Eloy Luis André
La escuela nacional
Un indocumentado
Acostumbra el Sr. Alba a entrar en los Ministerios, en Gobernación, sin diputados; en Hacienda, sin proyectos; en Instrucción pública, sin planes, con la cartera vacía, y a los pocos meses se la llenan copiosamente sus amigos. Su fracaso en Hacienda fue consecuencia de su analfabetismo financiero; su fracaso en Instrucción pública es consecuencia de su analfabetismo pedagógico. Aquí la cartera, además, sigue vacía. Quien con la mente in albis se sienta en una mesa ministerial de tanta transcendencia para la renovación espiritual de España y aprovecha tan mal el tiempo, tiene necesariamente que fracasar, por mucha astucia que tenga en velar sus intenciones. Pero todo se explica con la psicología del Sr. Alba, víctima de la médula codiciosa de una jefatura y con el encéfalo hipotecado a ciertos cenáculos o covachuelas. Por segunda vez viene al Ministerio de Instrucción pública sin más bagaje que su discurso de apertura de la Universidad de Valladolid y su cacareado prólogo a la obra de Edmundo Desmoulins. Gracias a los amigos… Por eso tiene que estar en la escena pendiente siempre del apuntador, o en la butaca, arrullado por la galería, haciendo también comedia y sintiéndose protagonista de una gran tragedia política nacional, tiene que contentarse con ser monaguillo en la procesión de las izquierdas, por las cuales, en vez de encauzarlas trazándolas rumbo propio y personal, déjase guiar hacia donde le empujan. ¡Y cómo empujan! Quien ha nacido para adjetivo no puede saborear el sustancioso ego sum. Desde el patio de butacas, el cómico cansado tiene que sentir tristeza al ver que los autores siguen saliendo a escena. Pero nadie más desautorizado que el Sr. Alba para enarbolar bandera de rebeldía en nombre de la Escuela Nacional. Quien ha dejado en cueros a la Universidad española, elemento propulsor de toda renovación, regateándole las reivindicaciones reclamadas; quien ha puesto en entredicho el profesorado de segunda enseñanza, que representa la clase media del ministerio académico, carece de títulos para convertirse en restaurador de la Escuela nacional, alimentando los apetitos, las codicias, el hambre del maestro de escuela y poniéndole el denominador común de sus propios apetitos y ambiciones.
La escuela es sagrada
¡La escuela es algo santo, puro y sublime que está por encima de todas las miserias de la política! El maestro, un héroe humilde, y es crimen de lesa patria querer arrastrarle esa política. No son suficientes títulos para ostentar el de salvador del maestro, las leyes, decretos y reales órdenes que salieron de la pluma, sino de la cabeza del Sr. Alba en siete meses, formando parte de Ministerio nacional; es el que menos ha trabajado por la escuela, que es el germen fecundo de toda la vida nacional. El Estatuto del magisterio, la aplicación del cine a las escuelas, la recomendación de los paseos y excursiones escolares, la ley sobre los derechos pasivos del magisterio, la creación provisional de 160 escuelas y el arreglo de algunas graduadas. He ahí toda la labor del Sr. Alba por la Escuela nacional. Compare el Sr. Alba su esfuerzo con el del Sr. Cambó, que trabajó en el mismo tiempo bajo el mismo techo del palacio de Atocha y de cuyos proyectos ha sido rémora sistemática, sin más móvil que la envidia y la soberbia. Sólo ha sabido aprovechar el tiempo para dar limosnas a las izquierdas, con el pan que otros cosechan, y eso enfrente de la conciencia y de la justicia social. Cuando se llega a las alturas, señor Alba, hay que respirar aire puro, y no aire fresco tan sólo, y a quien en ellas no le brotan alas, no podrá jamás volar hacia el cielo en ascensión de redentor.
