[ Tomás Navarro Tomás ]
El idioma español en el cine parlante ¿español o hispanoamericano?{1}
El “cine” parlante, relacionando de improviso campos que parecían enteramente alejados, lleva a los centros de producción cinematográfica la preocupación del idioma, y obliga, al mismo tiempo, a las personas dedicadas al estudio lingüístico a poner su atención en problemas concernientes a las películas habladas.
Viene el primer estímulo en este sentido de los círculos de Hollywood, en los cuales el uso del español en el “cine” parlante ha suscitado la cuestión de si en las películas destinadas a los países de esta lengua ha de observarse la pronunciación normal española o bien ha de preferirse la modalidad hispanoamericana.{2}
Para evitar la confusión que con este motivo empezaba a producirse, el Dr. Del Amo, de Los Ángeles (California), tuvo el acierto de poner en relación en dicha ciudad a elementos interesados en dar solución razonable a la cuestión indicada. En las reuniones que se celebraron con este objeto intervinieron profesores y productores cinematográficos norteamericanos y artistas y escritores españoles e hispanoamericanos.
En una reunión definitiva celebrada el 18 de Enero del año 1930, en que se hallaron presentes Colonel Joy, vicepresidente de la Motion Pictures Producers Association; Mr. Wilson, secretario de la misma Sociedad; Mr. Godfrey Shurlock, jefe de la producción en lenguas extranjeras de los Estudios Paramount, y el Marqués de Villa-Alcázar, como representante de la Fundación Del Amo, se llegó a un acuerdo, que publicó La Prensa norteamericana pocos días después, y cuyos términos, como va a verse a continuación, coinciden esencialmente con la solución que aquí tratamos de razonar:
“Toda película cuya acción no se desarrolle en algún país donde predominen modismos o acentos determinados será hecha en el idioma que se emplea en el teatro español, y cuando algunos caracteres representen personajes que en la vida real usarían tales acentos y modismos de algún país determinado, se usarán los modismos, acentos y pronunciación típicos de dicho país.”
Después de esto, personas de diverso carácter, ajenas a las actividades de la pantalla, han acudido a revisar por su parte dicho acuerdo y a combatirlo con ardoroso ímpetu. Tenemos a la vista varios artículos en que se leen los ataques más apasionados contra el uso de la pronunciación normal española en las películas habladas.
La Sociedad Friends of Latin America, por ejemplo, en unas declaraciones recogidas por algunos periódicos de Nueva York, manifiesta haberse constituido, especialmente, para combatir la audaz pretensión de los artistas y periodistas españoles de Hollywood, que, de acuerdo con la Academia Española y algunos escritores peninsulares, aspiran a asumir la dirección intelectual y la tutela moral de los países hispanoamericanos.{3}
He aquí a los respetables señores académicos complicados en una terrible conjura. ¡Hasta qué punto deben faltar motivos razonables en que apoyar tan ruidosa protesta, cuando es necesario acudir a tan pintorescas fantasías!
Se habla de la pronunciación como de la última tiranía española que es necesario sacudir. Pero no es la última. Sin salir del campo del lenguaje habrá que ir pensando en combatir también las tiranías de la sintaxis, de la morfología y del vocabulario, a fin de poder acabar enteramente con esta gran calamidad de que más de veinte naciones y no menos de cien millones de hombres hablen el mismo idioma y se entiendan fácilmente entre sí.
Un redactor de un periódico de Méjico recoge la noticia de que algunos artistas cinematográficos hispanoamericanos van a pedir a sus Gobiernos que prohíban o dificulten en sus respectivos países la exhibición de películas habladas en que actúen artistas españoles.{4} Bajo tales propósitos, el asunto parece tomar el aspecto de una guerra sin cuartel.
En una revista cinematográfica de California, un corresponsal hispanoamericano, con ánimo tan poco sereno como el que revelan sus insultantes palabras respecto a la historia española y sus apasionadas expresiones, al hablar de la “desleal e indigna conducta de España en Hispanoamérica” y del “despotismo y odio de los españoles hacia los menospreciados criollos,” advierte que la pureza e integridad del idioma son ahora “sinónimos de exclusión absoluta de todos los hispanoamericanos de las películas parlantes” e incita a La Prensa y a la opinión pública a alzarse contra tal injusticia en una santa cruzada “de defensa común y de alto sentido continental.”{5}
No se dice, naturalmente, en ese artículo por qué la integridad del idioma es incompatible con la colaboración de españoles e hispanoamericanos en el “cine” parlante. ¿Qué explicación razonable podría darse en apoyo de tal suposición? Para ningún actor de lengua española, cualquiera que sea el país en que haya nacido, es dificultad importante usar la pronunciación normal de este idioma en su trabajo profesional. Hay en los teatros de Madrid actores hispanoamericanos que alternan en las mismas compañías con actores españoles, sin que en escena se les conozca dialectismo alguno. Los actores españoles, por su parte, imitan también con facilidad el acento andaluz, o el argentino, o cualquier otro acento dialectal, siempre que su papel lo requiere.{6}
Nunca ha sido obstáculo el dominio de la pronunciación correcta para que actores catalanes, valencianos, gallegos, andaluces e hispanoamericanos hayan colaborado en la escena española. Testimonios bien conocidos en este sentido son los catalanes Enrique Borrás y Margarita Xirgu; los andaluces Emilio Thuillier y Francisco Fuentes; los mejicanos Fernando Soler, Ricardo Gómez de la Vega y María Teresa Montoya, y las argentinas Lola Membrives y Josefina Díaz de Artigas, esta última, según tengo entendido, formada profesionalmente en Chile.
Viendo a estos actores y actrices de distintas regiones de España y América trabajar simultáneamente en los teatros madrileños y hasta formar parte a veces de la compañía de un mismo teatro, se tiene una clara demostración de cómo el uso adecuado de la pronunciación normal española no puede ser considerado como motivo de incompatibilidad entre artistas hispanoamericanos y españoles.
¿Hay motivo alguno para suponer a los artistas cinematográficos menos hábiles o más incapaces que los demás para seguir un ejemplo tan repetido y corriente? ¿O es que se quiere montar el “cine” parlante en un nivel tan bajo y falto de escuela que cualquiera pueda alcanzarlo sin el menor aprendizaje?
