Filosofía en español 
Filosofía en español


Eusebio Corominas

Queremos la autonomía

Ya vuelve a pasear por las columnas de la prensa madrileña el fantasma del separatismo catalán.

Maldita palabra, esta de separatismo, que tantos estragos produce en los cerebros de algunas gentes.

El imperio alemán es una gran nacionalidad, un poderoso Estado, no hay quien dude de ello.

¿Qué es el imperio alemán? Un Estado compuesto, una nación de naciones. Prusia, Baviera, Sajonia, Wurtemberg, &c., &c., componen el imperio y se gobiernan separadamente como les parece, por medio de sus monarcas, sus Cámaras, su régimen local, su hacienda propia, su ejército, en una palabra, conservando todos los atributos de la soberanía.

A pesar de esto se suman todos aquellos Estados y naciones, componiendo la gran nacionalidad alemana, que representa en calidad de Emperador la antigua casa real de Prusia.

Y viven en paz todas aquellas naciones, sin que ningún prusiano sospeche de los bávaros, ni éstos de los sajones, ni cualquiera de ellos del amor que todos sienten por la gran patria alemana.

¿Aunque los catalanes aspirásemos a algo semejante, dentro de la nación española, podría nadie en justicia tacharnos de separatistas?

Si acaso de particularistas, lo cual en España no es novedad, existiendo, como existe, el particularismo navarro y el vasco.

Hay que advertir, que hasta la hora presente, y con relación a la ley de régimen local que se discute en el Congreso, los catalanes no han dicho una palabra de la que se pueda deducir, que aspiran a la reconstitución de un estado catalán. Hasta ahora se ha dicho, que Cataluña desea gobernarse lo más autonómicamente posible, aspiración muy compatible con el actual régimen y que nada tiene de herética ni de alarmante.

Atendiendo a los antecedentes históricos de España, nada tiene de particular, que haya quienes aspiren a que España vuelva a ser nación de naciones.

Lo fue durante siglos, y aun Fernando VII e Isabel II promulgaron leyes, llamándose Reyes de Castilla, de León, de Extremadura, de Aragón, de Mallorca… Señores de Vizcaya, Condes de Barcelona, &c., &c., recuerdos históricos de antiguas soberanías, las cuales no fueron obstáculo para el engrandecimiento y mayor gloria de España.

El propio D. Francisco Pí y Margall, de cuyo patriotismo nadie puede dudar, aspiraba a reconstituir a España, bajo la base de las nacionalidades históricas, adecuando la nueva constitución a las necesidades de la vida moderna.

Y discutiendo con el ilustre Pí y Margall y con los demás prohombres del federalismo, a nadie, en Madrid, ni en parte alguna, se le ha ocurrido tachar de separatistas a los federales.

La propia Francia, tan unitaria, siente la necesidad de romper el excesivo centralismo jacobino y napoleónico.

Y ya es sabido; el gran enemigo, el irreconciliable y el irreductible para esta obra de gobierno autonómico, es la burocracia, incapaz de renovación y de criterios amplios aplicados a la obra fecunda de reconstitución.

Y aunque fuese cierto, según dice un diario de Madrid, que solo las provincias catalanas desean la aprobación de la ley de régimen local, no hay derecho para negarse a este deseo, todo lo contrario, un Gobierno previsor debe satisfacerlo, aunque no sea más que con el propósito de estimular a las provincias restantes de España.

En los diversos Estados alemanes existen diversas leyes electorales y distintas leyes municipales; y sin embargo esto no implica superioridad ni inferioridad; están satisfechos los ciudadanos con lo suyo, sin sentir envidia ni molestia por lo ajeno.

Esta es la realidad y a ella es preciso atenerse, que cuanto más se la estudie, menos exaltaciones y recriminaciones se producirán.

¿Qué culpa tenemos los catalanes de que nosotros tengamos del Gobierno y de la política, conceptos tan distintos de los de Madrid? ¿Sería patriótico ni honrado callar o mentir, cuando de semejantes cosas se trata?

Nada de esto puede serle permitido a la actual diputación catalana, genuina representación de todo un pueblo, que por haber sufrido durante muchos años la tutela impertinente del caciquismo, lo arrojó de su seno, lo trituró, para erguirse y hablar claro, diciendo toda la verdad.

