La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle
Jaime Bosacoma Pou
Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo
I. Estimamos la cuestión de la Moral en el Cinematógrafo, como un problema análogo al que se ha presentado en la Moral del Teatro.
Considerando de difícil sustitución aquél espectáculo, a causa de su extraordinaria baratura, opinamos que, a donde deben dirigirse todos los esfuerzos de los moralistas, es a lograr que no se exhiba ninguna película sin previa sujeción a un control especial, rígido y severo, que no permita la exhibición de escena alguna inmoral, ni otra cualquiera que por la índole de su argumento, pudiera ser deprimente para el ánimo del espectador; control al que deberían sujetarse con máximo rigor las atracciones que suelen acompañar a las proyecciones cinematográficas, la inmensa mayoría de las cuales resultan obscenas o estúpidas y chabacanas.
II. Los niños deben ser apartados del Cinematógrafo, aún ofreciendo este las condiciones apetecidas, ya que, tanto para la formación de su cuerpo, como la de su espíritu, requieren otros pasatiempos, al aire libre o en el seno del hogar; a más de que no necesita el niño convertido en espectáculo de un pretexto de reunión lo cual unido a lo económico de su precio ha sido causa principalísima de que arraigase el Cinematógrafo, llegando a ser imprescindible en las poblaciones secundarias.
III. Para los partidarios a todo trance, de la abolición del Cinematógrafo, les recomendamos el restablecimiento, con todo su esplendor, de las antiguas y tradicionales diversiones populares de nuestras comarcas. Hemos comprobado en distintas poblaciones de La Selva y el Ampurdán, que únicamente han logrado quitar público del Cinematógrafo, los audiciones de sardanas en la plaza pública que atraen la muchedumbre, la cual se divierte y se tonifica con las airosas armonías y los rítmicos movimientos de nuestra danza nacional.
IV. Debería revestirse al maestro de autoridad pública, con poder coactivo, para exigir el cumplimiento de los artículos del Código Penal que castigan las ofensa a la Moral, expurgando las calles afluentes a su escuela de toda clase de excitantes inmorales.
V. Pero no aceptamos la jurisdicción única del maestro, porque si el escándalo público está ya penado por las leyes, bastaría con que los agentes de la autoridad cumplieran su obligación, sin necesidad de esa jurisdicción que se quiere otorgar al maestro: pero sucede, las más de las veces, que los agentes de la autoridad, que deberían velar por la limpieza moral de las calles, son hombres corrompidos que se desentienden de sus deberes. Lo mismo podría acontecer con los maestros, ya que, desgraciadamente los hay que son hombres degenerados. Por eso, somos partidarios de la creación de una Junta o Patronato, de lo cual debería forma parte el párroco u otra persona eclesiástica, que fuese la encargada de exigir al maestro el exacto cumplimiento de su misión, desempeñando, por consiguiente, éste, una función ejecutiva, en virtud de la autoridad de que se le hubiera investido.
J. Bosacoma y Pou
Gerona, octubre 1911.