Don Arturo Campión en el Centro Vasco
En nuestro listín de ayer publicamos el siguiente despacho:
«San Sebastián 7 (10.35 noche).
En la conferencia que ha dado don Arturo Campión en esta ciudad, ha estado elocuentísimo.
Durante su discurso ha sido interrumpido varias veces por calurosas y grandes ovaciones.
Asistió numeroso público.
Entre los que asistieron a oír el discurso del señor Campión, había bastantes sacerdotes.
Todos los asistentes al acto eran nacionalistas, pues solo había una veintena de bizkaitarras.
El señor Campión empezó su elocuente discurso a las siete y terminó a las nueve.
Durante el banquete y acompañados del piano se cantaron himnos vascongados.
El corresponsal.»
A continuación tenemos el gusto de insertar la interesante reseña, que nos ha trasmitido nuestro estimado corresponsal acerca de la notable conferencia dada por nuestro insigne paisano don Arturo Campión, en el “Centro Vasco” de nuestra hermana Donostiya.
«La conferencia que ha dado esta noche en el “Centro Vasco” el insigne publicista navarro don Arturo Campión, ha constituido una prueba más del talento y la cultura del hombre de ciencia y del amor a la Euskal-Erría del patriota vasco.
Es imposible seguir al señor Campión paso a paso desde que empieza la lectura de su conferencia, hasta que la termina; por eso voy a señalar únicamente los temas que el señor Campión desarrolló.
Empieza recordando la primera conferencia que dio en este mismo Centro, y diciendo que no pretende elaborar programas, definir dogmas ni orientar derroteros.
En el comienzo de su conferencia, hablando de la vaguedad de los términos raza, pueblo y nación, el conferenciante hace un verdadero alarde de sus profundos conocimientos científicos.
Sostiene que la palabra raza, sometida a las arbitrariedades del uso, se halla convertida en un término equívoco, y después estudia la raza a través de la definición científica.
La palabra raza, científicamente definida, significa una variedad histórica de la especie.
A continuación, y después de aducir unos y combatir otros testimonios de ilustres hombres de ciencia, habla extensamente de la pureza de la raza.
El mismo análisis hace de la palabra pueblo, y después de señalar varias definiciones de este término y después de demostrar el mar de confusiones en que le han sumido la terminología oficial y el uso, define el pueblo diciendo que es el conjunto de elementos étnicos de procedencia única o varia, capaz de vida histórica por haber llegado a establecerse en él cierta comunidad de aspiraciones o ideales y de cultura o espíritu con plena conciencia de su conexión, manifestada externamente por el lenguaje.
La nación, dice Campión, es el pueblo mismo, o parte de él, que se somete a un poder exterior y soberano que es el Estado, medio para los fines comunes y órgano de la solidaridad social y de la unidad espiritual.
Cristaliza Campión su estudio notable sobre los términos raza, pueblo y nación, y las definiciones antedichas, diciendo:
“De suerte que, refiriéndonos a un mismo conjunto, podíamos denominarle raza, cuando atendamos al simple elemento físico, a la sangre y su procedencia; pueblo cuando solicite nuestra atención el doble elemento psico-físico quo se desenvuelve en la historia, y nación cuando nos importe poner de relieve el elemento jurídico-político.”
El señor Campión afirma que no es raza quienquiera, y que los vascos singularizados por el fenómeno maravilloso de su lengua, debieron a esta circunstancia la constante posesión de un estado civil étnico.
Afirma quo existe la raza basca, cuyo es el baskuenze y además una exteriorización más amplia de ella, el pueblo euskaldun, en quien se personifican los elementos étnicos combinados mediante una conciencia común, que los redujo a la unidad por obra y gracia, particularmente del idioma.
Estudió las grandes nacionalidades y la ley de su decadencia, haciendo un verdadero alarde de cultura y de ciencia.
Campión sienta la tesis de que las grandes naciones están constituidas por varios grupos étnicos, cuyo valor social no puede ser idéntico.
* * *
Los conceptos de raza, pueblo y nación antes expuestos –dice– señalan el triple concepto bajo el cual pueden ser considerados los bascos.
El pueblo basco en las vicisitudes de su historia se organizó en diversas naciones soberanas de sí mismas, política e internacionalmente objetivadas por otros tantos Estados.
Destruidas las naciones baskas, perdura el pueblo basko, sin que el adjetivo de español o francés desnaturalice el sustantivo euskeldun.
Hace luego relación de la incorporación de la tierra de Guipúzcoa, la cofradía alabesa de Arriaga por medio de pactos a la corona de Castilla, de la incorporación de Navarra por lazo personal de un príncipe que usurpó –dice– la corona de los Reyes legítimos y del señorío de Bizkaya, por herencia y sucesión legítima.
Sobre estos puntos el señor Campión hace una brillante relación histórica.
Alude luego al discurso recientemente pronunciado por el señor Mella en el Congreso con motivo de los sucesos últimamente ocurridos en Barcelona.
Dice que en dicho discurso el señor Mella considera que España no es un conjunto de naciones.
El señor Campión sostiene que España es una nación de naciones, pues por lo menos deben señalarse en ese compuesto la nación castellana, la aragonesa, la catalana y el grupo de las cuatro pequeñas naciones euskaras.
Refiérese luego a la afirmación hecha por Mella de que la España del siglo XV era una nación dividida en Estados, y dice que en ese caso la Europa de las Cruzadas era una nación también.
Recuerda las frases de Antonio Benavides, pronunciadas en el Senado, el cual decía: «Nosotros no tenemos unidad de raza ni de territorio ni de lengua, ni de legislación», y dice que esas frases, tan ciertas hoy como el año en que fueron pronunciadas (1876), demuestran que es enclenque e incompleta la unidad nacional que el Sr. Mella cree establecida desde el siglo XV.
