerra de Secesión, dio un golpe de muerte al abominable comercio negrero, por tanto tiempo floreciente en Cuba. La división de los habitantes de la isla en dos partidos, español y cubano, acaso no tenga otro origen. Al primero le acompañan la tradición y la autoridad, al otro, más numeroso, la justicia y las esperanzas. Si es suyo el porvenir, no debe ni puede contar mas que con sus propias fuerzas. El poder discrecional de los capitanes generales, o gobernadores militares, no tendría razón de ser sin ese núcleo de descontentos, constituidos, por una mayoría. Los españoles que van a hacer fortuna en las Antillas se preocupan poco del porvenir de la sociedad cubana; y España tiene pésima opinión de los cubanos descontentos de la marcha de las cosas en la más hermosa de las islas. Los presupuestívoros de Madrid los miran como Espartanos a ilotas. Esta antipatía se manifiesta en los escritos de los publicistas españoles que se dignan ocuparse de la gallina de los huevos de oro; y los cuales a fuer de economistas de peso, sesudos y serios, toman, como suele decirse, del embudo lo ancho, y afirman que la autoridad jamás se equivoca. Infinitamente más triste es confirmar que los literatos de España siguen las huellas de los políticos: casi todos estos caballeros de la pluma tratan a los cubanos con altanería, dureza, crueldad o injusticia, que acusan el propósito de desdeñar o desconocer a los hombres más distinguidos y más notables de la gran Antilla. Aun cuando abundasen en España talentos excepcionales, sería difícil perdonarles ese sistemático desdén, pues, al fin y al cabo, en Cuba se escribe y habla el castellano, y sus escritores y poetas tienen idénticos derechos a los de sus colegas de la península: la literatura de las colonias es inseparable de la metropolitana. Ramos hay de las letras, en los cuales el historiador, falto [236] de materiales en la península, tendrá que buscarlos en las colonias. En filosofía, por ejemplo, es tan pobre España desde fines del siglo XVI, que solo débiles ensayos podría presentar para la historia del pensamiento libre y original, porque sus pretensos filósofos son en realidad meros compiladores, copistas o plagiarios; mientras que la isla de Cuba, único país de la América latina donde se haya filosofado seriamente en el siglo presente, puede vanagloriarse de haber producido media docena de filósofos y una escuela filosófica siempre próspera.

Que la filosofía haya arraigado en Cuba, y no haya podido aclimatarse en España, es punto digno de examen. Este examen será el objeto de este estudio, y para evitar que se pierda en vagas generalidades, lo ceñiremos y concretaremos evocando un corto número de personalidades, que harán ver cómo se implanta en Cuba a despecho de las circunstancias, y como aborta en España tras múltiples tentativas de aclimatación. Sin inmiscuirse en el tratamiento, la etiología puede sugerir conjeturas útiles para el pronóstico. Una observación de medicina psicológica no constituye una consulta médica.

I
El iniciador

Mientras se piense en la isla de Cuba, se pensará
en quien nos enseñó primero a pensar.
(José de la Luz, carta de 20 de Abril de 1840.)

Los lectores de la Revue conocen ventajosamente el nombre del Sr. Varona. Profesor de filosofía y filósofo, la enseña en la Habana libremente, sin carácter oficial. Sus Conferencias filosóficas constituyen un curso completo de filosofía elemental. En la lección primera de lógica, ha trazado un ligero esbozo histórico de la enseñanza de la filosofía en su país, con emoción que descubre su profunda deferencia hacia los maestros de quien es continuador. La afición a esos estudios [237] persiste en algunos cubanos de valer, a pesar del espíritu industrial y mercantil, en un ambiente poco propicio al culto de la sabiduría, bajo la mirada vigilante de una administración inconveniente, cuyos jefes tienen facultades de dueños absolutos. Basta nombrar a los procónsules Tacón y O'Donnell, cuyo gobierno arbitrario y despótico coincidió con el movimiento filosófico más intenso de Cuba. Sería curioso estudiar el origen de estos hechos, y a los filósofos cubanos corresponde ese estudio genealógico. Entretanto, y a falta de datos precisos, es dable suponer que su feliz concurso de circunstancias favoreció la generación de un producto que no había figurado nunca entre los frutos coloniales. España absolutamente figura en esto, ¿como hubiera llevado a Cuba lo que por completo le faltaba? Los filósofos cubanos nada adeudan a España, ni tampoco a la América española. Quizás no han dejado de influir los Estados Unidos de la América inglesa; pero de la Unión Americana Cuba no podía recibir otra cosa que un hálito de libertad y el ejemplo de la emancipación. En esta proporción debe tomarse en cuenta la influencia de la América del Norte, pero es indispensable hacerlo porque a ella han pedido asilo los cubanos proscritos. De ahí un poderoso lazo entre ambos países; de ahí las veleidades y tentativas anexionistas.

