Filosofía en español 
Filosofía en español


Mauricio Iriarte, S. J.

“El Ingenioso Hidalgo” y el “Examen de ingenios”

Qué debe Cervantes al Dr. Huarte de San Juan

(Conclusión)

IV

Yo estoy maravillado de la escasa bibliografía existente acerca de un tema tan sugestivo y de no despreciable importancia crítica. Lo que yo he podido hallar no puede satisfacernos, después de lo aportado a la ciencia por Charcot, Kräpelin y Kretschmer, pongo por caso; y haría una obra muy laudable el especialista que interpretase la afección cerebral y mental de Alonso Quijano a la luz de las teorías psicopatológicas hoy corrientes. No sé si llego a escribirse algo antes de Hernández Morejón, de quien tenemos un opúsculo: Bellezas de medicina práctica descubiertas por… en el ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel Cervantes Saavedra, Sevilla, 1831.

Examina Hernández Morejón las predisposiciones y causas de la locura, sus períodos, su desenlace en la muerte; y, por otro lado, el plan curativo y tratamiento moral. Carece este estudio de profundidad y precisión, y abunda en generalidades y aparatosos encarecimientos de la sabiduría médica de Cervantes. Más amplio y más maduro es el libro que dedicó al mismo asunto Pi y Molist: Primores del Quijote en el concepto médico-psicológico, y consideraciones generales sobre la locura, para un nuevo comentario de la inmortal novela, Barcelona, 1886. Pi y Molist contradice el sentir de Morejón, de que don Quijote estuviese dotado de temperamento predispuesto a la psicosis; la enajenación, opina él, no se funda en la anatomía patológica, sino en la fisiología, y es etiológicamente moral, a semejanza de tantas frenopatías originadas por las ideas de libertad, independencia, reforma, etcétera. En obras posteriores no encuentro ninguna novedad.{1}

Si atendemos a la doctrina de Huarte, habremos de juzgar que el hidalgo Alonso Quijano era constitucionalmente prepsicótico, como más atrás lo dejamos demostrado. Un psiquiatra de hoy lo confirmaría, registrando en la historia clínica del buen hidalgo típicos síntomas de constitución y hábitos esquizoides. Pero los factores decisivos son exógenos. La lectura sin tasa ni tino determinó la fatiga y el eretismo nerviosos, y éstos dieron lugar a una desarmonía funcional, de donde aquellos delirios accidentales que iba notando su sobrina. La lectura continuada encontraba un organismo descompuesto; y, «llena la fantasía de todo aquello que leía en los libros, roto el contacto con la realidad, y faltando las fuerzas inhibitorias, vino a sistematizarse el delirio en aquella nueva personalidad investida, con sus proyecciones paranoicas.{2}

En la exposición del síndrome sintomatológico de la locura, que nos da Cervantes, hay dos toques principales, que son como la clave de la enfermedad; y ambos toques o ideas capitales de pleno en pleno pertenecen a la psicopatología del Examen de Ingenios. Tales son la destemplanza humoral del resecamiento del cerebro, y la lesión imaginativa consiguiente. Al ingenioso hidalgo «del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro», porque, como había enseñado a Cervantes el Dr. Huarte, «la vigilia de todo el día deseca y endurece el celebro, y el sueño de la noche lo humedece y fortifica»{3}. Necesita, pues, este órgano humidificarse –o desintoxicarse– en el reposo del sueño; de lo contrario, se origina un trastorno en su funcionamiento, que ha de repercutir en las facultades psíquicas, y primero en la más enraizada en él, la imaginación.

No creo que sea aguzar demasiado el añadir, como causa de la quiebra cerebral del hidalgo, junto a la excitación, fatiga y vigilia, su poco selecta alimentación nocturna. Aquel plato de salpicón, que constituía su diaria cena, no había de favorecer el buen régimen, ni de su estómago, ni de su cerebro. Era el salpicón un fiambre confeccionado de la vaca y tocino sobrantes de la olla del mediodía, cortados en menudos pedazos y mezclados con cebolla y vinagre, amén de diversas especias{4}. Esta cena fría, tomada a la ligera, con la cabeza encendida por la lectura y el ansia violenta de volver a contemplar en los campos de sus historias las hazañas de sus caballeros, calcúlese qué volcán de vapores y fantasmas provocaría en aquel cerebro. Y si queremos saber del doctor Huarte la naturaleza bioquímica de tal manjar, nos dirá que la vaca y el tocino engendran grueso temperamento, y la cebolla, vinagre y especias lo calidifican y resecan{5}; y que «si el celebro se va cada día gastando y consumiendo y se ha de reparar con los manjares que comemos, cierto es que si estos son gruesos y de mala templanza, que usando muchos días dellos, se ha de hacer el celebro de su mesma naturaleza»{6}.

