La Alhambra
Granada, 15 de marzo de 1918
año XXI, número 479
páginas 8-9

Crónicas femeninas

María Luisa Castellanos

Doña Gaudiosa

Era la pintoresca Asturias el teatro de la hazaña más noble y patriótica que presenciaron los siglos y, en ella la luz del heroismo, señaló al progreso los senderos del bien para internarse en la región astúrica.

El patriarcalismo en las montañas y valles y el apostolado en playas y riberas, era el modelo de vida que estos sencillos primitivos hombres tenían. La caza, la pesca, el pastoreo y la agricultura le proporcionaba lo suficiente para la frugalísima vida que llevaban, y, su código, era la voz de los ancianos; su culto, el honor de la mujer.

Algunos transeúntes que venían de la Península narraban correrías de moros por tierras de Castilla, señalando con temor –desde lo alto de las cumbres– la dirección de los puntos en donde obtenían victoria tras de victoria, dejando los campos tintos en sangre cristiana.

Oían la sucesión de estos hechos, con indiferencia los astures, porque pensaban que, región tan agreste y modesta, no sería exquisito bocado para las fauces agarenas –enormes y sibaritas– como lo habían sido nobles ciudades españolas.

Y en esta creencia dormía en paz nuestro pueblo y despertaba, otra vez, a la luz, en bíblica tranquilidad.

Entraron los musulmanes y... ¿a qué narrar una vez más lo que es orgullo de españoles y honra de asturianos?

Allá, en las altas montañas del Auseva –a 4.000 pies de altura sobre el nivel del mar– y como un nido de golondrinas está la CUEVA-LONGA, centro de la Reconquista y madre de la libertad española, que guarda como inapreciables tesoros la imagen de María y el sepulcro del héroe D. Pelayo.

La historia de once siglos de vida prodigiosa parece escrita en las alturas de aquellos montes majestuosos, velando el sueño del joven Infante, quien por su arrojo y heroísmo, fué convertido en primer rey de Asturias.

Y al nombre glorioso de Pelayo va unido el de Gaudiosa, su compañera, quien fue amparo de desvalidos en la guerra, y gentil recreo de todos en la paz, por su bondad y donosura.

Duerme al lado de su esposo el sueño eterno, porque quiere ser suya hasta en el sepulcro, ella, la primera asturiana que dejó una página perfumada por su aliento de bondad en la historia patria, SIN DIVIDIRSE DE ÉL NI AÚN EN LA MUERTE (como dijo el P. Florez) para vivir con Pelayo la vida de inmortalidad que en la tosca sepultura, por sus altos merecimientos, alcanzó.

Inseparable compañera del caudillo que ella tanto amó, le guió en la desgracia y en la alegría, siguiéndole a su destierro y huyendo con él para que no sufriera la suerte de su padre el Duque don Favila, alevosamente asesinado por Witiza; acompañóle en la lucha contra los moriscos en las márgenes del Guadalete y sus blancas manos izaron la bandera de la independencia en las montañas de Asturias, elevando, dentro de la Cueva, puras oraciones al Cielo por el triunfo de la Patria y de la Fe, y curando y consolando a los que sufrieron las consecuencias del combate.

El dulce nombre de Gaudiosa –pastoso, apacible como ella era– pronunciado con fervor por todos, y su procedencia latina –alegría– le hacia ser el contento de los cristianos.

En Covadonga y en rústico sepulcro de labores bizantinas, descansa esta Reina, noble y buena, que compartió las amarguras de la guerra y el regalo del trono con el que fue el único amor de su vida.

El viajero que llega al inmortal sitio de Covadonga en donde, como un nido de golondrinas se suspende de los majestuosos montes la divina mansión de la Santa Cueva, trono refulgente de la Virgen Santísima de las Batallas, madre divina de Covadonga, deja una tarjeta sobre el sepulcro de Pelayo y Gaudiosa, a quienes sus obras, abrieron tras de la muerte la puerta de la inmortalidad, y el cariño del pueblo asturiano las dio por eterna morada el natural asilo de la Cueva Honda, a los pies de la Santina Galana.

SIN DIVIDIRSE NI EN LA MISMA MUERTE, como dijo Florez.

María Luisa Castellanos
Llanes, Asturias, Febrero 1918.

 


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