La revolución americana había preparado los espíritus para la revolución francesa, la cual a su vez debía provocar la serie de insurrecciones que terminó con la emancipación de las colonias españolas. La misma España presa del contagio, después de haber salvado su independencia, pareció querer conquistar su libertad. Tal fue por lo menos el móvil de los constituyentes de 1812, cuya generosa iniciativa no tuvo resultado duradero, porque la Santa Alianza alarmada, encargó a Francia el realizar en España aquella restauración del absolutismo de que se congratuló en sus Memorias el pobre Chateaubriand como de un gran suceso político. El congreso de Verona era el corolario del de Viena. Tal vez sin aquella necedad criminal, España no habría alcanzado los malos tiempos y los sucesos vergonzosos que siguieron a la muerte de Fernando VII.

Sea lo que fuere, Cuba obtuvo beneficios de los grandes acontecimientos de Europa, después de la Revolución francesa, y desde los [238] últimos años del siglo XVIII pasó de la vida material y vegetativa a una actividad mental que había de transformarla. La iniciativa de ese memorable movimiento corresponde en mucha parte a la Sociedad Económica de Amigos del País, nunca demasiado elogiada, puesto que merced a esa asociación de patriotas ilustrados y decididos, ha tomado un nuevo sesgo la historia de Cuba. Circunstancia que favoreció considerablemente los esfuerzos de esos celosos ciudadanos, fue la rebelión general de las colonias españolas contra la Metrópoli.

España trató a Cuba con una política hábil, que contribuyó mucho a mantenerla fiel. El recuerdo de aquellos días de agitación hace más amarga a los cubanos la política inaugurada en 1837. La acertada elección de las Autoridades civiles y eclesiásticas pruebe que España deseaba merecer el afecto y el agradecimiento de los insulares. Todavía dura en Cuba el recuerdo del Obispo Juan José Díaz de Espada y Landa, que tenía buena inteligencia y gran corazón. Este hombre de bien fue uno de los principales promovedores de la instrucción pública en Cuba, y especialmente de los estudios filosóficos. A él debió el Seminario de San Carlos una reforma capital en los estudios que había de ponerlo muy por encima de la antigua Universidad pontificia y real, retrasada en dos siglos. En esta reinaba en paz la filosofía escolástica, impropiamente llamada aristotélica, y nada turbaba su quietud. La Habana poseía entonces una sola imprenta, la del Gobierno. Considerando la penuria de recursos locales, admírase más a los benefactores patriotas que abrieron nueva era a las letras. Si los Aristarcos de Madrid, tan malquerientes de los reformistas de los estudios en Cuba, se dignasen hacer justicia a adversarios, confesarían que la filosofía más independiente penetró en la gran colonia española antes del año de 1812, en tanto que España se contentaba con la más atrasada escolástica, hasta la extinción de las Órdenes religiosas en 1835. Casi un cuarto de siglo de atraso.

