Filosofía en español 
Filosofía en español


De la voluntad

Amarga extrañeza causaría al psicólogo la total exclusión que se hace de la voluntad, como objetivo de estudio y susceptible de educación.

En tanto que con laudatorio entusiasmo y sin igual tesón proclaman, unos la obligación precisa de ilustrar y desarrollar la inteligencia, otros la perentoria necesidad de vigorizar nuestros músculos y fortalecer el cuerpo, para impedir la grave y rápida degeneración de nuestra raza y el peligroso riesgo que ella supone; mientras que en miles de artículos, conferencias y libros (particularmente de los últimos ninguno se publica, cualquiera que sea su tema, en el que deje de aludirse al llamado problema intelectual), se aconseja y difunde con admirable constancia la gimnasia física y mental, se tiene en incomprensible olvido, con abandono punible, la educación de la voluntad, de esa facultad eminente que con suficientes y probados méritos reclama la primacía en la obra perfeccionadora del ser humano.

Maravilla el descuido existente en cuestiones de tan vital interés, como lo son todas las concernientes a la facultad volitiva, explicado únicamente por el hecho de ser influidos todos los cerebros, aun los más privilegiados, por las tendencias predominantes en cada época. Y actualmente se habla y manosea constantemente el tema de la cultura intelectual, olvidando la existencia de algo que reviste excepcional importancia, y cuya educación es más benéfica y provechosa que la intelectiva. Más provechosa, porque la perfección de la voluntad implica la de aquella, pues si toda inteligencia ama la verdad y con sugestivo impulso a ella tiende, es indudable que contando con voluntad poderosa, capaz de imponerse, dará realidad como producto de la dicha tendencia, a la perfectibilidad mental y a todas las que pueden y deben ser ansiadas por el hombre.

Apena y avergüenza la presencia de esos seres infelices que, careciendo en absoluto de voluntad, flotan en el espacio a favor del viento reinante, de las pasiones propias y extrañas, de las ajenas conveniencias y egoísmos; que sin regirse a sí propios, son esclavos de todo: de los impulsos internos y exteriores: incapaces de seguir esta predeterminada y de cumplir un fin que no sea producto del acaso: seres incompletos que por falta de ejercicio tienen atrofiada la reguladora de la inteligencia y la conducta.

Jamás fue tan acortada en sus adagios la fraseología vulgar, como lo es al decir que «querer es poder». Porque la voluntad firme, bien dirigida y encauzada por la senda divina del bien, que lo será también de la verdad por la compenetración filosófica que acusa ambos principios, crea bienestar, riqueza, alegría y poder; la felicidad en todas sus formas.

Si pensáramos con alguna constancia en los bienes que puede producir el dominio de esa portentosa fuerza latente, para la inmensa mayoría completamente desconocida, evidentemente haríamos esfuerzos que paulatinamente fuesen desarrollando ese principio de inmenso poder que solemos poseer tan sólo en potencia, virtualmente.

Labor difícil que sin superar a las fuerzas humanas, requiere esfuerzos poderosos al principio, entusiasmo y perseverancia siempre para obtener el premio con que la naturaleza sanciona estas virtudes sociales.

Es injusticia que suele hacerse frecuentemente atribuir el admirable progreso de la sociedad sólo a la inteligencia de sus bienhechores; olvidando que necesitaron tanta grandeza de voluntad como de inteligencia. Arquímedes, Copérnico, Newton, para descubrir la atracción del Universo; Goethe, prodigio de fantasía, aferrado durante treinta años a un pensamiento para dar vida a Fausto, su creación inmortal y tantos otros, prueban la verdad que envuelve la afirmación de un escritor ilustre cuando expresa que, «el genio es una larga paciencia».

En la vida de la humanidad han alternado en predominio dos tendencias absurdas y radicalmente opuestas: una cuidaba del ejercicio muscular y abandonaba el espíritu, la otra desarrollaba a éste y despreciaba aquel ejercicio como depresivo. Ambas causaron funestos males.

El eclecticismo que caracteriza a nuestra época ha armonizado ambos criterios, haciéndoles ocupar su lugar debido, faltándole para completar la obra, tan sólo, que ceda el puesto que en este consorcio reserva la naturaleza a la voluntad, preciada facultad de nuestro espíritu.

Miguel Romera

29-9-06.