El tratamiento de la enfermedad indicado por Cervantes corresponde a la misma doctrina. Así, en los tres regresos del aventurero y malaventurado caballero, lo deja sumido en largo sueño reparador; y fué un sueño largo y profundo la puerta de la lucidez de su mente. Y por lo que se refiere a la mala nutrición, el cura y el barbero encargan al ama y a la sobrina «tuviesen cuenta con regalarle, dándole a comer cosas confortativas y apropiadas para el corazón y el celebro, de donde procedía, según buen discurso, toda su mala ventura»{7}.

Puesta aquella destemplanza cerebral fisiológica, la destemplanza psicológica era irremisible. «Nuestra ánima racional –dice Huarte–, aunque es incorruptible, anda siempre asida de las disposiciones del celebro, las cuales, si no son tales cuales son menester para discurrir y filosofar, dice y hace. mil disparates». «Fuera de esto, muestra la experiencia una cosa, y así lo nota Galeno, que cuando en la enfermedad se desbarata el temperamento y buena compostura del celebro, muchas veces se pierden las obras del entendimiento y quedan salvas las de la memoria e imaginativa»{8}. Y el insigne psicólogo confirma esta doctrina con el caso de Demócrito, transcrito aquí páginas atrás. Ahora es hora de releer cuidadosamente aquel ejemplo y el parangón que en las siguientes líneas hicimos con lo sucedido a don Quijote. Porque son casos patológicos de idéntica naturaleza. Cervantes no hizo sino dar cuerpo a la fórmula psicopatológica de Huarte, ejemplificada en el ingenioso filósofo de Abderas.

Al ingenioso hidalgo de la Mancha «llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles: y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo»{9}. Era, pues, un delirio puramente imaginativo y eso en cuanto tocaba a caballerías; el juicio claudicaba cuando se torcía el sustentáculo de la imagen: «de manera, –decían sus conocidos– que como no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que no le juzgue sino por de muy buen entendimiento». Como le había acaecido a Demócrito, a quien, «por hacer y decir dichos y sentencias tan fuera de término, toda la ciudad de Abderas le tuvo por loco, y que había perdido el juicio». En cambio, Hipócrates le reputó por el hombre más sabio del mundo; «y fué la ventura de Demócrito –observa el Dr. Huarte– que todo cuanto razonó con Hipócrates en aquel breve tiempo fueron discursos del entendimiento, y no de la imaginativa, donde tenía la lesión».

Interesóle tan vivamente a Cervantes esta situación mental, que hizo de ella dos réplicas: una, breve, en el cuento de aquel graduado en Cánones por Osuna, que cuenta el barbero en la tertulia de don Quijote, durante su convalecencia{10}; y otra, amplia, en la novela ejemplar del Licenciado Vidriera. Este es de la misma familia que Demócrito en su vejez, y pariente muy cercano del ingenioso hidalgo. Obsérvese la paridad de síntomas:

