Filosofía en español 
Filosofía en español


La historia no se repite
La última palabra a la comparación Hitler-Napoleón

Las conversaciones de todas las noches de los enemigos de Alemania vienen sustentándose desde el 22 de junio de 1941 con la comparación entre Hitler y Napoleón. El uno –dicen–, se estrellará exactamente como se estrelló el otro. El primer punto de apoyo para esta comparación lo constituye una fecha. También Napoleón –dicen–, irrumpió el 22 de junio en Rusia, y a los cuatro meses había fracasado. En primer lugar, la coincidencia de la fecha no es verdad. Napoleón empezó la marcha el 24 de junio de 1812. supongamos, sin embargo, para satisfacción de todos los astrólogos, que la fecha napoleónica coincida con el principio del avance alemán y entonces esta coincidencia, pero esta sola, bien entendido, sería la única que justificaría la comparación. En realidad se diferencian ambas empresas empezando ya por el planteamiento. Pero los interlocutores no saben siquiera, por qué fracasó Napoleón el año 1812 en Rusia. Para venir en ayuda de los corrillos de discutientes, “Signal” va a explicar los hechos. El lector podrá decir entonces con todo conocimiento de causa, qué sentido tienen las palabras que Winston Churchill pronunció al principio de las o operaciones alemanas contra la Unión Soviética, dando así pie para la comparación Hitler-Napoleón. “Napoleón desapareció, de ahí mi confianza…”

Napoleón –dicen–, fracasó en Rusia en 1812 por la extensión del espacio y por el frío ruso. Esta afirmación se ha convertido en un dogma, pero no es clara. Un gran espacio no es, por lo pronto, peligro ninguno. Al contrario. Un gran espacio puede llegar a ser incluso una ventaja. De ello hablaremos todavía. El espacio es únicamente un peligro para el estratega, si éste no sabe aprovecharlo o si no tiene suficientes medios auxiliares para dominarlo. Este fue el caso de Napoleón. Fracasó, ante todo, por las dificultades del aprovisionamiento.

Para él, que era el maestro de los preparativos de guerra, fue esto particularmente trágico. De su campaña de Polonia en 1807 había conservado el recuerdo de cuán difícil es alimentar a un gran ejército en un país deficientemente administrado. Cuando Napoleón preparó la campaña de 1812, dispuso, en primer lugar, por consiguiente, una gran base de aprovisionamiento en el Vístula y otra en el Niemen. La indigencia de sus tropas se produjo, precisamente, porque las provisiones de estos depósitos no llegaron a los soldados. Napoleón dijo antes de empezar las operaciones: “El resultado de mi movimiento reunirá 400.000 hombres en un solo punto. Y del país no es de esperar nada, hay que llevarlo todo consigo.”

Sabía pues, muy bien lo que hacía, cuando ordenó que la tropa llevase consigo al emprender la marcha raciones para 24 días. El que la tropa sufriera pronto escasez de víveres se debió a una circunstancia que él había tenido por secundaria.

El caballo, empero, sueña en avena…

Para poder llevar consigo suficientes provisiones hizo construir unos carros muy grandes. Pero estos carros tenían que ir tan cargados, que luego no quedaba sitio para llevar la avena para los caballos. Precisamente a causa de esta circunstancia tuvo que aplazar Napoleón el principio de las operaciones hasta el mes de junio, porque en este tiempo había forraje verde de calidad y en cantidad suficiente. Pero lo que no se había calculado, fue lo que resultó fatal: los caballos no soportaban el forraje verde. Debido a la rapidez del avance se daba casi siempre el forraje mojado a los caballos, y así fue que empezaron a declararse cólicos, de resultas de los cuales los caballos morían en masa. Con ello se paralizó el avance, ya que cada uno de los hombres no podía llevar, además de su equipo, más que la ración para cuatro días en la mochila. Las otras veinte raciones, de las veinticuatro previstas, tenía que llevarlas el tren.

Cuando empezó la mortandad de los caballos, los soldados se quedaron, naturalmente, cerca de los carros. Es más, el mismo jefe de las fuerzas tenía que mantenerlos cerca de los vehículos a fin de que no se dispersaran por el país para saquear o desertar.