A nosotros, dice Campión, nos interesa hacer constar que los Estados baskos formaron parte de la monarquía española mediante pactos de incorporación, que el Estado unitario español destruyó, y que abrigamos el propósito inquebrantable de restaurarlos.
La denominación política de estas aspiraciones es el nacionalismo basko.
Considera Campión, después de estudiar las palabras fuerismo y nacionalismo, que el antiguo vocablo fuerista puede cobijar a los baskos que quieren las cosas a medias, y dice que, pues existe otro más expresivo y que no se presta a esa ocultación, desde hoy se llamará nacionalista.
Estudia luego los fundamentos del nacionalismo, diciendo que son legales e históricos; no se levantan sobre ninguna teoría política general, sus obras de consulta no son los libros de tratadistas y filósofos, únicamente se vale de los cuerpos legales, de las tradiciones y de la historia del país.
Entre las aspiraciones nacionalistas –dice– y las revolucionarias de cualquier color y pelaje, media un abismo.
Señala luego las causas de la ruina de las naciones euskaras, y dice que son de un lado el absolutismo de la monarquía y el absolutismo liberal.
Con este motivo el señor Campión hace un paréntesis histórico, en el cual analiza la historia de España desde los tiempos de Felipe IV hasta la promulgación de la ley de 21 de Julio de 1876, paréntesis en el cual indica cómo poco a poco fueron desapareciendo los fueros.
Otra de las causas que señala Campión, radica en la modificación del espíritu baskongado, y dice que la guerra de la Independencia fue la hoguera donde se fundieron muchas de las ideas particularistas. La guerra de la Independencia convirtió en españoles militantes a los vascos y navarros.
Estudia luego la vida de los partidos tradicionalistas y liberales en el país basko.
A continuación el Sr. Campión hace la siguiente importantísima declaración, hablando del nacionalismo y del separatismo.
La quinta esencia del nacionalismo consiste, a mi entender, en restituir a nuestro país el poder legislativo, a quien incumbiría el cuidado de amoldar nuestra constitución histórica a las necesidades presentes y admitir en los pactos de incorporación las cláusulas que a ambas partes conviniesen.
No sería yo de los que aconsejaran entonces la política de la mano cerrada, de la intransigencia; antes bien pretendería que el tamaño de las concesiones lo marcase el corazón baskónico, quo es muy grande.
A estas reivindicaciones nacionalistas, los espíritus obcecados o pérfidos las infamarán con el dictado de separatismo. Pero acerca de este punto deseo deciros algo, señores, con la franqueza de mi carácter: no me gustan los equívocos ni las sombras. La falta de sinceridad me repugna y quiero decirlo para dar cabo a esta conferencia.
Considerada la situación a la luz serena de los principios expuesta ante el tribunal donde informa la verdad pura y falla la justicia absoluta, la sentencia de separación por sevicia hace muchos años que está dictada.
Teníamos un pacto y lo hemos cumplido lealmente, excediéndonos a menudo en su cumplimiento: hemos sido leales y honrados sobre toda comparación. Los poderes que nos arrebataron nuestras instituciones, no se atrevieron a negar ese hecho patentísimo.
Alegaron doctrinas de derecho político; la unidad nacional, la unidad constitucional, teorías acerca del progreso político; la integración de las modernas nacionalidades; la concentración del poder unitario frente a las disgregaciones feudales y federativas &c., doctrinas y teorías que tenemos el derecho de no compartir y de rechazar: y en último caso alegaron la razón de la fuerza, que excusa a todas las demás.
Al separarse del ejército vencedor, dijo el Rey Alfonso XII a sus soldados: «fundada por vuestro heroísmo la unidad constitucional de España, hasta las más remotas generaciones llegará el fruto y las bendiciones de vuestras victorias.» La victoria, he aquí el verdadero título.
El estado actual, derivación lógica del estado anterior abierto por la ley de 1839, no es un estado de derecho, es un estado de fuerza. Jurídicamente hablando, estamos separados.
Ahora pregunto yo, ¿cuál debe ser la tendencia política del nacionalismo? ¿A qué fin debe dirigir su propaganda el nacionalismo? ¿a procurar que esa separación jurídica descienda de la esfera abstracta de los principios al mundo de los hechos, tome cuerpo en la realidad y provoque un movimiento secesionista como el de la América española o el de Cuba? ¿o por lo contrario, los esfuerzos se han de enderezar a restablecer la unidad rota, reanudando nuevamente los pactos de incorporación a la monarquía española? No sé si existe nacionalismo secesionista, pero declaro con la mayor solemnidad posible que el mío es unionista.
Yo tomo las cosas cual me las presentan las manos de la historia: la monarquía española, y dentro de ella, a ella incorporadas, pero con vida propia, garantida por solemnes pactos, las naciones baskas, los estados baskos. No quiero soltar ninguno de los extremos de esta cadena de oro. Los que vulneran nuestro derecho, los que destruyen nuestras instituciones, son los verdaderos separatistas. Afirmar la unidad nacional y negar constituciones es un proceder inicuo.
Contra él me alzo y protesto, oponiendo al ideal uniformista de los malandrines políticos contemporáneos la castiza tradición de nuestro derecho público, respetada por monarcas tan celosos de su autoridad y tan capaces de gloriosas empresas, como Carlos I y Felipe II.»
Tal es a grandes rasgos la conferencia dada esta noche por el señor Campión en el Centro Vasco, conferencia que ha constituido un nuevo e importantísimo triunfo del talento del insigne navarro don Arturo Campión.
Si en el extracto que de ella he hecho, hubiere algún error de concepto o inexactitud de frase, cosas bien fáciles, dada la precipitación con que he tomado los apuntes, la rectificaré gustoso.»