Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Santiago Valentí Camp ]

Descriptiva social
Para mi insigne y estimado maestro Rafael Altamira


El progreso social sólo puede realizarse por dos procedimientos: el larguísimo de estimular educando y el bastante más rápido de regenerar amputando. No se excluyen ambos, porque sin eliminar lo morboso y acrecentar lo hígido para reproducir nuevos órganos completos y fuertes, es imposible la vida ascendente.

Es ilusorio el perfeccionamiento colectivo con la existencia de castas que a título de conservadoras, por nefandos contubernios entre el altar y el trono, hacen necesaria la guerra, para así legitimar los ejércitos y las escuadras, con sus obligados inventos de explosivos, blindajes y demás anexos de la vida militarizada. En ésta se contiene el pretorianismo, por el cual los impuestos crecen como la espuma a la medida que el hambre y la desesperación. Los exorbitantes presupuestos de Guerra y Marina, impiden que los gastos se ajusten a los ingresos, siendo éstos los que gradúen aquellos, no a la inversa, si la matemática sociológica ha de ser un hecho y no una de tantas mentiras convencionales.

Amputando miembros gangrenados, destruyendo parásitos del organismo teratológico, dando salida al ichor y con antisépticos enérgicos, se podrá algún día iniciar la grandiosa obra de emancipación social, por medios racionales, humanos, pero difíciles de convertir de teóricos en prácticos; pues, se trata de operatoria quirúrgica unida a la higiene.

La organización viciada se debe tratar como tal. El organismo con monstruosidades ha de ser deliberado de ellas no importa su origen, ni el sitio en que radiquen. Lo que la poda de los árboles es a la fructificación, así las eliminaciones en masa son a la sanidad colectiva prolíficas y de oportuna aplicación. El comensalismo humano ha de tener por límite el trabajo productor. Dura veritas, sed veritas. Transigir es renunciar en los médicos y en los enfermos, a obtener la salud. Cuando el diagnóstico y el pronóstico son exactos, los tratamientos se imponen con imperio de catástrofe.

Que la civilización está en inminente peligro, es tan notorio como la luz meridiana a pesar de todos los celajes y eclipses que pueden dificultarle, pero no destruirla en el mundo de los fenómenos naturales.

Acaso nuestros padres fueron tan viciosos como nosotros, pero muchísimo menos farsantes y más propensos al trabajo. No hay que recordar la acerba sentencia del santo: «Cuando los cálices eran de madera los sacerdotes eran de oro...» para darse cuenta exacta de como decaen los caracteres al embate de los vicios, y como la opinión pública se debilita por atonización, hasta el punto de que los moralistas parecen aislados o prófugos de manicomio, por sus pretensiones de regenerar la sociedad con apotegmas y homilías edificantes, casi todo ello por amor a sus semejantes, respecto a la verdad y desprecio del Dios oro, sin mito.

El ciudadano moderno va pareciéndose demasiado a una pieza metálica sometida el baño gálvano-electrolítico del interés compuesto. El medio auri-argentífero es ya casi irrespirable, y desde la adolescencia la substitución molecular mineralizadora de la sangre y del cerebro, causa tales estragos que si no viene pronto el remedio, el pronóstico del cáncer plutocrático es de muerte por trombosis y embolia metálicas.

Todo es vulnerable para el millón disparado a tiempo y con hábil puntería. Poder y corrupción resultan sinónimos. La abnegación, el desinterés, no honran ni aprovechan a quienes los predican con el ejemplo. Las muchedumbres, harto refractarias al altruismo, si son esclavas de la ignorancia, se alimentan intelectualmente de insustancialidades; así se nutren muy mal y caen de uno en otro extremo, convulsas y paralíticas, delirantes e inconscientes, dejan perecer de hambre a sus mejores guías, mientras aplauden sugestionadas a sus despiadados explotadores con tal de que estos les diviertan a tiempo.

Pan y circenses, música y toros, lujuria y ebriedades, constituyen el plan brutal y el plano inclinado que nos precipitan al abismo, en cuya superficie no hay más que mausers y cartuchos de dinamita, al no neutralizarse en inestable equilibrio de oposición y mirándolo bien, con perfecta y recíproca beligerancia de clase, institución y cuanto de esta deriva en sociedades como la actual, más enferma cerebralmente de lo que parece a los indoctos.

