Filosofía en español 
Filosofía en español


Miguel Herrero-García

Actividades culturales

La pasada quincena ocupó la cátedra Luis Vives de la Universidad de Valencia D. Eugenio d'Ors. Dio materia a sus lecciones la primera parte de un ensayo de actualización del pensamiento vivista. La teoría del conocimiento, la de la historia, la de la enseñanza, recibieron nueva luz de la versión del espíritu de Vives.

En la consideración de lo histórico, por de pronto, el Humanismo del filósofo valenciano aparece renovado en la constitución de una ciencia de la Cultura: la tradición, interpretada como lección del pasado, se ensancha y substantiva hasta formularse en primacía de lo eterno.

El individuo fisiológicamente normal, dice d'Ors, no tiene ordinariamente sensaciones de la existencia de sus órganos, e incluso llega a olvidarse de ellos; en cambio, el sujeto de contextura anormal se da cuenta de la existencia de sus órganos. Algo así sucede en el orden moral; el individuo normal vive de las preocupaciones de aquellos que tienen vida interior. Tipos representativos de una y otra actitud fueron el griego y el egipcio; el primero, prescindiendo del pasado –«nada importante ha ocurrido hasta mi época», decía Tucidides–, sintiendo siempre una sensación de consistencia del presente; el egipcio, abrumado por el recuerdo de la historia y preocupado por el porvenir.

¿En cuál de estas dos actitudes se colocaba la mente de Vives? En el de la tradición, entendida como pasado digerido, asimilado, incorporado a la propia sustancia. Vives incorpora a la literatura renacentista la Historia, concebida no como sucesión, sino como [93] sinopsis, es decir, la Historia por encima del tiempo, sustraída del tiempo. Un precedente valioso de esta teoría de la Historia lo ve d'Ors en La Ciudad de Dios, de San Agustín. Vives, a su ejemplo, trata de exorcizar al tiempo, de arrebatar a este demoníaco tiempo la más segura de sus presas: la Historia. Tal posición no puede tildarse de ecléctica. El pasado es presente; lo anterior está en lo actual; vivimos nutridos de pasado. Nuestra propia sustancia es tradición.

Frente a esta magnífica disertación sobre «Vives y lo Tradicional» pasó d'Ors a estudiar otro tema: «Vives y lo Ecuménico». Aquí expuso su brillante teoría de los eones, constantes, que en épocas distintas y en culturas diferentes acusan la misma tendencia, reproducida con una semejanza que raya en la identidad. Estos eones los formula d'Ors por el orden siguiente: el «eón Roma», representativo de la tendencia centrípeta de la humanidad, que es relación de unidad, manifiesta u oculta, en lucha y contraposición constante con el eón Babel, símbolo de dispersión, relación de divergencia y manifestación de la tendencia centrífuga que en determinados períodos avasalla a la Historia. El eón de lo clásico frente al eón de lo barroco; lo eterno femenino y lo viril; lo caballeresco medieval y el hombre del Renacimiento; lo ecúmeno, relación de neutralidad, y lo exótico, relación de periferia. Habló a continuación de los eones mixtos, no puros, de permanencia aparente. Así los conceptos de raza, de Oriente y Occidente, de viejo y nuevo mundo.

La última teoría general que vertió d'Ors en esta serie magistral de conferencias se refirió a la morfología de la Cultura.

En la morfología de la Historia de la Cultura se estudia el repertorio en que los eones se producen (repertorio de triángulos, lo clásico. Repertorio de volutas, lo barroco). Todas las ciencias pueden comprenderse en tres grupos: cultura en el hacer (arte, industria, trabajo, negocio), cultura del conocer (filosofía), cultura en el preferir (sensibilidad, cultura de valores, poesía); estos conjuntos se vierten en los estilos, y los estilos representan la encarnación de los eones.

