Filosofía en español 
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La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle

Eduardo Sanz y Escartín

Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo

Es el Cinematógrafo un poderoso agente de sugestión que, por su baratura, su multiplicidad y universalización, está llamado a ejercer un influjo decisivo en las ideas, sentimientos y costumbres de las nuevas generaciones.

Si el idealismo racionalista revolucionario no ejerciera tan absoluto predominio sobre nuestros políticos y gobernantes, comprenderían la diferencia que hay entre el teatro, que está fuera del alcance de todos; entre el impreso que requiere holgura y reflexión, y la representación gráfica, viva y animada del Cinematógrafo; y, ejerciendo esa función tutelar que, en todo tiempo, deberían ejercer los gobiernos sobre las clases populares y más numerosas, para evitar que sus sentimientos se depraven y sus ideas se subviertan, someterían a previa censura toda representación cinematográfica.

¿Cabe esperar que esto se practique? Ya sabemos las ideas de libertad que, contra el sentir de los mejores en todo el mundo civilizado, profesa el Sr. Canalejas, Jefe del actual Gobierno, respecto a la exhibición y propaganda de la obscenidad. Es inútil pensar, por ahora al menos, en una intervención del poder público en este orden. La corrupción triunfante seguirá sin trabas su camino.

Y en cuanto a la niñez, es evidente que ya en sí, el Cinematógrafo, es algo que impresiona excesivamente, en forma anormal, su cerebro. Sólo con gran cautela puede permitirse a un niño la asistencia a una función cinematográfica aún tratándose de representaciones irreprochables desde el punto de vista moral.

Pero llevar a los niños a las funciones ordinarias de Cinematógrafo, con asesinatos, adulterios, robos, &c., es algo que merece la más enérgica censura. En vano será que viva en un ambiente de pureza y de serenidad en el seno del hogar si contempla los cuadros vivos del impudor, de la grosería y de la violencia en los espectadores públicos. Es un atentado a la inocencia, a la santidad y de la niñez, ofrecer a sus ojos serenos, a su corazón no mancillado, el espectáculo de las flaquezas humanas con su funesto pero intenso atractivo.

En resumen. Soy partidario del examen previo, por autoridad especialmente investida de esta facultad, de toda película cinematográfica que se exhibe al público. A falta de esto, abstenerse de presenciar espectáculos cuya moralidad se desconoce, y, sobre todo, no llevar a estos espectáculos a las señoras y a los niños.

Que éstos no asistan más que a representaciones conocidamente honestas y aún esto con parquedad y teniendo en cuenta su temperamento.

El Cinematógrafo puede, por su enorme fuerza de sugestión, ser un agente educador de primer orden. Representaciones especiales de índole moral y patriótica, de monumentos, de paisajes, del proceso de las industrias, de los descubrimientos, &c., ofrecen ancho campo al Cinematógrafo como elemento poderosísimo de educación. Que las autoridades protejan, subvencionen si es preciso estos espectáculos.

En cuanto a la obscenidad libre en los escaparates y en la vía pública, el Maestro, el Sacerdote, el padre de familia, deben unir sus esfuerzos, excitar un día y otro el celo de las autoridades, ejercer todo género de acciones de índole privada y por medio de la asociación para sanear la calle. El empeño es lo bastante importante para justificar la constitución de órganos especiales o juntas de defensa contra la inmoralidad en la vía pública. Sólo los “neutros” en el peor sentido de la palabra, los inútiles y los escépticos (inútiles doblemente) pueden negarse a cooperar en esta obra. No hablo de los defensores interesados de la licencia o de los que viven en el fango, pues son precisamente el enemigo que hay que combatir.

El Poder Público sólo en segunda línea. Lo primero, lo esencial, es la acción privada mediante la libre asociación. Sólo así llegaremos a redimir el alma popular de esas cadenas de abyección harto más oprobiosas, harto más pesadas que las que forjaron en otros tiempos los más duros tiranos.

Eduardo Sanz y Escartín
Senador del Reino.

San Sebastián, 25 septiembre 1911.