Después de la pérdida de los caballos no podían ponerse en movimiento los pesados carros construidos expresamente para el transporte de las provisiones y de las municiones, y hubo que sustituirlos por los ligeros carros del país. Con ello se había trastornado, empero, toda la disposición de marcha, porque ya no se podían transportar las cantidades necesarias de víveres, y ninguna de las unidades del ejército llegó a prestar el rendimiento de marcha exigido de 20 Km por día. Sólo durante los cuatro primeros días, en los que los soldados podían alimentarse con las provisiones que llevaban en la mochila, pudo llevarse a cabo este rendimiento de marcha, que condujo hasta Vilna incluso hasta fines de dicho mes esperando el abastecimiento de víveres.

…y el ejército no quiere luchar

A principios de agosto el ejército había perdido ya 150.000 hombres a causa de enfermedades y deserciones. Napoleón avanzó hasta Vitebsk y desde allí hasta Smolensko. Cuando salió de Smolensko hacia Moscú su ejército apenas si contaba todavía con 150.000 hombres. Pero el ejército no quería luchar, y éste fue el segundo motivo que hizo fracasar a Napoleón.

Antes de empezar la campaña, Napoleón había reunido a sus generales en Danzig. Napoleón preso de sombríos pensamientos dijo: “Sé muy bien, caballeros, que ya no tienen ustedes ganas de luchar más.” En efecto, los mariscales estaban tan cansados como los granaderos. Napoleón había obsequiado a sus generales con ducados y reinos, y estos generales sentían más deseos de gozar sus bienes que de seguir oyendo el ruido y oliendo a pólvora de los campos de batalla.

Además, los generales de Napoleón ya no eran en este tiempo más que de segunda categoría. Las pocas excepciones eran Murat, Davout, Ney y Jomini. Pero tampoco estos cuatro relevantes hombres tenían ya confianza alguna en la empresa rusa. Estaban cansados como Murat o disgustados como Jomini, que consideraba insuficiente la seguridad de las comunicaciones con la retaguardia.

Napoleón mismo estaba enfermo y hubiera rehuido gustosamente la aventura rusa, por poco que el Zar le hubiera ofrecido la mínima posibilidad de hacer la paz. Napoleón sufría entonces de icrericia, a consecuencia de su dolencia del hígado, y había perdido su antiguo brío. Se pasaba las noches delante de su tienda, bebía vino caliente para mantenerse despierto y maldecía la estrategia:

“Ese miserable arte que consiste en tener que ser el más fuerte en el punto decisivo”

Una voz interior le había dicho que tenía que proyectar su campaña cuando menos tres años, pero las circunstancias, el hambre y la mortandad de los animales y de los hombres, le habían obligado a obrar rápidamente. Al principio quería invernar en Smolensko y hacer ir hallá al teatro de París. Pero, porque no podía sostener tres años de campaña en Rusia, quería encontrar rápidamente una gran batalla y no la encontró. Por una gran batalla entendía Napoleón una batalla de aniquilamiento. “Sólo una buena batalla puede asegurar la paz”, decía. Pero el adversario lo rehuía a él y rehuía esta batalla, y éste fue el tercer motivo por el que fracasó. El zar Alejandro, el adversario de Napoleón, no pensaba en absoluto en una batalla y se burlaba de napoleón con sus retaguardias de cosacos. Cada vez que el Corso creía haber encontrado al enemigo en masa, no era más que una retaguardia de cosacos que se perdía en el horizonte. El Emperador mismo emprendía, solo, paseos de reconocimiento a caballo, que, muchas veces, lo alejaban hasta seis horas de sus tropas. Todo era en vano. Sólo poco antes de Moscú presentó Alejandro batalla y aun ésta la presentó únicamente llevado por los deseos de su pueblo. Alejandro quería salir al encuentro de la opinión de que no quería defender la ciudad santa de Moscú. En la posteridad ha arraigado el convencimiento de que Alejandro con su táctica de eludir una batalla decisiva, obró respondiendo a profundas razones estratégicas, que había recurrido conscientemente a la táctica del agotamiento y que con ello había convertido al espacio en su aliado. La realidad debe haber sido algo menos contundente. Las fuerzas combatientes de Alejandro no eran más que de 189.000 hombres. Napoleón era considerado todavía como el maestro de las batallas de aniquilamiento. Su aureola de invencibilidad no había desaparecido todavía, a pesar de los descalabros sufridos en España. Además, avanzaba con un ejército de cuyas pérdidas todavía no sabían nada en Moscú, y era de suponer que fuera cuando menos el doble de fuerte que el ruso. En estas circunstancias se da gustosamente rienda suelta al temor, se evita todo el tiempo, que se puede en una batalla, o, cuando menos, se retarda un pàr de días.

