Filosofía en español 
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[ León Daudet ]

El mundo de las imágenes

Vamos a ofrecer a nuestros lectores un extracto de la nueva y admirable obra filosófica de León Daudet, El mundo de las imágenes, en aquella parte que consagra a las figuras hereditarias que reviven en nosotros por la imaginación.

La filosofía y la psicología modernas han descrito siempre las imágenes como un turbión de polvo brillante, de átomos pensantes, agrupados en el cuadro indeterminado de una facultad abstracta: la imaginación.

Otros dicen “las ideas” y “la idealización”, cuyo estudio se llama entonces “ideología”. Desde hace una cincuentena de años, han sido consagrados numerosos trabajos a la asociación de las ideas. El espíritu humano está considerado en ellos como un tejedor infatigable –vigilia y sueño– de lanas y sedas de color cuyos hilos, reuniéndose, dibujan figuras que forman la trama de la vida, las obras, los descubrimientos científicos y artísticos. Una idea, una palabra, una frase, una sensación, una reflexión, llaman a otra idea, a otra palabra, a otra frase, a otra sensación, a otra reflexión que a su vez atraen a otras por la afinidad, la analogía, el contraste o la simple yuxtaposición. Y así sucesivamente. Desde el nacimiento hasta la muerte, el carrete se desarrolla de esa manera para comenzar en la generación siguiente, sin lazo hereditario visible o supuesto.

Concepción infantil y sencilla que ha pesado con un peso continuo sobre los métodos y trabajos analíticos y sintéticos de 1850 hasta nuestros días. Se ha perfeccionado la investigación. Se ha dejado a un lado el instrumento mismo de la investigación, el mecanismo de la inteligencia, y ha resultado en el campo filosófico una extraña esterilidad. Ni la filosofía ni la psicología han avanzado un paso después de los trabajos de Claude Bernard y las útiles observaciones de Ravaisson y de Lachelier. Las construcciones ingeniosas, pero débiles, de Bergson por el contorno de la insensibilidad y del intuitivismo, nos llevan al inconsciente germánico y al debilitamiento emotivo de la inteligencia en el cual las fantasías reemplazan a la razón. Este estancamiento es peligroso en cuanto al porvenir por varios motivos, de los cuales el principal es que conduce al agotamiento por falta de perspectivas interiores. La ciencia y el arte se desenvuelven a saltos cuyo punto de partida es tan pronto una concepción general del universo, tan pronto una concepción general de lo que concibe el universo. La introspección se encuentra al origen de todos los perfeccionamientos humanos. Es el depósito del descubrimiento, y creo firmemente que bien reglada puede llegar a ser el mecanismo del descubrimiento a voluntad. El gnoti seanton es el fundamento del conocimiento universal.

Examinando las imágenes que se suceden en el pensamiento de cada uno de nosotros, considerando cómo se encadenan en el lenguaje, la literatura y las diferentes artes, lo mismo que en las ciencias que afectan al hombre y a su constitución, he llegado a la conclusión de que forman para un mismo momento de la vida individual conjuntos, figuras, formas, lo que yo llamo persona-imagen.

Son estas imágenes, flotantes y móviles, como prendas de disfraces ancestrales que reviste continuamente, sucesivamente nuestro él como fragmentos de nuestros yo diversos. No son solamente los aspectos físicos, morales, las inclinaciones y hábitos de nuestros ascendientes, los que reviven en nosotros por extensas ondas a la semejanza y en prolongación de esos ascendientes. Son también sus sistemas verbales, visuales, auditivos, orgánicos, sexuales y las imágenes suspendidas de estos sistemas como los frutos lo están de los árboles. Lo que nosotros tomamos por aspectos separados, sensaciones separadas, fugitivas, estables u obsedantes, no son sino partes y restos o reflejos de personajes resucitando en nosotros los padres o ascendientes. Asociación de ideas si se quiere, pero como la piel de nuestra mano está asociada a la de nuestra cara, como el ojo derecho está asociado al ojo izquierdo. Nosotros no imaginamos nada fragmentariamente. Imaginamos por sistema hereditario, por personaje interior, por antepasado, a gusto de él evocador y regulador que llama, utiliza y después exorciza el fantasma convocado así, destacando de él tales partículas brillantes que vuelve en seguida a la penumbra o a las tinieblas momentáneamente o para siempre.

Bien me doy cuenta de la dificultad inmediata que existe para substituir esta concepción nueva de las imágenes a la antigua, en la cual el espíritu humano era considerado como un simple kaleidoscopio. Vidrios brillantes y colocados con variedad, tomaban en él por el movimiento giratorio figuras geométricas variadas e inestables. Pero aparte de que el cerebro no es comparable a un tubo lleno de vidrios dispuestos entre secciones de espejos, hay para todo ser sano y moral una armonía, una cadencia y un reposo de la vida interior, aunque sea activa e intensa, que supone otras leyes que las mecánicas y otras figuras que las materiales. La velocidad de los personajes hereditarios gravitando en nosotros es infinita; la amplitud y el número de imágenes que los componen son igualmente infinitas; las interferencias, los encuentros, los quebrantamientos y desparramamientos de imágenes son frecuentes. Sin embargo, la razón en estado de vigilia no es obscurecida ni desviada por estas apariciones y reapariciones repentinas y la lógica marcha a su objeto a través de estos fuegos de artificio, sin ser ni aun ligeramente perturbada.