Confusionismo
Aún es más sorprendente que el mejicano D. José Vasconcelos y algunos profesores y escritores de Hispanoamérica y de los Estados Unidos se hayan creído en el caso de tener que dirigir un manifiesto a los productores cinematográficos de Hollywood, para convencerles de que los países hispanoamericanos, aunque no pronuncien el español exactamente como en España, son países cultos y civilizados. Mucha debe ser la ingenuidad de dichos productores si, como se dice en el citado documento, se han dejado guiar por gentes que han sorprendido su buena fe haciéndoles creer, con motivo de la pronunciación, especies desfavorables para el buen nombre de los países hispánicos de América. Cualquier norteamericano tiene que saber, por poca que sea su experiencia, que las diferencias dialectales, de que hay tantos ejemplos lo mismo en español que en francés, alemán, inglés y en todas las lenguas europeas y hasta en el inglés de Norte América, son hechos sociales, históricos y geográficos independientes de la valoración de la cultura.
Lo deleznable de estos cargos, como justificación del referido informe y la extraña confusión con que en el mismo se mezclan y barajan los conceptos de lengua hablada y escrita, de cultura e idioma y de español literario y dialectos regionales, hace pensar que su lectura, más que para llevar a cabo una defensa innecesaria, ha debido servir para enturbiar y oscurecer el sencillo asunto de la pronunciación.
Se alega que, gramaticalmente, el español de América es idéntico al de España y que los escritores hispanoamericanos lo manejan con perfecta corrección, lo cual es, en efecto, completamente exacto; pero no es menos cierto que españoles, mejicanos, argentinos, &c., aun hablando y escribiendo con arreglo a las mismas normas gramaticales pronuncian de distinta manera. ¡Lástima que la igualdad que se ha conservado en la morfología, en la sintaxis, en la riqueza léxica y estilística y en la ortografía, no se haya mantenido también en la pronunciación!
Coincidimos en el uso gramatical y ortográfico de la lengua literaria gracias al sistemático esfuerzo con que se practican su enseñanza y su cultivo. Nos hemos habituado a respetar en el lenguaje culto reglas rigurosas respecto a la forma y estructura de las frases, a los accidentes morfológicos de las palabras y a la representación escrita de cada vocablo. No se comprende que haya razón alguna para que la pronunciación culta deba quedar fuera de ese mismo propósito de uniformidad.
Se pone en el uso literario del lenguaje un esmero muy superior al que se dedica de ordinario al habla familiar o a la correspondencia. ¿Cómo desconocer que la pronunciación requiere este mismo cuidado y esmero para elevarse desde lo ordinario y familiar a lo artístico y selecto?
Se dice, acertadamente, en el citado documento que la variedad lingüística de España con la convivencia del castellano, gallego, vasco, asturiano, aragonés y andaluz, es mayor que la de América; pero es de todo punto infundado querer dar a entender que por este motivo la uniformidad morfológica y sintáctica del idioma español es menor en la Península que en los países hispanoamericanos. Se olvida en esta insinuación el poder con que el español literario destaca sobre las demás lenguas y dialectos de la Península los trazos de su clara y firme estructura, enseñada por las escuelas, divulgada por libros y periódicos y asentada secularmente desde las obras de Alfonso el Sabio y los poemas de Berceo en la tradición y prestigio de una brillante literatura nacional.
En cuanto a la pronunciación, es una puerilidad, impropia de personas entendidas, tratar de reducir las diferencias entre el castellano y el hispanoamericano a la distinción o indistinción del sonido de la z respecto al de la s, y del de la ll respecto al de la y, puerilidad que se acentúa con la explicación de que el haberse perdido en América el sonido de la z se debe a la tendencia natural a suavizar el esfuerzo de la articulación. Ningún análisis fonético podría demostrar que la pronunciación normal de la z sea más difícil o complicada ni demande más esfuerzo que la de la s. Lo verdaderamente difícil es encontrar personas que, por escasa que sea su competencia en estas materias, se detengan con cautela y respeto ante problema alguno de pronunciación.
El “cine” parlante y el arte de la dicción
Lejos de estas vaguedades, el hecho plantea una importante cuestión de carácter técnico y profesional, sobre la cual no deben acarrearse sombras ni preocupaciones de otra especie. La película hablada impone al artista cinematográfico, hispanoamericano o español, la necesidad de ocuparse seriamente de la pronunciación correcta. El sentido literario y artístico de la palabra, las cualidades de la voz, el esmero prosódico y el arte de la dicción, que eran circunstancias nulas en el “cine” mudo, reclaman ahora en la película hablada, por parte de artistas y directores técnicos, una atención semejante a la que les corresponde en la representación teatral.
Ha llegado el momento de tener que incorporar el estudio cuidadoso de la palabra y del sonido a los múltiples elementos de la compleja y refinada técnica cinematográfica. El timbre de las voces, los efectos del acento y las modulaciones de la entonación ofrecen infinitos recursos artísticos con qué matizar y realizar la acción de la pantalla; pero es necesario poner en el empleo de estos recursos una atención no menor que la que se dedica a los detalles del gesto, del ademán, de la actitud, del vestido y de la presentación de la escena.
La dicción torpe, oscura, descuidada y vulgar puede ser por sí sola suficiente motivo para comprometer el éxito de una obra. Se han visto ya en los “cines” madrileños películas habladas en un español rudo e incivil, que el público ha censurado con manifestaciones de burla o de disgusto. Para los artistas y productores de tales obras, como para el colaborador de la revista Hollywood, de quien antes se ha hablado, las exigencias de la pronunciación podrán ser purismos y zarandajas despreciables; pero se puede asegurar que películas parlantes con dicción tan chabacana no serán nunca bien acogidas por ningún público culto, ni español ni hispanoamericano.
Es preciso huir del vulgar error de los que creen que basta el hábito corriente y espontáneo de la lengua natal para satisfacer las necesidades de la representación artística. El “cine” quedaría en este punto muy por debajo del nivel del teatro, si no apreciase en todo su valor que la dicción eficaz y correcta, elevada sobre la rutina ordinaria, justa en el tono y estilo, matizada en la expresión de los afectos y refinada en la insinuación, constituye un elemento de capital importancia en el arte del actor.
Conviene darse cuenta de que el “cine” parlante, con sus extraordinarias posibilidades como instrumento de producción artística y como agente de diversas influencias, viene a constituir un nuevo campo de actividad y competencia, en que cada uno de los pueblos principales ha de aspirar a dar el más alto testimonio de la calidad y nivel de su cultura, siendo necesario y urgente, como ha notado con acierto el Sr. Ramos Castro, de Montevideo, que los países hispanoparlantes acudan al llamamiento de esta realidad, esforzándose en expresar los valores propios de nuestra civilización con toda la nobleza y selección de medios que tan importante asunto requiere.{7}
La manera en que el profesor y el literato pueden facilitar en este punto la delicada labor del artista no debe consistir, por consiguiente, en disminuir exigencias ni en disimular dificultades, sino en esclarecer el conocimiento concreto de la materia y guiar el esfuerzo artístico hacia el cultivo y depuración de aquellas formas de dicción consideradas por la tradición y por el sentir general, dentro de nuestro idioma, como las más cultas, elegantes y correctas.
