[ Ramiro de Maeztu Whitney ]
Contra el Czar. Un mitin en Londres
(De nuestro redactor)
Es el segundo mitin a que asisto en Inglaterra. El primero se celebró en Preston y habló sólo Chamberlain ante un público compuesto principalmente de gente rica. Este se celebra en Queen's Hall, que es el salón de conciertos que disputa al Bechstein Hall, dirigido por Arbós, la hegemonía musical de Londres.
El mitin lo han organizado la Sociedad de Amigos de la Libertad Rusa y la Federación Social Democrática y lo apoyan el Consejo de las Sociedades obreras londinenses, el Nuevo Club Reformista, la Liga Humanitaria y la Fabian Society.
Se trata de un mitin francamente socialista; su objeto es protestar contra la “carnicería de hombres desarmados efectuada en las calles de San Petersburgo.”
A primera vista no encuentro diferencia entre este mitin y el de Preston: la misma concurrencia, idéntica formalidad, igual respeto y parecido silencio. Hay, sin embargo, una, y muy importante. Los mitins Chamberlain han sido organizados por la Liga de la Reforma Arancelaria, que ha costeado sus gastos y distribuido gratuitamente las entradas entre sus gentes de confianza. Este mitin, organizado por Sociedades pobres, necesita costearse sus gastos, y por lo tanto sólo se entra gratuitamente a las localidades altas, y hay que pagar dos chelines por el derecho a sentarse en butaca y algo menos por los asientos de palcos y plateas.
Por lo demás, la música ameniza la espera y los intermedios y el público canta a coro, aquí como en Preston, sin otra diferencia que, mientras en Preston se cantaban canciones patrióticas inglesas, aquí se cantan los himnos revolucionarios internacionales.
En Inglaterra no se concibe un mitin ni una manifestación en que no desempeñe la música un papel principal. La música estimula al auditorio a escuchar a los oradores con ánimo propicio, y luego, en mitad de la reunión,, cuando se pasa de las palabras a las obras y se pide dinero a los oyentes para socorrer a los revolucionarios y a los huelguistas del país ruso, es también la música la que recuerda a los oyentes con sus botas las luchas heroicas de los pueblos, y a su influjo dionisiaco se debe que los individuos se olviden un poco de sí mismos y arrojen a la escarcela uno o dos chelines, cuando no traían propósito alguno de contribuir económicamente al éxito de la idea.
Todo periodo de agitación política y social necesita de la música. Con el himno de Riego se hizo la revolución de 1868, y con el de San Ignacio la guerra carlista, y es posible que el marasmo actual de España se deba a que desde la muerte de la marcha de la zarzuela Cádiz, nos falte un canto colectivo.
Al aparecer en la plataforma presidencial los organizadores del mitin, les saluda el público con triple salva de aplausos. Entre ellos hay magníficos tipos de revolucionarios: los ingleses Smith y Hyndman, con barbas patriarcales, y el ruso Tschakowsky, que por encima de las barbas moscovitas y entrecanas lleva los largos cabellos de un mujik.
Pero los dos hombres de la noche son Bernard Shaw y nuestro amigo Cunninghame Graham. Bernard Shaw es el leader de los socialistas ingleses, y se parece notablemente a Pablo Iglesias en el tipo, en el vestir modesto y en la mentalidad. Es frío y razonador, como el jefe de nuestros obreros, y también laborioso, tenaz, escrupuloso y dechado de honradez. Su origen es diverso, pues mientras Pablo Iglesias comenzó por trabajar como tipógrafo, Shaw comenzó de periodista. Y sin embargo, los dos ofrecen el mismo aspecto a la vez humilde y decidido. Verdad que en Inglaterra, donde es mayor la separación de clases que en España, no se concibe, en cambio, ese abismo que media en nuestra patria entre los operarios de las imprentas y los redactores de los periódicos, y que procede seguramente de la repugnancia de nuestros viejos hidalgos al trabajo manual. Lo que deshonra en Inglaterra no es el trabajo de las manos, sino el poco dinero: pero si uno tiene poco dinero, lo mismo da que se gane en una alcantarilla que en las más empinadas especulaciones metafísicas.
Bernard Shaw habla con palabra cortada, penetrante, rápida y fría. Su fuerte es la ironía y el ataque, y llega por el sarcasmo a producir efectos emocionales que no podría llegar a hacer sentir por la elocuencia de la exposición. Las masas le quieren y respetan; es su hombre de confianza.
Pero el hombre de su cariño es Cunninghame Graham, el hispanófilo. No bien se presenta se le saluda con entusiasmo; no bien se levanta, se le ovaciona; no bien habla, se le vitorea. Creo que si un día se le ocurriese pedir a las multitudes que le acompañasen a tomar los cañones que hay al pie de la sombría y legendaria Torre de Londres, le seguirían sin vacilaciones. ¿Cómo ha llegado a hacerse popular y querido en esta inmensa Babilonia, a pesar de la conjuración del silencio que contra él han sostenido y sostienen los principales periódicos de Londres?
Ello se debe, probablemente, a la singularidad del hombre. Porque en Cunninghame hay a la vez un espíritu muy del Norte y un español casi tropical. Cuando escribe recuerda a los noruegos; su pluma es un látigo, su estilo es a la vez complicado, rico en lenguaje, pero poco pictórico, porque a veces se pierde entre matices como un campo cubierto de bruma, y el pensamiento es fino y penetrante, como un perfume chino, como las discordancias de la música nueva.
Pero cuando habla, su palabra es torrente sonoro, y todo su cuerpo parece que se deja arrastrar en el rápido curso del agua resonante. A veces surgen enérgicas protestas, como enormes valladares puestos por los combatidos prejuicios británicos, y entonces Cunninghame parece retroceder un poco y tomar fuerza: pero entonces sale, más bien de su pluma que de su palabra, la respuesta contundente, y las aguas rebosan la valla, entre el estrépito de los aplausos delirantes.
Lector: ya conoces a las figuras más prominentes del socialismo inglés. Te las he presentado, porque los obreros británicos se preparan para llevar por primera vez treinta, o cuarenta diputados propios en las próximas elecciones generales.