Filosofía en español 
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José Castellón

La Hermana San Sulpicio de Palacio Valdés

La visita de un canónigo, en Marmolejo, dio origen a la famosa novela. Fue escrita en una casa aldeana de Entralgo. Los 2.000 ejemplares primeros tardaron en venderse siete años

Bajo los auspicios de la Asociación de Escritores y Artistas se ha colocado una lápida conmemorativa en la casa número 25 de la calle Maldonado, de Madrid, donde vivió hasta sus últimos días el insigne novelista don Armando Palacio Valdés. Al fallecer, durante la guerra, en un Sanatorio –al que iban a verle diariamente los hermanos Álvarez Quintero–, los periódicos rojos apenas le dedicaron unas líneas, dándole de lado por escritor de derechas.

La labor literaria de Palacio Valdés no sólo mueve a admiración, sino también a cariño. En las páginas de sus novelas palpita un acendrado sentimiento nacional, con toda la gama maravillosa de las más características regiones españolas. Asturias, la agreste y melancólica, de aldeas arcaicas, donde florecen viejos y tradicionales romances, quedó reflejada en La aldea perdida y José; Andalucía, con su serpentina gracia mística y pagana, nos aparece fiel y jugosamente dibujada en La Hermana San Sulpicio y Los majos de Cádiz; Valencia, perfumada y luminosa, en La alegría del capitán Ribot; Madrid, majo y romántico, en Maximina y Riverita. Como Pereda, fue un novelista esencialmente vernáculo y terruñero. Argumentos, tipos y costumbres, tienen en sus libros un empaque típico inconfundible. Y esta cualidad es quizá la que más ha contribuido a la expansión internacional de sus obras, traducidas a casi todos los idiomas, y ha hecho que los más destacados críticos extranjeros le dedicaran entusiastas elogios. El francés Emilio Jaquet escribió, refiriéndose a las novelas de don Armando: “Leedlas detenidamente. Sus personajes son inmensos”; el norteamericano Dean Howell declaró: “Nos creemos superiores a los españoles porque hicimos pedazos sus buques de guerra; pero aquí, en este terreno de paz y de arte, ellos son infinitamente superiores a nosotros”; en cierta ocasión, al ser presentado Palacio Valdés al procurador general de la República francesa, el novelista español le expresó el honor que recibía por conocerle, a lo que la alta personalidad política de Francia le contestó: “¡Oh, admirable escritor! Yo no soy nadie a vuestro lado.”

De todas las novelas de don Armando Palacio Valdés, la más difundida y apreciada por el público es, sin duda, La Hermana San Sulpicio, de la que él solía decir: “Si paso a la posteridad será agarradito a los hábitos de la hermana San Sulpicio.”

La historia de esta novela es como sigue. En 1884 fue don Armando a Marmolejo, el pueblecito de balneario que sirve de marco a la iniciación de los amores de los protagonistas. Por entonces ya gozaba de prestigio literario. Había publicado varias novelas, entre ellas Marta y María, una de sus más celebradas. Un día, cuando estaba durmiendo la siesta en la habitación de la fonda, le pasaron recado de que el canónigo don Eloy García Valero, presidente del Ateneo de Sevilla, quería saludarle. Don Armando acudió al gabinete de visitas y el canónigo se le presentó diciéndole que era un admirador de la novela Marta y María y le felicitaba por tan hermosa obra. Ambos se hicieron muy amigos, paseaban, departían acerca de temas de arte y jugaban al billar. El canónigo invitó al novelista a visitar Sevilla, prometiéndole enseñarle toda la típica ciudad, donde podría hallar pródiga cantera para sus futuros libros. Palacio Valdés aceptó la invitación y pasó una temporada en Sevilla, olisqueando su ambiente y tradiciones. El canónigo le presentó a una familia a cuyo patio acudía un vivero de personajes, que luego desfilaron por los capítulos de la novela. Esa familia figura en La Hermana San Sulpicio con el apellido supuesto de las de Anguita.