Distinción entre la pronunciación ordinaria y la artística
Cabe preguntar si las diferencias de pronunciación entre unos países y otros de Hispanoamérica y entre el habla de dichos países y el español normal son, en realidad, bastante importantes para que el usar en el “cine” parlante la modalidad peculiar de algunos de ellos o el mezclar modalidades distintas pueda considerarse como un inconveniente que estorbe el buen efecto y la aceptación general de la película hablada. La contestación tiene que empezar por establecer que la importancia práctica de dichas diferencias, aparte de su interés lingüístico, alcanza un nivel diferente, según se la considere, en relación con el lenguaje artístico o con el habla corriente.
El habla popular es el campo en que más abundan y mayor desarrollo adquieren las peculiaridades dialectales. Las diferencias de pronunciación son numerosas y considerables, comparadas, por ejemplo, entre el guajiro cubano, el jíbaro portorriqueño, el llanero venezolano, el roto chileno y el gaucho argentino.
En la conversación ordinaria, en el trato de los asuntos cotidianos, en el lenguaje de la calle y de los medios familiares, el acento mejicano, el argentino y el de otro cualquier país de Hispanoamérica, atenuado en la forma en que los usan las personas instruidas, alternan con el andaluz, extremeño, aragonés y demás acentos peninsulares, sin dar lugar a molestias de comunicación ni de estimación entre los naturales de unos y otros países; pero no ocurre lo mismo cuando la función de la palabra hablada pasa a ser elemento esencial de actividades artísticas y literarias.
En la conferencia o en el discurso se requiere una pronunciación mas cuidada y limpia de dialectialismos que la que admite y tolera la conversación familiar aun entre personas cultas; y en la escena sobre todo, el dialectalismo personal del actor, si no es también al mismo tiempo el del público que le escucha, es rigurosamente rechazado, lo mismo si se trata de dialectalismo mejicano, chileno o argentino, que de asturiano, extremeño o andaluz. Al actor, en escena, no se le admite otro modo de hablar que el que corresponde al personaje que representa, y si este personaje no ha de aparecer con carácter dialectal, su pronunciación no debe ser otra sino aquélla que el común sentir de las gentes, incluyendo las tres cuartas partes por lo menos del mundo hispanoparlante, señala como forma normal de la lengua culta, literaria y correcta.
En algunos países de Hispanoamérica y, especialmente en Méjico, el teatro, con gran acierto, mantiene la tradición ortológica española. Con la pronunciación normal española cualquier compañía de teatro puede recorrer los países en que se habla nuestra lengua, representando ante públicos de distinto carácter dialectal obras clásicas o modernas, españolas o extranjeras. Con pronunciación regional una compañía hispanoamericana podrá representar toda clase de obras dentro de su propia tierra, pero tendrá que limitarse en cualquier otro país a un repertorio meramente local, si no quiere divertir a sus oyentes con la impresión más o menos cómica, y a veces grotesca, que el público experimenta ante personajes clásicos, históricos o literarios, como, por ejemplo, el Cid, Segismundo, Don Alvaro o Don Juan, cuando se les hace expresarse en un acento que no es ni el del público mismo ni el acostumbrado en la tradición teatral.
En el “cine” parlante la pronunciación correcta y normal, sin dialectalismo chocante, es aún más necesaria que en el teatro, porque, mientras una compañía dramática puede reducir su actuación a los límites de su país, toda película hablada en español necesita ser apta para poder ser llevada a todos los países de esta lengua.
Confirmación de diferencias
No tratemos de salir del paso superficialmente, queriendo quitar importancia a unas diferencias que, si no son tenidas en cuenta en la elaboración de la película hablada, han de rebajar su mérito y perjudicar su difusión. Sería absurda exageración decir que el español y el hispanoamericano pueden considerarse como lenguas distintas, o que en cada país de Hispanoamérica se habla un dialecto criollo ininteligible para los demás países;{8} pero sería también exagerado, en opuesto sentido, afirmar que las diferencias de pronunciación, que positivamente existen entre el español de España y el de Hispanoamérica, como, asimismo, entre el de Méjico y el de la Argentina o el de Colombia y el de Chile, se reducen, por lo que al lenguaje artístico se refiere, a minucias insignificantes.
Sobre el carácter dialectal de algunas regiones hispánicas de América hay importantes estudios publicados por los doctores alemanes Lenz y Wagner, y por los profesores norteamericanos Espinosa, Hills y Marden. Entre los estudios realizados por los mismos hispanoamericanos basta repasar, aparte de las famosas Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, de don Rufino J. Cuervo, el notable artículo titulado “Observaciones sobre el español en América,”{9} del profesor dominicano P. Henríquez Ureña, para formarse idea del relieve con que se destacan en algunas zonas de dichos países determinados fenómenos de pronunciación y de los contrastes que resultan por este motivo entre unas regiones y otras.
Sin descender ahora a detalles particulares que yo mismo he indicado en otras ocasiones,{10} no estará demás señalar algunos de los extremos principales a que se refieren las citadas diferencias, por ser puntos que no es posible pasar por alto, cualquiera que sea la amplitud que quiera darse al concepto de uniformidad.
Yeísmo
La pronunciación de la ll como y no es uso que se practique de un modo regular, según suele creerse, en toda Hispanoamérica. Se pronuncia la ll con su sonido propio, como en la mayor parte de España, en extensas regiones de Colombia, Chile, Perú y Argentina. Los maestros hispanoamericanos, aun en los países más yeístas, enseñan generalmente a conocer la distinción entre ambos sonidos, y autores de libros de enseñanza, naturales de Hispanoamérica, aconsejan esa misma distinción, que evita la homofonía entre palabras distintas, mantiene la correspondencia entre la pronunciación y la escritura, da claridad a la rima en el verso y conserva en la prosodia del idioma un sonido eufónico que se pronuncia con facilidad y que no puede ser tachado de duro ni áspero. “El yeísmo –dice el profesor argentino Bastianini– es vicio que debemos combatir y desarraigar completamente, por lo menos, del lenguaje culto.”{11} No es pedir un sacrificio excesivo a los artistas dramáticos y a los de “cine” parlante en lengua española si se les recomienda la práctica de una distinción que tiene arraigo en muchas provincias, que se apoya en la tradición y en la enseñanza y que es por tantos conceptos ventajosa.
