Dr. Janko Janeff
Sofía
El semblante de la época titánica
Actualmente lo titánico pertenece otra vez a la esfera de lo histórico. Es manifestación del valor mundial indomable que han poseído muchas épocas hasta la fecha. Pero ningún tiempo estaba tan monumentalmente conmovido y arrastrado por este último extremo de furor mundial como el actual.
Es la época de la guerra, que el Occidente hace únicamente cuando la época histórica parece caducar y cuando atraviesan el firmamento planetas que anuncian el hundimiento de un imperio. Los bárbaros eran titanes; mucho antes lo fueron los primeros conjuradores de los elementos del cosmos, los griegos trágicos que crearon la base del ser para toda la mitología europea y titanes eran también todos los indomables, los condenados y solitarios, que crearon la leyenda de la resistencia y del caos eternamente acechando en el fondo original de la vida. Titánica es la visión y creación de Dante, titánico el anhelo de Beethoven.
Lo monumental de la expresión mundial titánica de la que hablamos es otra cosa. Es una potencia histórica que no ha existido siempre y que no siempre se ha reconocido justamente. Significa la realización suprema de la voluntad política.
No toda guerra es universal y por lo tanto de origen titánico, sino solo la guerra que transforma la fisonomía del mundo y lo crea de nuevo; cuando se eclipsa el tiempo de los tiempos y cuando se abre el abismo entre el pasado y lo nuevo en el que desembocan las últimas corrientes de lo que se pierde, lo que se muere en la Historia y lo que se profana. La guerra es razonable cuando vence la esfera del instinto empírico de conservación, cuando se sobrepone a la prudencia y se hace irracional y eso a fuerza de una voluntad sobrehumana. Toda gran guerra significa la terminación de un desarrollo milenario y manifiesta una ley fundamental en todas las transformaciones del mundo. Pero como tal, es el plano y la salvación del genio que conduce la historia mundial.
Todas las guerras grandes son trazados titánicos del espacio en el que el espíritu del siglo lucha por su nuevo porvenir. Por eso una época dominada únicamente por los conceptos de la razón o un tiempo burgués y materialista no pueden experimentar grandes emociones de esta idea. El burgués, igual que el intelectual petrificado y el materialista, es incapaz de reconocer las guerras como manifestaciones de una fuerza inexplicable e inefable, porque la historia universal no le afecta. No se puede justificar o negar las guerras que son inevitables como los grandes fenómenos de la naturaleza. Son los actos de un drama gigantesco cuya ley dicta el cielo.
Porque en tales guerras no es solo cuestión de conquistas de tierra, de influencias económicas, de asegurar una permanencia en la tierra, sino que se trata de la manifestación del mito del espíritu que derriba, el imperio del Minotauro para que se haga la luz sobre la tierra. Se trata de la recuperación de fuerzas vitales perdidas o altajadas, de la santificación de la nobleza y de la libertad.
Como toda guerra tampoco esta puede motivarse por el orden de la creación como expresión de la fidelidad al destino; y sin embargo está motivada por la forma última y suprema del credo del ser: por el derecho demoníaco. No es ningún derecho que esté escrito en cualquier documento humano o sagrado.
Este derecho es único y manifiesta su validez solo en épocas de ocaso, cuando la historia amenaza quedarse detenida.
Como toda historia solo comienza cuando el hombre está inclinado a mirar en el abismo y ponerse a la disposición de un destino inmenso y oscuro durante los períodos estáticos de la vida, no se puede hablar de aquel derecho que sólo resulta consciente y absoluto cuando surge la decisión de obedecer a la llamada del Señor.
El semblante de la época que cumple este derecho es espantoso. Es el semblante que se forma en los campos de batalla. El semblante rozado por el hálito de la muerte. Un tal semblante no es sólo actual y sólo terrestre. Lleva encima llamas que nos unen a lo que no muere, a lo inmortal. Siente el viento de las alas del espíritu universal que hace y tiene que hacer lo que ya no tiene nada que ver con los conceptos y las medidas de los hombres.
Tal es la fisonomía de nuestro presente; el presente real, absoluto en el que acontece el encuentro de todos los encuentros, la lucha del alma contra el diablo, del genio contra el infierno. Este encuentro significa la fase suprema del conocimiento político de Europa y al mismo tiempo la realización demoníaca del indogermanismo que hoy por primera vez se sirve de un modo tan emocionante del poder que le concede la Providencia para mantener no solo un imperio y una nación sino la misión de una raza. La época venidera sólo reconocerá realmente este movimiento cuando el hombre amorfo se desplome definitivamente y cuando ella consiga el valor de pensar según la voluntad de Dios.