Porque Alejandro había convocado al pueblo ruso para una “guerra santa” contra Napoleón, que tenía que decidirse, finalmente, a una batalla ante las puertas de la ciudad santa de Moscú. Napoleón venció en esta batalla, pero esta victoria fue una victoria “ordinaria”, una victoria de los soldados, no una victoria estratégica. En el campo de batalla quedaron 30.000 franceses y 60.000 rusos, pero apenas si se hicieron prisioneros y el botín fue nulo. La mayor parte de los muertos no los perdieron los rusos, por lo demás, en el campo de batalla, sino debido al fuego de artillería, al que estuvieron sometidos durante su retirada.

Lo lobos esperan ya su botín

Napoleón se sentía viejo y gastado cuando entró en Moscú. “En el campo de batalla se envejece pronto”, esta frase del Emperador es de los tiempos de su campaña de Rusia. La ciudad estaba desierta cuando el resto del ejército de Napoleón saludó alborozado las cúpulas doradas de la ciudad de los zares. Al día siguiente se declaró el primer incendio, y luego se cumplió la fatalidad que el general Jomini había predicho. Se retardó la retirada, mal organizada, porque el Emperador quería esperar todavía un día el ofrecimiento de paz que no llegó. El ejército ruso esperaba al Norte de Moscú la retirada del Corso para caer, como lobos hambrientos, sobre los restos del Ejército imperial, debilitados, hambrientos y medio muertos de frío. El Emperador huyó finalmente en un trineo, y de su orgulloso ejército sólo hubo muy pocos soldados que volvieran a la patria.

Este es el cuadro fidedigno –¿qué es lo que puede compararse de este cuadro, con el que se está ofreciendo al mundo desde el 22 de junio de 1941?

La fecha no permite establecer ningún paralelo, porque Adolf Hitler no tuvo que esperar el forraje verde para sus caballos. Marchó el 22 de junio, porque quería aprovechar la ventaja de la sorpresa. Además, marchó en un orden completamente distinto del de Napoleón. El emperador francés avanzó con una sola columna de ejército, flanqueada por otras dos columnas secundarias. Adolf Hitler atacó en un ancho frente que llegaba desde el Océano Glacial Ártico hasta el Mar Negro. Napoleón tuvo que buscar al enemigo durante meses enteros hasta que éste le presentó batalla en Borodino, cerca de Moscú y ésta fue una batalla de frente corriente. Adolf Hitler empezó con un ataque de frente, y en los ocho primeros días logró ya convertir esta batalla de frente en distintas batallas de copo.

El placer de incendiar es el mismo

El zar Alejandro no tenía en la frontera de su reino más que una retaguardia de cosacos, que no quería comprometerse en ningún combate serio con las fuerzas napoleónicas. Stalin, en cambio, había concentrado en la frontera alemana fuerzas muy poderosas, que desde el primer día de la campaña, entraron en combate y que en las primeras seis semanas fueron casi aniquiladas.

La comparación, pletórica de esperanza, no se ajusta, pues, desde el primer día de la campaña, a la verdad, y al cabo de seis semanas no hay más que un solo hecho, todavía, que pueda justificar la comparación. Cada ciudad y cada pueblo que conquistan los alemanes está ardiendo, y la población civil de estas ciudades es abandonada a menudo, por los soviets, hambrienta y privada de sus míseras viviendas. ¿Por qué –se lamentan los ingleses– no ha seguido Stalin el proceder de su antecesor, del Zar Alejandro, más que en este solo punto? ¿Por qué no ha dejado que se adentraran los alemanes en el ancho espacio, lo mismo que hizo entonces el Zar con las tropas de Napoleón?

