Filosofía en español 
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Manuela Ballester

Mujeres intelectuales

Ha llegado a nuestras manos el número 10 de la revista zaragozana Noreste. Según nos explica en una nota, dedica sus páginas este número en homenaje a un grupo de mujeres que exponen sus dibujos y escritos en la Librería Internacional de Zaragoza.

Es consecuente este homenaje de Noreste, revista que al hojearla nos traslada a los años en que la incipiente vanguardia española, nacida de la ya entonces casi en descomposición vanguardia francesa, trataba de cuajar en los cerebros de nuestros jóvenes intelectuales y plásticos.

No trata esta nota de analizar la calidad artística ni los talentos de cada una o del conjunto de las mujeres que forman dicho grupo. Sin embargo hay que destacar que el conjunto de obras que menciona Noreste no es más que una muestra de la vuelta y revuelta a los manidos tópicos que han brotado tantas veces de las vanguardistas inquietudes masculinas. Es significativo que a través de estas muestras no se perciba siquiera latente el espíritu femenino; y no quisiera decir femenino porque quizás este adjetivo ha perdido para muchos su exacto significado; diré espíritu de mujer.

Es consecuente, como decía este homenaje, ya que estas mujeres, heroínas como las llama Noreste, no reflejan en sus obras más feminidad que la que emana de la decadente generación de nuestros jóvenes de post-vanguardia, que a lo que parece han acaparado esta original cualidad de la mujer.

Puede preguntarse a ellas y cabe suponer que no sabrán contestar: ¿Cómo repercuten en vuestras entrañas las cosas? O tan sólo: ¿Cuál es vuestra verdad y vuestro deseo?

No es menester profundizar mucho en la historia para ver que el arte jamás ha sido otra cosa que la plasmación de la realidad social (filosófica, religiosa, &c.). Podría parecer, sin embargo, que las obras de arte modernas escapan a la definición anterior, ya que a partir del impresionismo, como dice Malraux, el artista abandona la especulación con el mundo exterior y, desarrolla un problema introspectivo, o sea que se refleja a sí mismo a través de su obra. Pero a pesar de todo este hecho se realiza en relación directa con el momento histórico social. Es consecuencia o resultado del momento en que el artista encuentra agotados los temas de mundo exterior o que instintivamente le repugnan los que puede utilizar y necesita entonces crear un mito, alrededor del cual desenvolver su actividad e inquietudes.

Y en el presente. Estas mujeres de Noreste, intelectuales de España, también intentan plasmarse en su obra, pero nada tan lejos de ser un hecho de plenitud histórica verdadera.

Su problema es el de un exhibicionismo superficial a “flor de cutis”, con la vanidad de señoritas de provincia metidas a intelectuales.

Una obra de arte sólo puede encontrar su fuerza en el elemento positivo de una civilización. Esto gritan a viva voz todas las obras de arte que mantiene en pie la historia, y ¿qué es lo que hoy podríamos llamar elemento positivo para el arte? El capitalismo se debate en su agonía; para salvarse necesita parar el natural progreso de la historia; esto significa poner barreras a la cultura, al pensamiento libre, creador. Intenta anular todo lo que puede precipitar su fin, y fomenta lo que ha de mantenerle. Precipita en el hambre y la miseria a millones y millones de seres y acalla sus gritos a golpe de látigo y balas.

Esta realidad, que ya ha penetrado hasta en los ojos de los ciegos de buena fe y que ven los no ciegos de mala fe, aunque cierren los ojos, es el hecho histórico que se aploma sobre el “hoy”, e incrustado en él, surgiendo de todos los poros de su inmensa extensión, está la lucha decisiva de los que quieren que esto continúe así, y los que no quieren que continúe. Aquéllos quieren las tinieblas, la injusticia: hay quien les habla de las bellezas de la Inquisición y añoran los tiempos medievales de parálisis histórica como un remanso de paz para su inquieto estómago y sus zozobras de agonía. Los otros quieren la luz, quieren libre el camino, quieren marchar adelante y quieren también comer; es por la vida fecunda y activa por lo que luchan, representan el progreso.

¿A quién que haya visto o pase por el drama de la miseria; que conozca la trágica y acusadora mirada de los niños torturados por el hambre y maltratados en un hogar en donde la miseria ha matado cualquier sentimiento tierno? ¿A quién que sepa de las madres que se prostituyen para traer el pan a casa; del padre que mata a sus hijos por no verlos sufrir y morir de hambre puede importarle el color azul de una flor o el deseo de morir de amor?

¿Qué son los versos a la niña muerta por un tango o el retrato estilizado de cualquier señorita ante el cúmulo de dolores y dramas que llevan tras sí las cifras de 2.100.000 muertos de hambre que la estadística oficial nos muestra habidos en el mundo durante el año de 1934?

Sin embargo a los otros, a los que tratan de defender sus cajas de caudales, a los que importa más el sombrero de la querida que la vida de millones de seres, a esos sí les importa que haya quien gaste el tiempo en esas cosas, aunque no tanto como que haya quien con un látigo acalle las protestas de las muchedumbres hambrientas de pan y de justicia, como que haya quien predique la paciencia y la esperanza en otra vida mejor y defina los derechos divinos de la propiedad privada. A esos sí les interesa que se fabriquen esas “obras de arte”, aunque en realidad las consideren como cosas imbéciles, ya que no hacen otra cosa que estar al servicio de la cretinez y la estulticia de la sociedad que les rodea y que se basa, una parte de ella –la que sirve de adorno y tapadera a la cruel inmoralidad del fondo– sobre enfermizos conceptos de espiritualidad y ñoñería.

Nada más lejos de la realidad cruel y violenta de estos tiempos que estas telas coloreadas y estos versos vacíos que nos muestra Noreste, y precisamente en España, en la España de hoy, que no es una excepción, sino un caso excepcional de la regla. No pedimos nosotros ni pide el arte que el artista exprese sus emociones al dictado de tal o cual ideología. Pero sí que pide la Humanidad y exige el arte un mínimum de honradez y de dignidad del artista para consigo mismo. Una sinceridad que refleje en las obras las palpitaciones humanas; y en este caso, en que de mujeres artistas se trata, exige además la Naturaleza que la obra, además de viva y fecunda, sea un amargo grito maternal de protesta contra el dolor de la carne inocente o un imponente exigir paso a la vida.