La Correspondencia de España
Madrid, domingo 27 de mayo de 1900
 
año LI, número 15.454
página 2

[ Rafael María de Labra ]

Política internacional

Precisando el Sr. Labra los resultados positivos y las aplicaciones prácticas de sus conferencias del Ateneo, se esforzó últimamente, y al poner término hace pocos días al curso de este año, en determinar el sentido y alcance de sus recomendaciones para que se procurase formar en España una OPINIÓN PÚBLICA, apercibida de los conflictos posibles y aun probables dentro de nuestro horizonte visible político, pero fuera del círculo doméstico de nuestra absorbente y pequeña política palpitante, un tanto conocedora de las atenciones y lo sacrificios que imponen el deseo, el deber o la necesidad de sostener la personalidad española en la esfera de los grandes factores de la civilización moderna –creyente en punto a la imposibilidad de vivir en estos tiempos fuera del trato internacional,– propicia a inspirarse en las corrientes dominantes de la época presente y capacitada para estimar los objetivos racionales de la acción nacional y comprender los recursos positivos, ordinarios y excepcionales del país, por encima de toda jactancia, toda fantasía y todo pesimismo.

Esta OPINIÓN debe formarse primero en los circuitos y clases directoras de la sociedad española, muy quebrantadas y desorientadas desde hace treinta años, apenas parecidas a las que implantaron el régimen constitucional en 1836 e hicieron la revolución de 1868, y responsables como quien más de nuestros últimos desastres. Después hay que determinar esa OPINIÓN en la masa general del país, cuyo influjo pesa hoy más que otras veces por el carácter democrático de la vida política y social de la España contemporánea. Los procedimientos que para conseguir esto se han de seguir, han de ser muy distintos y de muy diverso alcance, según la diferencia de los elementos que hay que solicitar y reducir.

Con esto no se sirve sólo un interés particular de España, siempre atractivo para españoles; si que también una obra de general cultura y de progreso universal, puesto que el derecho internacional, con su sentido novísimo, a pesar de las ironías de los pesimistas y las protestas de los desgraciados, y no obstante sus positivas fallas y sus desesperantes eclipses, representa hoy lo más alto y generoso de la vida total de los pueblos y garantiza próximos adelantos en el orden de la libertad y cultura humanas, por cuanto es su supuesto la solidaridad de los individuos y de los pueblos, y acusa la existencia de un ideal que contrasta tanto con las intransigencias del exclusivismo local y el egoísmo individual como con la preocupación del interés inmediato material y pasajero.

Conviene advertir que cuando se recomienda la formación de una opinión pública en materia internacional, no se predica una política internacional determinada. No es esto propio de Academias y centros más o menos docentes. Quizá tampoco está dentro de la jurisdicción de las grandes agitaciones políticas. Corresponde más especialmente a los empeños especiales de los gobiernos que son los que tienen datos suficientes y deben contar con las condiciones de información, asiduidad y tacto que exigen una preparación discreta y una dedicación muy sostenida y bien inspirada.

Pero los gobiernos poco o nada pueden sin ambiente. El antiguo ambiente diplomático es cada vez menos eficaz y respetable. En cambio, el falso patriotismo, la preocupación de los intereses más próximos y materiales, las arrogancias fortalecidas por una equivocada educación nacional, los rencores y exclusivismos tradicionales, las frases hechas respecto del destino manifiesto de cada pueblo y de la disposición de los demás, el jingoísmo, la propaganda efectista a que se prestan grandemente la oratoria contemporánea y las pretensiones de cierta parte de la prensa, son factores poderosos de una situación que se impone desastrosamente a los círculos políticos y compromete de modo desfavorable a los gobiernos que carecen de medios de resistir la influencia exterior, aun en el caso (no frecuente) de que ellos mismos no compartan las inclinaciones y los prejuicios de los elementos que les rodean y constriñen.