La escuela soñada por el Sr. Alba, viene a ser una especie de banderín de enganche u oficina de reclutamiento para alimentar desde la monarquía nacional todos los radicalismos más estrepitosos del socialismo republicano. Para el Sr. Alba la escuela ha de ser neutra, rueda de engrane de la máquina del Estado puramente civil, vivo plantel de la democracia, mentor incansable del espíritu laico. El maestro de escuela ha de ser un gallo pedagógico, para reñir sendas luchas con el cura, no un colaborador suyo, no un firme sillar de la vida nacional. Así no será jamás la escuela un punto central, adonde todas las manos, todos los corazones y todas las almas converjan, para forjar un único ideal nacional. La Iglesia, el Estado, la Sociedad y la Familia, son los cuatro puntos de apoyo de la Escuela, como institución nacional. El fin transcendental de las instituciones escolares de Alemania es garantir a la juventud, por la enseñanza, la educación y el trabajo, los fundamentos de la cultura moral y religiosa y las nociones generales y actitudes precisas para la ciudadanía. Daniel Webster y Horacio Mar proclaman los mismos principios para el ideal del pueblo americano. Sadler lamenta que en la vida pública de Inglaterra, no exista una fuerte masa de opinión capaz de organizar con un criterio nacional las instrucciones educativas del pueblo inglés.
El Sr. Alba, miembro de un gobierno nacional, que inaugura su vida pública por un movimiento de opinión genuinamente nacional, aspira a dislocar el espíritu público de la nación, polarizándolo en dos bandos, y creyendo a las clases conservadoras imcompatibles con todo espíritu de cultura y de progreso, él, el conservador de ayer. Si sólo se discuten pesetas, es decir, el cocido, ¿a qué semejar los principios? Y si en nombre de principios se habla, queriendo iniciar una cruzada, para eso es preciso haber nacido apóstol y no sentirse nuevamente tránsfuga. No puede ser leal a sí mismo quien ha cabalgado siempre sobre la inconsecuencia, hacia la cumbre, volviendo las espaldas a la lealtad corporativa.
«No hay escuelas, sino maestros»
Si el Sr. Alba sintiese con verdadera cordialidad e idealidad los problemas de la Escuela nacional, en vez de contentar con implantar el cine en las escuelas y remendar ajenas iniciativas como el Estatuto del Magisterio debiera comenzar por el principio: hacer buenos maestros primero y pagarlos bien después. ¡Qué más se vale cuanto más se cuesta! No suscribiré jamás el chiste de Zahonero: ¿qué maestros son estos que no han hecho aún una generación que les pague? Pero no puedo aplaudir tampoco la conducta de un ministro, que tras de una siesta de siete meses, que más que siesta parece mortal letargo, vuelve la oración por pasiva y dice: ¿Qué gobierno es este que no me da dinero para que el maestro cobre más y valga menos? Porque es indudable, que tanto embrutecen al jornalero los atracones como la inanición. Líbrenos Dios de los que gritan con vientre lleno y solo gritan para llenarlo. Para el señor Alba, sin duda, los únicos milagros para arrastrar a las masas son el de la multiplicación de los panes y los peces y el de las bodas de Canaam. Escuche el Sr. Alba: Federico Augusto Wolf le impone al maestro este imperativo: «¡Maestro! Ten espíritu, sé un hombre moralmente elevado y perfecto, sé siempre sano y entero de corazón, hazte cargo, de que cuando sea necesario hay que sobrellevar con entusiasmo el hambre. No exijas nunca respeto ni menos gratitud de los demás hombres.» Así hablaba un alto funcionario del Ministerio de Instrucción Pública de Prusia hace un siglo. Esto no necesita comentarios. Quien quiso fabricar apóstoles de la cultura, que trabajando por un jornal tan solo hipotequen el cerebro a las vísceras de la nutrición, se encontrará un día sin jornal y sin apóstoles, [5] es decir, solo. Y bien lo merece, quien tanto ha peregrinado hacia la cumbre, y no por la línea recta del raudo vuelo, a través de todos los partidos, si no a ras de tierra. Alimentando los apetitos a expensas de la justicia social distributiva, primer imperativo de todo hombre público, lo que se forma es una partida: un partido, jamás.