El que así habla demuestra que no conoce el bolchevismo ni por el forro. Stalin hizo avanzar a sus tropas hasta la frontera germanorrusa, no para que fueran derrotadas por Adolf Hitler, sino porque él quería derrotar a los ejércitos alemanes. La esencia de bolchevismo es agresiva. Desde hace veinte años sueña y habla el bolchevismo de extender la revolución mundial. La conquista de Europa no es más que la primera gran etapa. En esta idea ha sido educada la juventud soviética e instruido el soldado soviético. Stalin quería derrotar y aplastar a Alemania. Este era el sentido de su despliegue de fuerzas, y tenía que ser así, porque la ideología bolchevique no puede negarse a sí misma. Esta ideología es agresiva, y si no lo fuera es no había tampoco ningún bolchevismo más o lo negro no es negro, o los ríos correrían aguas arriba. Stalin estaba en la frontera alemana, porque tenía que estar allí. Sólo los tontos podían, pues, suponer que se repetiría aquí otra vez el juego de 1812. pero en el Támesis se seguía creyendo en el gran milagro.

“En la tumba planta él todavía su esperanza”

Fieles a estas palabras de Schiller se obstinan los corrillo alrededor de las chimeneas británicas y americanas en la comparación de Hitler con Napoleón, y dicen: “el espacio ruso vencerá, al fin, a los alemanes. Cada día irán atrayéndoles más a ese espacio, y en él se estrellarán.”

Pero no hace falta que atraigan a los alemanes. Ellos mismo se cuidan ya de avanzar en ese espacio. La diferencia entre este avance y el de Npoleón es que los alemanes no se adentran en un espacio vacío. Esta vez el espacio está lleno de los ejércitos que Napoleón buscó en vano en aquella fecha. En estos ejércitos clavan sus cuñas los alemanes, las cuñas de acero se doblan detrás de los ejércitos soviéticos formando bolsas, y todo lo que se encuentra en esas bolsas ha de rendirse o es aniquilado. Los alemanes dan una batalla aniquiladora tras otra y no tienen miedo del espacio. Al contrario, el espacio es su aliado. Los alemanes utilizan el espacio como arma contra los ejércitos soviéticos.

El general “Espacio” se pasa a los alemanes

Los astrólogos y estrategas “de café”, que tanto cariño sienten por la comparación entre Hitler y Napoleón, han hecho la cuenta sin contar con una cosa, y es que los alemanes lucharon ya una vez en el Este, durante la guerra mundial, y salieron victoriosos. El principio de su victoria fue la batalla aniquiladora de Tannenberg. Esta batalla no decidió, ciertamente el desenlace de aquella guerra, pero enseñó a los alemanes algo valiosísimo, a saber: el convencimiento de que las grandes batallas aniquiladoras no pueden ganarse en ningún sitio mejor que en un gran espacio. Las grandes superficies, ligeramente onduladas, son las premisas ideales para las operaciones de una batalla aniquiladora. El general “Espacio” se ha pasado, pues, a los alemanes, y les ayuda en su estrategia de aniquilamiento.

¿Es que el espacio no puede volverse a pesar de todo contra los alemanes? ¿Es que cuanto más se alejen los alemanes de su suelo patrio, no tienen forzosamente que acercarse más al peligro del desastre que sufrió Napoleón? ¿No será el general “Espacio” un aliado inseguro, por no decir pérfido, que sólo espera el momento de poder saltar al cuello de los alemanes? No.

El segundo ejército no lo ha visto nadie

La organización del Ejército alemán no puede compararse a ninguna de las antiguas organizaciones de ningún ejército. De esto han podido ya convencerse los adversarios de Alemania en las otras campañas victoriosas.

A veces casi directamente con las fuerzas combatientes, casi siempre pisándolas los talones, marcha todavía otro ejército, compuesto de trabajadores y mandado por ingenieros. Este ejército en el que están reunidos la Organización Todt, el Servicio del Trabajo del Reich, la Organización para manutención de los Servicios Públicos y tropas técnicas, y en el que se encuentran toda clase de obreros especialistas, es inconcebiblemente grande. Cada kilómetro de este espacio conquistado es reconocido inmediatamente por este segundo ejército de trabajadores, por lo que respecta a las posibilidades del aprovisionamiento y repuesto, y arreglado para el envío de refuerzos y provisiones. En los tres primeros meses de guerra contra los soviets, este ejército, a parte de todo lo demás que ha hecho, ha soltado y vuelto a fijar con tornillos 15.000 kilómetros de vía férrea rusa para ponerla al ancho de vía de los ferrocarriles alemanes. Este ejército no vuelve a poner en servicio únicamente ferrocarriles y construye carreteras, sino que tiende también puentes sobre todos los ríos y hace terraplenes en todos los terrenos pantanosos. El ejército de trabajadores mantiene a las tropas combatientes en constante comunicación con aprovisionamientos y con la patria.

