[ Hermenegildo Giner de los Ríos ]
A propósito del libro Decadencia de las naciones latinas
Surge por todas partes una tendencia tan marcada hacia los estudios sociales, que de poco tiempo acá suena la palabra puesta en moda desde la Gaceta de Madrid hasta el último rincón del taller, de la taberna, de la cárcel.
Los conservadores abren informaciones sobre cuestiones sociales (quizás sería más práctico abrir los bolsillos); los liberales discurren en la prensa y la tribuna; los obreros se preocupan de su presente y su porvenir, y hasta de vez en cuando salta algún que otro filántropo que quiere gastar su dinero y su inteligencia fundando una Biblioteca moderna de ciencias sociales. Y en este caso se encuentran los Sres. D. Alfredo Calderón y D. Santiago Valentí.
Antes dije “desde las columnas de la Gaceta” y esto necesita una explicación. En el plan vigente de segunda enseñanza se ha introducido la asignatura de Sociología para ser estudiada entre las filosóficas de la sección de Letras; señal de que los gobernantes (y cuenta que fue un conservador, el Sr. García Alix), creen que para regenerar el país, se requiere conocer al menos los problemas de esta ciencia, que de tal modo embarga a naturalistas y médicos, filósofos y juristas, historiadores y literatos, es decir, a todos los pensadores en todas las direcciones humanas.
Para acudir a tan generosa aspiración se ha creado esa Biblioteca, a la que deseamos larga y próspera vida, aunque hayamos estampado más arriba una expresión pesimista, dictada por la experiencia. Y a fe que inaugura sus tareas brillantemente, con la traducción del libro de Sergi, cuyo título encabeza estas líneas, hecha muy cuidadosamente por los Sres. D. Santiago Valentí Camp y D. Vicente Gay.
La simple lectura del índice de este primer volumen causa profundo desconsuelo, singularmente la primera parte, que llama su autor Hacia el abismo, sin que baste a neutralizar el misantrópico efecto la segunda parte, donde se receta la Resurrección. Y no porque quizás no sean ilusorias ni ineficaces las recomendaciones del ilustre psicólogo italiano, sino porque es tan larga y compleja la labor, que reclama siglos enteros para que fructifique la semilla. En tanto que se ve como mucho más próximo y aunque dolorosísimos, infinitamente más seguros los efectos de la posibilidad de una regeneración por la intervención, por la invasión, por la conquista.
Y tan hondamente duelen esos remedios en el alma nacional, que después de centurias aún odiamos a romanos, cartagineses, sarracenos, como si al leer la historia patria, fuésemos nosotros mismos los indígenas absorbidos por los dominadores; de igual modo que sublevan nuestro honor nacional los Borbones y los Austrias, por extranjeros, así como a D. Amadeo encontramos ese defecto capital, para regir a España. Prejuicio este del patriotismo, que también estudia por cierto Sergi, discurriendo de modo admirable, con observaciones sutiles que provocan la meditación.
Sergi es un filósofo a la moderna; es decir, de los que cultivan a la par la razón y la experiencia, de los que estudian a la vez los principios y los hechos, de los que consultan al propio tiempo las ideas y los fenómenos.
Psicólogo distinguido, son tenidas sus obras hoy como de lo más notable que se escribe en la ciencia del alma, desde el doble punto de vista de la observación y la experimentación. Su ensayo de psicología elemental ya es popular en las aulas da la América latina: ha atravesado antes el Océano que el Mediterráneo; ya se estudia en castellano la psicología de Sergi, impresa en Buenos Aires. Aquí ¡cuánto tiempo ha de pasar todavía hasta que no se la tema como pecaminosa!
Habla el insigne profesor de la Universidad de Roma un lenguaje tan antiguo como la humanidad sincera, pero juntamente tan nuevo como que es ininteligible para todo hombre al uso. Piensa con la honradez, siente con la justicia, reflexiona con la benevolencia por norma y aconseja con la beneficencia para lograr infiltrar en la vida pública un algo de calor de humanidad en las decisiones sociales. Pero todo eso es tan viejo como Cristo, y tan poco practicado como la doctrina de Jesús.