La morfología de la cultura es estudio preferente de los tiempos modernos. Quizá su sede esté representada en el Instituto de la Cultura de Munich, donde trabaja Spengler. Como crítica de la [94] misma, señala el prejuicio acentuado por las formas primitivas y salvajes, que por dar sólo un esquema de las formas, aconseja no se excluyan las producciones de los pueblos cultos. Advierte en las artes influencias de ideas consideradas hasta ahora ajenas a las mismas. La voz humana tiene un sentido de monarquía en la ópera italiana, en la que todos los sonidos están subordinados a ella. Por el contrario, la música de Wagner representa la democracia: la voz queda anegada en la polifonía de los instrumentos.

Este nuevo concepto de la Cultura impide clasificar la Historia en edades que tienen por punto de partida un acontecimiento histórico, como por ejemplo la toma de Constantinopla por los turcos o el descubrimiento de América. Las edades se delimitan por esos nodos simbólicos que son la publicación de un libro o el alumbramiento de una idea.

La Historia de la Cultura se divide así: Primera etapa: No existe cultura hasta la hora socrática en que surge la idea de humanidad. Segunda: Con la publicación de La Ciudad de Dios, de San Agustín, se descubre el concepto de la sociedad. Tercera: Con la obra De monarquía, de Dante, se adquiere el concepto del Estado, distinto del feudal, en el que se confundían la soberanía y el derecho de propiedad. Cuarta: Por Giambista Vico en La Ciencia Nueva, y Rousseau, en El Contrato Social, se adquiere la noción del pueblo. Quinta: La Historia de la Cultura y la nueva ciencia de la Cultura.

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La sociedad «Acción Española» ha continuado los tres cursillos iniciados en la anterior quincena.

D. Pedro Sáinz Rodríguez desarrolla con su habitual dominio de la Historia el tema «La evolución de la España contemporánea». Los poderes tradicionales sufren eclipse en el siglo XVIII. Las clases directoras cometen una lamentable defección. El espíritu, revolucionario, en consecuencia, encuentra el camino expedito. La guerra de la Independencia, acusadamente religiosa, significa la reacción española. Las Cortes de Cádiz, hipócritamente revolucionarias, reemplazan aquel espléndido despertar de España por una política liberal. La conciencia católica del país, herida por la [95] legislación sectaria, provoca la reacción fernandina. Así, a rasgos magníficos, describe el sabio catedrático la época precedente a la primera República española.

D. Víctor Pradera añade dos bellas conferencias a su curso sobre «Principios de Derecho Público». Analiza el concepto de soberanía nacional. Vitoria y Suárez suministran al docto conferenciante doctrinas justas y diáfanas, La potestad, la soberanía, reside en la nación, y de ella la participan todos los magistrados, incluso el Jefe del Estado. La resolución ha desfigurado estos conceptos y hasta ha falseado los términos.

La soberanía nacional no es, con todo, absoluta. Su ejercicio se halla limitado por el fin de la misma nación y por las órbitas de otras sociedades inferiores, como la familia, el municipio, la región.

En el sistema tradicionalista, soberanía y libertad son perfectamente compatibles. A partir de Rousseau, la soberanía tiende más y más a ser un mito. Las mayorías, ciertas clases sociales, se adueñan de la representación nacional y ponen en grave crisis soberanía y libertad.

D. Antonio Goicoechea ha disertado dos veces durante la quincena última acerca de «El espíritu romántico y el espíritu jurídico en el Derecho Constitucional». La documentación del Sr. Goicoechea compite con su finura exegética en estas disertaciones.

Los derechos individuales frente a las exigencias del instinto nacional de conservación ofrecen al eximio jurista una patética lucha, que él describe maravillosamente. Con legislaciones de todos los países va pintando das vicisitudes de esta lucha. Cita la situación jurídica de los negros en los Estados Unidos, a los cuales las leyes de los Estados del Sur les privan indirectamente del derecho electoral, sujetándolos a difíciles exámenes sobre interpretaciones de la Constitución.