De Sevilla y de aquella amistad con don Eloy salió la famosa novela, que Palacio Valdés escribió durante el verano en su casa aldeana de Entralgo, el pueblecito asturiano de grato recogimiento, dormido en el corazón de la montaña. La escribió en grandes pliegos de papel comercial, con papel de calcar debajo de cada hoja, para hacerse con dos manuscritos por si se le extraviaba alguno. La Hermana San Sulpicio se publicó el año 1889, editada en dos volúmenes, por la imprenta de don Manuel Ginés Hernández, establecida en la calle de la Libertad, de Madrid, y se hizo una tirada de 2.000 ejemplares, que tardaron siete años en venderse. ¡Quién iba a presumir entonces los cientos de miles que habían de venderse después!... Ha sido traducida al francés, inglés, holandés, sueco, ruso, portugués e italiano. En cuanto al alemán, ocurrió un suceso muy curioso, que hasta ahora ha hecho imposible la traducción, Acudió cierto día a casa del autor de la novela un súbdito alemán que le ofreció una espléndida cantidad por los derechos de traducción de La Hermana San Sulpicio. Don Armando aceptó y cobró la cantidad estipulada; pero no volvió a ver a tal señor, ni se hizo la traducción. Posteriormente le hicieron ofertas otros traductores alemanes, pero como por contrato tenía los derechos el desconocido caballero, Palacio Valdés no pudo concederlos a ningún otro.

Repetidas veces las más importantes casas cinematográficas solicitaron permiso para llevar a la pantalla La Hermana San Sulpicio; pero el autor se resistió cuanto pudo, hasta que al fin cedió y la magnífica novela fue filmada por artistas españoles y recorrió triunfalmente España y América. También en el teatro Alcázar, de Madrid, se estrenó con feliz éxito una adaptación, interpretada por la actriz Margarita Robles, por cuya amistad y paisanaje don Armando autorizó la versión teatral, a lo que siempre se había opuesto.

Muchos homenajes rindieron a Palacio Valdés por esta novela, entre ellos el que le tributaron en Sevilla, en los jardines del Alcázar, donde se congregaron unas tres mil señoras para saludar al novelista. La inolvidable actriz María Guerrero leyó una bella composición poética de Eduardo Marquina, dedicada a La Hermana San Sulpicio. También entre los festejos que se organizaron se celebró una jira por el Guadalquivir, que terminó con una sorprendente velada en la finca de Sánchez Mejías, a la que acudieron renombrados “cantaores” y “bailaoras”. La finca del valiente torero, profusamente iluminada, producía fantástico efecto. De madrugada, Palacio Valdés solicitó un vaso de leche y, ante el asombro general y el consiguiente susto de las mujeres, irrumpió en la reunión... ¡una vaca!, que fue ordeñada a presencia del novelista.

El Ayuntamiento le nombró hijo adoptivo de Sevilla.

Por último diremos, para cerrar este reportaje, que La Hermana San Sulpicio es una novela especialmente preferida por las mujeres. Su autor fue objeto de multitud de pruebas de esa admiración femenina. Recibió centenares de cartas de señoras expresándole su entusiasmo por la popular novela. Pasados bastantes años de la publicación de este libro, Palacio Valdés volvió a Marmolejo y después de cenar salió a pasear por las calles del pueblo. Al pasar ante una fonda oyó gran jolgorio, rasgueo de guitarras, repiqueteo de castañuelas y cante flamenco.

—Alguien me “guipó” –nos contó don Armando–; e inmediatamente salió una morena que se me acercó diciéndome: “¿Es usted el que ha escrito esa novela tan preciosa que la dicen La Hermana San Sulpicio?” “Yo soy.” “¡Pues no sabe usted cuánto le quiero!” Claro que yo la contesté: “¡No me hubiera dicho usted eso hace treinta años!”

En otra ocasión, una señorita norteamericana que vino a España en jira de turismo, acudió al domicilio de Palacio Valdés para saludarle personalmente y manifestarle su admiración. Al darle la mano rompió a llorar al tiempo que decía:

—¡Este es el día más feliz de mi vida!

—Pues debe usted ser muy desgraciada cuando esto tan pequeño la hace feliz –la contestó el novelista.

Y así, como estos, podríamos relatar muchísimos episodios que demuestran el encanto femenino por la novela de don Armando Palacio Valdés, La Hermana San Sulpicio... ¿No es cierto, lectoras...?

José Castellón