Filosofía en español 
Filosofía en español


A. J. Gutiérrez Martín

La Hispanidad en el Banquillo

El 15 de septiembre de 1928, un nicaragüense, José Coronel Urtecho, pronunció en el acto oficial de la jura de la bandera por los niños de las escuelas, un discurso sobre la independencia de su Patria. Se celebró el acto en la plazuela de los Leones, en Granada, Nicaragua, que nosotros nos imaginamos con la doble perspectiva que nos prestan el tiempo y el espacio, poblada de niños, ornada de banderas y oriflamas y presidida por las autoridades del país. Y en aquel escenario fueron lanzadas al viento de Centroamérica afirmaciones rotundas; claras y netas afirmaciones que venían a romper y deshacer muchos años de leyenda decadente, romántica y liberal.

En aquella ocasión se dijo: “Hagámonos la pregunta sincera: ¿Qué fue la independencia de Centroamérica, es decir, la consiguiente independencia de Nicaragua? Si respondemos francamente fue el triste fin de un gran Imperio. Si hemos de amar la realidad y comprenderla, estamos obligados a confesarnos que nuestra independencia no fue un alba gloriosa, no fue un principio heroico, no fue una gran conquista libertaria lograda por un pueblo oprimido que se erguía, sino una dura necesidad impuesta por los grandes errores y peligrosos espejismos de la Historia.”

Desde esa fecha de 1928, tres jóvenes: Chamorro, Coronel Urtecho y Pablo Antonio Cuadra, apresados por el sentir imperial de lo hispánico, han sido voceros de nuestras glorias, cantores de nuestros mejores días, defensores de todo aquello que constituye el legado de nuestra España a América y que se ve de continuo debatido el indigenismo panamericano, nutrido en espíritu de sentimentalismo roussoniano y entroncado claramente con doctrinas marxistas.

Por no remontarnos al 1700, en cuya fecha cifra Maeztu el principio de lo que ha venido llamándose nuestra decadencia, simplemente desde ese año de 1928, ¿cuántos tumbos políticos, cuánto movimiento febril en busca de una postura aceptable, hemos conocido en nuestra Patria? Las raíces de la incomodidad eran más hondas, nosotros lo sabemos; sabemos que se remontaban nada menos que a la pérdida de la fe, de nuestra amplia, grande, profunda y ecuménica fe católica, que puso a nuestro pueblo en sus mejores días lanzado hacia la misión y el servicio; nuestra incomodidad no era de régimen político ni de personas, no era siquiera de organización económica o social, aunque todo exigiera una reforma. Maeztu señala sus causas al decir, hablándonos de España: “Se le nubló la fe, "por su incauta admiración al extranjero", perdió el sentido de sus tradiciones, y cuando empezaba a tener barcos y a enviar soldados a Ultramar se disolvió su Imperio, y España quedó como un anciano que hubiese perdido la memoria. Recuperarla ¿no es recobrar la vista?”

Fundamento de la Independencia

Pero América no había perdido la memoria totalmente. El mismo Bolívar, tras de los extravíos intelectuales de su juventud, giró rápidamente señalando con tenacidad los principios eternos como único sostén posible apenas conseguida la independencia. Así pudo escribir en su Mensaje de despedida al Congreso de Colombia: “Me permitiréis que mi último acto sea el recomendaros que protejáis la Santa Religión que profesamos, y que es el manantial abundante de las bendiciones del Cielo.”

Mientras España –1928-1936– no acertaba el camino, la semilla lanzada por tres jóvenes nicaragüenses fructificaba en América. En su “Breviario Imperial”, primoroso librito recientemente publicado en España, del que ya tienen noticia los lectores de SIGNO, señala Pablo Antonio Cuadra nombres de organizaciones y revistas de toda Hispanoamérica que se nutren de las ideas eternas que forjaron el mayor y más alto Imperio conocido. Apenas terminada nuestra guerra de liberación, cuando ya España al acomodarse en la postura definitiva ha advertido que ésta es la vieja y eterna postura que dio las mayores glorias a nuestra Historia, Cuadra nos visitó. Es alto, delgado, moreno y de vivísimos ojos. En su “Autosoneto”, que publicó la revista nicaragüense “Centro”, dice de sí mismo:

“...Por vencer esta piel indo-minada,
yo Quijote de entrañas, militante,
mi sueño dormiré sobre la espada...”

Sobre la espada, vigilante, altivo, recorrió nuestro suelo cuando era Burgos “caput Hispaniae” y fue recibido por el Generalísimo, para quien traía un mensaje de América.

Acusados

De regreso a Nicaragua, con ocasión de un banquete que le ofrecieron sus amigos, en el cual se habló de España, durante la lectura de un poema de tipo claudeliano, el enemigo hizo presa en él y en los otros dos compañeros apóstoles, diputados los tres en el Congreso del país. Acusados de “alta traición” por estar entregados a una “potencia extranjera”, el Congreso aprobó por una lucida mayoría la acusación, cuyo proceso habría de verse en el Senado. No es la cárcel tan sólo, sino la pérdida de su reputación de patriotas y, aun peor, la victoria del mal lo que les amenaza.

La vista del proceso despertó un enorme interés en Centroamérica, y ante un público hostil, afecto al acusador –diputado demócrata–, hablan sucesivamente en su propio descargo los tres reos. Ya nosotros en España sabemos lo que es ganarse a una Sala desde el banquillo ominoso, en tales ocasiones convertido en altísima tribuna. Las defensas, calificadas por la prensa del país como muestras de la oratoria forense, arrebatan al auditorio, que sentía hablar en ellas la voz de los abuelos. “Con nosotros, dijo Pablo Antonio, está sentado en el banquillo Rubén Darío”, porque él, como ellos –añadimos– supo comprender la frase de Cocteau: “Bien canta el poeta cuando canta posado en su árbol genealógico.”

Hasta lo más recóndito de nuestras raíces, podemos decir hoy nosotros, nos sentimos conmovidos ante esas voces alzadas en el corazón de Centroamérica y tan íntimamente ligadas con el pensamiento de la gran Patria común. La absolución dictada por el Senado nicaragüense ha sido rotunda... ¡Completémosla nosotros llevando hasta Pablo Antonio Cuadra, José Coronel Urtecho y José Manuel Chamorro, el fraternal abrazo de nuestra gratitud!

A. J. Gutiérrez Martín

[ Tomado de Eugenio Vegas Latapie, La frustración en la Victoria, memorias políticas 1938-1942, Actas, Madrid 1995, páginas 489-490. ]