Nuestro Tiempo
La unión de las Américas
Moneda de buena ley encuentra fácil aceptación en todas partes. Es cuando la moneda comienza a falsearse que halla huraño recibimiento. Los hombres de ideas son como las monedas. ¡A cuántos no hemos visto adquirir libre circulación en nuestros países de América, para luego aquí y allá y en todas partes ser rechazados, dejando en los ánimos engañados ese mal sabor de la moneda falsa! El movimiento que reconoció a Rubén Darío por jefe, fue quizás el más rico en hombres de esterlina calidad. Dejó nuestra América de pensar, al aquilatarlos, en nacionalismos estrechos, y se les reconoció nacionalidad continental. Era nicaragüense Darío, pero, más que de Nicaragua, de toda América. Y como Darío el cubano Martí, el uruguayo Rodó, formando, con quienes los antecedieron en tal rango, la teoría nobilísima que viene desde Fray Bartolomé de Las Casas (de cuyo origen francés se precia Francia, de cuyo nacimiento español se ufana España, cuyo americanismo toda la América proclama) y que incluye varones tan preclaros como Don Andrés Bello, Montalvo, Sarmiento, Eugenio María de Hostos, Enrique José Varona, Pedro Henríquez Ureña ... Cada quien haga su propio santoral, y en él incluya a Víctor Raúl Haya de la Torre por poseer esa virtud que decimos, de ser moneda de buena ley constante: honradez intelectual, honestidad política, validez repetidamente comprobada.
De hombres como él necesitamos más y más, y con urgencia, porque escasean. En ellos, en lo que son, en la influencia que ejercen, en el ambiente que crean, en las raíces que echan, en su floración y fructificación, están las Américas unidas, o por lo menos está su unión prefigurada. Las carreteras y las líneas telegráficas se pueden tender en cualquier tiempo. Lo importante es la unión de pensamiento, la unión de espíritu, la unión de voluntad, la unión de doctrina, como se prefiera llamar a ese vínculo primordial que fue Bolívar el más grande en reconocer y el más fervoroso en fomentar, al grado de darle su nombre: el ideal bolivariano.
Hay que observar que por importantes que sean los vínculos materiales capaces de informar la unión de los pueblos americanos, no bastan por sí solos. Entre cualquier país de Latinoamérica y los Estados Unidos norteamericanos, por ejemplo, hay lazos materiales tan firmes que ya son inquebrantables. Con excepción de la Argentina y, ocasionalmente, de algún otro país de Suramérica, el comercio principalísimo de cada pueblo nuestro es con los Estados Unidos, su moneda está supeditada al dólar, la moda es de Nueva York o Hollywood cuando no de San Antonio, y todo lo que es progreso material –automóviles, locomotoras, aparatos de radio, tenazas de dentista, planchas eléctricas, vitaminas y muebles (¡Oh inefable prestigio de las camas Simmons!) es yanqui. Hasta hay chuncas y cholas y mengalas que visten sweater y slacks. Luego, en lo político, nada es tan ponderable como la influencia de Washington, de donde bajan tantos presidenciables, a donde suben tantos presidentes. Y sin embargo, hay en realidad, menos unión, menos solidaridad, entre los Estados Unidos y sus más estrechos colaboradores hispanoamericanos que entre cualesquiera dos, los más distanciados, países de Hispanoamérica. Haya de la Torre es por eso más nuestro que jamás lo puede ser ni el mismo Waldo Frank que a nosotros se ha consagrado tan enteramente: siempre será Frank un amable extraño; siempre será Haya propio; pero por la ruta de Frank los Estados Unidos se acercan a nosotros.