¡Cuánto se reirán repasando la lista de los remedios contenidos en estas páginas de Sergi, los médicos políticos del día, los insignes hombres de Estado en la sociedad española contemporánea! Como que ahora se discute sobre la Oligarquía y el caciquismo en calidad de males principales que padece España y que constituyen la forma íntima de su gobierno actual. Y para dar un mentís al Sr. Costa y a su Memoria debatida en el Ateneo de Madrid, se han hecho unas elecciones… modelo, y en que se prueba que eso de la oligarquía es ganas de hablar. Oligarquía es el gobierno ejercido por un pequeño número de personas o de familias, y en España, el gobierno se ejerce ¡por las Cortes! Bien es verdad, que ahora, por casualidad, en estas elecciones el país ha elegido a un sobrino de Sagasta (D. Bernardo), un yerno de Sagasta (el Sr. Merino), otros dos sobrinos de Sagasta (señores Rodrigáñez), otros dos parientes de Sagasta (Sres. del Romeral), y a otro pariente de Sagasta (Sr. Requejo), sin contar al senador D. Amós Salvador. Total: siete u ocho individuos de la familia del presidente del Consejo de ministros, y el pueblo español ha querido mostrar sus simpatías al señor ministro de la Gobernación eligiendo no solo a él sino a su señor hijo y a sus dos señores hijos políticos; y así sucesivamente: de la familia Pidal, los electores han buscado cinco, y de la de Silvela, otros cinco, y de Puigcerver, tres, y de Gamazo, tres, y así indefinidamente: es decir, que el Gobierno de la nación está (por casualidad) en manos de una docena de familias, o bien de doce docenas (una gruesa) de individuos… privilegiados.
Pero esto no debe llamarse propiamente oligarquía, porque esa conduce fatalmente a la miseria, y no impera más que sobre la ignorancia, –según Ledru-Rollin– y nosotros, nadamos en la abundancia y estamos en posesión de la sabiduría.
Verdad es que cuando el mando se ejerce por héroes, genios, por seres superiores como los parientes antes nombrados, este despotismo ilustrado no solo es deseable, sino hasta legítimo. Más, repetimos que esto no debe llamarse oligarquía: esas son exageraciones de D. Joaquín Costa, que canta claro cosas fuertes por puro capricho.
Sergi no dedica a este particular toda la importancia que entre nosotros tiene, porque… él es italiano y en Italia no existe esta enfermedad moral por la cual se acapara y vincula el poder en unos cuantos amigos buenos o malos, que se reparten bonitamente el mapa y las funciones todas de la autoridad y el mangoneo.
Por esto hay quien piensa que el mal no tiene otro remedio que uno sangriento, radical, tremendo, cortando por lo sano, con los procedimientos dolorosos y violentos de una revolución más honda que la política; una revolución verdaderamente social.
Estudia el sabio maestro el patriotismo (y el falso patriotismo que aquí llamamos bien patriotería), y el militarismo; pero… ¡cosa rara! él, escribiendo en Roma, en la residencia de los Papas, no dedica al clericalismo tanta meditación como la que despierta en el ánimo de los españoles.
Y con la consideración de esos dos aspectos se contenta en la primera parte de su hermoso libro. Y tampoco habla de cómo se administra la justicia ¡oh, asombro! ni de cómo se trata y se paga (o no se paga) a los maestros. ¡Oh, prodigio! Aquí, de todo eso tendríamos que emborronar muchas cuartillas; ¡buenas notas se habrán ocurrido a los traductores a cada paso, al verter al castellano las lucubraciones del famoso sociólogo!
A mí no se me ocurre más que una, la siguiente.
Todo lo espera Sergi de la educación, ya que reconoce que en España y en alguna parte de Italia, hay grandes regiones estacionadas en el camino de la civilización, y a ellas se deba imponer la cultura, hasta por la violencia. Conformes: pero para tales procedimientos es preciso estar convencidos de la eficacia del remedio. ¿Y quién se atreve a pensar que tienen fe en esa medicina las familias que nos gobiernan nombradas arriba?
Antes de terminar, me veo obligado a dedicar un nuevo aplauso a los traductores, como indiqué al principio.
Yo conocía la firma de D. Vicente Gay como colaborador del diario de Madrid El Resumen, y en la traducción de Sergi confirma su reputación de escritor.
En cuanto al Sr. Valentí Camp, estoy en deuda con él, y en otra ocasión habré de decir algo de lo mucho bueno que pienso acerca del conocido periodista y con motivo de otro libro suyo.
H. Giner de los Ríos.
Barcelona mayo 1901.