Filosofía en español 
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Porvenir del cine sonoro

por Fernando G. Mantilla

Vivimos en un siglo mágico. No tanto por lo que tiene de caja de sorpresas, revelaciones científicas y movimientos colectivos inesperados –también hubo algo de eso en el siglo XIX–, como por lo rápidamente que son aprehendidas, conocidas y desestimadas las cosas. Los caminos seguidos en nuestra época son cortos y de final oscuro. Hay una terrible prisa por recorrerlos y comenzar de nuevo. La última palabra se pronuncia inmediatamente después que la primera. Y no hay en ello improvisación, porque se aplicó a todo la máxima intensidad: mayor espacio en menos tiempo.

Por estas intuiciones ya podemos juzgar definitivamente al cine sonoro. Del que nadie se atrevía a hablar hace escasamente medio año. Pero ya hemos visto todo lo que teníamos que ver. Los puntos de partida existentes nos bastan para opinar.

El cine sonoro no ha acabado con el cine mudo. Al contrario. Hemos aprendido, gracias al contraste, a estimar los valores del arte de las sombras con el único idioma de la luz, del ritmo y del gesto. Es inútil que algunos intelectuales, haciendo el corro a los jefes de publicidad de las Empresas productoras embarcadas en la aventura, nos digan que es un arte nuevo. Una nueva técnica no puede ser jamás un arte nuevo, que, para serlo, necesita de un espíritu nuevo, de una iconografía propia. Aunque –como ha dicho Arconada– esté santificado por el micrófono. Que no es más que un vehículo. No cambian los paramentos ni el decorado. El sonido es al cinema lo que a una estatua de mármol los colores imitativos de los naturales. ¿Podrá surgir, de la combinación de la imagen y el sonido, un arte nuevo? Acaso. Si encuentra un genio creador. Pero esa creación es suficiente para distinguirle del cinema auténtico. Será un espectáculo distinto a los conocidos, con probabilidades originales, hasta cierto punto. Todas enraizadas, con antecedentes del teatro y del cinematógrafo. Basados en el sonido y en la luz, no hay más que dos artes nuevos perfectamente definidos: el cinema, arte de luz, y el teatro radiofónico puro, arte de sonidos. Todo lo demás o es una mezcla o es el viejo entretenimiento de los griegos: el teatro.

Pero el cinema, en esta crisis, ha perdido su unidad esencial. Se atomiza en discusiones; deja de ser religión por ser discutido. El arte se nutre siempre del absoluto de su época. Y en este sentido, el cine mudo ha conseguido obras que jamás logrará el cine sonoro, por sus limitaciones materiales. Ejemplo: La Quimera del Oro, primera epopeya de la época capitalista (1870-1915). Si la creación de Chaplin fuese sonora, ¿valdría por eso más? ¿Qué significaría –sino estorbo– oír unos cuantos coros de buscadores de oro o un jazz en el cabaret minero? ¿Podrá lograr –el cine sonoro– una obra superior a Hamlet? Es posible que recorra un camino vacilante desde Hamlet a La Quimera del Oro. Pero lo que no hará nunca es superarlos. Y para eso no vale la pena tanta anarquía, y menos amenazar de muerte a un arte tan fascinador y juvenil como el cinematógrafo.

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En el film cómico, la anarquía introducida por el sonido se ha hecho notar más que en otra clase de películas. Ha llegado a desvirtuar personalidades tan vigorosas como las de Stan Laurel y Hardy, creadores de graciosos poemas surrealistas cinematográficos. Sus últimas producciones parlantes son notoriamente inferiores a la peor de las silenciosas.

Oigamos a Mack Sennet, el “padre” del cine cómico. Catapulta de Fatty, Charlot, Mabel Normand, Gloria Swanson y tantos otros: «Todo el mundo reconoce la autonomía y la originalidad del cinema –mudo, dice–. Parece mentira que muchos directores no comprendan el valor de esta originalidad; acaso por impotencia para aprovecharla. ¡Pensad en los malísimos films parlantes que nos están presentando! ¿Es eso el cinema? ¡Jamás! Dos tipos diciendo tonterías, frente a frente, en primer plano, durante un cuarto de hora. ¡Qué infamia! Hay que terminar con eso, con las piezas de teatro llevadas a la pantalla. Quieren matar al cinema, si no lo impedimos con todas nuestras fuerzas. ¿Acabaréis con el cine, bandidos, asesinos, lunáticos?»

«El movimiento, amigo mío –dice Mack Sennet, rojo de cólera y excitado, a su interviúvador–, el movimiento lo es todo. Sin movimiento no hay cine. ¡La fotografía que habla! ¿Es que acaso no se había logrado expresar todo, absolutamente todo, en los films mudos? ¿No había ya una gracia nueva de gestos y movimiento en las películas cómicas, gracia que había conseguido superar a la de los diálogos más bufos?»