¿Esos señores de Madrid, que nos llamaban gratuitamente separatistas, tienen detrás de ellos una fuerza social y política, que les habilite en el Parlamento, para hablar con la autoridad de los representantes de Cataluña?

Discutamos, pues, con seriedad y sin engaño, que las cosas son como son, y no hay ni debe haber interés alguno que aconseje la conveniencia de desnaturalizarlas ni de embrollarlas.

Cataluña quiere su autonomía, con España; la vive ya por razón de sus iniciativas y de su afán de poderío y de grandeza. Y solo desea, que en esta noble aspiración la acompañen todas las regiones españolas, y si no quisieran acompañarla –cosa imposible– que la dejen tomar la delantera, que al fin y al cabo si el éxito favorece a Cataluña, habrá de ser para mayor gloria de España, y de todas cuantas regiones se decidan a copiar tan saludable ejemplo.

Eusebio Corominas.





Criminalidad y homosexualismo
La riña sangrienta de anoche. Muerte de un homosexualista

Es la calle del Mediodía y adyacentes le bas fond de la ciudad. Agrupados en tribus, viven hambrientas mujeres de vida airada, hombres casi mujeres –homosexualistas– y pajarracos humanos de la peor condición –toda una gradación social que alcanza desde el que se dedica al hurto inocente y a la quincena en la Modelo, al apache que explota a la mujer, roba al transeunte y despacha al otro mundo al que se resiste.

Anoche a eso de las once desarrollóse en una taberna de la calle del Mediodía, esquina a la del Cid, número 6 –conocida por can Bertrán– una sangrienta y rápida escena que costó la vida a un homosexualista, que se entretenía además, en despellejar al prójimo, si la ocasión se le presentaba propicia.

Sujeto de tal condición –conocido con el sobrenombre de “La Mahonesa”– entró disputando acerca de homosexualismo, en la citada taberna, con “El Canario”, pajarraco de cuenta que ha sido asistido en las casas de socorro en varias ocasiones, a consecuencia de caricias recibidas en lances como el de anoche.

El diálogo entablado entre los dos sujetos era violento y asaz indecente. De pronto “La Mahonesa” descargó un soberbio puñetazo a “El Canario”. Este no se amedrentó y con una faca pinchó al agresor.

El dependiente de la taberna, Pedro Solá, temiendo las consecuencias desagradables del lance y llevado de su humanitarismo, quiso actuar de redentor, interviniendo en la disputa, con ánimo de separar a los contendientes. Intervenir el Solá, y recibir una puñalada en el brazo derecho, fue cosa de un instante. “El canario”, cegado por su instinto criminal, al tiempo que apuñalaba al dependiente, siguió apuñalando a “La Mahonesa”. Este o ésta –es lo mismo– dió en tierra a consecuencia de las tremendas heridas sufridas, huyendo “El Canario” antes de que acudiera gente a las voces de auxilio de Pedro Solá.

Finido el drama, acudieron entonces muy velozmente, aunque muy tardíamente, serenos, vigilantes y guardias. Entre varios paisanos y el guardia de seguridad 338, condujeron en brazos a “La Mahonesa” a la casa de socorro de la calle de Barbará, en donde auxiliado muy pacientemente por el Dr. Guilló, éste apreció al herido una herida penetrante en la región subclavicular derecha, otra en el espacio intercostal derecho, dos en la región torácica izquierda, una en la región sacra y contusiones en los antebrazos.

Al herido se le aplicó una inyección de suero pues el derrame de sangre sufrido fue tremendo. Fueron inútiles todos los cuidados del Dr. Guilló. A los diez minutos falleció “La Mahonesa”.

Pedro Solá presentaba dos heridas incisas cortantes en el brazo derecho de pronóstico reservado.

A la casa de socorro de la calle Barbará, acudieron varios amigos y conocidos del muerto, llorando a lágrima viva la fatal desaparición de “La Mahonesa”.

A la hora de cerrar esta edición se han presentado en la casa de socorro de la calle Barbará, varios amigos de “La Mahonesa”, diciendo que el verdadero nombre del muerto es Agapito Estrada.

De “El Canario”, nada se sabe, sospechándose que está escondido en alguna de las casas de lenocinio de la calle del Mediodía.