En punto a la libertad religiosa, recuerda lo acontecido en 1925 cuando, aplicando la ley votada en el Estado de Tennesee, se prohibió a un profesor de Biología que explicase la doctrina evolucionista, y recuerda las palabras de Bryan cuando justificaba el hecho en estos términos: «El Poder de este país viene del pueblo, y si la mayoría del pueblo estima que esa doctrina destruye la fe, tiene derecho a exigir que la enseñanza de esa doctrina sea [96] suprimida». En países cuya talla media es superior a la de los Estados Unidos se procede a la inversa: la doctrina de la mayoría del pueblo debe ceder el paso a la destructora de la fe, profesada por una minoría.

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Don José Ignacio Escobar y Kirkpatrick, marqués de las Marismas del Guadalquivir, pronunció ayer una conferencia sobre el sugestivo tema «Marxismo y antimarxismo».

Con palabra precisa y clara dialéctica, explicó cómo el socialismo no es una doctrina económica y social; es una concepción absoluta y universal plasmada de un modo preciso y completo por Carlos Marx, que persigue la destrucción de toda la espiritualidad humana.

El conferenciante, a través de su disertación, puso de relieve la gran preparación con que abordaba el tema. Concluyó dando cuenta de las Ligas anticomunistas existentes en diferentes países, y exhortando a los oyentes para que coadyuven al desenvolvimiento de la que se está constituyendo en España.

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El círculo de estudios dirigido por D. Eugenio Vegas Latapie ha comenzado a funcionar con un selecto número de circulistas.

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En torno a la festividad del Ángel de las Escuelas ha celebrado la Confederación de Estudiantes Católicos varias solemnidades literarias, artísticas, sociales y deportivas, de las cuales destacamos la conmemoración de Goete, la Exposición de Arte, la celebración del tercer centenario de «La Dorotea» y el homenaje a Lope de Vega.

En el salón de actos del Palacio de la Prensa fue puesta en escena una antología del «Fausto», comprensiva de los siguientes cuadros: Fausto en el laboratorio, Fausto en Mefistófeles, [97] Fausto y Margarita en el jardín, Margarita en su habitación y Escena de la cárcel. Actuó finamente de «locutor» de estas representaciones escénicas el profesor D. Eugenio Montes, y prologó el acto escolar D. José Antonio Maraval.

La Exposición de Arte ha sido algo más, bastante más de lo que podía esperarse de aficionados y principiantes. Aparte de las ingenuidades imprescindibles en exposiciones de esta índole, merecieron los honores del premio, en toda regla, los trabajos de Rafael Vázquez Díaz, de Amparo González Figueroa, de Luis Currás García y de Paz Navarro, en pintura; en dibujo, los de Manuel Dorado y Juan del Amo; en caricatura, los de Suárez Valdés y de Pilu; en arquitectura, los de Miguel Bazo y Ramón Aldana.

La conmemoración del tercer centenario de la publicación de «La Dorotea» estuvo a cargo de D. Nicolás González Ruiz, don Pedro Sáinz Rodríguez y D. Agustín González de Amezua.

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El homenaje a Lope de Vega en el teatro Calderón fue un acto lleno de emoción y poesía. Sobre fondo musical dirigido por el maestro Saco del Valle, pusiéronse en escena bellos pasajes de «La adversa fortuna de D. Bernardo Cabrera», de «Ángel fingido y renegado de amor», de «El toledano vengado» y de «El villano en su rincón».

Hizo la introducción del acto D. Miguel Herrero, exaltando el espíritu nacional del gran dramaturgo, en contraste con la crisis actual del sentido histórico español.