El precursor de la moderna filosofía en Cuba, D. Félix Varela y Morales, nacido en la Habana el 20 de Noviembre de 1788, era un joven sacerdote educado en el Seminario de San Carlos. Tuvo por maestros hombres de notables méritos y saber: al Dr. José-Agustín Caballero y Ramírez, al Ldo. O'Gavan, a los Dres. Veranes y [239] Cernadas. El primero determinó su vocación por la filosofía, el último fue su modelo en elocuencia. Un sacerdote y un fraile dominico lo iniciaron en el arte de pensar y en el de bien decir. Sus progresos fueron rápidos. En 1811 se opuso a la cátedra de latinidad y retórica del Seminario, con éxito tal, que el Obispo Espada le concedió dispensa de edad antes de ser ordenado in sacris. El joven profesor atendió a la vez a las humanidades, la filosofía y las ciencias, la química y la física en particular, explicando, demostrando y experimentando. Su amor a la enseñanza lo hizo auxiliar valioso de la Sociedad Patriótica, fundarla en 1793 con espíritu diverso al de la Universidad, modelada por las del siglo XVI. El Colegio Seminario creado en 1692, y reformado en 1769, poco después de la expulsión de los jesuitas, por el reglamento de un prelado esclarecido, representaba la antigua facultad de artes. En él se enseñaban la lógica, la metafísica, la física experimental, la ética y la cosmografía. La enseñanza se daba en latín. Todo cambió con el Obispo Espada y el joven profesor Varela. Las primeras conclusiones de la clase de filosofía se resumieron en esta tesis: «La mejor de todas las filosofías es la ecléctica». Esta filosofía requiere que se escuche a la razón y a la experiencia, que se aprenda de todos sin sujetarse exclusivamente de nadie. Estas conclusiones, impresas en 1812, fueron preludio de otro trabajo algo mas extenso (25 paginas en 4°) publicado con motivo de los exámenes de fin de año, con esté epígrafe de Virgilio que hace recordar a Lucrecio:

«Félix qui potuit rerum cognoscere causas.»

Allí se proclama que en física, la experiencia y la razón son las fuentes del conocimiento. Este programa (elenco){1} comprende hasta 226 proposiciones que abrazan un curso completo, y fue la primera manifestación de la filosofía moderna en Cuba. Las proposiciones fueron sostenidas por un joven de 16 años, D. Nicolás Manuel de [240] Escobedo, que debía ser, no obstante haber cegado en edad temprana, el más ilustre orador de la Habana. Este distinguido estudiante trabajaba bajo el particular cuidado del maestro. Un día que leía en voz alta, interrumpió la lectura y preguntó: «¿Padre Varela, para qué sirve esto?» El maestro confiesa que la pregunta lo obligó a reflexionar largo tiempo, de tal suerte que su enseñanza sufrió una transformación. Algún tiempo después, presentó el programa de su curso al Obispo Espada, juez muy competente. El prelado lo recorrió y dijo a su secretario: «Este joven catedrático va adelantando; pero aún tiene mucho que barrer» – señalando las proposiciones que el autor tenía por más brillantes. «Tomé, pues, la escoba y empece a barrer, determinado a no dejar ni el más mínimo polvo del escolasticismo, ni del inutilismo, como yo pudiese percibirlo». El mismo Varela narra estas dos anécdotas, en una carta fechada en New York el 22 de Octubre de 1840.

Este programa de 1813, cuyo epígrafe está tomado a Condillac, encierra atrevidas proposiciones tales como la siguiente, que es la 20ª: «La autoridad de los Santos Padres en cuestiones filosóficas es la misma que la de los filósofos que ellos seguían» –y en cada página reivindica la razón sus fueros. Se siente el soplo del siglo XVIII. La sierva emancipada propónese conservar su independencia, y los teólogos filosofan sin invocar las luces sobrenaturales. Los prelados ilustrados seguían con interés esta evolución que hubiera podido conducir al obsequium rationabile del Apóstol, si del dogma estrecho podía pasarse a la tolerancia. A ruego del Arzobispo de Santo Domingo, D. Pedro Valera y Jiménez, había compuesto Varela, en latín como era uso consagrado, «según era costumbre de aquel tiempo», dice él, un curso de filosofía para el Seminario Arzobispal. En 1812 se imprimió en la Habana, sin nombre de su autor, ese curso que comprendía la lógica y la metafísica, bajo el título de Institutiones philosophiae eclecticae, en dos volúmenes. Esta obra sirvió de texto para sus lecciones. Al siguiente año, compuso el tercer volumen en castellano, con licencia del Obispo Espada, y a riesgo de disgustar a los escolásticos. En 1814 quedó terminada la obra con un cuarto volumen, contentivo de un tratado elemental de matemáticas para la inteligencia de la física general. [241] Los dos últimos tomos tienen por título: Instituciones de filosofía ecléctica para el uso de la juventud.

