[ Ramiro de Maeztu Whitney ]
Desde Londres
Socialismo administrativo
Hace pocas semanas hablábamos en estas columnas de “La crisis del marxismo”. Condenábamos el sistema marxista por su concepción materialista y fatalista de la historia, porque confía a los trusts la misión de instaurar el socialismo y porque solo deja a los obreros la tarea de unirse y de pasearse con banderas y corbatas rojas hasta que llegue el día mágico en que se realice por sí solo el milagro revolucionario. Decíamos que la crisis del marxismo no es la del socialismo, ni siquiera la del colectivismo. El marxismo muere: el socialismo y el colectivismo son más fuertes que nunca. Y lo que ha venido a dar nuevo vigor al socialismo es el movimiento que en Inglaterra se llama fabianismo y en Europa podría llamarse socialismo inglés, pero que nosotros designaremos con el nombre más comprensivo de socialismo administrativo.
En realidad, el fabianismo ha existido en Inglaterra mucho antes de fundarse en Londres la Fabian Society. En Birmingham, por ejemplo, bastó el buen sentido del patriotismo local para que, siendo alcalde Mr. Joseph Chamberlain, se estableciese el sistema más amplio de municipalización de los servicios públicos que se había conocido en ciudad alguna. Ello se explica porque durante el siglo XIX la vida política de Inglaterra ha estado en manos de una clase gobernante, procedente de la aristocracia y de los negocios, que se ha ocupado desinteresadamente de los negocios públicos y que, con el ejemplo de su honradez y sentido práctico, ha dado carácter administrativo a la vida pública del país. Mientras en los países latinos la gobernación del país ha estado en manos de idealistas sin aptitudes prácticas o de políticos profesionales sin escrúpulos, en Inglaterra se ha producido, como en nuestras provincias vascongadas, una clase gobernante que apela a los comicios con el propósito de servir a su país, sin que en este servicio se deje estorbar ni por prejuicios ideológicos ni por apetitos personales.
Esa ciase ha despertado en el pueblo inglés la conciencia de los intereses del Estado. Los ingleses han llegado a considerar al Estado como una gran empresa en la que todos los ciudadanos son socios y a la que se sirve, sin embargo, más por amor propio que por interés particular. En cambio los norteamericanos consideran el Estado como algo colocado por encima de sus cabezas, como el cielo o como una bandera enarbolada, pero que no afecta esencialmente a sus negocios habituales. De ahí que en los Estados Unidos prevalezca el individualismo más desenfrenado, en tanto que el individualismo ha tenido que librar en Inglaterra tremendo combate contra la Iglesia y el Estado, sin lograr nunca prevalecer en absoluto, ni aún con la ayuda de Herbert Spencer.
El socialismo legislativo venia influyendo en Inglaterra durante todo el reinado de la reina Victoria, pero ha sido desde 1880 cuando, al impulso de cuatro o cinco personalidades de la Fabian Society, ha aportado al socialismo universal y a la política el obstinado espíritu administrativo que ha cobrado forma en el socialismo municipal.
La personalidad dominante en la Fabian Society ha sido Sidney Webb, funcionario procedente del Ministerio de las Colonias, hombre de aspecto poco apostólico, más insinuante que predicador, de maneras suaves y humildes, pero enérgico, activo, infatigable, creador y organizador por temperamento y casado con una mujer, Beatriz Potter, que rivaliza en poderes mentales con su esposo. La feliz pareja, enamorada del ideal socialista, dio por sentados sus principios generales y por buenos sus propósitos, e inmediatamente se planteó el problema de los medios para realizarlo.
La solución marxista de que todo se arreglaría cuando los obreros se apoderasen de los instrumentos de producción y distribución le pareció desde luego utópica. Desechado el postulado de la revolución mágica, los Sidneys afirmaron que los métodos administrativos y políticos del porvenir tendrán que hallarse en el desarrollo de las actuales instituciones y, a renglón seguido, inauguraron un proceso de estudios para buscar el cómo realizar las ideas socialistas.
Cuando dieron con el cómo, la Fabian Society se convirtió en misionero encargado de enseñar a hacer socialismo. Se le importó poquísimo de propagar el nombre de la idea; concentró todos los esfuerzos en su realización. Su táctica fue la penetración pacífica. Los hombres de la Fabian se distribuyeron por todo el Reino Unido e influyeron con los ayuntamientos para que socializasen los servicios públicos. La Fabian se encargó de preparar la organización de la sociedad futura por medio del socialismo administrativo y de acuerdo con un programa que se ha sintetizado en las bases siguientes:
1.ª Adquisición pacífica y sistemática por los municipios y el Estado de los servicios públicos de tracción, tráfico de bebidas, alumbrado, aguas, minería, propiedad territorial, &c.