Diferencias de “y”
La consonante y, en palabras como “yo,” “mayo,” “ayer,” tampoco se pronuncia del mismo modo en todos los países hispanoparlantes. La discrepancia más saliente es la que consiste en dar a dicha consonante un sonido parecido al de la j francesa. Se encuentra este uso en el habla vulgar de varias provincias de España y de América y ha ganado terreno especialmente en la Argentina, donde se ha extendido al lenguaje de todas las clases sociales de Buenos Aires y de gran parte del país. Al impresionar películas habladas de costumbres argentinas, estará en su punto esta pronunciación local; pero, fuera de este caso es obligado que, tanto los artistas argentinos, como los uruguayos, mejicanos y andaluces, en quienes se dé ese mismo sonido, disimulando su dialectalismo y acomodándose a la forma más generalmente conocida y aceptada, profieran la indicada consonante con el timbre suave que le corresponde en la pronunciación española normal.
Aspiración de la “s”
Otro punto en que no hay uniformidad es en la pronunciación de la s. Habrá probablemente artistas de “cine” parlante español que en su habla habitual aspiren la s diciendo “ehtudio” por “estudio,” “pahtor” por “pastor.” La aspiración de la s en circunstancias análogas a las que muestran esas palabras, es corriente en las provincias del sur de España y en gran parte de Hispanoamérica. Algunas veces la aspiración se atenúa hasta perderse casi por completo, oyéndose “lune” por “lunes” y “do” por “dos.” Otras veces se refuerza o se transforma presentando diversos aspectos. Las escuelas persiguen estos usos y los actores y oradores los evitan. Un cuidado que parecerá bien a todos los públicos de lengua española es que en el “cine” parlante se adopte en este punto el uso regular castellano, que es también el de gran parte de Méjico, del Perú y de otras zonas de Hispanoamérica,{12} y según el cual la s se pronuncia con su propio sonido sibilante, sin esforzarla, aspirarla ni suprimirla.
Divergencias de “j”
Tampoco es uniforme la pronunciación de la j, la cual en algunas partes de España se profiere con demasiada fuerza, mientras que en otras, especialmente en Andalucía, se debilita hasta quedar reducida a una simple aspiración : “muher” por “mujer,” “hoven” por “joven.” En Hispanoamérica la j se pronuncia, asimismo, en unas regiones con sonido más flojo y aspirado que en otras, y hay lugares en que en determinados casos se le da un sonido agudo palatal, muy distinto de aquel con que ordinariamente se le conoce. Este sonido palatal es, por ejemplo, el de la j chilena, en formas como “jefe,” “gente,” &c., las cuales, a veces, para dar idea de dicha pronunciación, se escriben “jiefe,” “giente,” &c. Se necesita, por consiguiente, atenerse también en este punto a un modo de pronunciación que evite contrastes chocantes entre los artistas que tomen parte en una misma obra y que, sobre todo, sin caer en extremos de debilitación ni aspereza, permita percibir con claridad la forma prosódica de las palabras. Adoptando este tipo intermedio de j vendría a coincidirse de hecho con el uso castellano normal.
Discrepancias de “rr”
No puede descuidarse el sonido de la rr, que es, sin duda, uno de los más característicos e importantes de la ortología española, y en el cual tampoco dejan de darse diferencias y vacilaciones. Al lado de la rr limpia y vibrante del castellano usual, existe muy generalizada en España y América la tendencia a pronunciar esta consonante de una manera blanda y relajada que suprime el rápido trémolo de la lengua y hace perder al sonido mucho de su limpieza y claridad. De otra parte, en algunos puntos del norte de España y, con mayor extensión en Chile, Perú, Argentina y otros países de América, se usa una rr relativamente tensa, sin vibración lingual, asibilada y áspera. Y, por último, en las Antillas, y especialmente en Puerto Rico, se oye con considerable frecuencia la rr velar, pronunciada en el fondo de la boca, a la manera de la rr francesa. Entre estas variantes es, sin duda, la clara rr vibrada la que por su pureza eufónica, aparte de otras razones, merece ser tenida por modelo.
Afectación de la “v”
No faltarán artistas españoles e hispanoamericanos que, creyendo dar ejemplo de pureza prosódica, nos harán oír en las películas habladas unas vv labiodentales, afectadas y pedantes, aprendidas de niños con un prejuicio escolar muy extendido y arraigado en Hispanoamérica y en España. Otros, en cambio, pronunciarán sencillamente la v como b, y éstos serán los que procederán con más acierto, de acuerdo con la verdadera tradición hispánica y con el uso de la inmensa mayoría de los que hablamos español. La Academia Española desistió hace ya años de aconsejar el inútil esfuerzo que durante mucho tiempo se ha venido empleando en hacer distinguir en la pronunciación el sonido de la v del de la b. Ambas consonantes, aun cuando se distingan escrupulosamente en la escritura, corresponden a un mismo sonido, como ocurre, en determinados casos, con la c y la z y con la j y la g.{13}
Recapitulación
Repitamos que las diferencias citadas y las que aún podrían señalarse en este mismo sentido son mucho menos importantes en el habla corriente que en el lenguaje artístico. Se trata, como se ve, de modificaciones fonéticas que afectan principalmente a la articulación de ciertas consonantes. La extensión que alcanzan dichas modificaciones les hace ser comúnmente conocidas, no derivándose de ellas dificultad alguna para reconocer e identificar las palabras. La fisonomía fonética de las palabras tiene su principal apoyo, de una parte, en las vocales, cuyo sonido se mantiene a través de las múltiples variedades hispánicas con claridad y firmeza o con muy escasa alteración, y de otra, en la fijeza y precisión del lugar que ocupa en cada vocablo el acento espiratorio. La diferenciación dialectal, por lo que a la pronunciación se refiere, está, en efecto, en las consonantes y en la entonación, mientras que el gran fondo común de uniformidad fonética que se halla entre una y otras variedades de español, lo constituyen sobre todo el acento espiratorio y las vocales. El maestro Menéndez Pidal hizo ya notar la gran participación que corresponde a la claridad y firmeza de nuestro sistema vocálico en la unidad fundamental de la lengua española.{14}
La importancia de las diferencias señaladas se destaca, según queda dicho, tan pronto como el lenguaje deja de ser un simple medio de comunicación ordinaria para elevarse a una función expresiva más limpia, refinada y flexible. A nadie se le ocurriría llevar a la tribuna, a la cátedra ni a la escena de alta comedia, palabras y expresiones que se toleran corrientemente en la conversación familiar. Paralelo a este cuidado del léxico y de la gramática es, en el lenguaje culto y artístico, el esmero de la dicción, cuyas normas no dejan de ser tan efectivas y generales como las de los demás elementos del idioma, aun cuando sea otra la idea que suele tenerse de esta materia por el empirismo y atraso en que se halla su enseñanza.