Es bien sabido que el argumento más poderoso que los partidos gobernantes españoles hacen valer para excusar su tremenda responsabilidad en lo tocante a los abrumadores sucesos de 1898, es la disposición general de la sociedad española respecto del problema colonial y del conflicto de España con los Estados Unidos. Cierto que esto no es una eximente, pero no sería justo dejar de apreciar la atenuante, máxime teniendo en cuenta que aun ahora mismo, no faltan personas que piensan que quizás nuestras últimas desgracias podrían haberse excusado o aplazado perseverando en una política colonial opuesta a las exigencias del mundo contemporáneo; algo que habría acelerado nuestra total ruina, en medio de los aplausos de Europa y América y sin darnos el derecho de la protesta.

Urge, por tanto, determinar en la opinión pública una orientación internacional que afirme cuando menos: primero, la necesidad de vivir política y socialmente en relación, todo lo íntima posible, con el resto del mundo, y señaladamente con los pueblos directores de la sociedad contemporánea: segundo, la conveniencia de precisar un objetivo de tendencias, aspiraciones y esfuerzos; tercero, la conveniencia de armonizar las aspiraciones con los medios de que España quiere o puede disponer y emplear.

La importancia de estas indicaciones se comprenderá si se las refiere a ideas y aspiraciones que ahora se proclaman por todas partes, contradiciendo la recomendación de no pocas gentes, que se dan por prudentes y reflexivas, respecto de la política que a España corresponde, en vista de los problemas ibérico, africano y sudamericano. El último parece ser el que en los momentos presentes se lleva la atención de la mayor parte de los españoles que creen que todavía España puede y debe hacer algo. Buena prueba de ello los obsequios tributados en estos últimos días a los marinos argentinos y el Congreso Hispano Americano que hay proyectado (con apoyo del gobierno español) para noviembre próximo, por las patrióticas y bien inspiradas gestiones de la sociedad española titulada Unión Ibero Americana, en los momentos en que otra simpática asociación de carácter internacional se dispone a hacer de España centro de una vigorosa propaganda para afirmar la personalidad del mundo latino.

Seguramente que todo eso tiene un positivo valor; pero hay que decir con toda lisura que, para dar cierta eficacia a lo que se siente y aun se proclama con extraordinaria vaguedad sobre estos particulares, precisa que los españoles –singularmente los que de estas materias tratan y los elementos directores de nuestra sociedad– varíen de actitud y de conducta. En la imposibilidad de discutir estos puntos de pasada y para el efecto concreto con que ahora se señalan al término del curso actual de conferencias del Ateneo, el Sr. Labra se ocupa especialmente de lo relativo a las relaciones con América, porque esta es la cuestión que en estos días ha fijado principalmente la mirada de España.

II

No basta hablar de la unidad de la raza, de los vínculos de familia y de la necesidad de restaurar las antiguas íntimas relaciones morales, políticas, económicas y sociales de España con la América del Sur (supuesta siempre la existencia de las respectivas soberanías nacionales): ya es indispensable decir para que y como se ha de realizar esa restauración. Tampoco es suficiente hacer hermosos discursos, celebrar expansivos banquetes y hasta organizar Congresos en honor de tan noble y trascendental idea.

Es preciso darse buena cuenta de los obstáculos históricos y actuales que la empresa ha de encontrar y encuentra en América y en España y hay que demostrar la sinceridad y la robustez del deseo con hechos positivos e indubitables, con gran sentido práctico, con una decisión absoluta y con una perseverancia mantenida por la doble convicción de que con lo que intentamos hacer no vamos tan solo a dispensar un favor a los pueblos de la América latina (a quienes torpemente y ofendiendo su muy viva susceptibilidad, se supone sin rumbo ni progreso desde que se emanciparon del gobierno español) y de que en este empeño es indispensable renunciar a cuanto pueda servir de pretexto para que en América se diga que España pretende a toda costa o con cualquier pretexto llevar la dirección del concierto hispano-americano y restablecer de cualquier modo, con tales o cuales salvedades, su antiguo carácter dé Metrópoli.

Pensando otra cosa es excusado comprometerse en una campaña cuyo fracaso final puede desde luego asegurarse y cuyas dificultades hasta el momento presente, no son ajenas al error que ahora se combate.