«Seis meses estuvo en la cama Tomás, en los cuales se secó y se puso, como suele decirse, en los huesos, y mostraba tener turbados todos los sentidos. Y aunque le hicieron los remedios posibles, sólo le sanaron la enfermedad del cuerpo, pero no la del entendimiento, porque quedó sano, y loco de la más extraña locura que entre las locuras hasta entonces se había visto. Imaginóse el desdichado que era todo hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se llegaba a él, daba terribles voces pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen, porque le quebrarían; que real y verdaderamente él no era como los otros hombres, que todo era de vidrio de pies a cabeza. Para sacarle de esta extraña imaginación, muchos, sin atender a sus voces y rogativas, arremetieron a él y le abrazaron, diciéndole que advirtiese y mirase cómo no se quebraba. Pero lo que se grangeaba en esto era que el pobre se echaba en el suelo, dando mil gritos, y luego le tomaba un desmayo, del cual no volvía en sí en cuatro horas, y cuando volvía era renovando las plegarias y rogativas de que otra vez no llegasen. Decía que le hablasen desde lejos y le preguntasen lo que quisiesen, porque a todo les respondería con más entendimiento, por ser hombre de vidrio y no de carne; que el vidrio, por ser materia sutil y delicada, obra por ella el alma con más prontitud y eficacia, que no por la del cuerpo, pesada y terrestre. Quisieron algunos experimentar si era verdad lo que decía, y así le preguntaron muchas y difíciles cosas, a las cuales respondió espontáneamente con grandísima agudeza de ingenio, cosa que causó admiración a los más letrados de la Universidad y a los profesores de la medicina y filosofía, viendo que en un sujeto donde se contenía tan extraña locura como el pensar que fuese de vidrio, se encerrase tan gran entendimiento, que respondiese a toda pregunta con propiedad y agudeza».

Fuera de lo subrayado, que huelga comentar, hemos de destacar de este párrafo cervantino unas líneas, para confrontarlas con otras de El Examen de Ingenios.

Texto de Cervantes

«Decía que le hablasen desde lejos, y le preguntasen lo que quisiesen, porque a todo les respondería con más entendimiento, por ser hombre de vidrio y no de carne; que el vidrio, por ser materia sutil y delicada, obra por ella el alma con más prontitud y eficacia, que no por la del cuerpo, pesada y terrestre.»

Texto de Huarte

«El entendimiento ha menester que el cerebro esté compuesto de partes subtiles y muy delicadas, como atrás lo probamos de Galeno; y el mucho calor gasta y consume lo más delicado, y deja lo grueso y terrestre».

«Tener el celebro la sustancia o compostura de partes subtiles y muy delicadas, dice Galeno que es la más importante de todas; porque queriendo dar indicio de la buena compostura del celebro, dice que ingenio sutil es señal que el celebro está hecho de partes subtiles y muy delicadas, y si el entendimiento es tardo arguye gruesa sustancia»{11}.

 

V

Siguiendo nuestra exploración por los libros cervantinos, vamos sorprendiendo nuevas curiosidades. Una es el ver cómo Cervantes puso en acción, al parecer conscientemente, una hermosa lección de fisiología de las pasiones, aprendida en El Examen de Ingenios. El capítulo 17 del tercer libro de Los trabajos de Persiles y Sigismunda se inicia con la siguiente consideración: «La ira, según se dice, es una revolución de la sangre que está cerca del corazón, la cual se altera en el pecho con la vista del objeto que agravia, y tal vez con la memoria; tiene por último fin y paradero la venganza, que, como la tome el agraviado, sin razón o con ella, sosiega. Esto nos lo dará a entender la hermosa Ruperta, agraviada y airada...». Y nos lo da a entender Ruperta, o Cervantes por su medio, en la deliciosa narración de sus amores y de sus odios, una de las mejores páginas del Persiles, llena de vigor y de humor, no obstante el convencionalismo y la elegante palabrería de toda la obra. Hemos subrayado un inciso de la anterior cita: «según se dice». ¿Quién lo dice? No es esa una ciencia popular y difusa, sino propia de tratados especialistas. Aquel teorema psico-fisiológico, de donde recibe vida la narración subsiguiente, pertenece a la más privada cosecha del Dr. Huarte, su predilecta doctrina de la compenetración mutua e interacción de los elementos psíquico y somático en el ser humano, de que tantas muestras venimos viendo. Pongamos los textos frente a frente.

Texto de Cervantes

«La ira, según se dice, es una revolución de la sangre que está cerca del corazón, la cual se altera en el pecho con la vista del objeto que agravia, y tal vez con la memoria; tiene por último fin y paradero suyo la venganza, que como la tome el agraviado, sin razón o con ella, sosiega».

Texto de Huarte

«Si el hombre se pone a imaginar en alguna afrenta que le han hecho, luego acude la sangre arterial al corazón, y despierta la irascible, y le da calor y fuerzas para vengarse... Si alguno se pone a considerar y meditar la injuria que otro le ha hecho, luego sube el calor natural y toda la sangre al corazón, y fortifica la facultad irascible, y debilita la racional»{12}.