Aunque era buen latinista, Varela no enseñaba en latín; la publicación de los dos volúmenes postreros de su tratado confirmaba la reforma que como profesor había efectuado, valiéndose del castellano, salvo en algunos actos destinados expresamente a la práctica de la lengua latina. Solo se hablaba en latín un día de la semana, por mera formalidad reglamentaria. El ergotismo pedantesco excluyóse de la clase; el tono sencillo del maestro enseñaba a los discípulos no pagarse de palabras: claridad, sinceridad y prudencia era lo que él les recomendaba, dando por sí propio el ejemplo sin cuidarse de que murmurasen los pedantes. Filosofar en castellano, en un país dominado por el escolasticismo, en el cual la instrucción superior estaba en manos del clero regular, era osada innovación y capital reforma. La filosofía escapábase a la Iglesia y entraba en el siglo, por obra de un sacerdote que enseñaba en un seminario.

Las partes más atendidas en dicho curso son la ética y la lógica, con motivo de las cuales numerosas cuestiones de psicología se presentan a la discusión. La duda metódica o científica que exige la investigación de la verdad, modera la autoridad de la tradición. La teología, semejante en esto a la magia, no se basa en algo real y positivo, mientras que la filosofía arraiga en la realidad por medio de las ciencias, que solo se ocupan de lo que existe. Todos los filósofos modernos que el autor designa a la juventud para que los admire e imite, Descartes, Gassendi, Newton, Leibniz, filosofaron como sabios.

Hacer marchar unidas a la ciencia y a la filosofía, proclamar la soberana autoridad de la experiencia y la razón, y proscribir el misterio y el milagro. Declarar a la filosofía ecléctica, en el sentido etimológico de este vocablo, es reconocer la independencia del pensamiento y prevenirlo contra toda veleidad de sumisión sistemática a la doctrina de cualquier maestro; apelando al espíritu de discernimiento. Ecléctico es sinónimo de independiente, y el reformador no trataba de engañar con el título. Su inteligencia muy atrevida y muy clara, muy conciliadora y muy flexible, no transigía en punto a estos principios de probidad que son en suma el fundamento del método. [242] Este innovador de 23 años era un carácter: tenía valor y firmeza, sabía lo que quería, y su ejemplo no hubo de perderse. ¿Cómo olvidar su misión de precursor? Merced a él la retórica dejó el campo de la filosofía, y el método inductivo se impuso a los estudiantes de esta ciencia, mediante un curso de física y de química en el que los experimentos reemplazaban a los razonamientos, y preparaban el camino a las ciencias naturales, al conocimiento del mundo orgánico. La doctrina pura de Locke, que renovó la de Aristóteles, rehabilitaba a los sentidos, desvanecía las fantasmas de la metafísica realista, traía la psicología a la observación de la naturaleza, al análisis del mecanismo de las funciones de la vida espiritual. Los fenómenos de la sensibilidad rigurosamente analizados llevaban la psicología a la fisiología, y la ciencia del hombre adquiría desarrollo aproximándose a las ciencias orgánicas. La introducción del método experimental en la antigua facultad de artes fue el punto de apoyo para esa revolución de la enseñanza, que se operó bajo las complacidas miradas de selectos patriotas. La observación y la razón asociadas, producen le experiencia; tal era la tesis de aquella filosofía tan distinta del escolasticismo.

Los progresos de la reforma podrían seguirse de un año a otro en los programas de exámenes, que contenían en resumen las materias y el espíritu del curso, y cuya recolección cuidadosa daría en compendio los anales de la filosofía cubana. A los aficionados a estudios filosóficos, que en Cuba no faltan, corresponde verificarlo.

