Filosofía en español 
Filosofía en español


Investigación y docencia

Hay una absoluta equivocación por parte de quien crea que la frase de Unamuno, “que inventen ellos”, le salió al rector de Salamanca como un grito de amarga protesta al ver que en España no había cerebros capaces de dedicarse íntegramente a la tarea investigadora. Sería muy larga la lista que se puede traer en estos momentos para rebatir que el español está perfectamente dotado de inteligencia y voluntad de trabajo para hacer una fecunda labor de investigación. Lo que ocurre es que la investigación es tan cara como rentable, pero a la hora de plantearse la eficacia de la rentabilidad investigadora se ha pensado con un criterio económico sumamente mezquino. Esta mentalidad ha servido para mantener en el más grande de los abandonos a los investigadores y para escatimar con roñosa tacañería los céntimos de los presupuestos destinados a la investigación.

El Ministro de Educación Nacional, en su discurso ante la Asamblea de catedráticos de Filosofía y Letras, en Granada, anunció una mayor preocupación y un más entero esfuerzo por dotar económicamente a los trabajos de investigación, especialmente en la Universidad.

Cuando se plantea este problema, siempre sale a relucir el dilema de investigación en la Universidad o investigación en centros especialmente dedicados a estas actividades. El fallo del sistema estriba en ver a la Universidad y a los centros especializados como compartimentos estancos que nada tienen que ver el uno con el otro. Lo racional no es dotar a la Universidad con un presupuesto grande para cubrir sus tareas investigadoras y con otro, superior, si se quiere, para que institutos y laboratorios actúen por su cuenta. El universitario, como hombre dirigente del país, debe pensar que su labor va en beneficio de todos y está al servicio del bien común.

De ahí que universidades y centros especializados deben trabajar al unísono, de tal forma que la obra comenzada en las aulas universitarias por el estudiante pueda proseguirse, sin perder la continuidad, una vez terminados los estudios académicos. Con esto ganaría la cátedra su fuerza cohesiva, ya dentro de esa estructura piramidal que anunció el Ministro de Educación, en anchura y capacidad de trabajo.

La solución tiene que empezar por la dotación económica. En este aspecto sería conveniente hacer un repaso de la ayuda que la Universidad encuentra entre industrias y Empresas para sus trabajos de investigación, cuyos frutos serán precisamente éstas las primeras en aprovecharlos. No es volver a repetir con obsesionante machaconería lo que tantas veces se ha dicho. Es, sencillamente, recordar una verdad que no admite réplica.