 

Y esta es toda la dinámica de la conducta de Ruperta: avivar la imaginación de la injuria recibida, hacer entrar en funciones la sensibilidad y el sentimiento, provocar incluso una excitación orgánica, calentar su sangre (que diríamos en frase vulgar), a fin de no vacilar en la ejecución de venganza. No raras veces el novelista llama la atención del lector sobre la marcha del proceso psicológico en Ruperta o en otros personajes, como en Rubicón, cuando asaltó y dio muerte al esposo de aquélla: «Vió a mi señora –cuenta el enlutado– y su vista despertó el agravio que, a su parecer, se le había hecho, y fué de suerte que en lugar del amor nació la ira, y de la ira, el deseo de hacer pesar a mi señora; y como las venganzas de los que bien se han querido sobrepujan a las ofensas hechas...»

Mas aunque Cervantes puso como tesis únicamente. el mecanismo de la ira, en el desarrollo de la narración llevó más adelante la lección aprendida en Huarte. Este amplía la aplicación de la tesis a todas las pasiones; y pone nuevos ejemplos en el mirar personas hermosas o manjares jugosos, que entonces igualmente los espíritus vitales alteran o promueven unas u otras funciones somáticas, a favor de la dirección o ritmo que las imágenes les imprimen. Tal le acaeció a Ruperta, a quien se le frustraron sus sanguinarios intentos, trocándose por otros más risueños, si no menos apasionados. Porque, al descubrir el rostro de Croriano, el hijo de su ofensor, en quien iba a satisfacer su rencoroso enojo, «halló tanta hermosura, que fué bastante a hacerle caer el cuchillo de la mano, y a que diese lugar la consideración del enorme caso que cometer quería...; y en un instante, no le escogió para víctima del cruel sacrificio, sino para holocausto santo de su gusto». Por todo lo cual se ve –y lo verá mejor quien lea cuidadosamente los párrafos en que Ruperta provoca su propia irritación– que el inmortal novelista no realiza aquí tan sólo una dramatización implícita, sino una demostración explícita y refleja de una tesis, analizando él mismo la anécdota, y refiriéndola a la teoría.

Pasemos a otro punto. En las primeras páginas de este capítulo queda discutido el influjo de El Examen de Ingenios en la calificación de ingenioso impuesta por Cervantes al hidalgo Alonso Quijano. Vamos a ver cómo le encontramos asimismo en el concepto y vocablo de ingenio, y en el juego de ideas que con él se relacionan.

Dicho se está que El Examen de Ingenios se ocupa con predilección del análisis y definición de ese término. El capítulo primero de la edición de 1594 «declara qué cosa es ingenio, y cuántas diferencias se hallan del en la especie humana». Y en ese capítulo, entre otros párrafos da eximia filosofía, encontramos, acerca de la definición de ingenio, éstos que hacen a nuestro propósito:

«Saber imaginar los nombres con la consonancia y buen sonido que piden las cosas nuevamente halladas, es obra –dice Platón– de hombres heroicos y de alta consideración. Como pareció en la invención de este nombre ingenio, que para descubrirla fue menester una contemplación muy delicada y llena de filosofía natural. En la cual, discurriendo, hallaron que había en el hombre dos potencias generativas: una común con los brutos animales y plantas, y otra participante con las sustancias espirituales: Dios y los ángeles... Porque de la manera que, en la primera generación, el animal o planta da ser real y sustantífico a su hijo, no lo teniendo antes de la generación, así el entendimiento tiene virtud y fuerzas naturales de producir y parir dentro de sí un hijo, al cual llaman los filósofos naturales noticia o concepto, que es verbum mentis. Supuesta, pues, esta doctrina, es ahora de saber que las artes y ciencias que aprenden los hombres son unas imágenes y figuras que los ingenios engendraron dentro de su memoria, las cuales representan al vivo la natural compostura que tiene el subjeto cuya es la ciencia que el hombre quiere aprender... Por donde es cierto que si el que aprende oyendo la doctrina de un buen maestro no pudiere pintar en su memoria otra figura tal y tan buena como es la que le van diciendo, que sin duda es estéril, y que no se puede empreñar, ni parir sino son disparates y monstruos»{13}.

