Filosofía en español 
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La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle

Patrocinio de Biedma

Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo

Sr. Director de la Revista semanal Cataluña.

El deseo manifestado por esa redacción, consultando para recoger la mejor opinión acerca de los problemas sociales que entrañan los abusos contra la inmoralidad, que pervierte a la juventud en las calles y en los espectáculos teatrales, es muy digno y honroso, pero muy difícil de solucionar por la gravedad que integra.

A. El cinematógrafo no puede suprimirse: es una conquista del progreso que puede prestar grandes servicios a la cultura pública.

Como espectáculo recreativo debe instruir deleitando, y nada más fácil de conseguirlo si las autoridades vigilan como es su deber, y al imponer una selección a sus cuadros, inutilizan todo aquello que por grosero e inmoral ataque a las buenas costumbres y pervierta el buen gusto.

El cinematógrafo tiene, como pocos espectáculos, ancho campo de acción educativo del pueblo: la geografía, la historia y el arte pueden prestarle elementos valiosísimos para enseñar, y las escenas sencillas y honradas, así como los juegos infantiles, sanas enseñanzas y ejemplos útiles.

Desterrado de sus películas todo lo que ofende la moral y pervierte el gusto, se conseguirá retener en sus exhibiciones los elementos útiles y gratos a la sociedad.

B. La moral en la calle sólo puede pedirse en las buenas costumbres, en la cultura de un pueblo, y en la vigilancia que se ejerza para impedir libertades peligrosas.

Los padres de familia pueden hacer mucho, criando a sus hijos con el recogimiento digno y casto que los aleja de curiosidades malsanas que perviertan su inocencia.

El hogar honrado, donde los hijos aprenden la mutua estimación, la dignidad en las acciones, la pureza en los afectos, la fe en Dios y el respeto a las leyes, evita por el sólo poder del ejemplo, la dolorosa decadencia de esa juventud que se aniquila en una estúpida corrupción, al lanzarse sin guía en los peligros de una libertad mal entendida que lo arrastra en la ola de inmoralidad que corrompe los bajos fondos sociales.

La misión del maestro, continuador, no creador de la educación del niño, es fácil en el primer caso, en el segundo imposible.

El que vive en un ambiente de honradez y de amor, se presta, como blanda cera, a ser educado para el bien, a huir de lo que le produce aseo y repugnancia; el que no ha sido guiado por sus padres desde su nacimiento para la vida del deber, no obedece la acción educativa, porque el maestro guía el entendimiento, pero no forma el alma, ilustra la inteligencia, pero no lleva al espíritu del niño la esencia del suyo para vigorizarlo en su sentir.

En la calle nada puede hacer el maestro para impedir esa corrupción que mina la juventud; eso corresponde en pleno a la autoridad, al Estado, y si nos cuidáramos más de mejorar la raza, de impedir su decadencia vergonzosa, minada por el vicio, nuestro primer cuidado sería extirpar de raíz toda inmoralidad en la calle, en el libro, en los espectáculos, y en los ejemplos que llevan con el escándalo una enseñanza perturbadora.

La unión de todos los elementos de buena fe, de todas las voluntades para mejorar el estado social, es lo único que puede extirpar el mal que lamentamos.

Patrocinio de Biedma.

Cádiz, 1911.