Filosofía en español 
Filosofía en español


Gustavo Bueno

Hablan los puños

¿Cuál es la diferencia radical del hombre? Sin duda ninguna que, puestos a buscar diferencias entre el hombre y los animales, encontramos varias; pero la que nos interesa, naturalmente, es aquella diferencia de la cual, fluyen –de un modo real, no sólo lógico– todas las demás, como de la raíz fluyen el tronco y las hojas; es decir, la diferencia radical del hombre.

La teoría clásica considera como diferencia radical del hombre al lenguaje, el «logos»; el hombre es animal racional. La razón es la semilla del hombre –del Homo sapiens–.

En nuestros días está de moda otra teoría que fue enseñada por el padre Anaxágoras: la diferencia radical del hombre es la mano. Gracias a la actividad manual, el hombre ha podido elevarse y distinguirse entre los animales, ha conseguido, concretamente, fabricarse él mismo los alimentos, liberándose de este modo de la servidumbre a la Naturaleza. Este hombre artífice y práctico –el Homo faber– es el hombre originario y el Homo Sapiens sobreviene sobre la corteza terrestre como un adorno, muchas veces corno una enfermedad. La razón pura no es nada sustantivo, en rigor: es un trasunto de la actividad manual. L. Brunschvicg ha podido ordenar en su libro (Les âges de l'intelligence) las fases del entendimiento al compás de los descubrimientos técnicos.

¿Qué duda cabe que por la mano el hombre se ha construido un Mundo artificial, un Universo que es pura fantasía encerrada en el espacio? El asfalto que pisa, la luz que le alumbra, los ademanes que lo distinguen, todo esto se lo ha fabricado el hombre a su gusto –para su felicidad o para su desgracia–. Y todo ello, efecto directo o indirecto de la mano del hombre.

Y ¿qué es esa mano del hombre así considerada? Un aparato de aprehensión, un instrumento que no puede concebirse sin un material sobre el cual actúa y modela; un material que en el caso más típico y eminente, sólo puede tomar contacto con la mano bajo la forma de un mango. En suma, al definir al hombre por la mano, como diferencia radical, recalamos en el Homo faber; pero porque consideramos a la Mano como un órgano destinado a cerrarse con el instrumento y recibir de éste todas sus rebosantes significaciones.

Pero consideremos la mano en el instante preciso en el que, al cerrarse sobre algo, fuese escamoteado el instrumento. Tanto podemos denominar académico a este experimento como solemne: el momento en el cual la mano se cierra sobre el vacío, sobre sí misma.

El puño cerrado aparece, precisamente cuando está más vacío, más lleno de significación, rebosante de presagios y de símbolos profundísimos. La mano del hombre, ya no está abierta o a medio cerrar: se ha redondeado por completo, se ha transformado en una apretada masa viviente, por cuyas partes circulan corrientes de alta tensión psíquica. Esta mano cerrada que detiene la libre fluencia de la energía espiritual, es, sin duda, una mano humana. Profundamente humana. y, en primer lugar, cuando se alza cerrada, como un martillo, contra el enemigo, teñida de resentimiento y odio implacables. La mano del hombre dice entonces referencia a lo que no es el yo íntimo y superabundante, sino que dice referencia a los demás, aunque con ademán exterminador. Es el gesto que los internacionales comunistas han elevado a símbolo de la lucha de clases, a símbolo que signa la misión de la clase redentora de la humanidad, el proletariado, que quiere con su puño destruir el estado burgués para enterrar el paraíso anarquista. Este puño en alto es un símbolo humano y especulativo, como todo gesto guerrero auténtico; es la mano del luchador frente a las manos hábiles del agricultor o del artífice, «hombres prácticos».

Pero, en segundo lugar, la mano se cierne sobre el vacío cuando el hombre, lejos de disponerse a tratar con los demás hombres, se dispone a comunicar consigo mismo y para ello le urge potenciar su energía nerviosa, el voltaje –si pudiera hablarse así– de su corriente psíquica y entonces sí que el hombre, cuando habla en soledad consigo mismo, es especulativo, homo sapiens. Cierra el puño para que aquella corriente nerviosa de cuya excepcional intensidad necesita disponer no se derrame las puntas de una mano abierta. Esta mano cerrada sobre sí misma nos habla del hombre que piensa, que dialoga serena y profundamente consigo mismo. El puño así cerrado también alberga un simbolismo íntimo y propísimo más noble y profundo que el simbolismo desprestigiador del comunismo: es el significado que Zenón el estoico intuyó certeramente en la mano que se cierra.

El puño apretado debería ser símbolo del entendimiento que ha hecho «presa», que está comprendiendo perfectamente la verdad, aprehendiendo una esencia. Mientras en la mano abierta el viejo Zenón veía el emblema de una representación primera, enteramente recibida de fuera, en actitud perezosa y como sonámbula; y en la curvatura ligera de los dedos quedaba exhibido un rudimento de juicio personal, de individualidad ante las cosas, en la mano cerrada sobre sí mismo, en el puño en tensión, el estoico conoce la comprensión perfectísima (katalexis) la evidencia luminosa, personalísima e intransmisible que cada cual debe conquistar mediante su propio esfuerzo.

No desdeñemos todo simbolismo del puño cerrado por eliminar ciertas significaciones incómodas e intolerables que le van uncidas.

En el de la mano apretada, nos habla también el hombre racional, el que juzga por cuenta propia, el que tanto tiene que enseñar a los jóvenes de hoy.

Gustavo Bueno Martínez

{ Salvadas dos erratas por un original impreso corregido por el autor. }