¿A quién no sorprenderá la concordancia de estos conceptos y aquellos con los que da principio el Prólogo del Ingenioso Hidalgo?

«Desocupado lector: sin juramento me podrás creer, que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir a la orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo, y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu, son gran parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento.»

No es éste el único pasaje cervantino donde aparece la misma alegoría. La Duquesa –por ejemplo– echa en cara a don Quijote, «que nunca vuesa merced ha visto a la señora Dulcinea, y que esta tal señora no es en el mundo, sino que es dama fantástica, que vuesa merced la engendró y parió en su entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias y perfecciones que quiso»{14}. Se nos hace más patente la concordancia si recordamos que el doctor Huarte tiene en su obra un amplio y detallado tratado de eugénica, donde determina muy por menudo las condiciones favorables de lugares, climas, alimentos y otros supuestos eugénicos. Por reminiscencia de lo cual excusaba Cervantes la pretendida mala gracia de su engendro, por causa de las desdichadas circunstancias en que lo había concebido.

Aun añadiremos un pormenor muy curioso. Cuando Cervantes, dada cristiana y honrosa sepultura a su héroe, se despide de su pluma, y la aconseja reprimir la osadía del escribir fingido y tordesillesco, entre las palabras que la dicta una es que le diga no ser tal obra «asunto de su resfriado ingenio». ¿Por qué precisamente resfriado? ¿No será porque Huarte, señalando el temperamento seco y caliente como base de gran entendimiento e imaginativa, y el húmedo, de gran memoria, hace el temperamento frío incapaz y estéril para todo ingenio y toda producción racional?{15}.

Cerraremos el capítulo con otro paralelo de textos, no menos curioso que los anteriores, y en materia que parece espontánea y típica de Cervantes, a saber, la divertidísima ingeniosidad con que hace que el desbaratado hidalgo cambie los nombres a su caballo, a sí mismo y su dama. Huarte de San Juan, tan insigne filósofo como escritor, prestó especial atención a la ciencia y arte de la palabra. Le preocupaba tanto su sonoridad como su significación; y quería «que la razón, al formar un vocablo, se comunicase con el oído, y mirase, no menos que a la naturaleza de la cosa, a la gracia y donaire en el pronunciar». Acabamos de leer «que saber imaginar los nombres con la consonancia y buen sonido que piden las cosas nuevamente halladas es obra de hombres heroicos y de alta consideración».

«Desta opinión de Platón –dice– fué un caballero español cuyo entretenimiento era escrebir libros de caballerías, porque tenía cierta diferencia de imaginativa que convida al hombre a ficciones y mentiras. Deste se cuenta que, introduciendo en sus obras un gigante furioso, anduvo muchos días imaginando un nombre que respondiese enteramente a su bravosidad; y jamás lo pudo encontrar hasta que, jugando un día a los naipes en casa de un amigo suyo, oyó decir al señor de la posada: «Hola, muchacho, traquitantos a esta mesa» [trae aquí tantos].El caballero, como oyó este nombre traquitantos, luego le hizo buena consonancia en los oídos, y sin más aguardar se levantó diciendo: «Señores, yo no juego más, porque ha muchos días que ando buscando un nombre que cuadrase con un gigante furioso que introduzgo en esos borrones que compongo, y no lo he podido hallar hasta que vine a esta casa, donde siempre recibo merced»{16}.

Ahora no hay sino transcribir unos párrafos del capítulo primero del Ingenioso hidalgo, sin más comentarios.

«Fué luego a ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gomela, que tantum pellis et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid, con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque –según se decía él a si mesmo– no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba acomodársele de manera, que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase el también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba; y ansí, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fué rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo».

Puesto nombre a su caballo y a sí mismo, discurrió y halló a quién dar nombre de su dama.

«Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.»