De estas imágenes que participan en la trama moral y corporal de los personajes que recorremos, las unas son traducidas en lenguaje exterior o expresado, es decir, en imágenes segundas; las otras permanecen en estado vaporoso y nebuloso, continuando lo que se llama estados de alma, o estados orgánicos y físicos.

En la mayoría de los humanos ese dominio de lo inexpresado es inmenso. Un Platón, un Plotino, un Epicuro, un Montaigne, un Pascal, un Descartes, un Shakespeare, un Pasteur, un Mallarmé, un Rimbaud, un Robert Browning, un Moreas han llegado por adquisición de verbo o por curiosidad científica de una rara complejidad a aprehender aquí y allá lo inaprehendible y a pescar algunos peces de las profundidades mentales y somáticas. Pero la mayoría de los escritores, sabios y poetas no han ido mucho más lejos que la mondadura de las personas-imágenes. En psicología como en matemáticas, el instrumento del análisis y de la síntesis, de la diferencial y de la integral, ha permanecido rudimentario. La vista no se extiende mucho más allá del extremo promontorio del lenguaje interior, que es como el mutismo lúcido del lenguaje articulado. Algunos, tales como Beethoven, han ensayado la música para extender el campo de la introspección; pero como la música tiene todas sus ondas sobre el plano del sueño, carece de perspectiva entre lo real y el sueño y conduce bien pronto al entorpecimiento intelectual que se une al placer físico. Se ve hasta qué punto el problema de la penetración más adelante, de la penetración más allá de las palabras, es difícil. Pero debemos, sin embargo, abordarlo si nos queremos dar cuenta aproximada del desenvolvimiento y envolvimiento en nosotros de las personas-imágenes, de los fantasmas que hacen nuestra vida.

Supongamos que pronunciáis la palabra “cólera”, que leéis en un buen autor una descripción de los desórdenes de la cólera. En seguida se presentarán en tropel a vuestra memoria los recuerdos de las circunstancias en que os habéis encolerizado y por el juego del contraste los estados tranquilos, plácidos, sonrientes de vuestra personalidad. Recuerdos y estados se traducen en vuestro espíritu con ayuda de las palabras, primero espontáneas, después aplicadas. Seguidamente llega un momento en que esto se difumina, se obscurece y en que queda en el fondo de vuestro pensamiento redivivo un residuo que forma parte de la persona-imagen, cuya vuelta provoca los accesos. Tratad de impedir de removerse ese residuo delante de la lupa de la introspección. Con una poca de costumbre y de contención lo lograréis. Es una impulsividad análoga a un grito todavía no pronunciado, a un músculo aún no vendado, pero a punto de serlo, a la preparación de una mueca, todo pronto a responder al llamamiento hereditario o personal de imágenes violentas. Pero aquí mientras la atmósfera moral de precólera y de la ruptura de la serenidad inestable permanece sensible a cada uno de nosotros con sus ojos inyectados y el sabor metálico y cálido en la boca y su crispación muscular generalizada, aquí el verbo comienza a ser desfalleciente y la expresión se desliza y huye en torno de la imagen. Recordad en voz alta y después en voz baja la palabra “avaricia”. Si poseéis lecturas vendrán en ayuda de vuestra experiencia y de vuestro conocimiento personal del gran vicio paralizador y destructor de la vida. Plauto, Moliere, Ben Jonson mezclan sus imágenes a las que vosotros os formáis de la sed insaciable de oro o del furor (porque es un furor lento) de no gastarlo (avaricia propiamente dicha). A este llamamiento se desenvuelven en vosotros personas-imágenes de ascendientes que poseían esta manía, superpuestos, reforzados o diversificados, que os sumergen pronto en una especie de onda avariciosa donde se os representan todos los recipientes y escondrijos que ocultaban los tesoros y donde vibran todos los estigmas de la forma, la más dura, la más poseyente del egoísmo. Esto hasta el momento en que por la usura del verbo concomitante no queda más ante la conciencia que una especie de impulsión rapaz y rastrera, ligeramente coloreada, ligeramente gustativa y táctil, casi innominada.

Este mismo ensayo mental puede ser recomenzado con un resultado análogo sobre muchos estados, lentos o rápidos, violentos o atenuados, del espíritu sensibilizado por la imagen, por muchas representaciones morales o intelectuales. La mejor hora para estos ejercicios es la que precede al sueño, cuando nos liberamos de cuidados o proyectos del día, y caemos en una especie de vida de indiferencia de alma. Añadiré que estos ejercicios son una buena manera de borrar esos cuidados, remontándonos hasta la influencia que toman sobre una persona-imagen.

Es una antigua observación filosófica que nuestras inquietudes, nuestras angustias, nuestras melancolías, sencillas o complicadas, dependen de la intensidad de la imagen que de ellas nos formamos. Esta intensidad disminuye mucho cuando, examinando esta imagen, nos apercibimos que forma parte de un fantasma, de una reviviscencia hereditaria, que puede ceder pronto su sitio a otra o adelgazarse hasta la ruptura, tomando colores cambiantes cada vez más irisados a la manera de una burbuja de jabón.

León Daudet