Con este ánimo, procede también renunciar en absoluto al sistema de las intermitencias, los olvidos y los procedimientos lentos y contradictorios conocidísimos en la historia de nuestras relaciones con América. Después de 1892 nadie se ha vuelto a acordar de lo que decretaron los varios Congresos iberoamericanos que entonces se celebraron para festejar el IV aniversario de la obra de Colón.

Tampoco nadie se ha cuidado de dar eficacia a las importantísimas tareas del Congreso de Derecho internacional privado que se celebró en 1888 en Montevideo, y al cual España se adhirió en 1890 ad referéndum.

Es palpable el error de nuestro gobierno de no haber contado con la América latina, cuando requería el apoyo de Europa contra los Estados Unidos. Y no hay que olvidar lo que tardamos en reconocer la independencia de Sur América (l825-1836) y después en reanudar definitivamente nuestras relaciones con las repúblicas del Pacífico (1870-1885).

Todo lo contrario hizo Inglaterra con los Estados Unidos en 1783 y 1814.

Hay, pues, que rectificar totalmente esta conducta reconociendo con toda franqueza los errores padecidos, y no caer en la tentación de perseguir los éxitos cerrando los ojos ante las dificultades.

Con el mismo espíritu, el profesar del Ateneo señaló las principales dificultades de la cuestión ibérica y del problema de Marruecos. No es dable abordar éste con el sentimiento popular y tradicional de la guerra al moro. Aquella se ha complicado últimamente con la política imperialista británica y de todos modos nada o muy poco podrá hacerse por los iberistas prescindiendo del fortificante ejemplo de las sociedades patrióticas y literarias que hicieron el alma alemana a despecho de Napoleón I y de los reyes y príncipes germánicos.

Da todo esto resulta que la obra que se recomienda pide el concurso de muchos elementos. El gobierno puede contribuir a ella (fuera de su misión característica) reformando profundamente las carreras diplomáticas y consular: decidiéndose a enviar al extranjero jóvenes y maestros que vean lo que pasa en el mundo y después puedan realizar en España lo que hicieron los hombres de los Reyes Católicos: creando el Instituto colonial sobre la base de nuestras posesiones de África, cuyo carácter hay que variar radicalmente.

Los particulares y las sociedades pueden cooperar de manera más amplia. El Sr. Labra recomienda que se complemente el cuadro de la escuela de Estudios superiores del Ateneo con cátedras que no tienen nuestras Universidades, de historia política contemporánea, de política comparada y de geografía política y comercial.

El ejemplo del Ateneo sería eficaz, porque no puede olvidarse lo que el Ateneo representa en la cultura política española desde 1840 a 1868, como las sociedades Económicas de 1780 a 1812. Con esta obra podría relacionarse la meritísima que realizan los que como los catedráticos de Oviedo, practican en España con creciente éxito, la Expansión Universitaria, ideada en Oxford y Cambridge hace pocos años y desenvuelta con éxito asombroso en Alemania y Francia. Al caer está la constitución de una sociedad muy recomendada por el Instituto Internacional que en 1880 se fundó en Gante, que cultive los estudios internacionales como corresponde a la patria del padre Victoria y de Baltasar Ayala.

Y sería una obra de extraordinaria trascendencia que al fin se organizara en España, con elementos portugueses, la sociedad de vulgarización científica y educación popular que decretó el Congreso Pedagógico hispano-americano de 1892; así como la publicación de periódicos de cultura como los semanarios británicos, americanos y alemanes que quizá corresponden como ninguna otra publicación a la cultura media española de estos días, que ha hecho casi imposible la vida de grandes revistas científicas.

Todo eso implica una gran fe en la virtualidad de las ideas, también conciencia en nuestras clases medias y directoras de que no se cumple con el deber, limitándonos a criticar y desear, menos aun mirando a España maltrecha y en peligro de muerte, como Boabdil se despidió de Granada.

Con esta terminaron este año en el Ateneo las conferencias del Sr. Labra sobre El Derecho público contemporáneo por los tratados internacionales.

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