Porque ilustra este punto, y revela además la fina penetración con que Huarte se apoderaba de historias o anécdotas, donde hubiera un sentido filosófico, o un rasgo caracterológico de individuos o pueblos, transcribiré una interesante anécdota por él contada, y que vale por un tratado acerca del carácter e ingenio de la nación francesa:

«La quinta cosa que honra al hombre es tener buen apellido y gracioso nombre, que haga buena consonancia en los oídos de todos, y no llamarse majagranzas o majadero, como yo los conozco. Léese en la Historia General de España, que viniendo dos embajadores de Francia a pedir al rey don Alonso el nono una de sus hijas para casarla con el rey Filipo su señor, que la una de ellas era muy hermosa y se llamaba Urraca, y la otra no era tan graciosa, pero tenía por nombre Blanca. Puestas ambas delante los embajadores, todos tuvieron entendido que echaran mano de la Doña Urraca, por ser la mayor y más hermosa, y estar más bien aderezada: pero preguntando los embajadores por el nombre de cada una, les ofendió el apellido de Urraca, y escogieron a la Doña Blanca, diciendo que este nombre sería mejor rescebido en Francia que el otro»{17}.

Y con esto damos fin a este estudio. Aun podría ampliarse el material de comparación con muchos pormenores{18}. Pero lo aducido creo que es suficientemente amplio y concreto para que nadie dude del influjo ejercido en Cervantes por el Dr. Huarte de San Juan. La inducción hecha recibe luz de las siguientes premisas: las coincidencias señaladas son muy numerosas para poder ser casuales, pertenecen a una materia científica que no cae dentro de la espontaneidad de un novelista, y su contenido es tan peculiar del psicólogo navarro, que, al excluir más estrictamente aquella inventiva, no permite suponer derivación de otra fuente. En argumentos de esta índole, tampoco hay que buscar lo apodíctico en cada uno de los pormenores, sino en el conjunto. Nadie había de imaginar en Cervantes una imitación servil: la influencia recibida de Huarte es, aún más que material, formal. Fué categorizar su mente en modernas normas de pensar, abrírsela a sutiles atisbos de caracterología, ahondar su penetración psicológica, y fecundarla con rica vena de anécdotas y teorías.

Así el Príncipe de nuestros ingenios obtuvo, merced al Examen de ingenios, la plena fructificación del suyo: y sangre de esa genialísima producción corre por las venas del Ingenioso hidalgo. Si Cervantes, en la aplicación del calificativo a su héroe, fué o no consciente de su procedencia, ¿quién sabría ya averiguarlo? Salillas juzga muy bellamente que, en todo caso, el encabezamiento de la inmortal novela viene a constituir una dedicatoria del autor al inspirador. Este posee una gloria tan luminosa y fija, que no ha menester de ajenos reflejos. Mas tampoco es lícito privarle de los que a él naturalmente vuelven, como a su origen, de la luminosidad de la pluma cervantina.

Mauricio Iriarte

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{1} En 1905, D. Tomás Pérez Linares, Presidente del Colegio de Médicos de Albacete, propuso un premio para un estudio de los conocimientos médicos de Cervantes, que dio ocasión a algunos trabajos –trabajos de certamen. Tengo a mano el de Olmedilla y Puig: Cervantes en ciencias médicas.

{2} Escrito este artículo recibo una Conferencia impresa del doctor Royo Villanova: La locura de don Quijote, Zaragoza, 1905.Es un estudio más moderno, cronológica y científicamente, que los anteriores, y presenta una detalladísima historia clínica de Alonso Quijano, para llegar después al diagnóstico de su locura. Me complace la coincidencia de mi opinión con la suya, que formula (para demostrarla después) en las siguientes líneas: «Esta locura bien definida y determinada que se ajusta maravillosamente a la que padeció Alonso Quijano, es una paranoia crónica o delirio sistematizado o parcial de tipo expansivo, forma megalómana y variedad filantrópica».

{3} Examen, cap. 5 (8), pág. 143. Causa de la sequedad del cerebro es también, en la psicología de Huarte, la tristeza, y uno de sus efectos la pérdida de la memoria. Con la misma razón explicó el Cura el que la discreta Dorotea hubiese olvidado su nombre de princesa Micomicona: «No es maravilla, señora mía, que la vuestra grandeza se turbe y empache contando sus desventuras; que ellas suelen ser tales, que muchas veces quitan la memoria a los que maltratan, de tal manera, que aun de sus mesmos nombres no se les acuerda» (El Quijote, I, 30). Huarte enseña, en el mismo capítulo citado en el texto, que «la tristeza y aflicción gasta y consume la humidad del celebro»; y, como la memoria, a su vez, depende de la humidad», en faltándole ésta al cerebro, disminuye y flaquea la memoria.