La resurrección de la historia, dijo, eso es lo que su voz prodigiosa realiza. Como Eccequiel ante el osario hace surgir los esqueletos a nueva vida, Lope, frente a dieciséis siglos de historia patria, llama a luminosa vida poética héroes y gestas, batallas y victorias, y obedientes a su conjuro resucitan «El Cerco de Toledo» y «El Cerco de Túnez», «El Cerco de Santa Fe» y «El Cerco de Viena», «Las Almenas de Toro» y «El Asalto de Mastrique». No hay dolor de la patria que no sea su dolor, ni triunfo que él no lo sienta como suyo. Los españoles que mueren en Lepanto él los llora en «La Batalla Naval»; los conquistadores que [98] dominan la América él los canta en «El Arauco domado». Como de Salomón dicen las Escrituras antiguas que poseía la clave del lenguaje de los pájaros y del perfume de las flores, Lope leía en ruinas y piedras españolas el secreto de la poesía y arrancaba a cada paraje la revelación de su belleza. «Las Paces de los Reyes», ¿no descubren el alma de Toledo? «Las Flores de Don Juan», ¿no revelan las esplendideces de Valencia? «El Ruiseñor de Sevilla, ¿no deja ver la exuberante «psiche» de la sultana del Betis? Su poesía era el himno complejísimo, «total», que componían las mil voces surgidas de ciudades y aldeas de España. Córdoba le ofrecía la áurea leyenda de sus Comendadores. Murcia la de sus Porceles y sus Fajardos, Barcelona la de sus Ponces, Tenerife la de sus Guandres, León la de sus Prados, Ocaña le brindaba su «Peribáñez», La Vera su «Serrana», Morana su «Vaquero», Lerma su «Burgalesa», Getafe su «Villana».

El poema de España, eso es lo que forman sus obras. Un engarce maravilloso de estrofas gigantescas, cada una de las cuales canta la belleza de una región, de un pueblo, de una gente española. En ese eslabonamiento amoroso de todos los tipismos de la patria se une «El Acero de Madrid» con «El Grao de Valencia», «El Arenal de Sevilla» con «Los Torneos de Aragón», «Las Famosas Asturianas» con «La Peña de Francia.

Cuentan las leyendas mitológicas que cansado Júpiter de ver alimentar la maldad de los hombres, resolvió ahogar con un diluvio al género humano. Y cuando la superficie de la tierra había sido inundada y toda criatura había perecido bajo las turbias ondas, un solo hombre, Deucalión, salvado en una barquilla, se dirigió con su mujer a consultar a la diosa Themis, que pronunciaba sus oráculos al pie del Parnaso. E interpretando Deucalión los mandatos de la Divinidad, arrojaba piedras sobre la arrasada faz del Universo, y de cada piedra surgía un nuevo viviente para repoblar el Mundo.

Otra vez la tierra de nuestra patria ha sido arrasada por dura sentencia de los dioses. Otra vez se necesita que los contados supervivientes del diluvio siembren sobre la devastación las piedras vivas de la civilización destruida, los elementos imperecederos de la cultura pasada. Estos elementos indestructibles son las obras poéticas de Lope de Vega. Ellas guardan las simientes [99] inmortales de otras ideas, de otros sentimientos, de otras maneras de concebir la patria, la fe, la justicia y el honor. Sembrémoslas entre los espíritus descastados, entre las almas desmoralizadas, entre las ruinas espirituales de la tradición, y veremos renacer de ellas otros hombres llamados a reanudar, tras este paréntesis de cieno y de miseria, la hermosa historia de España.

D. José María Pemán, con su verbo sin par, interpretó cada uno de los cuadros escénicos, desarrollando las ideas de Religión, Amor y Patria. Todo intento de reproducir aquella brillante exégesis de la poesía de Lope, que oímos a Pemán, resultaría frustrado. El valioso público que lo aplaudió incesantemente nos dará la razón de la respetuosa abstención que guardamos ante su deslumbradora elocuencia.

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En el club femenino «Aspiraciones» ocupó la tribuna el lunes 14, D. Miguel Herrero, disertando sobre la crisis del liberalismo y las doctrinas de Acción Española.

M. H. G. [Miguel Herrero-García]