En 1814 apareció el resumen de las doctrinas metafísicas y morales que constituían lo esencial del curso. (Resumen de las doctrinas metafísicas y morales enseñadas en el colegio de San Carlos de la Habana. – Oficina de Boloña: 13 p. in 4º). Este folleto fue la primera publicación de ese género en lengua española, e inauguró los programas de fin de año, inspirados en las «Instituciones de filosofía,» cuyo cuarto tomo comprendía los elementos de las ciencias matemáticas, físicas y naturales, que son indispensables a los aspirantes a filósofos. Nuestros innumerables manuales, nacidos de la industria del bachillerato, podrían tomar por modelo esos programas que datan de 1814, y uno de los cuales se titula: Doctrinas físicas que expondrán por conclusión de término veinte alumnos de la clase de Filosofía». [243] (Imprenta del Comercio). En este cuaderno figuran la química, la física, la botánica, y también la geografía y la astronomía, cuyos estudios no se cursaban en las Universidades. Así se realizaban los deseos de la Sociedad Patriótica expresados en 1794 en la junta de 7 de Junio. Quería que los jóvenes aspirantes a servir a la patria en la administración tuviesen nociones, siquiera elementales, de matemáticas, dibujo, física, química, botánica, zoología y anatomía. Todo esto se enseñaba en el Seminario de San Carlos. El Obispo que protegía esta nueva enseñanza contra los viejos doctores, proporcionó graciosamente los principales instrumentos del gabinete de física. Las ciencias bien distribuidas formaban el cortejo de la filosofía positiva del siglo XVIII. El maestro enseñaba sumariamente todo lo que entonces se sabía, manteniéndose al corriente de los adelantos y descubrimientos, propagando cuanto nuevo aparecía en Europa. Cuba podía jactarse de poseer una segunda enseñanza cual no existía entonces en ninguna parte.

En tanto cumplía sus deberes como profesor, no olvidaba Varela los que tenía como sacerdote y predicador. El 28 de Octubre de 1812, en vísperas de elecciones de Procurador a Cortes, predicó, en una de las parroquias principales de la Habana, el famoso sermón sobre este texto del profeta Zacarías (VIII, 19): Veritatem tantum et pacem diligite. El hombre está de cuerpo entero en esta sentencia. Aquel sermón acabó de popularizarlo, y aún lo mostró a los electores como hombre de energía y de acción.

Este sacerdote tan docto como modesto, procuraba secularizar la filosofía, trasplantándola de la escuela de la vida. Preciso era ponerla al alcance de la mayoría. Los programas al finalizar el año le ofrecieron un medio excelente de propaganda. Iniciado en aquellos estudios por los actos a que era invitado, el público sabía lo que pasaba en las escuelas, y seguía con interés los adelantos de la juventud. Desde el año de 1816 el maestro había fijado el rumbo: la reforma estaba asegurada como lo demuestra el opúsculo impreso con ocasión de unos exámenes públicos en el mes de Julio: Doctrinas de lógica, metafísica y moral enseñadas en el Real Seminario de San Carlos de la Habana por el presbítero D. Félix Varela, en el primer año del curso filosófico. [244] Es un compendio del curso completo de filosofía, concebido dentro del espíritu del siglo XVIII, conforme a los métodos mas ajustados a la realidad de las cosas. Recházanse terminantemente el principio de autoridad, la argumentación escolástica, la ontología, la pretensión de reducir a la nada las pasiones humanas, el egoísmo que se desentiende del mundo externo, el prejuicio que mantiene a la mujer en la ignorancia, la fe que repugna la luz y la discusión, el orgullo porfiado que se obstina en no cambiar de parecer. Diríase que se trataba de un cartesiano buscando en la duda metódica el preservativo de esas ilusiones que impiden ver las cosas como ellas son, preocupado ante todo de la verdad y de la utilidad practica de los conocimientos adquiridos en la escuela. En una palabra, se enseñaba a la juventud a filosofar. Sin penetrar en la política, Varela preparaba sus discípulos para reivindicar sus derechos y para cumplir sus deberes. Este no es motivo bastante para tenerlo por un revolucionario. El elogio de Fernando VII y las oraciones fúnebres de Carlos IV del superintendente D. José Pablo Valiente revelan un espíritu liberal y generoso.