{4} Véanse las notas de Rodríguez y Marín, y las referencias dadas por el mismo en una deliciosa y eruditísima conferencia dedicada a El yantar de Alonso Quijano el Bueno.

{5} Examen, cap. 15, párrafo 3 (21), pág. 406-407.

{6} Examen, cap. 15, párrafo 4 (22), pág. 455.

{7} El Quijote, II, 1.

{8} Examen, cap. 15, párrafo 3 (21), pág. 405; cap. 6 (9), pág. 161.

{9} El Quijote, I, 1.

{10} El Quijote, II, 1.

{11} Examen, cap. 3 (6), pág. 102-103; cap. 5 (8), pág. 144.

{12} Examen, cap. 3 (6), pág. 104-105; cap. 5 de la ed. de 1594 (sin correspondencia en la otra.)

{13} Examen, cap. 1 de la ed. de 1594 (sin correspondencia en la anterior), pág. 41-43.

{14} El Quijote, II, 32.

{15} Examen, cap. 5 (8), pág. 137, y passim.

{16} Examen, cap. 8 (10), pág. 207. Es curiosa la resonancia que dejó este nombre Traquitantos en la literatura contemporánea; no desmerece de su sonoridad. Uno de los sonetos que prologan los Sueños, de Quevedo, lleva el siguiente epígrafe: «Dialogístico soneto entre Tomumbeyo Traquitantos, alguacil de la reina Pantasilea, y Dragalvino, corchete». Este epígrafe, tan del aire cervantino. es como una nueva convergencia de Huarte y Cervantes. En la «Declaración de los siete Psalmos penitenciales, por el padre F. Pedro de Vega, lector de Theología, de la orden de San Agustín, impreso en Çaragoça, año 1606», fol. 5 v., col. A, encontramos las siguientes líneas: «También en los libros de cauallerías quieren sus autores ser otros Adanes. Para nombrar vn Gigante, andan inventando nombres, que sus mismas sílabas pronunciadas parezca que van herizando los cabellos y mostrando la fiereza del Iayan, vn Traquitantos, vn Fierabrás, y otros tales: y para nombrar vna donzella, o dama, procuran que el mismo nombre sea delicado y melindroso: que el mismo vocablo vaya mostrando lo que significa».

{17} Examen, cap. 13 (15), pág. 320-321.

{18} No puedo omitir uno de ellos: una anécdota referida por Huarte a propósito de nacimientos y noblezas, la aplica Cervantes como acaecida al español Antonio, en el Persiles. A este español, ya capitán y honrado en la guerra, le trata de vos un caballero muy preciado de su linaje; al cual, en cambio el capitán le trata intencionadamente de señoría, no debiéndosele sino merced. Y maravillados de este segundo tratamiento los presentes, interprétalo el caballero diciendo que «el buen Antonio habla bien, porque me trata al modo de Italia, donde en lugar de merced, dicen señoría». Pero otra es la explicación del capitán, quien desahoga su pundonor irritado en esta forma: «Bien sé –dije yo– los usos y las ceremonias de cualquiera buena crianza, y el llamar a vuestra señoría señoría no es al modo de Italia, sino porque entiendo que el que me ha de llamar de vos ha de ser su señoría, a modo de España; y yo, por ser hijo de mis obras y de padres hidalgos, merezco el merced de cualquier señoría; y quien otra cosa dijere –y esto echando mano a mi espada– está muy lejos de ser bien criado». (Cf. Persiles, libr. 1, cap. 5; Examen, cap. 13 (15), pág. 318.

Al principio dediqué un par de líneas al opúsculo de Salillas, del cual me he servido cuanto he creído útil. Allí dije lo que de él opinaba. Aunque difiero más de una vez de sus apreciaciones, no he pensado en discutirlas; porque mi intento no era sino presentar una exposición positiva y llana de las más evidentes coincidencias de ambos insignes escritores, a fin de dar a conocer su interdependencia.