Filosofía en español 
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La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle

Eladio Homs

Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo

I. El Cinematógrafo es una diversión pública moderna que ha venido a quedarse con nosotros. Es inútil, pues, cuanto se haga para anularlo. Cuando nos exhibe películas de viajes y costumbres, y hasta cuando nos muestra notas de actualidad cívica encuentro el Cinematógrafo una invención excelente. Pero cuando nos presenta películas de argumento y de hechos e intrigas de la Historia, entiendo que está invadiendo un terreno exclusivo de la literatura y del arte. Entonces juzgo el Cinematógrafo una diversión de mal gusto y embrutecedora, especialmente si los argumentos se refieren a adulterios, raptos, asesinatos, robos y demás crímenes.

Sin embargo, concibo que exista una clase de gentes de gusto ineducado a quien esa segunda categoría de películas le satisfaga más que la otra. Entonces lo que se impone es la creación de una junta de censores con poderes para privar la exhibición de películas manifiestamente inmorales por uno u otro concepto. En otros países –por ejemplo, los Estados Unidos– esta función incumbe a la policía, la cual entiende también en las cuestiones de moralidad. Recuerdo que, hará unos dos años, después de una primera representación del inmoral “vaudeville” francés “¿Y a-t-il rien á declárer?” (“¿Porteu res de pago?”), la policía de Chicago privó el espectáculo y jamás se dio de la obra una segunda representación en aquella ciudad. Bien es verdad que antes de tomar acción la policía, la prensa sensata, las iglesias y las sociedades para la acción moral habían puesto el grito en el cielo.

Saneado, pues, el Cinematógrafo por una Junta local en el sentido indicado, puede quedar como diversión pública de segundo o tercer orden.

Pero, es un hecho real que el Cinematógrafo goza de mayor popularidad en Barcelona y poblaciones secuaces catalanas, que en otras ciudades a ella comparables, no sólo extranjeras, sino aun de España mismo.{1} ¿Causas de semejante popularidad? Son varias y complejas. Una de ellas es la baratura del espectáculo entre nosotros. En todas partes se pagan precios más altos, nunca inferiores a un real, para entrar en un Cinematógrafo. Si aquí se pudieran doblar los precios, nuestro problema del Cinematógrafo quedaría de importancia muy secundaria, como en otras partes. Pero nuestro pueblo catalán prefiere invertir en Cinematógrafos lo que otros gastan tal vez en vino, en cerveza o en whisky. Y si el éxito del espectáculo o su atracción es una de las causas de su popularidad, ésta es a su vez motivo de su baratura.

Entre las muchas que me dejo, otra causa que quiero señalar de la popularidad del Cinematógrafo entre nosotros es la general debilidad de carácter y espiritual vaciedad de nuestra gente, tan ineducada. Hablamos de alejar el Cinematógrafo de la gente: ¿no debiéramos hablar antes de que la gente sea la que se aparta de él? Porque no son sólo las clases humildes las que frecuentan asiduamente el Cinematógrafo, sino también aquellas que por su posición social y por la preparación cultural recibida debieran tener gustos menos groseros. En otros países el Cinematógrafo afecta únicamente a las clases sociales de poco gusto y escasos recursos; más los teatros donde el arte trabaja a conciencia, siguen tan concurridos como siempre por las personas cultas, cosa que no sucede aquí. Y es que aquella parte de nuestro pueblo que quiere ser llamada culta, ostenta una educación postiza, sin sólidas bases. Ni la Escuela ni la Iglesia han cumplido con ella su obligación; no han sabido darle la educación verdadera, la de los principios inconmovibles, la de la conducta íntegra, la de los gustos sanos y finos.

Por esto creo que nuestro mal del Cinematógrafo es un mal, para muchos, de los que con dificultad se quita de encima. En las enfermedades, todavía más que alejar el peligro externo de contraer la enfermedad, importa fortalecer al organismo y ponerle en condiciones de rechazar satisfactoriamente el ataque. En esta materia particular, nuestras gentes son organismos espirituales sin fuerzas para la defensa, plazas abiertas a las invasiones del enemigo.

Remedios para semejante anemia espiritual, remedios lentísimos pero seguros: Educación verdadera y Religión verdadera.

II. Opino que, a semejanza de lo ya establecido en otras partes, debiérase privar aquí la entrada en los Cinematógrafos a los niños menores de catorce años, si no van acompañados de una persona mayor.

III. Aquella parte de nuestro público que, sin recursos para más, frecuenta el Cinematógrafo, se ha habituado ya a esta forma de diversión. Para hacer que abandone el Cinematógrafo, es preciso darle antes un substituto. Para quitar de las manos de un niño pequeño un objeto peligroso con el cual se ha puesto a jugar con afición, la táctica no es arrancárselo brutalmente, sino desviar la atención del niño hacia otro objeto sano, ponderarle sus ventajas y atractivos como juguete y hacer que apoderándose de él abandone el otro; al momento se retira el objeto peligroso abandonado. El pueblo se porta muchas veces como un niño. Si le decimos “¡no vayas al Cinematógrafo, que esto te daña!” hará el mismo caso que el niño a quien gritamos “¡no juegues con ese cuchillo, que te puede cortar!” En ambos casos precisa un substituto, ya que ni el niño ni el pueblo consentirá en quedarse sin diversión que sea de su gusto.