Pero ¿no cesará algún día este aprovisionamiento? Hasta ahora no ha cesado todavía, y no parece que tenga trazas de cesar. Pero ¿no hará el invierno lo que entonces hizo con los ejércitos de napoleón?

Los alemanes han invernado ya una vez, durante la guerra mundial, tres años seguidos en Rusia, y no se helaron. Y ahora, en estos momentos en que estamos escribiendo estas líneas, ruedan ya por las carreteras alemanas de aprovisionamiento en el Este infinidad de camiones, trenes de todas clases y ferrocarriles hacia los lugares de aprovisionamiento de las fuerzas combatientes en la unión Soviética. Estos trenes de transporte están cargados hasta los techos con todo lo que puedan necesitar las tropas para establecer sus cuarteles de invierno en caso de que no existan ya hace mucho tiempo. Pero antes de levantar su cuartel de invierno el soldado alemán hace el balance.

Y en los cuatro primeros meses de guerra contra el bolchevismo le ha roto el soldado alemán la columna vertebral a la mayor potencia militar del mundo. Y en el curso de esta empresa aniquiladora, no ha salvado únicamente gigantescos espacios, sino que incluso los ha utilizado. Esta afirmación se demuestra con la índole de las operaciones alemanas. No ha sido el bolchevique el que ha atraído al soldado alemán, sino el soldado alemán el que ha buscado al bolchevique, en el transcurso de la lucha, allí donde podía batirlo con mayor seguridad. Los alemanes han jugado con el espacio, por consiguiente, del modo que han querido, y lo han utilizado únicamente como instrumento de exterminio. Sus operaciones constituyen la prueba de que en ningún momento les han importado los éxitos de prestigio. Nunca han conquistado ciudades ni fortalezas únicamente por adquirir con su posesión una ventaja moral. Esta clase de estrategia que renuncia a fáciles éxitos de prestigio, no solo ha ahorrado muchas vidas de soldados alemanes, y también muchas de parte del adversario, sino que, ante todo, permite darse cuenta de lo que quieren los alemanes. Estos no quieren otra cosa que destruir el poderío del bolchevismo, y esta finalidad la alcanzan aniquilando los ejércitos soviéticos. Para el logro de esta finalidad alemana, la posesión de ciudades y fortalezas no es importante más que cuando éstas son posiciones militares llave de verdadera importancia. Todo lo demás es indiferente. Adol Hitler quiere aniquilar al ejército soviético, y ya en las primeras semanas lo tocó en la médula.

Napoleón no logró este aniquilamiento y hubo de contentarse, por consiguiente, con el éxito de prestigio de Moscú, con la peculiaridad, sin embargo, de que el infranqueable espacio que había entre esta ciudad y su base de aprovisionamiento se convirtió par él en su fatalidad.

Los mariscales de Napoleón y los generales alemanes

Por lo demás, el Ejército alemán de 1941 no se puede comparar, ni en su estructura fundamental ni en su equipo y armamento, con las abigarradas y cansadas tropas de napoleón del año 1812, como tampoco pueden compararse los generales alemanes con los mariscales y generales napoleónicos.

Napoleón era el hijo de la Revolución francesa, su ejecutor y su vencedor. Para poder ser todo esto hubo de convertirse en un usurpador que no toleraba ninguna otra voluntad ajena. Agrupó a su alrededor hombre valientes, pero no formó escuela y no creó ningún general verdaderamente grande. Tuvo héroes en su ejército, pero ningún táctico sobresaliente. Él mismo era el dios de la estrategia y, por su naturaleza misma, no podía tolerar ningún otro dios a su lado. El único que tenía verdaderamente genio táctico, Jomini, no pasó nunca de cargos de gobernador o de ayudante, y no tuvo nunca un gran puesto de mando. Cómo quiere compararse a estos valientes guerreros y medianos tácticos, que Napoleón había congregado a su alrededor, con los generales alemanes cuyos nombre brillan cada vez de nuevo en los comunicados del Alto Mando de las fuerzas armadas alemanas, como jefes de grandes cuerpos de ejército.

