Carlos Pereyra
El taparrabo en automóvil
La Revista «Criterio» de Buenos Aires, publica el siguiente artículo, que insertamos gustosos, de nuestro colaborador D. Carlos Pereyra.
La Associated Press dice que sesenta mil personas se reunieron en Totihuacán (Teotihuacán) para presenciar las fiestas de Adoración al Sol. La Constitución de Méjico prohíbe los actos de culto externo. Y el Gobierno de Méjico impide hasta los de culto íntimo, como lo demuestra la Ley de bienes nacionalizados. Cuando el 11 de enero de 1923 se colocó la primera piedra del monumento al Sagrado Corazón de Jesús, en el cerro del Cubilete, que es terreno de propiedad privada, la propagandista española Belén Zárraga, pidió que fuese expulsado del país el delegado apostólico Monseñor Filippi, por haber violado la Constitución, con aquel acto. Obregón, accediendo a la demanda que le hacía Belén Zárraga, directora de la Asociación anticlerical mejicana, dictó la orden, y Monseñor Filippi salió de Méjico, por considerársele extranjero pernicioso. El gobierno de Obregón interpretaba la ley de este modo: «Culto público es lo mismo que ceremonia al aire libre» (textual). Ahora la repugnante pantomima de la Adoración al Sol se hace sobre la meseta superior de la Pirámide de Teotihuacán, y se hace por lo mismo «al aire libre». Pero puede alegarse el texto constitucional: «Todo acto religioso del culto deberá celebrarse precisamente dentro de los templos». La Pirámide es un templo. Y Belén Zárraga no se opone.
En la ceremonia del 11 de enero de 1923 había capas pluviales, estolas, cálices, copones, incensarios, cirios... ¿Podía tolerar esto Belén Zárraga? En la Adoración al Sol hubo dos mil oficiantes, «con los mismos atavíos que llevaban sus antecesores», dice la Associated Press. ¿Serían «las vestiduras largas de mantas prietas, y las capillas largas asimismo, como los dominicos, que también tiraban un poco a las de los canónigos, y el cabello muy largo y hecho, que no se puede desparcir ni desenretrar, y todos los más sacrificadas las orejas, en los mesmos cabellos mucha sangre»? Estos cabellos apelmazados son un rasgo que no puede omitirse. Rasgo inexcusable también es el de «las paredes bañadas y negras de costras de sangre, y asimismo el suelo, que todo hiede muy malamente.» (Bernal Díaz del Castillo).
El telegrama añade que la adoración es la del Quinto Sol. Se entiende el actual, rodeado de los cuatro Soles cosmogónicos, de los cuatro movimientos anuales, de los cuatro rumbos, de los veinte cuadros de los días; de los glifos que dan las numerosas combinaciones de la cuesta de los años, y de los triángulos que representan los rayos del Sol, las ocho horas del día y las ocho de la noche. Esto se halla maravillosamente grabado en un Cuauxicalli, vaso que recoge la sangre de las víctimas humanas. Y supongo que no se habrá omitido, aunque sea fingidamente, el detalle de los cautivos sacrificados, «con otros muchos a la postre de todos». (Sahagún.)
Siguió, según la Associated Press, una representación del Sacrificio gladiatorio. Este número del programa explicaría por sí solo, «el interminable desfile de automóviles, desde la capital hasta el lugar de la fiesta, en el mayor desorden y peores condiciones de tráfico que jamás se haya registrado en la historia de Méjico». Desorden muy natural. Aquellos automóviles caminaban a ochenta kilómetros por hora, rumbo a la barbarie y a la antropofagia. «Muchos peregrinos pudieron presenciar sólo el final de la fiesta.» Eso bastaba. Vieron lo mejor. «Hacían subir al cautivo sobre la piedra redonda, a manera de muela, que era la piedra del sacrificio, y estando sobre ella el cautivo, venía un sacerdote, vestido con un cuero de oso, y atábale por la cintura con una soga que salía del ojo de la muela. Luego le daba una espada de palo, sin navajas, y dábale cuatro garrotes de pino, con que se defendiese. Luego los que estaban aparejados para la lid, comenzaban a pelear con el cautivo de uno en uno. Algunos cautivos que eran valientes, cansaban a los cuatro peleando y no les podían rendir. Venía un zurdo, y daba con él en tierra. Luego aparecía el que abría los pechos, y le sacaba el corazón. Acabados de acuchillar y matar los cautivos, se hacia el baile en derredor de la muela, y los señores de los cautivos, danzando y cantando, llevaban las cabezas de éstos, asidas de los cabellos. El dueño de cada cautivo recibía la sangre en una jícara, y con ella untaba la boca de los ídolos. Habiendo visitado todas las estatuas, y después de estar en el palacio real, se desollaba el cuerpo del cautivo en el Calpulco. De allí llevaba el cuerpo desollado a su casa, donde le dividía y hacia presentes de la carne a sus superiores, amigos y parientes». (Sahagún).
Hace algunos años se quiso representar el Divino Narciso, auto sacramental de la Décima Musa, Sor Juana Inés de la Cruz. No lo permitieron Belén Zárraga y Álvaro Obregón. Eso era oscurantismo.
Ítem más. Dice la Associated Press: «Entre los huéspedes de honor convidados a la fiesta del Quinto Sol y del Sacrificio gladiatorio, se encontraba una delegación de indios peruanos, descendientes de los Incas». La noticia no particulariza de qué Incas descienden esos invitados. El dato interesa porque una de las distracciones de los Incas consistía en asesinarse unos a otros. Aquel era un «reinado suave, en que hicieron ventaja a todas las demás naciones del Nuevo Mundo», afirma Garcilaso. Y el mismo Garcilaso cuenta cómo resolvían sus cuestiones domésticas. Yahuar-pampa, lugar ameno, que quiere decir «campo de sangre», lleva este nombre porque después de una batalla, «a la mujeres, hermanas, tías, sobrinas, primas hermanas y madrastras, colgaban de los árboles y de muchas horcas muy grandes que hicieron. A unas colgaban de los cabellos. A otras por debajo de los brazos. Y a otras, de otras maneras feas... A los muchachos y muchachas fueron matando poco a poco». Todo pasaba en familia. Garcilaso dice: «Mayor y más sedienta de su propia sangre que la de los otomanos, fue la crueldad de Atahualpa, que no hartándose con la de doscientos hermanos suyos, hijos del gran Huayna Cápac, pasó adelante a beber la de sus sobrinos, tíos y parientes, dentro y fuera del cuarto grado, que como fuese de la sangre real, no escapó ninguno, legítimo ni bastardo». ¿Serán descendientes de este amable Inca los huéspedes que presenciaron el Sacrificio gladiatorio de Teotihuacán? ¿Y también irían uniformados, como Hijos del Sol, con la borla de llauto colorada? Pero en automóvil, a ochenta kilómetros, para no perder la estimulante representación del Sacrificio gladiatorio.