Filosofía en español 
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Las bases de la Confederación General de los Intelectuales de París

Sindicatos y Agrupaciones están dispuestos a federarse. Los idealistas serán, ya que es preciso, hombres prudentes y prácticos

Histórica será la reunión que recientemente se ha celebrado en uno de los salones del periódico Le Mátin, en la cual Henri de Jouvenel ha puesto en contacto a los representantes de diversas agrupaciones intelectuales de París para la formación de una “Confederación General de los Intelectuales”. Los autores dramáticos habían intentado un ensayo de sindicalismo interfederal; sus estatutos están aún en estudio. ¿Debía prever la Confederación General del Trabajo la aceptación en su seno de los trabajadores del pensamiento o esperar a que éstos la solicitasen? A nuestro parecer, la Confederación General del Trabajo ha dado pruebas de la mayor imprevisión no pensando inmediatamente en los trabajadores intelectuales; la cuestión era compleja, pero en vez de relegarla debieron abordarla. Los intelectuales lucharon valiente y obstinadamente por las reivindicaciones de los trabajadores manuales, y estos últimos, haciendo inconscientemente el juego de los enemigos y explotadores del pensamiento, precipitaron en la miseria a sus hermanos intelectuales. En Francia la situación de los artistas y de los escritores ha llegado a ser insoportable. Al comienzo de esta reunión en Le Mátin, José Germain, en una brillante alocución, examinó la situación: los trabajos intelectuales no están pagados; profesores, sabios, inventores, escritores ganan menos que ciertos obreros. La razón es sencilla: para luchar con la hidra del capital los obreros se han constituido y unido; los intelectuales deben imitarlos. No se trata de una concurrencia a la Confederación General del Trabajo, ni de una guerra declarada al partido obrero. Teniendo los intelectuales intereses particulares, los defenderán por un método particular.

“Esta reunión, dijo M. Romain Coolus, no será un Juramento del Juego de Pelota; tenemos el propósito de no divagar. Hace seis meses tenemos en estudio, en la Sociedad de Autores Dramáticos, un proyecto de estatutos que os será sometido el próximo lunes; dichos estatutos han sido revisados por jurisconsultos. Han respondido ya a nuestro llamamiento cuarenta y cinco Agrupaciones. Vamos a trabajar prácticamente dejando a un lado toda cuestión de amor propio. Abogados, médicos, sabios, ingenieros, profesores, universitarios, químicos, pintores, escultores, grabadores, periodistas, críticos, autores dramáticos, poetas, novelistas, debida y legalmente sindicados, formarán dentro de poco tiempo una Confederación General de los Intelectuales, cuyo poder se afirmará.”

Los representantes de la Unión de Sindicatos de Ingenieros franceses, Archer y Bigot, hablaron también, dando al debate una nota científica de la más alta importancia para las realizaciones futuras.

Hombres confinados en su ideal, han dado pruebas en esa reunión de un espíritu realista apreciable y todo puede augurarse de un movimiento muy amplio y diestramente conducido.

Seguramente al principio las dificultades serán grandes. Si se quiere comparar una nación a un organismo humano, se tiene el espectáculo de una Francia donde los dedos de los pies han logrado ocupar el puesto del cerebro; en tales condiciones un organismo no puede ir lejos. Una oca a la cual se ha cortado la cabeza se mueve aún en todas direcciones, pero inconscientemente. Se dirá que hay malos intelectuales, como hay malos obreros; pero aun siendo justa la observación, se puede contestar que la Confederación General del Trabajo ha admitido lo mismo a los buenos que a los malos obreros, y aun que los malos, los beodos, los incapaces son en mayor número. Concedamos que entre los artistas los hay agriados y fracasados; pero la causa con frecuencia se debe a la sociedad que los ha desconocido, despreciado o sofocado. El mismo obrero manual ha seguido la corriente de egoísmo y se ha hecho un pedestal del obrero intelectual; no es un secreto para nadie que la última huelga de obreros de los periódicos ha sido pagada sobre todo con privaciones de periodistas y de escritores. Se podrá responder: “Como se obtienen las reivindicaciones es por la huelga; que huelguen los escritores”. Una huelga de escritores es imposible; no sería posible sino a condición de que renunciaran a servirse de la lengua francesa. Para vivir el inventor, el químico, el escultor, el poeta tienen necesidad de que se les aliente; si se desalientan no producirán. Se dirá: “Tanto mejor: hay demasiado malos artistas y falsos sabios”. Pero puede contestarse: “No tendríamos los malos si no tuviéramos los buenos”. No pondremos por prueba más que esta declaración que hace pocos días expresaba un hombre de gran talento: “No se puede vivir en este país; se destruyen en él los últimos vestigios de la Belleza para instalar la Fealdad. Por todas partes el egoísmo, la holgazanería, la ignorancia y la prostitución. He escrito una obra maestra (es verdad que su libro es una obra maestra). No la imprimiré. No he de vivir más de diez o doce años. Legaré por testamento mi manuscrito a la Biblioteca de Estocolmo”. Más de un grande hombre está pronto, seguramente, a proceder así con la patria ingrata; numerosos inventores venden también sus patentes al extranjero. He aquí lo que se produciría si los pensadores fueran a la huelga, una huelga silenciosa de la cual se conocerían demasiado tarde los efectos mortales. Cuando los electricistas huelgan pueden dejar sin luz a una ciudad dos o tres noches, pero si les imitaran los intelectuales precipitarían a Francia en las tinieblas. Sépase esto y reflexiónese.

La Confederación General de Intelectuales liega a su hora. Quiere, sin declarar la guerra a nadie, para el intelectual el honor y la remuneración a que tiene derecho. Y ocupado su puesto, una vez más salvará a Francia.