La Real Sociedad Económica, centro de patriotismo e ilustración, había de contar con un patriota tan esclarecido: y así fue desde el 24 de Enero de 1517. Él satisfizo la deuda que contraía con la corporación por medio de un discurso cuyo tema era admirablemente a propósito para el recipiendario: Demostrar la influencia de la ideología en la sociedad, y modos de rectificar este ramo. Esta tesis poníale a sus anchas, y contestó al invitársele a su desarrollo con varias paginas sobrias y sustanciosas, desenvolviendo este pensamiento: el conocimiento de la verdad debe extenderse al mayor número posible, para que, por la difusión de las luces, los gobernantes de los pueblos tengan más clara conciencia de su responsabilidad. Siendo el objeto de la ideología formar el juicio por el análisis, el conocimiento de las verdades útiles al hombre y a la sociedad debe ser base de la instrucción pública. De ahí la necesidad de reformar la enseñanza, de modo que la juventud aprenda a guiarse por la luz de le razón y por los métodos que se derivan del estudio de la realidad. Es preciso que al joven se le habitúe a pensar, y no repetir maquinalmente lo que le han enseñado por rutina. Solo con la metodología será fructífera la enseñanza. [245] Se indican brevemente, en ese discurso, las reformas urgentes. Desde los primeros años ha de iniciarse la juventud en esos conocimientos elementales que, gradualmente aumentados, constituyen la materia de la enseñanza filosófica. El análisis aplicado al estudio de las cosas, debe reemplazar a la mneumónica. Por consiguiente la reforma ha de comenzar por la instrucción primaria. El estudio de lo real aproxima a la naturaleza, que es la verdadera institutriz; el verdadero maestro del hombre es la naturaleza. Los maestros que saben serlo, enseñan sin dejarlo percibir. En lugar de empezar por las reglas, y debe concluir por ellas; es preciso concluir por donde ahora se empieza. Solo por la continuada aplicación del análisis es dable llegar, al finalizar los estudios, a la posesión plena de le lógica y del método. Un buen libro elemental para la infancia, contentivo de lo esencial de la religión y de la moral, sencillo, claro, debe ser el fundamento de los estudios, y preparar con tiempo la ideología teórica del fin sirviendo a la vez de introducción a la gramática de las lenguas muertas y vivas y del idioma nacional. Reformar los estudios con la mira de enseñar al hombre a pensar, allanando los obstáculos que se lo estorban desde la infancia, tal es el problema. Para resolverlo, es preciso desterrar de la enseñanza la antigua rutina escolástica, principiando por la escuela de primeras letras.

Desde entonces fue Varela colaborador activo de la Sociedad Patriótica. En el examen de dos tratados de gramática castellana para las escuelas, demostró el juicio recto y severo quo harían recomendable la critica que, con notable competencia, hizo más adelante de la gramática de Salvá. La Sociedad representaba una especie de Academia libre: aquilataba y estimulaba todas las publicaciones serias, como hubiera podido hacerlo el Ministerio de instrucción pública. (Ministerio de Fomento). La Sección de educación encargó a Varela el redactar una colección de máximas morales y sociales, de la cual se hicieron numerosas ediciones (1818). El 12 de Octubre del propio año, pronunció en una sesión solemne de la Sociedad, el elogio del rey Fernando VII, que acababa de firmar con Inglaterra el convenio para la abolición de la trata de negros; convenio que respondía la los deseos de la isla de Cuba, expresados en alta voz en múltiples ocasiones, [246] desde el año de 1790. La Sociedad se hacía la intérprete del reconocimiento público. Los beneficios del gobierno de Madrid se explican por la influencia que ejercían en las decisiones reales dos hombres muy distinguidos, Ramírez y Arango, aun recordados en Cuba.

