Problemas actuales
[ Juan Piqueras ]
Campañas a destiempo: versiones, sincronizaciones, subtítulos
En la prensa cinematográfica española se ha iniciado una campaña contra la sincronización de películas extranjeras en castellano. Ha logrado proporciones tan alarmantes, que algunas veces, después de implorar al Gobierno de la República una intervención en el asunto, se ha pedido también una protección económica para el cine español, con los ojos puestos sobre una parte –mínima o máxima, según las aspiraciones del demandante–de esa cantidad que pudiese ofrecer nuestra economía.
Esta campaña, como casi todas cuantas se inician en nuestra esfera cinematográfica, nos parece inmeditada e inoportuna. Antes de iniciarla, de llevarla a los extremos a que se ha conducido, debió estudiarse su origen y precisar sus causas. Es absurdo e inadmisible lanzar al vuelo las campanas de un patrioterismo sentimental y falso para encubrir con él las aspiraciones insatisfechas y los fracasos individuales.
Ante una cosa tan internacional como puede ser el buen cinema, es idiota superponer a esta amplitud, sentimientos característicamente limitados y miopes. Pero es todavía más idiota, combatir esa internacionalidad de los buenos films, escudándose en un romanticismo trasnochado, sobre el que flotan, a pesar de todo, insatisfechas ambiciones personales.
Concretemos.
La campaña ha nacido unos meses después de haber paralizado Paramount las versiones españolas de sus films extranjeros y ante el anuncio –oficioso– de que iba a sincronizar diez films en la temporada próxima.
Los mismos artistas que han interpretado –hay que llamar de algún modo lo que han hecho– las versiones hispánicas, han sido los primeros en protestar –al perder toda posibilidad de nuevo contrato– de una cosa de la que no tenían más idea que la de que para "doblar" un film se necesita menos tiempo que para impresionarlo y por lo que, además, se cobran sueldos inferiores. Esto ha perjudicado sus intereses particulares y con la misma servidumbre que en años anteriores elogiaban todo cuanto viniese de Paramount –directores, artistas, películas, estudios, electricistas y proyectos– combaten ahora un procedimiento cinematográfico –que se utiliza en Paramount– sin detenerse en sus negaciones o en sus posibilidades ni en lo que su llegada significa.
De estos rumores –salidos de las tertulias teatrales y cinematográficas de España– ha nacido la campaña de prensa. Y es curioso constatar cómo los mismos periodistas –y los mismos periódicos: ABC, Liberal, Heraldo–, que han estado jaleando durante dos años a quienes concibieron, realizaron e interpretaron esas películas absurdas que mancharon nuestras pantallas, son los mismos que se han decidido a levantar esa pequeña polvareda con la que quieren disimular ahora la fobia provocada por la infructuosa espera y el elogio desmedido de entonces. Esto nos afirma en nuestra vieja opinión de que, siempre que se trate de cosas de cinema, basta con frotar un poco sobre la epidermis para que aparezca la justificación –clara y precisa– de todos los ataques y todas las apologías.
Nosotros estamos frente a las versiones, frente al doblaje, frente a los títulos superpuestos… Sin embargo, entre todas estas plagas que han caído sobre el nuevo cinema, consideramos como la más indeseable de todas a la de las versiones. Entre un film traducido completamente –en sus elementos sonoros y visuales– y otro film traducido dialogalmente solo, preferimos el dialogado, porque siempre restará a favor de éste mayor cantidad de elementos originales. Siempre será mucho más grave pretender que Imperio Argentina y Juan de Landa – por ejemplo– doblen integralmente papeles tan personales como los de Clara Bow y Wallace Beery, que no el que dos actores medianos ajusten sus voces españolas a la de los artistas yanquis.
Indudablemente, preferiríamos que se hablase menos y mejor en las películas, y que este poco, se tradujese en unos títulos certeros y expresivos. Pero todos los espectadores no piensan como nosotros. El público, todavía siente deseos de celebrar el “chiste” cinematográfico; todavía se emociona ante los párrafos declamatorios y teatrales; todavía no puede controlar sus lágrimas ante los jipíos y las confesiones dolorosas de las madres y las novias infelices…
Por eso no podemos exigir a las empresas comerciales la anulación de las versiones y los “dobles” y la reducción en el número de títulos superpuestos. Nos dirían que su público va a divertirse con sus películas o a sufrir las penalidades de sus personajes. Añadirían que todo el mundo no piensa como nosotros, y esto, para un productor, un editor o un empresario, es el máximo descargo de su conciencia.
Sin embargo, podemos pedir a todos cuantos gritan, un poco más de atención y de meditación, de estudio del tema. En temporadas anteriores se alabó a quienes fabricaban versiones que no nos han traído más que un pésimo cinema –el que se llama español– y la convicción –extranjera– de que en España ni interesa el cinema ni sabemos producir esa cosa tan fácil que son las versiones. Este año se cambió de táctica –ante el fracaso de la prensa y de lo que se elogió sin medida– y se combate un procedimiento que, aunque desposeído de naturalidad y de lógica, es el único capaz de llevar a las masas populares la comprensión de los buenos films. Al año próximo, descartada la sincronización, se combatirán los títulos. Y al otro, como habremos perdido nuestro tiempo gritando y elogiando sin medida y sin causa, tendremos que cerrar nuestros cinemas por falta de películas extranjeras y carencia absoluta de nacionales. ¡Combatimos y elogiamos tanto lo de los otros, que se nos olvidó adquirir los medios necesarios a toda discreta producción en marcha!
Juan Piqueras