Filosofía en español 
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Los “plumíferos” y el “revolucionario”

En la página literaria de El Mercantil Valenciano del día 6 de Septiembre se ha publicado un artículo titulado “En la muerte de Henri Barbusse” y firmado por J. G. Gorkin. En nombre de la U. E. A. P. (Unión de Escritores y Artistas Proletarios) de la que Barbusse fue un militante eminentísimo y con cuya labor estuvo completamente identificado, debemos ponerle a dicho artículo algunas apostillas.

Hay gente ingenua que quizás piense que J. G. Gorkin ha publicado el artículo para ensalzar a Barbusse. Se equivocan completamente. El artículo ha sido publicado para intentar –como es su costumbre de un tiempo a esta parte– atacar a la Unión Soviética y a su jefe Stalin.

La muerte del gran escritor revolucionario francés ofrecía un buen pretexto y, J. G. Gorkin –¡cómo no!–, la ha aprovechado sin escrúpulo alguno. Como –para desgracia nuestra y del proletariado mundial– Barbusse no puede contestarle, J. G. Gorkin se ha atrevido a escribir: “los funerales que se le han hecho en Moscú han sido al autor, YA AGOTADO Y SIN VOLUNTAD, de Stalin y no al de El Infierno y El Fuego que será siempre para nosotros”. Esto quiere decir que todas las simpatías de J. G. Gorkin son para el Barbusse, literato revolucionario, todavía sin una clara conciencia de clase, todavía “platónico”. En cambio, cuando Barbusse, llevado de la lógica interna de su proceso espiritual, se enrola en las filas de la revolución proletaria, y pasa de simple intelectual revolucionario, a militante activo, cuando por su talento, su energía y su actividad logra poner en pie millones de trabajadores manuales e intelectuales contra la guerra, y el fascismo, a J. G. Gorkin “le da pena” verlo “agotado”, “sin voluntad”, poco menos que “explotado”, como un deficiente mental por “Moscú”.

Naturalmente que esto lo escribe después de una larga “apología” del autor de El Infierno. Una pequeña habilidad de J. G. Gorkin que es, indudablemente, un individuo muy habilidoso…

Pero Barbusse, el literato genial, el escritor revolucionario, del que J. G. Gorkin no ha tenido más remedio que hacer un prolongado elogio –para poder colocar al menos unas gotitas de veneno contra “Moscú” y “Stalin”–, era un fervoroso y activo amigo de “ese Moscú” y un entusiasta admirador de “ese Stalin”. He aquí lo que irrita y saca de quicio a J. G. Gorkin. ¿Quién es “ese Stalin”, militante obscuro cuya biografía no ocupó hasta 1927 más de trece líneas para merecer los honores de una biografía como la de Barbusse?

Si nosotros pudiéramos creer que en estas vanas e impotentes protestas –como la de decir con irritado gesto de un vulgar burgués, que hoy el obscuro militante es dictador–, habría el menor asomo de buena fe, intentaríamos mostrarle quién es Stalin. Le diríamos que es el jefe del Partido bolchevique ruso, con el consentimiento y el aprecio de los más viejos compañeros de Lenin, que dirige la construcción del socialismo en la sexta parte del globo terrestre, que ha llevado de triunfo en triunfo a la Unión Soviética hasta hacer de ella –lo que es hoy–, el más firme baluarte de la revolución, la ciudadela inexpugnable del proletariado mundial. Le diríamos que políticos como Lloyd George –enemigo de clase–, ha tenido que reconocer su capacidad, decir que es uno de los más grandes hombres de Estado de nuestro tiempo; que Bernard Shaw –genio literario de una independencia y una falta de domesticidad absoluta–, después de reconocer que “no ha visto nunca a un hombre que hable tan bien”, que “maneja una pluma mordaz y sabe meter en cintura a sus adversarios”, después de hablar de “la rectitud y de la gran simpatía de este hombre de vigorosa inteligencia”, ha dicho recientemente: “ha logrado ese puesto (jefe de la U. R. S. S.), por la ley de supervivencia del más apto y lo ha desempeñado durante años entre las más espantosas vicisitudes que rodearon jamás el doloroso parto de una nueva civilización. Es un estadista que posee una experiencia extraordinaria, única, comparados con el cual los gobernantes de las potencias occidentales parecen hileras de muñecos destartalados en un viejo museo de figuras de cera. El privilegio de celebrar una entrevista con Stalin, es un honor y una oportunidad de los que puede enorgullecerse hasta el más eminente filósofo social”. Que Romain Rolland –ejemplo de vida transparente y de espíritu elevado– se encuentra entre sus mejores amigos. Le diríamos que los miles y miles de comunistas que en las cinco partes del mundo, luchan, trabajan, sufren, combaten y mueren por la Humanidad y la cultura bajo las banderas rojas de la I. C, le tienen por su guía.

¿Pero qué importancia tiene todo esto para J. G. Gorkin? Para él, Stalin es, “un militante obscuro”, “un dictador”, los artistas y escritores que defienden a la Unión Soviética y a su gran jefe (Gide, Malraux, Aragón, Nizan, M. Gold, &c., corte de “plumíferos”; Henri Barbusse: un abúlico “agotado” que se deja “explotar” por Moscú…

¿Y quién es él?, se preguntarán muchos. Pues él no es un plumífero como un Gide, un Malraux, o un Shaw cualquiera, ni un militante obscuro, o un dictador, ni un hombre agotado o sin voluntad como el Presidente del Congreso mundial contra la guerra y el fascismo, Henri Barbusse. El es un periodista revolucionario que en 1926 milita en el P. C. francés, que después es expulsado por trotskista, que posteriormente intenta varias veces (1931-1932) volver a ingresar en las filas del partido de Stalin, que en 1932 aún hablaba en el Centro de Estudios Sociales en favor de la Unión Soviética y de la política de Stalin, que al no ser admitido, va a Madrid e intenta pasar otra vez al trotskismo, intenta formar un nuevo partido al margen de los demás y comunica sus propósitos a varios compañeros de Valencia y que, por fin, cae en el partido de Maurin y se dedica –con su conocidísima pedantería–, juntamente con el grupito de intelectuales expulsados de la III Internacional, a difamar a sus hombres y a pretender lanzar venenosas especies contra su política. El es el individuo, en fin, con quien las juventudes socialistas en su reciente Congreso provincial acordaron declararse moralmente incompatibles.

Con quien se aprovecha de la muerte de “nuestro Henri Barbusse” para intentar insultar a la Unión Soviética y a su jefe Stalin, a quienes Barbusse defendió hasta el último momento, a quien ante este “hecho” tan molesto para su “política” se atreve, a mancillar la memoria de nuestro querido y eminente camarada Barbusse, insinuando que su labor de los últimos años contra la guerra y el fascismo (tan enorme) la realizó sin plena conciencia y dominio de voluntad, bajo las maniobras de Moscú, nosotros nos tenemos que declarar también moralmente incompatibles.

Por la U. E. A. P.,
El Comité.