Filosofía en español 
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La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle

Dr. Eberardo Vogel

Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo

A. I. Habiéndose arrogado el cinematógrafo gran parte de la labor educativa que debieran ejercer los padres o en substitución forzosa los maestros, no puede ser dudoso que unos y otros tengan el deber y lógicamente el derecho de velar sobre aquel elemento intruso y hasta, si llegan a convencerse de que pertinazmente escarnece sus esfuerzos, de suprimirlo, sea mediante la aplicación de las leyes o existentes o por recabar de los poderes legislativos, o bien

II. alejando sin miramiento alguno a los niños de un lugar donde se despiertan todos los instintos salvajes que el trabajo milenar de las inteligencias más claras y de los corazones más puros ha podido sino exterminar, acallar, adormecer y domeñar a favor del desarrollo del germen divino que había de formar hombres, o sea hijos de Dios, de bestias que –según se nos dice– éramos y podemos volver a ser desde el momento que se da rienda suelta a los instintos brutales que –no está demás el repetirlo– el liberalismo falsamente aplicado al terreno moral ha cobijado bajo las alas que prometían transportarnos a la cumbre de la humanidad y han hecho poco más que servir de refugio a abusos, vilezas, vicios y miserias que creíamos haber felizmente vencido y desterrado.

III. Si me ciño a las necesidades concretas del pueblo español, no vacilo un momento en proponer como uno de los medios más eficaces de sustraer aficionados al cine, la propagación del buen libro. Si por desgracia –y por culpa de muchos– la mitad de los españoles no sabe leer, vaya a ensenárselo la otra mitad.

Para que comprendan de una vez lo que quiero decir, propongo que de hoy en adelante no se admita a ninguna sociedad, sea cual fuere su índole o finalidad, a nadie que no pruebe saber leer, ofreciéndose a todos los aspirantes a socios enseñárselo si no lo saben; con lo cual queda dicho que tampoco debe formar parte del cuerpo de electores ninguno que no lo sepa. Acostúmbrese a los jóvenes de esa nación a la dulce y sabrosa soledad e intimidad del libro amigo, y forzosamente huirán de la obtrusiva y ruidosa publicidad y vergonzosa promiscuidad del cinematógrafo.

B. IV. Lo que Vds. parecen pedir en este punto, ya es derecho reconocido en mi tierra. Hasta donde va tal derecho, dedúzcanlo del que tenemos los maestros de prohibir a nuestros niños de comprar nada en las tiendas que de alguna manera se pongan al servicio de la prostitución, aunque no sea más que vendiendo tarjetas postales indecentes.

V. Para poder contestar a esta pregunta, debiera yo estar informado mejor de lo que estoy de las posibilidades que el carácter de esa raza tan distinta de la nuestra admite y ofrece. Aquí la autoridad del padre de familia y el respeto y el amor a la madre valen aun tanto, en las familias de los católicos por lo menos, que ya basta la palabra de uno de ellos para que se abstenga el hijo de entrar en un cinematógrafo o en otro lugar de divertimiento dudoso.

Dr. Eberardo Vogel

Aquisgrán, Alemania, 15 Sept, 1911.