No soy yo de los que que me ilusione en substituir de golpe y porrazo una diversión de segundo o tercer orden, como es el Cinematógrafo, por otra de primer orden, p. e., el teatro decente. Esto nunca pasará de piadoso deseo. Más bien creo que puede dar resultado el substituir una diversión malsana de segundo o tercer orden por otra del mismo orden que sea sana.

Yo he visto de cerca al pueblo norteamericano entregado con locura al juego y al espectáculo de los sports, de los sports democráticos. Y aunque no he podido compartir nunca abiertamente sus entusiasmos, no obstante, los he mirado siempre con respeto y simpatía. Y he creído que, también en nuestro pueblo, debe de existir en estado latente un fondo de entusiasmo por la misma cosa.

He visto a los estudiantes americanos jugando con notable seriedad a su “foot-ball” en las horas que los estudios dejan libres; he visto a grandes y chicos jugando apasionadamente, en sus ratos de ocio y en las fiestas, al “base-ball”, ese juego que los norteamericanos llaman su juego nacional; y he visto los insuperables parques públicos de Chicago llenos de centenares de jugadores y jugadoras de “lawn-tennis” en las tardes de los sábados y en los domingos. Y he pensado que esa gente sportófila, mientras estaba entregada a sus aficiones favoritas, permanecían alejadas en cuerpo y en espíritu de los espectáculos embrutecedores propios de las grandes urbes. Y así el sport resulta doblemente beneficioso: porque ocupa en una actividad productora de vigor y de placer sano y porque aleja de otras actividades recreativas que son mental y corporalmente malsanas.

No negaré que el rigor del clima del Norteamérica no doble el ardor sportivo de los americanos; si bien no es en el invierno cuando juegan sus sports, por estar entonces la tierra obstruida por una gruesa capa de nieve. Mas en los juegos colectivos psicofísicos –que en el fondo no son más que luchas atenuadas y metodizadas– juegan instintos raciales e intereses humanos demasiado universales y demasiado hondos para que dejen de obtener la atención de todos los hombres. Y así se ha visto como en Cuba, un país tropical por excelencia, el estrenuo “base-ball” de los septentrionales americanos, ha “cuajado ardorosamente” en pocos años como a sport público de los cubanos.

Los sports atléticos en apropiados parques y “playgrounds” públicos municipales. He aquí una diversión sana de segundo o tercer orden que puede luchar ventajosamente con el Cinematógrafo en la conquista de la gente buscadora de recreo fuera de sus casas.

Como tiene dispensarios y médicos especiales, el municipio debiera preocuparse de crear por toda la ciudad un número de sitios adecuados para juegos públicos, con su director de educación física y sus ayudantes, cuya obligación debiera ser iniciar y guiar en los sports modernos a los concurrentes. No debiera faltar, en estos sitios de sport metodizado, los correspondientes baños públicos semi-gratuitos. En nuestros planes sociales hemos pensado en la medicina y hemos descuidado la higiene dinámica; nos hemos preocupado de los enfermos y hemos desatendido a los sanos. La educación y no la beneficencia es el signo y la fuerza de las sociedades modernas. Vosotros, los que os tenéis por religiosos, no olvidéis que la fórmula moderna del cristianismo como a religión, es la educación social, término que incluye la salud del cuerpo tanto como la del espíritu. No la monja que vela a la cabecera de un enfermo, por meritoria que sea su obra, es la perfecta cristiana; sino antes bien el “social worker” (trabajador o trabajadora social) de los “social settlements” (colonias o centros sociales) que ha hecho una vocación del dar a los ineducados verdadera educación, espíritu, vida.

¿Quién de entre los ediles de nuestro Ayuntamiento será lo suficientemente cristiano para abordar el problema apuntado de los “playgrounds” municipales de Barcelona? ¿Cual de ellos quiere cubrirse de honor con semejante empresa?

Si de momento no respondieran lo bastante los adultos a una campaña de sport y educación física sociales, es más que seguro que los niños y los adolescentes responderían admirablemente. Y mañana tendríamos una generación de sanos ciudadanos que no sólo no frecuentarían los Cinematógrafos, sino que, en su niñez y en su adolescencia, se habrían visto libres sus espíritus de la influencia mal-educadora de semejantes espectáculos.

IV. En general, nuestros maestros de escuela no poseen una conciencia cívica lo suficientemente formada para usar con energía de los poderes legales que pudieran concedérseles para el saneamiento moral de las calles adyacentes a la escuela. Semejante medida resultaría más ilusoria que real, por ésta y otras razones. No obstante, como es innegable que algunos maestros bien intencionados y celosos harían uso de tales atribuciones, creo acertada esta indicación del cuestionario.

V. Cualquiera de las formas que se apuntan en el cuestionario puede ser buena para obtener la moralización de la vía pública, en el supuesto de que las personas se ocupen seriamente de su cometido. En esto la fórmula no importa gran cosa; las personas lo son todo o casi todo.

Eladio Homs.

{1} Una anécdota cruel para los barceloneses. Ponderando las bellezas del Parque Güell a una señorita americana que ha venido a vivir y a trabajar en Barcelona, le dije quo se estaba construyendo en él un teatro griego. Al punto replicóme la cuitada con socarronería: “¿Y qué van a poner allí, un cine?”