¿Hispanoamericano?
Fuera de la pronunciación normal española, que no es precisamente la pronunciación castellana en el sentido local del habla de esta región, no hay uniformidad fonética ni entre las regiones de España ni entre los países hispánicos de América. No hay un modo de pronunciación de rasgos definidos y regulares que se use uniformemente desde Méjico a la Argentina. Lo que llamamos pronunciación hispanoamericana no es una unidad ortológica con estructura y fisonomía determinadas, sino un conjunto de acentos regionales más o menos distintos entre sí.
Como en España se dan las variedades regionales del andaluz, extremeño, murciano, &c., en América se hallan el argentino, chileno, peruano, colombiano, etcétera. Sólo la pronunciación normal, como forma culta y literaria, sin carácter local determinado, aunque más próxima al habla de Castilla que a ninguna otra modalidad regional, es un organismo fonético de rasgos claros y precisos, que da uniformidad ortológica al cultivo esmerado y artístico del idioma común sobre los acentos y dialectos locales.
Si un profesor pretendiese enseñar el español, no con la pronunciación literaria normal ni con un acento particular mejicano, chileno o argentino, sino con pronunciación precisamente hispanoamericana, se vería en gran apuro para definir de una manera concreta la materia de su enseñanza. ¿Rechazaría la distinción entre la ll y la y, que unos hispanoamericanos practican y otros no? ¿Enseñaría la y con el sonido argentino o con el de los demás países? ¿Admitiría la aspiración de la s, generalizada en unas regiones, u optaría por el sonido sibilante que otras regiones conservan? ¿Con qué sonido velar, palatal, fricativo o aspirado enseñaría la j? ¿Qué clase de rr adoptaría entre las varias que en Hispanoamérica se usan? ¿A qué tipo de entonación daría preferencia?
Contra su propósito de enseñar hispanoamericano, lo probable es que en todos estos casos el profesor tuviese que venir a decidirse por aquellas formas fonéticas que coinciden precisamente con el ejemplo de la pronunciación española normal. ¿Hay en ésto algún desdoro para los países hispanoamericanos? ¿No es mayor aún la disconformidad fonética que existe entre las regiones peninsulares, sin que esto signifique desestimación ni menosprecio respecto a ninguna de ellas?
Una pronunciación standard hispanoamericana, compuesta con ingredientes de distintos acentos regionales, sería una vana forma artificial sin valor científico ni utilidad práctica, puesto que, además de no representar una verdadera realidad lingüística, sería en todas partes rechazada como producto caprichoso y extraño. La pronunciación normal española no es una invención convencional, sino el resultado de una larga elaboración histórica, literaria y artística.
Hablar de pronunciación hispanoamericana como norma ortológica es proponer un uso del cual nadie podría decir concretamente en qué consiste ni de qué modo se habría de practicar. ¿En qué duda se pondría al artista cubano, por ejemplo, a quien se le pidiese que no hablase con el acento de su tierra, sino con pronunciación hispanoamericana? ¿Qué pronunciación hispanoamericana podría imaginar que no fuese el cubano mismo o la modalidad propia de algún otro país de América?
Extensión del seseo
Un rasgo fonético en que coinciden todos los países hispanoamericanos es el seseo o pronunciación de la z y de la c, en “ce,” “ci,” con el mismo sonido de la s. Se puede decir que es este el único punto en que la pronunciación del español de América discrepa unánimemente de la ortología normal española, la cual, como es sabido, da a la z y a la c en “ce,” “ci,” un sonido interdental distinto del de la s. El seseo es también corriente, dentro de España, en Andalucía y parte de Extremadura, y además, fuera de la Península, en el español de Canarias, en el de Filipinas y en el de los judíos sefarditas.
No se puede considerar, por consiguiente, el seseo como sello típico y característico del hispanoamericano, ni tampoco cabe reducir a este solo fenómeno, como vulgarmente suele creerse, el problema de la dialectología hispánica. Andaluz, mejicano y filipino, por ejemplo, aun coincidiendo en no pronunciar la z, se distinguen entre sí por varios otros puntos de su pronunciación y hasta por la forma peculiar de s con que se hace el seseo en cada una de dichas modalidades regionales. Lo que sí hay que reconocer es que la gran extensión del seseo y el arraigo y regularidad de su uso en los países citados, dan a este fenómeno una representación considerable frente a la distinción de la z y la s, distinción observada con perfecta regularidad por el habla de todas las clases sociales en las provincias castellanas, leonesas, aragonesas y murcianas de la Península, y mantenida firmemente por la tradición culta y artística de la lengua literaria.
El seseo en el uso corriente
En esta división entre seseantes y no seseantes, ¿no ha de haber una solución razonable e imparcial para salvar tal discrepancia sin extremar exigencias ni desviarse en absoluto de la tradición?
En el trato corriente no hay conflicto alguno entre la distinción o indistinción de la z y la s. En las regiones en que se mantiene dicha distinción se admite sin protesta ni reparo el seseo de las personas forasteras no habituadas a la pronunciación interdental de la z, y en los países seseantes se oye, asimismo, sin sorpresa ni extrañeza, al español o extranjero que pronuncia la z con el indicado sonido interdental. Sólo tratándose de personas de un mismo país resultaría naturalmente chocante que, por ejemplo, entre gentes de Castilla hubiese un castellano que sesease o que en la conversación usual entre naturales de Chile hubiese un chileno que distinguiese la z.
En el informe firmado por el Sr. Vasconcelos y otras personas se incurre en notoria inexactitud al decir que si un extranjero pronunciase el español distinguiendo la z en un país hispanoamericano, se le oiría con irreprimible hilaridad. Los hispanoamericanos a quienes he consultado acerca de esta afirmación la han desmentido rotunda y terminantemente, lamentando que el espíritu polémico llegue al uso de esta clase de argumentos. La verdad es que el seseo y la distinción de la z se admiten de igual modo en la relación común entre españoles e hispanoamericanos, y que cualquier extranjero que hable español puede sesear en España o distinguir la z en América, tanto entre las clases populares como en la buena sociedad, sin temor alguno a que nadie por este motivo le censure ni se le ría.
