Filosofía en español 
Filosofía en español


Federico Casas

Vislumbre de la vida en el año 2000
Expansión de la personalidad humana

El Español

Sólo es comparable la convulsión del mundo desde que advino la Imprenta y las ideas pudieron repartirse por todo el planeta en fácil sembradura, con la mudanza y trastorno que se viene operando en virtud de otro invento mecánico que ha facilitado la fusión de la imagen: el Cine. La Imprenta abrevió la distancia entre los espíritus, haciendo que beban en los mismos manantiales ideológicos los hombres más distantes y distintos; y la cámara, día a día, consigue para la imagen el mismo resultado. Iguales películas ve el mozalbete de Chicago que el de cualquier pueblo escondido; y eso mismo sucede por todo el planeta. Mickey Rooney, pongamos por caso, tiene un público admirador en los más diferentes climas y países y es conocido en todos por igual.

Primero el libro unificó el pensamiento –el libro bueno, se entiende– o perturbó por entero el mundo –libro corrosivo–, pues hasta por ser destructores se han difundido ciertos libros y ha podido volar su sementera de cizaña. Pero seguían inmutables las costumbres, características regionales, tendencias, peculiaridades, acogidas a ciertos aislamientos geográficos. Y a eso ha podido el Cine. Posiblemente en el año 2000 dominará un concepto universal, finamente depurado y estilizado, en muchas materias; e imperarán gustos, modalidades, características unificadas, precisamente porque las fuentes del goce espectacular al caer lo tarde serán idénticas en todo el mundo.

Decimos a la hora del atardecer y posiblemente nos equivoquemos. Puede ser entrada la noche, cuando la familia prolonga la hora de la cena. Y pueda ser que no exista el espectáculo; quiere decirse esa mitad del espectáculo que constituye el mismo público cuando entra, sale y está dentro de la sala. Porque las imágenes llegarán por televisión. El invento ha culminado ya en plenos y maduros frutos. Monogram Pictures y Broadcasting, dos grandes firmas de Estados Unidos, han convenido ceder la primera su producción de cine para que la segunda la televisione. Un mueble maravilloso, que ya pobló de voces el hogar, le llenará de vivas imágenes.

En ese hogar se habrán dado cita, uno por uno, todos los progresos ya iniciados, mediante los cuales aquellas afanosos labores caseras se habrán eliminado totalmente por la solución apropiada de instrumentos eléctricos.

Cabe pensar que en el año 2000 el avión, seguramente con las características de nuestro autogiro, será tan accesible o mucho más de lo que hoy es el automóvil; y las grandes líneas aéreas atravesarán las distancias en vuelos de corta duración. A medida que se irá enriqueciendo el hogar, de atractivos, captando el sonido y la imagen del mundo entre cuatro paredes, ese mismo mundo se tendrá cada vez más cerca, más inmediato, más al alcance del deseo.

Entre el hogar y el mundo desaparecerá esa faja intermedia que ahora se llama vida social y que en gran porte es de obligada participación, semillero de no pocos disturbios. El hombre puede ser más sociable cuanto más rica sea su personalidad, y no hay palabra que lleve menos veneno que aquella que el hombre dice a su alma cuando habla consigo mismo en dulce coloquio.

Precisamente por la defensa de aquella independiente personalidad que Dios nos concede al nacer, cada vez los Estados vigilarán más cauta y rectamente porque ni el error, ni la corrupción, ni el abuso puedan invadir la sagrada libertad de los individuos. Por eso la idea del Estado ha de imponerse inexorablemente; y no lo han de pasar bien aquellos sistemas que sustentan fuerzas poderosas que en la oscuridad mueven el oro y el poder del mundo, atrapando los hilos de la humanidad entera y moviendo a los seres humanos de sus respectivos países como autómatas sin vida. A medida que el trabajo se eleva en apreciación y estima, el valor renta se limitará a proporciones de verdadera necesidad, y las grandes organizaciones de producción seguirán en manos del Estado, como sucede ya en Alemania, empieza en España y de una y otra manera se está imponiendo incluso entre los Aliados, por necesidades de la guerra. Así se elevará la categoría del productor al máximo.

Aunque resulte paradójico, la sustitución del trabajo manual por la producción mecánica, que sólo pide el concurso del hombre pero la dirección y mando, hará que se humanice el trabajo. En el año 2000 no contemplaremos un alimento, ni un vestido, ni un vehículo, ni una construcción, ni cuanta obra se despliegue ante los ojos como suma de un brutal esfuerzo. Las pirámides podrán dialogar en el mismo desierto con las embajadas de la mecánica, que les reprochará una belleza que se elevó a costa de tanto sudor y de tanta miseria. La producción será inmensa y, por consecuencia, tan accesible a todos, que se llamará problema al hecho de no poder absorberla el mundo. Todo ello producirá una dilatación de la personalidad humana, multiplicando sus necesidades a medida que puede verlas cumplidas. Porque se vivirá y se gozará más intensamente; se acentuará la brevedad de la vida en un corto plazo y con despliegue de enfermedades hasta entonces desconocidas, provenientes de ese agotamiento.

Mas cerca de Dios

El hombre futuro que vivirá el año 2000 tendrá ya completamente vuelta la cara a Dios. Precisamente por ensanchar sus posibilidades físicas el alma le gritará con más apremio, y a falta de un sustento que no puede ofrecerle el progreso, imprimirá a su cuello un movimiento de retorno a Dios. El hombre que conozca el siglo XXI se acordará de nuestro siglo XX con el mismo gesto que nosotros ponemos al evocar el siglo XIX, que carecía de nuestro tesón, personalidad, consignas, dolores, desazones legítimas, ambiciones y torturas. Comparativamente no somos nada o somos pocos los que transportamos una llama ardiente en el pecho. Los hombres del año 2000 conservarán en páginas de historia bien cercana toda la emoción de una raza que quiso sobrevivir a un gran peligro para cumplir su destino, en lo universal. Por entonces España será uno de los primeros países del universo, porque la semilla humana del hombre entero no fructifica ni días ni años después que la dio al viento el sembrador; y entonces será el instante de que en los campos del espíritu español habrá sembrados con madura mies, que él viento moverá suavemente, en oleaje de oro y grana de amapolas y espigas.

Federico Casas