Filosofía en español 
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Lecturas

[Eugenio Vegas Latapié]

Cosas que arden, por Alfonso Junco (Méjico, 1934)

Este ilustre escritor mejicano e infatigable paladín de la causa católica ha recogido en este volumen una serie de trabajos en que examina con magnífico acierto «cosas que arden en el fuego contagioso –¿y depurador?– de la polémica».

Con verdadero placer intelectual y literario he leído las trescientas páginas largas de este volumen, que, escritas al calor de una polémica local, por refutar errores universalmente extendidos y basarse el debelador en principios ciertos, son de gran interés en todas partes.

Cualquiera que sea el tema que se saque a la palestra, siempre que roce a la Religión o a la Iglesia, a los principios fundamentales de la cultura o a la Historia de España o de Méjico, la pluma certera y correcta de Alfonso Junco hace la luz con razonamientos irrefutables y documentación oportuna.

Un día Alfonso Junco se ve tratado de «retrógrado» en arte y estética, y, en respuesta, escribe, reproduciendo conceptos expuestos por él en otra ocasión: [615]

«Corta tus flores en todos los campos, llénate de oxígeno en todas las montañas. No te asfixies en la estrechez de una escuela; no pegues etiquetas al arte, no vistas de uniforme a la belleza, no metas en casilleros la inspiración. Sea tu escuela única la sinceridad.»

«Juzgo que no debemos petrificarnos, como lo hacen muchos, en una inmóvil admiración imitativa, y hemos de recordar siempre –verdad inmensa y olvidadísima– que los clásicos fueron innovadores en su época.»

«Innovaron Boscán y Garcilaso, trayendo de Italia a nuestro idioma –entre la zumba de muchos coetáneos– el endecasílabo y el soneto.»

Cuando un «intelectual» mejicano escribe en la Prensa que Dios no es omnipotente, porque, o no puede hacer una piedra que no se pueda mover o, caso de hacerla, no podrá moverla, Alfonso Junco, confirmando la tesis del «intelectual» le recuerda otra serie de cosas que Dios no puede hacer, y, entre ellas, decir tonterías.

«El rico es un ladrón, dice San Basilio», escribe un Sr. De la Fuente, el que también atribuye a San Jerónimo el siguiente ex abrupto: «La opulencia es siempre el producto de un robo cometido por el propietario o por sus antepasados». Pero Alfonso Junco está ahí para deshacer las invenciones y recordar las verdaderas doctrinas de los Padres de la Iglesia, tan opuestas a semejantes enormidades.

Si se calumnia a Felipe II, Junco sale inmediatamente por los fueros de la verdad, y si se trata de la abolición de la pena de muerte, nuestro autor, con ayuda de Beccaria y Dorado Montero, demuestra su trágica necesidad.

Estas cosas que arden en América y en Europa han sido magníficamente tratadas por Junco en el volumen que nos ocupa, y al que seguramente habrán de seguir otros igualmente amenos y enjundiosos.

E. V. L.