Impresiones de un lector
En defensa de la mujer
Un joven que en vez de distraer sus ocios en fútiles devaneos, dedica largas vigilias a la reflexión y al estudio, y nos ofrece, como producto de sus meditaciones, un libro saturado de sólida doctrina y de levantados pensamientos altruistas, bien merece, en verdad, que le sea tributado el justo homenaje del aplauso, debido a toda labor noble y fecunda. He ahí por qué me complazco en rendir sinceras y fervorosas alabanzas a un escritor almeriense, Miguel Romera Navarro, que acaba de dar en Madrid testimonió gallardo de sus méritos, con la publicación de su obra «Ensayo de una Filosofía feminista», avalorada con la firma de Moret en la carta-prólogo que la encabeza.
En plena mocedad, por dicha suya; en esa edad, risueña y feliz, en la cual la inmensa mayoría del sexo fuerte, apenas dedica a la otra mitad del género humano sino cuatro vulgares galanterías, indistintamente aplicadas a todas las muchachas bonitas, –para que ellas, en su pueril vanidad, se desvanezcan con la lisonja,– Miguel Romera, sin perjuicio de consagrar a las mujeres la ofrenda de su admiración y de sus entusiasmos juveniles, hace en su pro bastante más que todo eso: se preocupa de su situación social: defiende, con tesón incansable, sus derechos; fustiga a los espíritus rutinarios y egoístas que tratan de perpetuar su penosa servidumbre; propaga, en fin, por cuantos medios se hallan a su alcance, con la palabra y con la pluma, en al Ateneo y en el libro, la santa cruzada de la vida nueva, que ha de redimir a la mujer de la injusta tutela a que se halla al presente sometida y ha de labrar para ella un porvenir más próspero y más digno.
En el libro que motiva estas consideraciones, el autor estudia con detenimiento y lucidez los complejos problemas con tal materia relacionados. Examina, ante todo, una cuestión importantísima, que suele servir de basé a las campañas antifeministas. ¿Existen diferencias esenciales, o por lo menos cuantitativas, entre el cráneo y el cerebro de la mujer y los del hombre? ¿Determinan en todo caso, aquellas diferencias, la inferioridad mental de la primera, o debe ser ésta principalmente atribuida a los defectos de su educación y al propio género de vida a que las exigencias del medio social y de sus hábitos inveterados la relegan?
Está comprobado que la capacidad intelectual no se halla en relación directa con el volumen del cerebro: numerosos datos experimentales así lo demuestran. La energía de las funciones no depende solamente del tamaño de los órganos, sino también de su irritabilidad. Las deficientes investigaciones de la ciencia psico-física, no pueden negar la unicidad del espíritu humano. Y aparte de esto ¿por ventura se puede regatear en justicia a la mujer, aun supuesta esa inferioridad imaginaria que se le atribuye, el innegable derecho a la vida y a la libertad, que a todo ser racional y consciente corresponde? ¿Por qué privarle de medios suficientes con que atender a las imperiosas necesidades de la existencia? ¿Por qué reducirla a la condición de ser pasivo y de elemento secundario en el régimen social, imputando a su constitución orgánica el débil desarrollo de sus facultades psíquicas, debido no más que a la falta de ejercicio de esas mismas facultades y a la insuficiencia, ya que no al extravío o a la carencia de una instrucción adecuada, capaz de libertarla por sí sola del yugo varonil, bajo el que sufre tantas veces injustificadas vejaciones?
Todas estas ideas, que aquí someramente apunto, hállanse ampliadas y robustecidas con sagaces observaciones y atinados juicios, en el «Ensayo de una Filosofía feminista» conque ha enaltecido su nombre de escritor nuestro joven compatriota y amigo. La enseñanza femenina, en cuyo vasto campo está la mujer llamada a realizar tamos avances, inspírale muy acertadas consideraciones. La instrucción técnica del sexo débil, hasta aquí, por regla general, tan abandonada; la educación de la voluntad, que bien dirigida y encauzada crea bienestar, riqueza, alegría y poder; la educación física, opuesta a la vida sedentaria y a la completa inmovilidad del organismo femenino, que suele ser causa de graves quebrantos en la salud de la mujer; todos estos temas, de palpitante interés, son objeto de singular atención en el libro de Romera Navarro.
Combate el autor, con gran copia de razones, el aserto de que la mujer, según la opinión que Moebius patrocina, deba ser «sana y tonta». Sana y discreta, dice, –y dice bien– desempeñará mucho mejor su cometido doméstico y social. La mujer, añade, es como el hombre ha querido que sea. A nadie más que a sí mismo debe este recriminar, si las consecuencias se acomodan a la premisa. La ha dejado como único refugio la ignorancia. ¿Por qué, pues, se sorprende y se lamenta del fruto de su propia obra? Hay que rectificar la grave equivocación cometida en la educación de la mujer y en la dirección que hemos dado a sus costumbres y a su vida toda. Solo nosotros la hemos habituado a ser frívola, superficial y gazmoña, materia propicia a que hagan presa en ella las más absurdas supersticiones y los errores más crasos. Elevemos su nivel intelectual, instruyéndola, dignificándola, fomentando el caudal inagotable de sus actividades, de su sentimiento y de su inteligencia. Así evitaremos que sirva de obstáculo a la evolución social y se convierta en rémora pesada que dificulte o embarace la magna labor del humano progreso.
El feminismo en sus relaciones con la religión; la libertad de la conciencia; la mujer y la vida pública, cuestiones son que a largas y luminosas disquisiciones se prestan. El autor del «Ensayo de una Filosofía feminista», las resuelve en un sentido expansivo y radical, que lo muestra al lector exento de todo género de preocupaciones añejas. El examen de sus conclusiones, haría a esta impresión que me he propuesto concisamente reflejar, proporciones desusadas. Los que quieran estudiar con alguna extensión todos esos interesantes problemas, lean y mediten la obra de Romera Navarro, pródiga en valiosos elementos de juicio y en útiles enseñanzas.
Es en mi sentir este libro, la plena revelación de un espíritu ferviente, pero bien equilibrado, que lucha por la realización de un ideal de justicia, con todo el ardor de un enamorado y de un convencido, sin caer por eso en las exageraciones peligrosas de un sectarismo apasionado. Así se observa que al defender, con fogoso entusiasmo, los derechos de la mujer, no aspira a colocarla, sin embargo, en condiciones de absoluta igualdad con el sexo masculino, como sostiene, con notorio desconocimiento de la realidad, la extrema izquierda, por decirlo así, de la escuela feminista. De tal manera pugna esa identidad con la propia naturaleza humana, que bastará un sencillo razonamiento para demostrarla. La igualdad de derechos, supone y exige la igualdad de deberes. ¿Y cabe imaginar, acaso, que sea sometida la mujer, como el hombre, a las duras obligaciones del servicio militar, por ejemplo? No incurre en semejantes errores el autor del «Ensayo de una Filosofía feminista». En todas sus páginas, aboga calurosamente por la redención de la mujer, víctima de un estado social que la mantiene aherrojada en odiosa servidumbre; mas no pretende, empero, trasladarla a una esfera manifiestamente incompatible con la dulzura y los peculiares caracteres de su sexo. La propaganda de esa emancipación, en tales términos sustentada, es precursora, sin duda alguna, del triunfo que el porvenir reserva siempre a todos los grandes ideales. A ella deben tenazmente contribuir aquellos espíritus nobles y abnegados, para los cuales no sea la justicia un nombre vano.