Varela estaba dotado de elocuencia: las oraciones fúnebres del anterior superintendente D. José Pablo Valiente, ilustre benefactor de la isla (10 de Marzo de 1818), y del ex-monarca Carlos IV (de 21 Mayo de 1819), no son banales; la sencillez, el buen gusto, la claridad y la concisión recuerdan el estilo ático. Pero los éxitos oratorios no lo alejaban de la filosofía. En la apertura del curso de 1518 (el 30 de Marzo) reasumió el espíritu de sus lecciones en un discurso que era una verdadera declaración de principios. Fue una crítica bastante viva de la barbarie escolástica y de los adversarios del nuevo método, que tenían a mal que la física ocupase tanto lugar en la enseñanza filosófica. El innovador se expresaba con modestia: Entre nosotros nadie sabe, y todos aspiramos a saber. Y él invitaba a los curiosos para esos ejercicios de la inteligencia, en los que el maestro y los discípulos procedían por demostraciones y experimentos: buscábase la verdad con el auxilio de la enciclopedia de las ciencias. La clase estaba abierta para quien la quisiera frecuentar. Gran innovación que tenía la ventaja de iniciar, de asociar al público al trabajo de la juventud estudiosa. La escuela no estaba ya cerrada a los profanos como un claustro inaccesible al vulgo. En el mismo año publicó un opúsculo que fue reimpreso en 1820, bajo el título: Apuntes filosóficos sobre la dirección del espíritu humano. Es un compendio de ideología, como se decía entonces, esto es, de lógica y psicología, lo sustancial de sus lecciones. Esta obrita que el autor consideraba como un índice de cuestiones propuestas en los exámenes públicos que siguieron a su último curso de filosofía en el Seminario de San Carlos, fue incluida en su Miscelánea filosófica, reimpresa al siguiente año en Madrid (1821, en 8º). Esta miscelanea, o sean disertaciones filosóficas, que él no cesó de revisar para mejorarlas, fueron escritas a ruego de uno de sus alumnos, robado en edad muy juvenil a su afecto. Esta es de sus obras la mas cuidadosamente escrita. Él declara que su propósito era iniciar a la juventud en los principios de la razón y la moral, y en [247] las maravillas de la naturaleza, para indicar a una estudiosa y amable juventud las sendas de la razón y de la moralidad, los portentos y delicias de la naturaleza. Los nueve capítulos primeros de esta obra están tomados a la lógica de Destutt de Tracy. La parte pedagógica es notable. La primera edición apareció en La Habana en 1819, la segunda en Madrid en 1821, la tercera en New-York en 1827.

La obra principal de Varela, las Lecciones de filosofía, ha alcanzado cinco ediciones, sin contar las publicadas en México y otros lugares. El autor dirigió las de Filadelfia y New-York. En esta obra fundamental, el autor se presenta tal cual era como educador y filósofo. Es un reformador valeroso que hace humana la ciencia, que proclama los derechos de la razón, que pretende prevenir a la juventud contra el fanatismo y la impiedad, predicando la tolerancia. La obra trata sucesivamente de las reglas para la dirección del espíritu, de la naturaleza humana, y de lo que los antiguos llamaban la naturaleza de las cosas. La ignorancia es atribuida al aparato pedantesco de los términos técnicos, al excesivo ejercicio de la memoria, al abuso de la autoridad, y sobre todo de la autoridad religiosa. En el tratado del hombre se estudian las pasiones y su influencia en las ideas, el derecho natural y el patriotismo. En el tratado de los cuerpos, la física general sirve de introducción a la física particular y a la química. La obra en su conjunto, revela un maestro excelente, recomendable por el método, la claridad y la sencillez, descubriendo, por la distinción del lenguaje, aquella gracia natural que le atraía la simpatía de los oyentes. En el término de nueve o diez años, reformó la enseñanza y preparó hombres que debían honrar a su patria. ¡Honor al patriota maestro!

J. M. Guardia

(continuará)

Nota

{1} Esta palabra y las que en adelante subrayemos, las ha escrito en castellano el autor, a veces junto a la versión que de ellas ha hecho al francés. (N. de T.)


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José Miguel Guardia Bagur 1890-1899
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