Nuevo Mundo
Madrid, jueves 29 de abril de 1909
 
año 16, número 799
página 29

Federico de Onís

María de Maeztu

María de Maeztu –una joven menuda y graciosa, fina y espiritual, de espíritu a la vez delicado y vigoroso– acaba de dar en Oviedo, en la Extensión Universitaria, dos interesantes conferencias. Ha hecho una escapatoria de su escuela de párvulos en uno de los barrios más pobres de Bilbao, donde diariamente trabaja, con fe y amor, en la formación de hombres nuevos, para venir a esta escuela de difusión universitaria –entendiendo por Universidad, cultura– cuya puerta se abre a todos los que quieran aprender, y cuya cátedra es libre para todos los que quieran enseñar.

Es verdaderamente hermosa esta labor ejemplar que viene realizando la Universidad de Oviedo, hace más de diez años, sin que la constancia y la repetición hayan secado el espíritu y el entusiasmo. Es preciso verlo para comprenderlo. Todos los jueves se reúne en el Paraninfo de la Universidad, un público heterogéneo (señoras, obreros, curas, catedráticos, burgueses, estudiantes...), público de atención educada y de espíritu tolerante, acostumbrado a oír ideas y conocimientos nuevos constantemente, y por tanto, a plantearse cada día nuevos problemas; y un público de tal naturaleza ha de imponer necesariamente un tono determinado al conferenciante, haciendo que se exprese con claridad y sencillez, sin vulgaridad ni afectación, explicando bien los términos técnicos, lo que contribuye al rigor científico, y no olvidando el elemento cordial, para que las ideas lleguen a lo hondo aún en los menos preparados de los oyentes. Maestro en este género de enseñanza y poseedor como nadie de todos los recursos y aptitudes que la hacen fructífera, es el ilustre Altamira, alma y vida de esta institución cultural.

No es esta sólo la labor de la extensión universitaria, ni me es posible dar cuenta de toda ella en este breve artículo. Baste saber que los viernes se explica otra lección en el Centro Obrero, al cual concurren, además de sus socios, estudiantes y catedráticos; y que esta comunión constante entre los que se han dado en llamar intelectuales y manuales, no está limitada a la imperfecta y remota de la conferencia, sino que está intensificada por medio de lecturas comentadas, cursos elementales, excursiones artísticas y campestres...

En este público, de esta manera formado, vino a derramar sus ideas María de Maeztu. Era la primera vez que una mujer enseñaba en esta escuela, y acudió a oírla un público numerosísimo, animado de una mezcla de curiosidad y de simpatía. He aquí una ventaja que no pueden negar las feministas: disponen siempre de un público numeroso formado en gran parte de mujeres. Es verdad que la mayoría de éstas van quizá inspiradas tan sólo por la curiosidad; pero por ahí se empieza. Estoy seguro de que, aunque María de Maeztu no haya sido capaz de romper la costra de frivolidad en todas sus oyentes, que no es esto obra de un día, no por eso ha predicado en desierto; estoy seguro de que algunas mujeres de Oviedo han despertado a la vida espiritual movidas por su palabra entusiasta. Y no es esto poco ¡unas cuántas mujeres, madres de hombres, conquistadas!

La primera de las conferencias, en la Universidad, sobre el Congreso para la Educación moral de Londres, fue más científica, más impersonal; mantúvose la conferenciante en el plano de la exposición imparcial, y en este sentido desarrolló su discurso admirablemente, expuso y criticó las discusiones y conclusiones del Congreso y salimos sabiendo lo que los pedagogos del mundo piensan sobre cuestiones tan interesantes como la coeducación, el arte, la religión, las lecturas y demás medios de llevar a cabo la formación moral del niño en la escuela. Tuvo la conferencia sobre todo un calor: el de que el público oyera exponer, con completa naturalidad, ideas de amplísima libertad, y viera sometidos a la crítica en sus bases fundamentales los principios religiosos y morales y su valor educativo.

La segunda conferencia, en el Centro Obrero, sobre el feminismo, fue más cordial, más personal; puso en ella María de Maeztu toda su alma femenina, y en este sentido estuvo incomparable. Hasta ahora no había visto nunca a una mujer desdoblando ante el público toda su alma de mujer, hasta los pliegues más recónditos de ella. María de Maeztu ha realizado este milagro; su enorme cultura no ha venido a matar en ella lo femenino (como ocurre a tantas otras mujeres), sino que por el contrario, ha venido a afirmárselo y sublimizárselo más y más.

La mujercita, poseída de la inspiración, parecía un genio «alado y ligero» que se metía en los corazones de aquellas pobres mujeres del pueblo, corazones ablandados y amasados por el sufrir, y los removía y conmovía, hasta hacer saltar las lágrimas piadosas, porque sobre ellos el sufrimiento ha impedido que crezca costra de frivolidad. Y unas neñas ingenuas y emocionadas, trajeron, al terminar, los ramos de flores, para la hermanita genial que les había hablado como una madre de almas.

Mucho tendría que decir sobre las ideas que acerca del femenismo sostuvo y defendió María de Maeztu, con elocuencia vibrante y apasionada. Cada una de sus frases merece un extenso comentario. Pero en este artículo no me he propuesto más que hacer resaltar el hecho, y dar a conocer al público la labor de esta mujer ilustre, que está haciendo en Bilbao, silenciosamente, hombres «valientes, sinceros, odiadores de la cobardía y de la mentira.» ¿Y sabéis a que costa? Ella lo dijo en la conferencia, no de sí misma, sino del maestro ideal –que yo por mi cuenta personificaría en María de Maeztu–. «Es verdadero –dijo– el dicho antiguo de que la letra con sangre entra, pero no ha de ser con sangre del niño, sino del maestro.»

Federico de Onís

Oviedo, Abril 1909

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