Filosofía en español 
Filosofía en español


Idea de un Congreso de Intelectuales en la América Latina

El distinguido escritor Edwin Elmore, miembro del comité directivo de la importante revista “Mercurio Peruano”, publica en el número de marzo la siguiente nota digna de hallar eco en la juventud intelectual.

Por una de esas felices casualidades que suelen presentarse en la vida del estudiante, cada vez más frecuentes, dada la admirable convergencia de las tendencias espirituales de nuestro tiempo, hemos reunido en nuestras manos copioso material de propaganda, referente al ideal que hemos llamado, con Unamuno, de “americanidad” para distinguirlo del “panamericanismo” en boga, institución oficial de yanquilandia y eficaz instrumento de los sindicatos financieros, industriales y mercantiles de Wall Street.

El eminente Varona ha sugerido la idea de una práctica y más estrecha unión entre los intelectuales de América (Respuesta de una “enquéte” de “Repertorio Americano”: “Renovación”, Buenos Aires, enero 1923); Sanín Cano ha lanzado, en “El Sol”, de Madrid (enero 11 de 1923), que la ha acogido con la inteligencia y el entusiasmo de siempre, la iniciativa de reunir un Congreso Hispano-Americano; José Ingenieros ha definido con la precisión de su claro talento los ideales de la “Renovación mexicana” (Discurso del 11 de octubre de 1922, en honor de Vasconcelos); y, en fin, nosotros, en carta dirigida al venerable maestro de la intelectualidad cubana, hemos solicitado por esos mismos días de enero que se organice el esfuerzo cultural de nuestra América en un congreso libre de toda influencia oficial y ajeno por completo a los convencionalismos diplomáticos. Simultáneamente con este unánime y espontáneo movimiento de opinión, Cisneros ha escrito un hermoso artículo en “La Nación” de Buenos Aires, sobre la cooperación literaria en América. Con el caudal inconmensurable de fuerzas espirituales convergentes de que estas manifestaciones no son sino un indicio ¿no seremos capaces de organizar, los que pensamos, una institución poderosa y verdaderamente representativa de los altos ideales que nos animaran al estudio y a la acción? ¿Dejaremos que las vacías cáscaras de instituciones caducas malogren el esfuerzo espiritual que nos permite presentarnos a la altura de la mentalidad moderna de los países más cultos, y con mayor libertad que en ellos? Tienen la palabra los intelectuales de América.



Las estatuas a Rubén Darío

España ha erigido el primer monumento que en tierra europea se ha levantado a la gloria de Rubén Darío. Fue, como se sabe, en ocasión de celebrar el Día de la Raza. El alcalde de la Coronada Villa no halló cosa mejor que honrar al regio portalira americano, que en ese momento --¡todavía!-- fue discutido, pues en tanto que Francisco Grandmontaigne expuso que no podía felicitar al iniciador por la elección del hombre, Alfonso Reyes afirmó que era un “feliz acuerdo el de consagrar en la Fiesta de la Raza un homenaje al mayor poeta de la lengua durante los últimos siglos”.

Se trataba de una lápida, con el rostro de Darío en un medallón que cinceló el escultor Vela del Castillo. Y el señor Grandmontaigne tuvo la excelente idea de arrojar esa pesada piedra, cómo para llenar el vacío del pedestal que faltaba.



Carlos de Velasco

por Arturo R. de Carricarte

Expresa un aforismo latino que al borde de la tumba se encomian los merecimientos y se olvidan los yerros del extinto. Y si no es hábito moderno el de proceder así, tiene él explicación lógica en el espíritu de justicia instintivo en los hombres: cuando se ha rendido la jornada de la vida importa a ese espíritu justipreciar lo que ha hecho en bien de los demás el que ya no existe, y compulsando lo que de dañino realizó establecer el balance; si éste es favorable nada importa el mal realizado, pues el bien que ejecutó lo compensa, pues le excede.

En el caso de Carlos de Velasco, cuya muerte prematura acaba de ocurrir, importa recordar lo que debe Cuba, lo que debemos los cubanos a su iniciativa y a su acción y olvidar lo que en nuestra apreciación personal de hechos y de hombres puede parecernos equivocado o lamentable y aun acreedor a censura. Ese balance es enteramente favorable. De limitada ambición personal, dotado de la más rara de las cualidades que suele encontrarse en un cubano, la perseverancia, llevó a cabo obras empeñosas que requerían entusiasmo y labor asidua. Quedan de uno y de otro la revista “Cuba Contemporánea”, la mejor en su índole de cuantas llevan pie de imprenta en el país, algunos trabajos históricos y sociológicos, de relativo valor, para los martiólatras, su protesta en Santiago de Cuba del olvido en que se tenía la tumba del Apóstol egregio y, por su estímulo, la organización de una sociedad generosa, formada por mujeres y niñas, maestras y discípulas de la admirable Escuela “Spencer” de la capital de Oriente, que coloca cada día las flores que paga el Consejo Provincial y cuida amorosa el escaso terreno que rodea al templete sagrado en que reposan los restos mutilados del prócer, el templete modesto que proyectó con ferviente celo y cuidó de su ejecución el ilustre artista José Bofill, ingenuo y noble por artista talentoso, buen cubano y buen amigo.

Durante años, en unión de Julio Villoldo y de Mario Guiral, redactó la página de cultura edilicia que inauguró “La Discusión” y los tres redactores dieron muestras de celo exquisito y competencia notoria en su perseverante aunque poco fructuosa propaganda.

De la obra de Carlos de Velasco nos quedan los ensayos a que he aludido, el libro “Aspectos Nacionales” y, sobre todo “Cuba Contemporánea”, que, si no ha alcanzado en los dos largos lustros de su existencia la influencia legítima que conquistó la “Revista de Cuba” primero y la “Revista Cubana” después, ha sido un gallardo vocero de nuestra capacidad actual y ha difundido, siquiera sea en estrecho círculo, algo de la cultura exterior de que estamos tan ayunos.

Prestó Carlos de Velasco su concurso desinteresado a todo intento de cultura y de arte, participando en multitud de empresas de esa índole con loable entusiasmo y con el escaso éxito que puede esperarse del lamentable período de historia patria que nos toca vivir, caracterizada por brutal mercantilismo, más que por el utilitarismo que definió Bentham y con el cual suelen los interesados disfrazar sus bastardas y mezquinas ambiciones.

Deja Velasco ejemplo de vida decorosa, de perseverante labor, de excelente propósito y un ejemplo que seguir. Vivió a tono con su medio y luchó noblemente por mejorarle con dosis infinitamente menor de egoísmo de la que es habitual, y clara percepción de nuestras necesidades. Lo limitado de sus aspiraciones, una cierta modestia ingenua encubierta bajo corteza de altivez agresiva, mantuvo su labor, fuera del campo periodístico y editorial, en círculo reducido. En ambos, empero, fue útil a Cuba, laboro con buena fe y con una constancia excepcional.

Quedamos, pues, en deuda con él; le debe la cultura, le debe el patriotismo porque a una y otro prestó su concurso positivamente valioso; le debemos, sobre todo, porque no llegó a envilecerse en un momento histórico en que el envilecimiento constituía una ejecutoria que garantizaba la riqueza y el poder...

La Habana, 1923