No sólo de pan vive el maestro
No queremos regatearle al maestro nada, porque para nosotros lo es él todo. Pero lo más peregrino es que Alba quiere batir el record en esto del sueldo de los maestros a todas las naciones cultas de la tierra, sin haber dignificado antes con la cultura y los imponderables de la abnegación, el entusiasmo, el espíritu de sacrificio, de orden y de disciplina social a los futuros apóstoles de la escuela. Sin escatimarles la ración, hay que darles algo más que pan. El Sr. Alba cree se podría hacer maestros como la alfarería de Valladolid hace los tubos de gres: 20.000 en ocho años, a 2.500 por año; ya tiene la fábrica. Establece como sueldo mínimo 1.500 pesetas y como máximum 7.500, con cuatro años de estudios. De los 170.000 maestros que hay en Alemania, no hay ninguno que cobre ese sueldo. El sueldo de entrada no llega a 1.500 marcos, y eso después de seis años de estudios y cuatro años gratis de servicios al Estado. El sueldo medio del maestro alemán, tanto en las ciudades como en las escuelas rurales, no pasa de 2.000 marcos. El analfabetismo en Alemania es del 0,05 por 100. En España pasa del 50 por 100. La mejora de sueldos en Alemania desde hace un siglo fue gradual. A partir de 323 marcos en 1821 (sueldo medio) se elevó a 634 en 1861; 797, en 1871; 1.418, en 1891, y 1.835, en 1901. El maestro en Alemania, después de treinta años de servicios, llega a un sueldo medio de 2.875 marcos. El sueldo medio de entrada, según la nueva ley, es de 1.300 marcos.
En Norteamérica, donde la vida es doblemente cara que en Europa, el sueldo medio del maestro es de 43½ dólares mensuales.
En España, desde 1902, el presupuesto de instrucción primaria se ha elevado de 27,09 millones a 40,24 en 1917, es decir, casi en un 100 por 100. En pocos años el maestro pasó de 500 pesetas a 1.000 como mínimum, más las gratificaciones por casa y por enseñanza de adultos. El analfabetismo, que en 1860 era de un 75,52 por 100, decreció hasta 59,35 (incluyendo los niños) en 1910. En medio siglo el decremento ha sido solamente de un 16 por 100. En menos de veinte años el sueldo se ha duplicado. El sueldo sube y el analfabetismo no baja. Estos datos estadísticos son la mejor prueba para rebatir los argumentos del Sr. Alba. El problema capital no es el del sueldo, sino la formación del maestro. No se lucha contra el analfabetismo y la incultura de la nación con dinero, sino con espíritu. Y jamás a fuerza de dinero se logrará formar espíritu, una legión de apóstoles, un ideal. El jornal de pan y el de gloria son a veces incompatibles. El mejor jornal para ganar la gloria ha sido siempre el sacrificio de la propia vida, algo más valioso que ella.
Un consejo
Después de esto sólo resta, para terminar, decir dos palabras, que son consejos al Sr. Alba. Los que han fracasado en el 98, imitando más bien a Bellido Dolfos que a Padilla, Bravo y Maldonado, no tienen derecho a amenazar con cruzadas redentoras o nuevas deserciones a otros campos. El imperio de la retórica y del histrionismo se ha terminado. Hoy gobernar es resolver problemas. Las hábiles posturas son ya de todos conocidas, ya no asustan, y la prosa estridente pone en los labios del que la lee un rictus de sonriente conmiseración para el que amenaza y de piadoso perdón para su espíritu. Otra vez, Sr. Alba, antes de volver a instrucción pública o a otro lado, hay que prepararse de veras y herir en la entraña los problemas de la vida y de la cultura nacional. El ser empresario de publicidad o periodista profesional no es bastante. Y al escoger mentores, renuncie a los jilgueros y papagayos y busque al águila y al ruiseñor.