Napoleón fracasó a causa de su genio

¿Cómo se quiere comparar a Hitler con Napoleón, y, sobre todo, cómo se explica la comparación de Stalin y el zar Alejandro I?

Es cierto que ambos hombres, Hitler y Napoleón, se han encumbrado desde lo desconocido y que los dos han asombrado a su tiempo con una serie de victorias que no eran victorias parciales sino victorias de aniquilamiento. Pero incluso en esta coincidencia aparente radica ya la separación de ambos hombres. Napoleón, el soldado de oficio, arrolló con las columnas de la Revolución los ejércitos extranjeros porque el imperativo de la Revolución era arrollarlo todo. Cuando Napoleón hubo vencido a la Revolución, sustituyó la idea de conquista de la Revolución, por su propia idea de la monarquía universal. Napoleón fracasó a causa de su genio, porque ese genio le impedía ser feliz en el seno de su patria corsa o pretender como individuo al todo de la nación francesa.

Los alemanes no llevan a cabo sus batallas de aniquilamiento, por que lo mande un genio extraño, sino porque no les queda más remedio si es que quieren mantener su existencia nacional como corazón de Europa. En la lucha por esta existencia nacional los conduce el hombre alemán que encargaron de ello, y cuyo encargo ha sido legitimado por el curso de los acontecimientos.

De estos hechos se desprende un claro rayo de luz que incide sobre los dos hombres alumbrando su contraste. Napoleón fue a Rusia por las razones de su egocéntrica personalidad. Luego, cuando se hallaba derrotado en Santa Elena, imaginó una concepción fantástica europea que pretendía quitar posteriormente a sus empresas el odioso carácter del egoísmo. Hitler no ha ido a Rusia únicamente con un encargo alemán, sino con un claro encargo europeo. Este encargo se expresa como sigue:

¡Aniquila el bolchevismo para que Europa pueda vivir!

Aparte del encumbramiento que tienen en común Adolfo Hitler y Napoleón, no hay nada que permita comparar a estos dos hombres extraordinarios. Napoleón decía de Francia que ésta era su amada, que se acostaba con él, que la daba todo lo que tenía, la vida y la hacienda. Esta amada hubiera podido ser igualmente Italia o España. Hitler, en cambio, el voluntario de 1914, es imposible imaginárselo en otro país que no sea Alemania. También otros países han encargado su suerte a otros hombres con poderes dictatoriales, pero sería desconocer el sentido de la Historia de los últimos 100 años, de la lucha por la existencia nacional de los pueblos, si se quisiera comparar a uno solo de estos hombres con Napoleón.

Si volvemos ahora a los orígenes del paralelo entre Hitler y Napoleón, ya no nos queda más que una frase de Winston Churchill en la Cámara de los Comunes. Él mismo no las tenía todas consigo con respecto a esta problemática comparación entre Hitler y Napoleón, y por eso dijo que había que recordar que con el ejército de Napoleón iba el año 1812 la libertad, mientras que el imperio de Hitler rige la bota militar prusiana.

¿Pero quién lleva verdaderamente la bota militar?

Prescindiendo de que ha sido Inglaterra la que durante veinte años ha hecho la guerra contra el “espíritu de la libertad” de Napoleón, sólo puede aludirse con la “bota militar prusiana” al hecho de que Adolf Hitler haya vencido aniquiladoramente a los enemigos de Alemania.

Todo el que conoce la Historia sabe muy bien que el concepto de “bota militar” nació en la época de Napoleón, y que se refería a la irresistible fuerza con la que éste, con su genio militar, sustituyó las guerras de maniobra por las guerras de aniquilamiento absoluto. Respecto a este embozado paralelo hay que entrar todavía en detalles, ya que éste es el que conduce al verdadero tema.

Es cierto que los alemanes bajo Adolf Hitler han ido venciendo a uno tras otro de sus enemigos, incluso a la Unión Soviética, con victorias aniquiladoras. La tendencia a esta clase de victorias no responde, sin embargo, al carácter prusiano. Prusia (Alemania) ha hecho muchas menos guerras que otras naciones. Pero, desde que Napoleón le puso la bota militar en la nuca, se sacudió esta bota, batió primeramente a Napoleón con arreglo a su propia receta del aniquilamiento, y, como nación ambiciosa, tuvo luego que reconocer que en las contiendas bélicas con otros países no le han servido de nada las victorias parciales.