2.ª Expropiación sistemática y gradual de los propietarios individuales por medio de los tributos directos y sobre herencias.
3.ª Formación de una gran maquinaria administrativa organizada científicamente para dirigir estas nuevas funciones públicas.
4.ª Constante expansión de los servicios de instrucción pública, museos, bibliotecas, laboratorios, cantinas escolares, baños públicos, parques, campos de juego para niños, &c.
5.ª Elaboración gradual de un servicio de sanidad pública que se encargaría de los hospitales, caridades y otros servicios que ahora realiza privadamente el cuerpo médico.
6.ª Reconocimiento del derecho de cada ciudadano al bienestar por medio de pensiones a las madres y a los ancianos.
7.ª Elevación del salario mínimo por medio de disposiciones legislativas.
En cuanto a los métodos, proscripción absoluta de toda crítica meramente negativa y de todo ataque a las actuales instituciones. Los amigos de Webb han exagerado, naturalmente, sus doctrinas y llegado a creer que bastaba la organización, aun sin la ayuda popular, para ir elaborando el socialismo de manera insidiosa. El principio de Webb era el de que el pueblo, por sí solo, sin organización, sin tecnicismo, sin una maquinaria administrativa, no bastaba para elaborar el socialismo. Sus amigos han llegado a creer que bastaba con la organización, aun prescindiendo del pueblo.
Para ellos todo el problema consistía en dar las mayores facilidades posibles a una burocracia científica, arrancándolas, si era preciso, a los representantes del sufragio. Nada de seguir predicando principios socialistas que alarman a los tímidos. Lo mejor era hacerse oportunista, obtener representaciones en los municipios y dejarse llamar liberales y aun conservadores, a condición de que se les permitiera desarrollar los servicios públicos. Y así el socialismo, en vez de confiarse a una revolución violenta, se convertía en un complot.
Los fabianistas, obrando como fermentos en la política municipal y estimulando el orgullo y patriotismo locales, han conseguido en algunos grandes ayuntamientos, que la socialización de los servicios públicos, dirigidos por funcionarios de gran competencia y elevado espíritu, demostrase prácticamente la plausibilidad del régimen socialista. El propio míster Webb ha sido uno de los hombres que han tomado parte personal más activa en la municipalización de los servicios de aguas, tranvías y electricidad en el Consejo del Condado de Londres.
Todo ha marchado como una seda mientras se ha tratado de corporaciones animadas por excelente espíritu público y patriotismo local, como el Condado de Londres y los municipios de Birmingham, Manchester y Glasgow, pero al llegar a corporaciones menos prestigiosas, como son los casi innumerables municipios de Londres, el fabianismo ha fracasado. El concejal de oficio, donde éste se produce, no sirve para administrar honestamente los servicios públicos municipalizados; ni conoce su mecanismo, ni tiene la integridad bastante para administrarlos en provecho de la comunidad. Los municipios que hasta ahora sólo se habían ocupado de barrer las calles, no han sabido montar con la debida economía las instalaciones eléctricas.
Y es que no basta con crear un cuerpo de funcionarios hábiles para que el socialismo administrativo funcione con éxito: hace falta crear una mentalidad y voluntad colectivas para que esos funcionarios no se conviertan en el déspota ilustrado de que se hablaba en el siglo XVIII. El fabianismo da al ideal socialista los funcionarios que han de encarnarlo y organizarlo, pero se ha olvidado de lo que ha de estar por encima de los funcionarios, de lo que ha de guiarles, la conciencia popular.
Marx ponía su fe en una democracia mística que, sin educación previa, se alzaría por milagro a la gobernación del mundo. Estos fabianistas han caído, en cambio, en otro misticismo menos político: en la adoración del burócrata, con sus libros azules y su papel sellado.
Pero la verdad es que el Estado socialista no puede ser gobernado ni por una estrecha burocracia ni por una democracia ignorante. Quien ha de gobernarlo es el mismo pueblo al impulso del ideal social. Hasta que no cambiemos la conciencia popular el socialismo es impracticable: solo cuando las multitudes sientan con fuerza el ideal socialista y admiren con mayor vehemencia el ideal del servicio público que el de la adquisición de la propiedad privada, se hará posible el socialismo. Consiguientemente los pedagogos y los propagandistas tienen la clave del porvenir del socialismo.