El hecho de poder vivir neminem laedere, suum cuique tribuere las masas sociales burguesa y proletaria, es decir, sin atentar al orden social, va reduciéndose por grados con suma rapidez a sus naturales términos. La posibilidad conjunta o compleja de comer, vestir, guarecerse en habitación y dar al sexo lo que exige la edad, es sin duda, previa a toda otra, por su índole natural y de absoluta fatalidad, habida razón de ser divisibles las necesidades sociales, en el tiempo cuando menos de su acción sobre el individuo, determinando aquélla la conducta de cada ciudadano y de todos.

La necesidad en descomunal lucha con la posibilidad, hacen de nuestra vida pandemonium sangriento y risible, tragicomedia y arlequinada, poco bueno entre mucho detestable, quiero y no puedo perpetuos, derroche de energías por inexperiencia, estorbo de incapacidades cuando se tiene la sabiduría, incontables reflegismos medulares y escasa cerebralidad sana y vigorosa.

Por ello es ya dudoso que las tapias de los manicomios separen más que dividan a los individuos en cuerdos y libres o en bien y mal situados, si se les juzga por sus actos y su conducta. Hácese muy difícil calificar la mentalidad juzgando los estados de conciencia, objetivamente exteriorizados, de las personas cuya conducta, más que pecaminosa y repugnante, es temible y agresiva para la colectividad.

Siempre fue ardua tarea técnica fijar sistemáticamente los caracteres objetivos y los signos patognomónicos de la sinrazón. En abstracto se logra separar el genio extraordinario y la inventiva del sabio, de la excentricidad incorrecta, el delirio sistematizado, la manía razonadora, la demencia incipiente, la parálisis vesánica, pero en concreto el psiquiatra encanecido en el estudio y en la observación no puede ser a veces, todo lo concluyente que es menester de momento.

Nadie ignora los modos de embriagarse, bebiendo o como sea, de sufrir los arrebatos pasionales... El que está cuerdo se siente nublar la razón por la ira, la envidia, la lujuria, los celos, &c., y dominando los estímulos puede detener su desrazonar.

Probado que existen locuras sin delirio, que hay impulsiones agresivas larvadas; que las impotencias congénitas son irremediables y las incapacidades adquiridas pueden curarse antes de la cronicidad y no con ella, no hay dificultad alguna para afirmar, que las enfermedades de la mente son inseparables de las localizadas en el sistema nervioso y al fin una de tantas del organismo humano.

Si afirmó Hypócrates que la enfermedad sagrada, epilepsia, era de índole tan material como las demás, está demostrado ahora, no sin protesta ociosa de algún excéntrico, que toda vesania, insania, manía, demencia y también la ebriedad crapulosa u otra puramente química, tóxica, es órgano-dinámica, celular o explácnica del sistema nervioso, convertido en locus minoris resistentiae, aut dolens.

La Psicología abstracta a fait son temps y mora semi fósil, arrinconada en bibliotecas y museos, como curiosidad arqueológica. El psicologismo dogmático se defiende en ostensible retirada de derrota, porque el micro-análisis edifica un nuevo estado de vida, con materiales presentidos por el genio jónico, helénico, itálico y ahora puestos en circulación con la universalidad propia del realismo objetivo y filosófico que la Biología integra.

La fuerza colosal, titánica de la autoridad personalizada en Platón y Aristóteles, Solón y Augusto, Hypócrates y Galeno, no existen hoy en persona alguna, porque está en los hechos y las pruebas de la causalidad de éstos realizándose en condiciones concretas, al alcance de nuestro conocimiento antes y después de estarlo al de nuestras manos.

La verdad, dice el célebre filósofo Edmundo Roberty, es una como la realidad que la integra, no se escinde en teórica y práctica, ni menos en subjetiva y objetiva, abstracta y concreta, o cualquiera otro dualismo. A este monismo o criterio de unificación, se deben los más prodigiosos descubrimientos científicos contemporáneos de los biólogos, que atentos y sometidos a la ley de división del trabajo, crea las especialidades, el arte analítico y los elementos y productos sociales, pero sin ignorar y menos contrariar el nexo existente entre todas las ramas del frondoso árbol bio-antropológico.

La Sociología está ya constituida con perfecta universalidad de cosmopolitismo; porque el micro-análisis de la vida humana, indivisa de la cósmica, sintetiza la unidad de acción y la solidaridad de resultados, para vivir socialmente los que quieren la civilización, apartándose de la brutalidad y del salvajismo.

Santiago Valentí Camp.