Amparo Medina
La ciencia y la guerra
No son palabras. Es una realidad fatal. Nuevamente se cierne sobre el mundo la amenaza terrible de la guerra. Aún estamos sufriendo el desquiciamiento producido en la conflagración europea de 1914 y ya estremece de nuevo el peligro de una repetición mil veces más trágica. Los horrores de la guerra futura, los sentirá la población civil con tanta o mayor intensidad que los ejércitos en lucha. Terminaron los límites de los campos de batalla. Ya no habrá vanguardia ni retaguardia. Los campos de batalla serán todo el espacio de la tierra. Similar riesgo correrá el soldado que empuña el fusil en la trinchera, como quien se sitúe en lo más lejano...
Los fusiles, las ametralladoras, los cañones, las bombas de trilita tendrán un poco que hacer. Las nuevas armas a utilizar, ocasionarán intensos e irreparables estragos. Conviene hagamos un pequeño detalle de las mismas.
Gases y bacterias
En las grandes capitales, mientras unos se dedican a los negocios, otros al trabajo manual, y otros a la cultura, existen unos seres infatigables que en el silencio de sus laboratorios, vestidos de blanco, rodeados de aparatos complicados, se dan a la tarea de estudiar el modo de deshacer a la humanidad.
Ahora, esos hombres de blanco, están dedicados a la faena de hallar gases que por módico precio, envenenen ciudades enteras en escasos segundos, que deshagan los organismos humanos a pesar de todos los medios de defensa; gases incoloros e inodoros, para que penetren en todas partes sin que se perciban hasta que surtan su efecto.
También hoy se constatan, como unas cuantas bacterias arrojadas desde un avión en los depósitos de agua de una gran ciudad, pueden desencadenar el cólera y la fiebre tifoidea, que convertiría a una población beligerante, en escasas horas, en un montón de cadáveres...
Los gases y las bacterias serán lanzados desde los aviones y por toda clase de medios, a distancia. Los antiguos medios de esparcimiento, tales como la artillería resultan ya ridículos. Un aparato de sesenta litros de oxígeno, en 1914 duraba tan sólo 45 minutos, mientras que el ataque gaseoso puede hoy durar muchos días. En la guerra, los aparatos de defensa, consistían tan sólo en un dispositivo que protegía nariz, boca y ojos. Actualmente, los gases inventados, atacarán todas las superficies del cuerpo produciendo llagas incurables en la piel. Como es lógico, para defenderse habrá que ir dentro de todo un aparato complicado, de toda una indumentaria perfecta que será costosísima.
La aviación
Los aviones modernos pueden alcanzar una altura de siete a nueve mil metros. Ninguno de los medios de previsión y defensa, hasta ahora inventados, puede registrar el paso de la aviación a tal altitud. Los proyectores más potentes, no llegarán a descubrir ni el dos por ciento de los aeroplanos. Los proyectiles de cañones antiaéreos estallarán varios miles de metros antes de llegar a su destino. Quinientos aeroplanos o cincuenta dirigibles pueden elevarse en una noche, de uno o varios aeroplanos del continente europeo, y arrojar millares de explosivos, causando así mayor daño que una invasión terrestre que podría ser combatida y rechazada por las fuerzas “enemigas”. Es un hecho evidente, que las guerras futuras serán, a más de químicas, aéreas, y los aires no pueden ser atrincherados
El “rayo de la muerte”
Recientemente, un médico español residente en los Estados Unidos, ha descubierto el llamado “Rayo de la muerte”, capaz de destruir ejércitos y ciudades enteras en pocos minutos. El rayo es una emanación dotada de una frecuencia que destruye los glóbulos rojos de la sangre. Se opera en esta un cambio parecido al que se produce cuando el bromido de plata se expone a la luz por una diezmilésima de segundo, y se convierte en metal. El poder de penetración del rayo depende de la potencia del mismo. Se requiere un voltaje altísimo para obtener los mejores resultados. El minimun de voltaje necesario es de 80.000 voltios. Para poderse formar una idea de la fuerza que representa esta energía bastará referirse a la que se emplea en las sillas eléctricas, voltaje que no excede en ningún caso de 2.200 voltios.
Sentado cómodamente en un sillón y en la azotea de un edificio desde el cual se contempla el campo que la rodea, un solo hombre se bastaría para barrer todo un ejército que intentare sitiar la ciudad, aunque los sitiadores se hallaran a veintiocho millas de distancia, con solo proyectar el rayo lentamente de izquierda a derecha, procurando fijarlo una décima de segundo sobre cada soldado, la batalla sería tan fulminante como espantosa.
Como es lógico, se encoje el ánimo al más fuerte, cuando se lee lo que los técnicos anuncian para el porvenir: “los depósitos de máscaras serán asaltados por la multitud enloquecida”, “toda protección será ilusoria”, “habrán muchas clases de gases, que el enemigo no sabrá evitar”, “no existe protección eficaz para la población civil, los factores precalógicos anularán el esfuerzo de la técnica”, “la IPERITA es el fin de nuestra civilización”, &c., &c.
Salida
Hemos hecho un esbozo de lo que significan científicamente, los nuevos adelantos de guerra. Pero cometeríamos un gran error, en tanto que integrantes de la clase que ha de sufrir sus consecuencias si no indicáramos una salida a la clase obrera, de la guerra que le amenaza. La salida de esta: la lucha organizada de las masas para impedir que el imperialismo mundial llegue a proclamarla, y la expresión cumbre de esta lucha, la insurrección armada. Ahora bien, si la guerra llegara a declararse, nuestro trabajo es este: transformar la guerra imperialista en guerra civil.