En el resto de la interviú, Mack Sennet llega a apostrofar a los inventores del cine parlante, motejándolos de “banda de asesinos” y “vándalos”.

«La voz –afirma Charlie Chaplin en otra interviú ya lejana– rompe la fantasía, la poesía del cinematógrafo y de sus personajes. Los héroes del cinema son seres de ilusión, y su naturaleza deriva precisamente del silencio en que viven. Si bien se mira, el cinematógrafo es poesía y belleza creadas en un mundo de silencio, y sólo desde ese mundo de silencio sus personajes pueden hablar a la imaginación y al alma de quienes los contemplan. Hacerles hablar es destruir todo su encanto… Ponerle voz a las sombras es una imbecilidad y un error, tolerable, en todo caso, como negocio para quienes lo hacen; pero que no hablen de arte. Espero que esta locura del cine hablado pase muy pronto…»

«El cine hablado… –dice el cubano Raúl Roa en la revista juvenil Orto–, ¿no parecen los términos de esta ecuación tan inconciliables, por lo menos, como los intereses de capitalistas y obreros? Porque, evidentemente –como aquellos–, cine y palabra se excluyen.»

Mientras el gesto es fruto en agraz –tantas posibilidades restan para su total madurez–, la palabra es limitación, circunferencia microscópica.

«Por eso –continua Orto–, la película aliteraria, esencialmente esquemática, es la que más inefables emociones y sorpresas suscita y deja en nosotros: Amanecer y El Circo, para no colgar en la tendedera del “verbigracia” sino ejemplos afrodísticos.»

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Para terminar nuestros comentarios, recordemos que hicimos en otro tiempo una concesión al cine sonoro: la de innegable adelanto científico. Y en vista de su éxito, más pretendido que real, llegaremos al límite de las concesiones: admitir películas con algunos efectos sonoros, pero filmadas mudas, con arreglo a la técnica propia del cinema. Con sincronización. Los tenderos de películas, los mercaderes del celuloide, los “vándalos” de que habla Mack Sennet, están, en el fondo, de acuerdo con los que así pensamos. He aquí lo que ha dicho tan significado elemento como el director del Paramount, de París, al periodista Lefebvre, de Cine Export Journal:

—La sincronización de las películas es siempre preferible al puro talkie o film parlante.

—Los sonidos, sin embargo –le arguyo el periodista–, son más imperfectos…

—Es posible. Sin embargo, hemos podido comprobar que al público le gustan más los films de este género. Además, desde el punto de vista técnico, la toma de vistas y la proyección de películas sincronizadas es mucho más sencilla que la de films sonoros. Los films sincronizados son más ventajosos comercialmente y, lo repito, gustan más al público. Puede afirmarse que están llamados a un mayor desarrollo que las películas sonoras.

Dos libros cinematográficos

Vicente Huidobro ha presentado una película escrita: Mío Cid Campeador. Hazaña. Ilustrada por Ontañón. Una auténtica novela –novedad– que encierra una magnífica película. Original visión del Cid, visión de cámara cinematográfica. Dedicada a Douglas Fairbanks. Pero que debía ser recogida por los cinematurgos españoles como la primera superproducción nacional de altos vuelos. Confiando en el valor de Rodrigo para traspasar las fronteras cinemáticas.

El otro libro es de Charlie Chaplin, con un prólogo documental de Fernández Cuenca. Si el primero es el libro de un gran escritor que hace una maravillosa película, el segundo es de un gran cineasta que hace un maravilloso libro. Lleno de hondo sentido de las cosas. Escrito con amarga ironía, a veces cruel. Con sátiras de personas y cosas. Una impía película de Charlot.

Anécdota del “cine” sonoro

Aparte bluffs de propaganda, es verdaderamente extraordinario el silencio que debe guardarse en la filmación de películas sonoras.

Pour Vous cuenta, en uno de sus últimos números, la siguiente escena:

«Hace días, en un estudio de Soinville, se dio la orden de guardar silencio absoluto. Se rodaba una escena de un film parlante.

Los aparatos, encerrados en cámaras, registraban calladamente metros y metros de film. No se oía ni el vuelo de una mosca, salvo las frases entrecortadas de un diálogo nervioso.

Dos electricistas, de repente, notaron olor a quemado. Una parte del decorado, por culpa de un proyector, comenzaba a arder. Pero el jefe electricista, que había observado la escena, les ordenó imperiosamente que guardasen silencio y no se movieran. Al cabo de algunos segundos, brotaron las llamas con gran ímpetu, y todos los asistentes se precipitaron a dominar el fuego con los extintores. Pero había dado tiempo a filmar la escena completa, y el director felicitó a los dos obreros por su prudencia y serenidad.

—¿Qué debemos hacer –dijo uno de ellos al director– si ocurre un terremoto mientras se rueda?

—Ustedes esperarán hasta el final de la escena, y después me dirán respetuosamente: “Señor director, la Tierra se hunde; ¿podemos marcharnos?”»

Fernando G. Mantilla