El insigne gramático y ortologista venezolano D. Andrés Bello hubiera querido que se corrigiese el seseo, que consideraba como un inconveniente análogo a aquél en que caen “los que dan a la s el sonido de z, que es lo que se llama‘ceceo,’ y los que emplean estos dos sonidos sin discernimiento, como lo hacen algunos”; pero reconocía con pesar que “es cosa ya desesperada restablecer en América los sonidos castellanos que corresponden respectivamente a la s y a la z o la c subseguida de una de las vocales e, i.”{15}
Se debe renunciar, en efecto, a todo propósito de introducir de un modo general la distinción de la z en el habla usual y corriente de los países hispanoamericanos; pero hay razones importantes para que no podamos convencernos de que los naturales de dichos países deban, asimismo, prescindir enteramente de la práctica de dicha distinción en el estilo elevado del lenguaje artístico.
Concepto científico de la distinción entre “z” y “s”
Una cuestión de carácter lingüístico que es preciso tener en cuenta, consiste en que ni el seseo ni la distinción de la z son hechos sueltos que puedan ser admitidos o rechazados sin atención a ninguna otra circunstancia. Cada forma de pronunciación, como parte inseparable de una lengua o dialecto, tiene su historia, su fisonomía y su carácter. No es un mecanismo artificial, en el que nos sea dado modificar su funcionamiento o substituir o suprimir a nuestro arbitrio tal o cual pieza.
La distinción de la z va unida en la tradición histórica de la pronunciación normal española a todos los demás elementos que constituyen la estructura fonética de esta pronunciación, así como el seseo, bajo sus diferentes matices, va unido también por su parte a otros rasgos de pronunciación cuyo conjunto determina, en cada caso, la peculiar fisonomía fonética de cada una de las modalidades hispánicas seseantes.
Algún profesor norteamericano, con el buen deseo de armonizar estas diferencias, se ha decidido a enseñar el español siguiendo en todos sus puntos la pronunciación normal española, pero aceptando el seseo en lugar del sonido interdental de la z. El resultado de esta combinación es, naturalmente, una forma híbrida sin correspondencia efectiva con ningún uso real. La pronunciación normal española con su rr vibrante, su j velar, su y suave, su ll palatal, sus consonantes finales conservadas y con todas sus demás circunstancias, pero con seseo, no sería pronunciación española, ni andaluza, ni hispanoamericana. Y el seseo, que tiene su marco propio en andaluz o en cualquier acento hispanoamericano, resultaría extraño y fuera de lugar trasplantándolo al cuadro de la ortología normal española.
Excluir el sonido de la z y admitir el seseo en el español normal será algo como vestir un correcto traje de sociedad substituyendo el “frac” o el “smoking” por la democrática chaqueta, prenda esta última que tiene su empleo propio en la vida ordinaria, pero que resultaría inadecuada en un acto de alta etiqueta.
Diferencias de seseo
Hemos aludido antes a diferencias de seseo. Los que no hayan dedicado atención a estos asuntos creerán, probablemente, que el seseo presenta en todos los países hispánicos el mismo sonido. El seseo se distingue por la variedad de su timbre de un país a otro como se distingue la s propiamente dicha, puesto que el seseo tiene sencillamente el mismo timbre y calidad de la s que en cada país se acostumbra. Y la s no es, ni mucho menos, un sonido uniforme en Hispanoamérica, como tampoco lo es si se compara en España entre unas regiones y otras.
No es prurito de acumular dificultades ni exceso de minuciosidad. Cualquiera que haya tratado a hispanoamericanos de distintos países habrá podido notar, sin necesidad de preparación fonética, que el seseo dental antillano, por ejemplo, muy semejante al andaluz, se diferencia claramente del seseo colombiano, de articulación más interior y de sonido más grave y algo palatal, y que uno y otro son, asimismo, diferentes del seseo mejicano, fundado sobre un tipo de s dorsal, larga y pastosa que se destaca y reconoce con facilidad entre todas las de América.
Por el volumen y relieve de las eses mejicanas se ha dicho de habla de la ciudad de Méjico, según hace notar P. Henríquez Ureña, que “es un mar de eses, del cual emerge uno que otro sonido.” El mismo autor, aparte de citar la s alveolar peruana descrita por el doctor Lenz, análoga a la castellana, advierte que las eses de algunos países de América no corresponden a los tipos ordinarios de las llamadas eses cóncavas o convexas, sino que son más bien planas, observándose entre ellas muy varios matices.{16}
La notoriedad de estas diferencias no es pequeña dificultad para la pretendida adaptación del seseo a una pronunciación española común. No habiendo un tipo de seseo de uso general y uniforme, ¿a qué variedad daría preferencia el profesor de español que no enseñase la distinción de la z?, o ¿qué seseo sería el que habría que vestir con el traje de etiqueta en los actos de sociedad? Es este un motivo más para atenerse a la distinción de la z en aquellas actividades de la enseñanza o del cultivo artístico de la lengua en que deba evitarse todo sello dialectal.
Prestigio de la “z”
El sentimiento de la pronunciación correcta no es menos evidente en Hispanoamérica que en España. En muchas ocasiones nos ha llamado la atención la viveza con que dicho sentimiento se manifiesta en aquellos países, aun entre las personas de clase más humilde. Las gentes instruidas hispanoamericanas se preocupan de excluir cuidadosamente del lenguaje culto la aspiración de la s y de la j, la confusión entre la r y la l, la supresión y pérdida de ciertas consonantes y otros detalles muy extendidos en el habla vulgar. No se llega, ciertamente, en este sentido a considerar necesaria la distinción de la z ni en la lectura ordinaria ni en el trato usual entre las clases distinguidas; pero el sentimiento general encuentra oportuna y conveniente dicha distinción en actos de elevado nivel artístico y literario.
En los torneos de declamación que suelen organizar las escuelas de segunda enseñanza en Puerto Rico, se observa de manera regular la distinción entre la s y la z, distinción que, como la de la ll y la y, apoya su prestigio en responder a la historia etimológica de las palabras, en mantener la correspondencia fonética entre la pronunciación y la ortografía, en facilitar la claridad del sentido, evitando confusiones como las de “caza” y “casa,” “cocer” y “coser,” “ciervo” y “siervo,” &c., en avalorar el efecto acústico de la rima y en contribuir a la variedad y riqueza prosódica del idioma.
Por algo hispanoamericanos y españoles coincidimos unánimemente en mantener la distinción de la z y la s en la escritura de nuestra lengua, bastando que una persona incurra en el descuido de escribir “audasia” por “audacia” o “ceresa” por “cereza” para formarse idea nada favorable del nivel de su cultura. En la ortografía propugnada por D. Andrés Bello y en otros proyectos hispanoamericanos más radicales de reforma ortográfica se propone la supresión o simplificación de otros detalles de la escritura, pero se mantiene la distinción entre la z y la s, distinción que no es un vano requilorio gráfico sino que corresponde a una realidad fonética arraigada en una porción considerable del territorio hispanoparlante y mantenida de modo general por la tradición ortológica de la lengua literaria.