La idea estratégica de la batalla aniquiladora ha nacido en Alemania de la sangre y las cenizas de las derrotas. Del mismo modo que la derrota prusiana de 1806 condujo a la idea de aniquilamiento de Napoleón, ha conducido la derrota alemana de la guerra mundial a la idea de las batallas de aniquilamiento de hoy. La misión histórica de Adolf Hitler se comprenderá mejor si los adversarios de Alemania tienen presente que Adolf Hitler ha sido un combatiente de la guerra mundial. Decir más de parte alemana acerca del rol de este hombre sería inmodesto. Tampoco está bien, como sucede a veces en estos últimos tiempos en las conversaciones que se tienen alrededor de la chimenea, en el extrajero, hablar de la superioridad de una ideología sobre la otra. Las ideologías no son máquinas de coser ni automóviles. No hay ningún pueblo que pueda elegirse una ideología a su voluntad. Las ideologías son en los pueblos la consecuencia de su destino.

El aniquilamiento y la reconciliación

Alemania ha aniquilado a los ejércitos enemigos que se le han opuesto, pero este aniquilamiento lo ha llevado a cabo en el espíritu de la reconciliación de los pueblos, es decir, que ha “aniquilado” de tal modo que el enemigo de hoy puede ser el amigo de mañana. Desde septiembre de 1939, Alemania ha hecho más de 6 millones y medio de prisioneros. Si Alemania hubiera querido poner verdaderamente la bota militar en la nuca de los otros pueblos no hubiera necesitado hacer un número tan enorme de prisioneros. Hubiera podido hacer correr más sangre. De 1914 a 1918 hizo Alemania 2 millones y medio de prisioneros, de ellos 1,4 millones de rusos. En los últimos cuatro meses ha hecho Alemania más de 3,5 millones de prisioneros soviéticos, en la campaña de los Balcanes hizo 592.000, en Francia 1.900.000 y 694.000 en Polonia.

Antes hemos dicho que la comparación entre Hitler y Napoleón no podría hacerse, si no se hubiera comparado también a Stalin con el zar Alejandro I. ¿Qué hay de ello? ¿Cree alguien verdaderamente en serio que el Zar, tan temeroso de Dios, que en la guerra con Napoleón no tenía otra preocupación que la de preservar su ejército, puede compararse con Stalin? Si los alemanes tuvieran verdaderamente la intención de tratar a los pueblos con la bota militar, no se encontrarían seguramente 3,5 millones de prisioneros soviéticos en manos de los alemanes. Y estos prisioneros tienen incluso de qué comer, mientras que los amigos de la comparación entre Napoleón y Hitler hace 4 meses que habían profetizado ya que los alemanes se morirían de hambre y de frío si llevaban a cabo el intento de meterse con el espacio ruso.

Entretanto tienen los alemanes este espacio. Y lo han conquistado y utilizado únicamente para poder llevar a cabo su idea de la destrucción del bolchevismo. Los amigos del paralelo han de resignarse fatalmente ante el hecho de que este espacio, en el que los alemanes -según habían profetizado-, se estrellarían seguramente, está constituido hoy de un modo muy distinto que antes.

En 1812 no había en este espacio más que campesinos, cosacos cantantes y unas cuantas minas. Hoy este espacio está saturado de importantes distritos industriales. Los dos tercios de toda la industria siderúrgica y de guerra de los soviets, se encuentran en el “espacio mortal” para los alemanes.

Las preocupaciones de este espacio ya no son preocupaciones alemanas. Las preocupaciones las tienen ahora los “contertulios de la chimenea”. Ahora han de buscar otros temas para consolarse, y ya lo hacen, según lo ha anunciado Lindley-Frazer el 21 de octubre por la radio inglesa. “En el sur de la Unión Soviética” -dijo-, “hay artistas en el lanzamiento de cuchillos, y los partidarios se entienden por las noches por medio de gritos de pájaro.”

Los gritos de los abandonados y los cuchillos que vuelan por encima del campo de batalla, que el vencedor inatacable ha dejado a su espalda son el símbolo trágico de la gran derrota.