LABOR. Órgano de Falange Española Tradicionalista y de las JONS
Soria, jueves 9 de septiembre de 1937
 
año IV, nº 286
página sexta

Pedro Laín Entralgo

Dignidad sencilla del maestro

Venimos de un tiempo en que la técnica vencía al hombre y vamos a otro en que el hombre afirmará de nuevo su inalienable humanidad ante y sobre la técnica. E importa mucho que los maestros de nuestro próximo Estado Nacionalsindicalista, tan prieto de inéditas esperanzas culturales, no pierdan de vista aquella verdad cardinal, que tan cerca toca su misión de magisterio.

Los pedagogos de las últimas generaciones han cedido a la seducción falsamente científica de una técnica, cuyas apariencias de modernidad y de rigor descansaban más en el aire que el auténtico ser real de las cosas. Reducían al niño, que tiene una realidad –valga la expresión– de primera mano, a los resultados de una serie de «test». Hablaban con voz profunda de metodologías destinadas a enseñar a los niños Química y Geología. De esta manera, perdidos entre la técnica del conocimiento humano y de la enseñanza, quedaban íntegramente desconocidos el niño y su problema, que es justamente el de, sabiendo ser niño saber devenir hombre. Se quería preparar a los niños para que pudieran serlo todo, desde ministros plenipotenciarios hasta empleados de banca, pero se olvidaba, porque a esto se adapta mal la técnica, enseñarles a esto tan elemental que es ser hombres o ser mujeres. Y así vino la amenaza del marxismo, el cual aparece precisamente en cuanto el mecánico o el empleado de banca saben serlo antes y mejor que hombres, en el más elemental sentido de la palabra.

Volvemos a un tiempo, como antes decía, en que se afirma otra vez la realidad primaria de las cosas. El Estado vuelve a su más pura, primera y completa realidad: un Jefe que manda el bien de todos, porque manda en nombre de la Patria, y un pueblo que obedece por su bien y el de la Patria. Y así la familia, el sindicato y el municipio. Ved, maestros, que esto debe llegar a la enseñanza. «Aquí os traigo una bestiecilla para que de ella hagáis un hombre», dice al maestro un personaje de los maravillosos Diálogos de Vives, y en ello está la misión del magisterio. Hacer hombre. Luego vendrán la técnica y la ciencia, pero al servicio de esa unidad y de esa integridad del hombre sobre las que tanto insiste en su magistral sencillez el Nacionalsindicalismo. Hacer hombres que lleven esa teoría de virtudes que prescribe nuestro Juramento –obediencia y alegría, ímpetu y paciencia, gallardía y silencio– al servicio de la Patria, al servicio del Imperio, al servicio de Dios. Así está, más que en «tests» y en metodologías –que en fin de cuentas, vosotros lo sabéis, sirven para bien poco– la dignidad sencilla del maestro.

Pedro Laín Entralgo

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Pedro Laín Entralgo
1930-1939
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