De ahí que este volumen del americano del Perú{1} tenga un interés de actualidad. Es volumen simplemente, no libro. Volumen en que están incluidos veinte y pico de artículos ocasionales escritos entre 1938 y 1941, y que, desde luego, carecen de unidad cabal. En uno de ellos dice Haya de la Torre que las cuestiones a que se refiere las desarrollará en libro que preparaba sobre tales temas, y advierte que, si adelanta su opinión, es porque “es difícil asegurar si un libro podrá ser escrito hasta su fin o aun si una vida no ha de acabar prematura y súbitamente cuando se es perseguido político en el Perú de hoy –que es como la Venezuela de… Juan Vicente Gómez”. Eso era en 1938. La situación algo ha mejorado y es de desear que Haya de la Torre pueda ahora escribir su libro con la calma que necesita para ordenar y afirmar sus ideas.
Si se toma como pronunciamiento definitivo, este volumen desconcierta. Haya de la Torre siempre ha insistido en ideales prácticos. No ha sido soñador que borda en el vacío, no ha sido ilusionista. Por eso asombra verle definir “la tarea actualísima (en junio de 1940) de hacer fuerte a lndoamérica para que coopere eficazmente a la defensa de las Américas” auspiciando un “acto indoamericano con los Estados Unidos del Norte para comprometerse a asegurarse la máxima afirmación de la democracia en ambos grupos de Estados, y abandonando y combatiendo toda práctica dictatorial o totalitaria y garantizando las libertades esenciales del hombre y del ciudadano, bajo una constitución que debe cumplirse estrictamente”, y otro pacto “para constituir un Tribunal interamericano con autoridad para velar por el cumplimiento de las cláusulas anteriores”, especificando que “ante este Tribunal podría recurrir cualquier ciudadano o grupo de ciudadanos norte o indoamericanos”. Se imagina uno lo imposible o efímero de semejante unión el día en que ante tal Tribunal los ciudadanos de Jersey City presentaran acusación contra el Alcalde Frank Hague, y los negros de Georgia contra el Gobernador Talmadge, y los agricultores de Tenessee contra el propio Presidente Roosevelt (a quien recientemente han llamado en asambleas públicas el Enemigo Número Uno de los trabajadores del campo), y el Representante Martin Dies contra Mrs. Roosevelt, y... ya no digamos la muy justa acusación del propio Haya de la Torre contra quienes le han birlado vilmente la presidencia del Perú. Se ve clara la intención del autor. Es un anhelo de perfección que momentáneamente lo ha ofuscado. La perfección nunca se alcanza y cuando se la postula como condición es no querer llegar. Es platónico en el peor sentido del concepto querer un perfeccionamiento previo de los hombres y de los gobiernos para base de la unión de nuestros pueblos o de cualesquiera otros pueblos, porque así se queda uno fuera de la humanidad, fuera de la realidad, fuera de toda posibilidad. No. La unión de las Américas es necesaria y buena en sí y por sí. Debe realizarse sin exigir perfección previa de ninguna índole, con todas las imperfecciones que existen. No se debe pretender ni siquiera que desaparezcan las más feas dictaduras criollas, ni pensar que, hecha la unión, esas dictaduras hayan de desaparecer de inmediato. Ellas son, claro está, en gran parte resultado de nuestra desunión, pero forman problema aparte. Celebra Haya de la Torre en este volumen que el Senador Alexander Wiley (republicano, de Wisconsin) haya auspiciado en 1940 la conveniencia para los Estados Unidos, como para todos, de unirse los veinte pueblos hispanoamericanos. Si sólo fuera la voz de Wiley la de eso, sería nada o casi nada, pues es hombre que vale poco. Pero esa idea viene cobrando fuerza en Norteamérica. Basta citar el bolivarismo sincero de Henry A. Wallace y la urgencia de unión universal que predica el Gobernador Harold E. Stassen de Minnesotta. Hay mil voces más. De nuestra parte debemos contribuir con indicaciones prácticas para que ese ideal se haga realizable. Nadie más autorizado para esto que Haya de la Torre. Esperamos su libro.
Salomón de la Selva
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{1} Víctor Raúl Haya de la Torre, La defensa continental. Ediciones “Problemas de América”, distribución de Americalee, Buenos Aires, 1942.