Procede a este respecto con fino sentido histórico y artístico, según queda dicho, el teatro mejicano, cuyas compañías dramáticas, habituadas a usar en escena la pronunciación normal española, con distinción de z y s y con otros cuidados, actúan en España y en cualquier otro país de nuestra lengua como en su propia tierra, y hasta en la misma corte madrileña pueden alcanzar tanto aplauso como el logrado recientemente por María Teresa Montoya y sus compatriotas con una obra de carácter tan típicamente castellano como La Malquerida, de Benavente. Y véase cómo la llamada tiranía de la pronunciación viene a convertirse en el camino más libre y abierto para ensanchar el campo de la actividad y del éxito profesional.
También lo entiende de este modo la inmensa mayoría de los extranjeros que desempeñan cátedras de español, tanto en los Estados Unidos como en Francia, Alemania, Inglaterra y otras naciones de Europa, ateniéndose, en lo que se refiere a la pronunciación, a la norma literaria que distingue la z de la s, y la ll de la y, y no aspira la s ni la j, ni suprime consonantes, ni alarga vocales, &c., &c. Y esto no es, ciertamente, mostrar predilección especial por España ni por Castilla, dentro de la gran familia hispánica, sino reconocer tal como la historia la ha producido una creación lingüística, que en su valor filológico, artístico y práctico, encierra un interés humano por encima de toda frontera nacional.
Solución práctica
No puede ofrecer duda que las películas parlantes de ambiente, personas y costumbres mejicanas, por ejemplo, deben hablarse en mejicano, conforme a las peculiaridades fonéticas de este país; las argentinas, en argentino, y las andaluzas, en andaluz. Sería absurdo representar a las gentes de Castilla hablando con acento cubano, a las de Andalucía con acento mejicano o a las de Méjico con acento argentino. ¿Se va a descuidar el carácter regional del lenguaje cuando tanto esmero suele ponerse en la propiedad y exactitud de los trajes, muebles y demás accesorios de la representación?
La dificultad que supone la imitación de dichos acentos no es tanta como a primera vista parece, así por el talento imitativo, que suele ser don peculiar del actor, como por la posibilidad de ilustrar desde el campo de los estudios fonéticos el conocimiento particular de los rasgos de pronunciación propios de cada modalidad regional.
En cuanto a las películas habladas sin carácter local determinado o de asunto español antiguo o extranjero, la pronunciación adecuada para que bajo este aspecto dichas películas sean acogidas sin reparo en todos los países de lengua española, no puede ser otra que la que se considera como forma ortológica normal de esta lengua, depurada por el cultivo literario y artístico y unida por tradición secular al concepto general del español culto y correcto.
Digamos una vez más, para evitar erróneas interpretaciones, que esta pronunciación literaria y artística no necesita ser llevada al lenguaje ordinario y corriente en países hispánicos de acento regional. La atenuación del regionalismo en el habla de las personas educadas dentro de cada país no puede tener otra medida que aquella que libremente se impongan por común sentimiento esas mismas personas.
No se trata, en modo alguno, de introducir la distinción de la z en el habla usual de los países seseantes, ni de perseguir y borrar los acentos regionales que en sus ricas y variadas formas figuran entre los rasgos más característicos de cada pueblo, y constituyen un elemento de considerable importancia en el conjunto de nuestra historia lingüística. Sólo el que tenga empeño en crear desavenencias e incitar recelos podrá insistir en ver detrás de esta solución propósitos lesivos para la consideración de ningún país.
Usar la pronunciación normal española en la elaboración de las películas parlantes del género señalado, así como también en casos semejantes de la representación teatral, de la recitación del verso o de la declamación artística; es, sencillamente, dar la forma ortológica que corresponde a ese arquetipo culto del idioma escrito que han ilustrado con su esfuerzo literatos y filólogos españoles e hispanoamericanos, y que tan claramente ha definido el ilustre director de la Academia Española, D. Ramón Menéndez Pidal, como producto histórico que vive por cima de todas las variedades de dialectos hispánicos y aspira al mayor alcance y eficacia en el espacio y en el tiempo.{17}
Es ésta la forma de la lengua española por cuya unidad entre España y los diversos países de América abogan entusiastamente el ilustre diplomático argentino don Daniel García-Mansilla en su importante Proyecto de asociación cultural hispanoamericana para conservar el idioma, Madrid, 1929, y el distinguido ex Ministro de la República de El Salvador en España, D. José María Peralta y Lagos, en su elocuente opúsculo, titulado En defensa del idioma, Madrid, 1930. La conservación de dicha unidad no se funda solamente en que la sintaxis y las reglas gramaticales sean iguales para todos, sino que requiere, asimismo, una ortología bastante uniforme para que, por lo menos en los actos escogidos del lenguaje culto, las mismas palabras no se pronuncien de distinto modo en Montevideo, en Bogotá, en Santo Domingo, en Guatemala, &c.
El fundamento castellano de la pronunciación normal española no significa que baste haberse criado en Castilla para hablar correctamente el español, y mucho menos para poseer el dominio de la dicción elegante y artística, tan necesario para la profesión del actor.{18} En el habla vulgar de Castilla y aun en el trato familiar de las personas instruidas hay abundantes detalles de pronunciación que no se aceptan en lenguaje culto, tales como los que aparecen, por ejemplo, en “saluz” o “salú” por “salud,” “güeso” o “bueso” por “hueso,” “lar cinco” por “las cinco” y “soldao” por “soldado,” sin contar con aquellos otros defectos, que en todas partes ocurren, de pronunciación desaliñada y confusa, o, al contrario, de dicción amanerada y pretenciosa, igualmente reprochables en el ejercicio artístico de la palabra hablada.
Tanto para los castellanos como para los naturales de cualquier otra región o país de lengua española, el conocimiento de la pronunciación clara, correcta, ponderada y justa, exige estudio, interés y esfuerzo. Andaluces e hispanoamericanos pueden alcanzar el dominio perfecto de la pronunciación normal española, sin desventaja alguna respecto a los castellanos, como los ejemplos antes citados lo demuestran, siempre que dediquen a este propósito la atención y trabajo necesarios. Lo importante es convencerse de que cada uno por su parte tiene que desprenderse del cómodo hábito de la pronunciación familiar y casera cuando el papel que ha de representar obliga a alternar decorosamente en el trato elevado y distinguido.
