Filosofía en español 
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Un mitin de cultura

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El día 1.° de Junio –en el aniversario de una fecha memorable para la nueva España– se ha celebrado un mitin pedagógico en el teatro de la Comedia, en Madrid. Si bien la iniciativa y los trabajos de organización del mitin partieron de El Debate, no fue él –no podía ser ni debía ser–, como se hizo creer maliciosamente, un mitin de las derechas. D. Ángel Salcedo («Máximo»), desde La Lectura Dominical del día 1.°, había aclarado ya el equívoco, «Repitámoslo –decía– éste (el del Sr. Bonilla y San Martín y demás elementos) no es nuestro punto de vista, es otro, y conviene advertirlo para que nadie se llame a engaño y salga desencantado del mitin.» El Sr. Bonilla y San Martín, al iniciar su magnifico discurso, se adelantó, por su parte, a advertirlo: «Este no es un mitin de derechas –empezó declarando–, al menos en lo que a mí se refiere.» Los otros oradores –el Sr. Allendesalazar, el Sr. Silió, el señor Bergamín– coincidieron en una crítica acerba del último Real decreto del Sr. Alba (fecha del día 10), pero desde un plano neutral, interconfesional en absoluto; el último, combatiendo la exclusiva religiosa, que se atribuyeron en la enseñanza los católicos, causa de la reacción laica española. Para ciertos limitados y cortos espíritus, encerrados en el redil de la Institución Libre de Enseñanza, es muy cómodo estigmatizar todo movimiento contrario a ellos con una ingenua frase gineriana: «¡Cosa de las derechas!, y sabido es quiénes son las derechas en España…» No, inocentes señores, aprovechados señores de la Institución: ya no tienen ustedes enfrente a «las derechas españolas». Se ha cerrado el paso a esa cómoda, elegante posición ab absurdum. Enfrente de ustedes, para desenmascarar su hipocresía, para tomar la medida de su perímetro abdominal, para medir su bajo índice cefálico, estamos nosotros, hombres modernos –despreocupados, escépticos, tolerantes, desengañados, que demostraremos ser más avanzados y mil veces más radicales (y más desinteresados, ¿eh?) que los falsos continuadores de aquel gran espíritu. El que predicó la sobriedad con el más austero ejemplo; el que murió, dejando a España un testamento espiritual, orientándola –ante la guerra– del lado de Alemania; testamento que sus indignos hijos espirituales han secuestrado. Ellos ahora –más prudentes que sabios– se han ofrecido al Sr. Alba, abandonando al fracasado D. Melquíades… Y el Sr. Alba, ávido de atraer, se presta a firmar cuanto ellos le proponen; todo lo que otros ministros rechazaron. Pues bien; sepa el Sr. Alba –a quien no hemos atacado jamás, cuya figura nos fue hasta ahora simpática– que hay dos clases de político, de hombres públicos: unos, que se pueden permitir la gallardía de lanzar retos a la opinión, porque su limpia ejecutoria moral les ampara (así, Maura; así, Cierva; así, Unamuno); otros, que no pueden, que no deben arriesgarse tanto… ¡Cuidado, Sr. Alba!