Decía Castelar que el español es, a su juicio, “la lengua que más se presta a los varios tonos y matices de la elocuencia moderna,”{19} opinión que podría parecer apasionada si no coincidiese con testimonios extranjeros tan autorizados como el del ilustre filólogo escandinavo F. Wulff, según el cual nuestra lengua es, por las cualidades de la pronunciación castellana normal, “el idioma más sonoro, armonioso, elegante y expresivo entre las lenguas neolatinas.”{20}
Esperemos que los artistas españoles e hispanoamericanos que desde las películas parlantes han de hacer oír su pronunciación a tantos pueblos y gentes, dediquen a este aspecto de la palabra toda la atención y esmero que merece por el prestigio de la lengua española, que tanto pueden ennoblecer con la gran difusión y eficacia de su arte.
T. Navarro Tomás
Centro de Estudios Históricos
Madrid
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{1} [El presente trabajo apareció primeramente en un opúsculo titulado: El idioma español en el cine parlante (Spanish in the Talking Film), Madrid, Tipografía de Archivos, 1930, 8º, 98 págs. Contenía dicho opúsculo dos versiones: una, española, del autor, y otra inglesa de D. Aurelio M. Espinosa, Jr. Dada la importancia y actualidad del asunto de que en este trabajo se trata, Hispania considera conveniente reproducirlo para facilitar su conocimiento entre los miembros de nuestra Asociación. El autor, por su parte, ha hecho en diversos pasajes importantes adiciones que avaloran el interés de esta reimpresión de Hispania. Editor.]
{2} Ya hablaremos más adelante de la diversidad de acentos regionales que se incluyen bajo la denominación vaga e imprecisa de pronunciación “hispanoamericana,” denominación que aquí empleamos, sin embargo, siguiendo la costumbre general.
{3} “Spanish in the Talkies,” en New York Times, 25 de Mayo, 1930.
{4} Jiménez Rueda, “La contienda del español,” en Excelsior, Méjico, 1º Junio, 1930. Comenta esa misma noticia T. Ramírez, en “Un lío peliculero,” ABC, Madrid, 16 Julio, 1930, pág. 10.
{5} Ginesillo del Pasamontes, “Una tempestad en un vaso de agua,” en Hollywood, Spanish edition, Mayo 1930, pág. 11 y siguientes.
{6} T. Ramírez, en ABC, Madrid, 16 Julio, 1930, pág. 10, hace referencia a actores gallegos, madrileños y catalanes que se distinguen actualmente en la Argentina, Cuba y Méjico, por su interpretación de tipos criollos de esos países.
{7} M. Ramos Castro, “Los pueblos hispanoamericanos y el ‘cine’ oral,” Revista de las Españas, Madrid, 1930, V, 295.
{8} Despachos procedentes de América han hecho circular por La Prensa la infundada especie de que D. Serafín Álvarez Quintero había dicho en una sesión de la Academia Española que “en América no se habla castellano, sino dialectos con sabor vernacular.” El ilustre académico y escritor andaluz ha desmentido y rechazado dicha atribución en el diario ABC, 1º de Julio, 1930, pág. 26. Ha habido, sin embargo, afirmaciones arbitrarias y ligeras sobre esta materia, como la del articulista de Nuevo Mundo, núm. 1.882, que decía sencillamente, sin conocimiento de la realidad lingüística, que “las emigraciones que realizan a las nacionalidades americanas otros pueblos europeos o asiáticos va dando a cada país un idioma independiente.”
{9} Se halla en la Revista de Filología Española, Madrid, 1921, VIII, 357-90.
{10} T. Navarro Tomás, Compendio de Ortología española, para la enseñanza de la pronunciación normal en relación con las diferencias dialectales, Madrid, Hernando, 1928.
{11} Bastianini, Prosodia, Buenos Aires, 1914, pág. 35.
{12} P. Henríquez Ureña, loc. cit., pág. 376.
{13} Sobre este punto pueden verse noticias más extensas en Hispania, California, 1921, tomo IV, núm. 1.
{14} R. Menéndez Pidal, Prólogo al Primer of Spanish Pronunciation, de T. Navarro Tomás y A. M. Espinosa, Chicago, Benjamin H. Sanborn, 1926, pág. 12.
{15} A. Bello, “Ortología,” en Opúsculos gramaticales, Madrid, M. Tello, 1890, I, 121.
{16} Revista de Filología Española, 1921, VIII, 375.
{17} R. Menéndez Pidal, “La lengua española,” en Hispania, 1918, I, 2.
{18} La Academia Española, en una comunicación dirigida a las Academias Correspondientes hispanoamericanas, dice acertadamente a este propósito:
“Por lo que se refiere a la dicción de los artistas cinematográficos, habría que censurar las deformaciones de la clara ortología española debidas a influencias fonéticas extranjeras o a hábitos dialectales o vulgares inaceptables en el uso literario y artístico del idioma.”
“En estos defectos no incurre ningún hispanoamericano ni español que haya estudiado convenientemente su lengua materna; pero sí gentes que, sin preparación ni cultura, por el mero hecho de haber nacido en España o Hispanoamérica, o por haber adquirido, siendo extranjeros, algunos rudimentos de español, se arrojan a traducir lo que no entienden y a escribir o hablar una lengua cuyo dominio literario y artístico les es completamente ajeno.”
“No se dirigen, pues, contra Hispanoamérica las censuras que se hacen respecto al español de las películas habladas. El problema de la corrección del lenguaje en el Cine hablado ni siquiera afecta sólo al español, sino que preocupa hoy igualmente en otros países, cuidadosos de conservar su tradición lingüística. Creemos, en fin, que tanto los hispanoamericanos como los españoles, más que darse por ofendidos ante las censuras que se dirijan al lenguaje de las películas habladas, deben esforzarse en procurar que dicho lenguaje sea lo más puro y limpio posible, demandando todo cuidado y esmero en la redacción de las películas, y exigiendo a los artistas que las interpretan una preparación ortológica de que a veces carecen. Y no podrá ser sino incomprensión, ceguedad o intención aviesa la de aquellos que por tales motivos pretendan crear resentimientos y recelos entre esas Repúblicas y España.” (Boletín de la Real Academia Española, 1930, XVII, 594).
{19} E. Castelar, “Discurso de ingreso a la Real Academia Española,” en Memorias de la Academia, Madrid, 1889, VI, 572.
{20} F. Wulff, “Un chapitre de phonétique,” en Recueil présenté a M. Gaston Paris, par ses éléves suédois, Stockolm, 1889, pág. 216.